El Cerro de Peña Muñana, de apenas 1.048 msnm, es una modesta cumbre situada muy cerca de las lindes de la Sierra de Gredos, en el suroeste de Madrid.

Esta pequeña cumbre pasaría desapercibida si no fuera por contar en su cumbre con los restos arqueológicos de una atalaya árabe (que hacía las veces de mirador y puesto de vigilancia) y otros restos de aún más antigüedad, además de algunas de las vías de escaladas más bonitas de toda esta zona (casi todas de grado VI y VII).

La cima es compartida por la vecina altura de la Peña de Cadalso (1.028 m.), que toma su nombre de la cercana población de Cadaldo de los Vidrios, donde dice la historia que una adivina le vaticinó a Don Álvaro de Luna que terminaría sus días.

Si realizamos la ascensión, podremos encontrar los restos de la atalaya en el flanco sudeste del monte, y los vestigios de los poblados de altura de la Edad del Bronce, por su cara norte.

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Localización: Cadalso de los Vidrios

Tipo de Ruta: Senderismo (Montañismo si descendemos por la vertiente sur)

Longitud: 4 kilómetros (aproximadamente)

Duración: 2 horas (sin paradas)

Época recomendada: Todo el año

Dificultad MIDE:  → mide_PeñaMuñana

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS: Peña Muñana

Recomendaciones:

  • No hay agua potable en el recorrido, y aunque la ruta no es larga, es recomendable llevar al menos 1 l. de agua en la mochila.
  • Aunque están tapiadas para evitar accidentes, dice la leyenda que las llamadas Cuevas del Pilar (nueve en total) conectan la c/ Real del pueblo con el observatorio de Peña Muñana.
  • La ruta no presenta ningún tipo de dificultad salvo quizás en las cumbres secundarias (al tener que hacer alguna trepada), y en el descenso por la cara sur: donde habrá que tener experiencia en escalada y orientación. La primera parte es una ruta recomendable para hacer en familia y, después, al tratarse de tierra de vinos, comer por la zona.

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Una montaña no tiene por qué medir ochomil metros, ni cuatro mil, ni dos mil… para convertirse en una bonita experiencia.

Todas significan algo.

En este caso, esta solitaria roca se eleva sobre un pueblo que ha significado mucho en la vida de mi amigo Gonzalo. Allí encontró un proyecto y en él y sus viñedos trabaja todavía. Desde hace años me lleva hablando de darse un paseo por esta pequeña cumbre, y hoy por fin vamos a hacerlo, con el objetivo añadido de enseñarle las técnicas de Rápel que aprendí yo en su día.

Nos acompaña Charlie. Un viejo amigo que hace al menos dos años que no se nos une en ninguna ascensión. Así que, por doble motivo es un día agradable.

Nuestro camino comienza en un extremo del pueblo. Tras dejar uno de los coches al otro lado de la montaña, por donde bajaremos, aparcamos el otro junto a unas casas donde empieza la pista conocida como la Ruta de la Peña. Tras pertrecharnos, comenzamos a recorrerlas dirigiéndonos hacia el norte.

No tardamos en divisar las agujas que flanquean la cima. Poco más adelante empieza el pinar.

Se nota humedad, debido a las lluvias caídas en los últimos días. Hay piñas en el suelo y algunos colores del otoño se mezclan con el verde casi eterno de los pinos.

La senda está bien definidia y no tiene pérdida. Según vamos avanzando por ella, vemos restos de antiguas canteras. Me pregunto si serán relativamente modernas, o serán restos de esos poblados prehistóricos que he leído por ahí que existen en la zona. Y mientras mis pensamientos vuelan, vamos dejando tras de nosotros la población de Cadalso, tras ella se eleva, con una nube abrazándolo como una bufanda, el Pico Casillas. Un viejo conocido.

Seguimos caminando y empezamos a ganar más altura con rapidez. A nuestra izquierda vemos una descomunal cantera contemporánea de granito, cuyos ruidos afean un poco el paisaje. ¿Cómo es posible que dieran licencia en su día a semejante monstruo en medio de tan hermosos pinares? En fin, el precio de la civilización, dirían algunos… o el despropósito de algunos hombres ricos, decimos otros…

Según nos adentramos en el bosque aumenta la sensación de humedad.

No tardamos mucho en llegar al pequeño collado que separa las tres cimas que coronan esta prominencia. Y nos dirijimos primero a la más alta: la Peña Muñana.

El acceso a la cima está acondicionado con una escalera metálica que, desde nuestro punto de vista, es algo antinatural. Se ven las antiguas argollas por donde seguramente circulaba un cable o una cadena para ayudar algo a los montañeros a alcanzar la cumbre. Pero ahora, la dificultad no existe. ¿El precio de la civilización? Sin comentarios…

Parece que existe una romería a la cumbre en algún momento del año y por eso se acometió esta obra, pero a mi no me parece suficiente justificación.

Una vez estamos en la cima podemos contemplar los restos de la antigua atalaya árabe que coronaba este monte. Apenas un muro de mampostería que no deja reconocer la forma original de la fortificación, y sobre el que hoy se apoya una caseta prefabricada de la vigilancia forestal.

Tras las pertinentes fotos panorámicas que muestran el paisaje desde el Pico Cenicientos hasta el Cerro Guisando, iniciamos la bajada hasta el collado y trepamos las siguientes rocas que nos dan acceso a la Peña Cadalso, tan solo unos metros más baja.

Desde allí tenemos una bonita vista de la cima principal y de las rocas de la tercera cima (esta sin nombre, que sepamos).

Tras deambular un poco por entre las peñas, descendemos con mucho cuidado por la otra vertiente (pues el musgo resbala una barbaridad) hasta alcanzar esa tercera cima y buscar desde allí algún sitio donde «lanzar» la cuerda. Tras localizarlo, nos dirijimos hasta allí y permanecemos practicando por casi dos horas…

Parece que no he perdido la habilidad, y mis compañeros enseguida se ponen al día.

Por fin, tras comer algo, iniciamos el descenso por la cara sur de la montaña, donde, por cierto, hemos visto que hay grandes paredones que no podremos superar si no localizamos una salida en ese laberinto de granito.

Descendemos con calma, pero pronto Charlie, en su línea de «saltador de rocas», nos deja para ir por una ruta más directa. Aunque mi rodilla cada día va mejor, no quiero arriesgar todavía y, así, Gonzalo y yo buscamos otro camino.

Poco a poco nos introducimos en lo más profundo del bosque, rodeados de pinos piñoneros, encinas, jaras y zarzas. Saltamos rocas, con precaución de no resbalar. Descendemos por canales convertidas en toboganes por culpa del barro. Nos arañamos, sudamos… incluso nos encontramos con una pequeña culebrilla, pero a pesar de todo: vamos divertidos. ¿Quién nos iba a decir a nosotros que una montañita tan sencilla se convertiría en una aventura tan maja al descender?

Lentamente vamos descifrando el lenguaje caótico de esta ladera. Y Charlie no lo está pasando mejor porque se encuentra con las paredes más altas, que incluso están siendo escaladas en ese momento por aficionados a «la deportiva». Logra salir, pero a costa de mucho nervio.

Al final, todo es un juego. Serio, pero un juego.

A nosotros dos solo nos resta superar un pequeño cañón para llegar a los viñedos y las tierras de labranza que nos llevan a la carretera. Vamos tan concentrados, que hasta se me olvida hacerle fotos, para que entendáis la dificultad de este paso…

Tras unos segundos lo vemos claro, aunque tendremos que ir con cuidado. Destrepamos ayudándonos con las manos y seguimos hacia abajo manteniéndonos lo más pegados posible a la pared de nuestra izquierda. Encajonados entre piedras, por fin tocamos tierra y tras superar un grupo de madroños llegamos al llano.

Desde aquí tan solo hay que dirigirse hacia la pista de tierra donde hemos dejado el coche y reunirnos con Charlie. Estamos algo cansados por culpa de la sudada que llevamos encima, pero ya estamos más cerca de recuperarnos con una buena cervecita fresca…

Sin duda, ha sido muy divertido.

Hay que repetirlo.

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