El conjunto formado por el Pico Lanchamala (1.994 m.) y el de las Serradillas (2.002 m.), a veces confundidas una y otra loma por estar separadss de no más de 100 metros de distancia, suponen el punto culminante de la Sierra del Valle; un extenso cordal ubicado en las primeras estribaciones de la Sierra de Gredos desde Madrid, entre las localidades de Piedralaves (Toledo) y Navaluenga (Ávila), y que resultan conformar el primer «dosmil» de Gredos por el Este.

Situado a medio camino del comienzo de esta serranía (en el área de San Martín de Valdeiglesias) y el Puerto de Mijares, esta es una cumbre muy poco transitada por poco conocida a pesar de suponer una de las mejores rutas de montaña de la zona. Su dureza incontestable con algún que otro trecho de camino difícil de seguir, hace que no sea muy transitada y la posicione en un marco ideal si buscamos disfrutar de la naturaleza sin agobios de terceras personas.

La montaña posee unas características ligeramente alpinas en algunos tramos, más propias de los macizos centrales de Gredos, junto a relieves suaves, cubiertos de densos bosques con grandes bandas de matorral en las zonas bajas, en otros. Las laderas y sus praderas están interrumpidas por extensas zonas rocosas, que incluyen grandes canchos y pedreras, en los barrancos; y tollos en alturas con humedales idóneos para el ganado.

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Localización: Presa del Horcajo (Piedralaves)

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 12 kilómetros (aproximadamente)

Duración: 6 horas (ida y vuelta)

Época recomendada: Primavera-Verano

Dificultad MIDE:  →

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS: Lanchamala & Serradillas

Recomendaciones:

  • La ruta es larga y, aunque encontraremos algún arroyo, existe ganado en altura que nos puede contaminar el agua. Por tanto, recomendamos llevar un mínimo de 2l. en nuestra cantimplora, o pastillas potabilizadoras.
  • Marcas azules y rojas (no homologadas por la FEDME) nos guiarán hasta la zona de cumbres. Una vez en la Pradera de las Serradillas, tendremos que seguir ascendiendo campo a través.
  • Para evitar problemas con Google Maps, puede ser más interesante dejarse guiar por la localización de la Charca de la Nieta (donde podremos tomar algo al descender) para, desde allí, encontrar la pista hacia la presa con mayor facilidad.

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El cielo empieza a clarear, intentando romper el manto de oscuridad que la noche ha mantenido durante horas cubriendo los bosques de la cara sur de la Sierra del Valle.

Como ahora tengo cierto tiempo libre, mientras empiezo a poner en marcha proyectos profesionales largamente pospuestos, he madrugado considerablemente para dirigirme hasta Piedralaves e iniciar la ascensión de otra montaña a la que le tenía ganas desde hace bastante tiempo. El primer «dosmil» de Gredos; una ruta sobre la que la poca información existente suele afirmar que se trata de una experiencia hermosa a la par que bastante exigente.

Tras perder media hora a través de pistas forestales por culpa de Google Maps, localizo a la vieja usanza (tirando de mapa físico) la rodera asfaltada que me lleva hasta la Presa del Horcajo, donde dejo el coche antes de cruzar el dique para introducirme a pie en el inmenso pinar que cubre esta parte del monte.

Las vistas que se tienen desde este pequeño «circo» montañoso he de reconocer que me impresionan desde un primer momento. Quizás sea su estructura o su clara diferencia entre los diferentes ecosistemas que lo forman, con agua, bosque y pedrera… o quizás su aislamiento. Pero me da una sensación muy alpina. Algo que no esperaba, en comparación con el Casillas (1.768 m.) o la zona del Cabezo (2.190 m. en su punto más alto), por ejemplo, que son más tendidos y con formas aparentemente más suaves.

Nada más atravesar la presa veo un cartel, caído en el suelo, que identifica la ruta que voy a hacer (al menos hasta el Portacho de la Serradilla, una pradera situada a los pies de las dos cumbres que persigo). En contra de lo que me imaginaba, parece que a día de hoy la ruta está medianamente señalizada con marcas azules y rojas; por lo que no debería tener muchos problemas de orientación.

El sendero empieza de forma muy empinada. Ya desde el principio empiezo a machacar las piernas sin apenas un respiro, y soy consciente de esa «dureza» que había leído sobre la ruta. De hecho, el desnivel que se salva desde la presa hasta la cumbre son casi mil metros en apenas seis kilómetros.

Al poco de atravesar una pista forestal (a la que habría llegado con el coche si no hubiera decidido darme la vuelta a tiempo), y continuar por el bosque siguiendo las marcas mencionadas, aparezco en un claro donde la vegetación empieza a cambiar y, además de encontrarme con algún viejo aprisco para ganado, empiezo a contemplar enormes robles y encinas de aspecto monumetal.

Había leído también acerca de esto y pienso que, en otoño, el paraje debe ser increíble.

Camino así a la sombra de intrincadas formaciones arbóreas y ancianos del bosque rodeados de regatos de agua que persisten a pesar de las olas de calor que, como hoy, azotan la montaña. Un paraje mágico como pocos que haya visto por estos lares.

Poco a poco llego hasta la Pradera del Pozo, donde me encuentro las primeras vacas que toman su primer pasto del día o se relajan tras una dura subida hasta aquí. La arboleda empieza a escasear a partir de este lugar.

La vereda se difumina ligeramente por aquí pero, con algo de sentido común, la localizo de nuevo ganando altura desde el cartel de madera que marca el lugar. Me pongo de nuevo en marcha y no tardo en cambiar los árboles por arbustos más bajos típicos de Gredos como el piorno.

Voy dejando a mi izquierda el Cerro Sarnosa (1.528 m.) y aparezco en el collado que se forma entre este y el Cerrillo del Enebro (1.585 m.). Las vistas aquí, tras casi dos horas al cobijo de la floresta, me impresionan y me hacen detenerme unos minutos para ver como las montañas se alejan de mi, ganando constantemente altura…

Aquí el camino empieza a relajarse un poco. Rodeando este alto de casi mil seiscientos metros aparezco en la ladera rocosa de la Mesa de la Serradilla (1.905 m.) en donde, a pesar de dar alguna vuelta de más por encontrar hitos que me despistan, voy disfrutando de una ambiente más propio de la alta montaña del Sistema Central que tanto habré pateado.

Por un momento creo que mi objetivo está al alcance, hacia mi izquierda, pero enseguida salgo de mi error cuando veo que el camino se encamina hacia el barranco que tengo frente a mi, donde una pequeña prominencia se eleva por encima del resto.

El Lanchamala…

Camino cómodamente, pero acuciando por un intenso calor que, a pesar de estar a primera hora de la mañana, me hace temer por haber traído poca agua.

Cuando me aproximo al barranco la imagen es espectacular. Un paraje que el arroyo recién nacido ha tallado durante miles de años y que no esperaba encontrar; lo que termina por confirmarme la belleza de esta montaña y sus múltiples entornos. Y eso, que aún queda lo mejor…

Mientras pienso en que mi preocupación por el agua ya no tiene fundamento, porque puedo reponer en el arroyo, me elevo por encima de una zona herbosa y me encuentro sin esperarlo en la Pradera de las Serradillas. Una auténtica pradera alpina, húmeda y verde que contrasta con la rocosa ladera llena de arbustos de antes, en donde un rebaño de vacas disfruta de un lugar que han hecho suyo junto a varios caballos. Un paraíso en plena montaña que no esperaba y que me presenta un nuevo entorno medioambiental en esta ruta que, a pesar de la ausencia de desafíos técnicos que siempre suponen un incentivo añadido, cada vez me gusta más.

Aquí se acaban las marcas rojas y azules. Cualquier tipo de trocha se torna inexistente. Y tan solo queda abrirse paso por entre la enrevesada maleza hasta las dos metas propuestas para el día.

Aunque veo el vértice geodésico que indica la cumbre del Lanchamala, me encamino en dirección casi contraria, dejándome guiar por el instinto, hacia el Portacho de las Serradillas desde donde se verán al fin tierras abulenses; con la localidad de Navaluenga en la falda norte del monte. Mi primer objetivo es el afloramiento rocoso que supone el primer dosmil de Gredos… el Alto de las Serradillas (2.002 m.). Así, mientras camino hacia el collado mencionado, al tiempo, empiezo a ganar altura hasta llegar a un vallado de alambre de espino que marca el límite provincial.

Esta subida me desgasta más que cualquiera de las anteriores ya que hay que ir localizando por donde abrirse paso a la vez que forzando el paso para vencer la resistencia que los matojos oponen a mi evolución.

Cuando al fin llego a la cumbre, que empieza a plagarse de moscas ávidas de la sal de mi sudor, me siento a descansar y a contemplar el paisaje que el sol abrasador empieza a quemar a pesar de su baja altura.

Hay cierta calima en el horizonte, así que no acierto a distinguir el Macizo Central de Gredos, pero si que se adivina a contraluz el área del Pico Casillas y el Cerro Escusa.

Frente a mi, a poca distancia, el vértice geodésico del Lanchamala. Me coloco de nuevo la mochila y me alejo de las moscas esperando que allí haga algo más de aire que las espante para poder comer algo.

La travesía es corta y distendida. Tanto que mi cabeza se relaja y no puede evitar pensar en todo lo acontecido en el último mes, cuando mi trayectoria docente terminó. Al menos por el momento.

Aunque reconozco que, sin llegar a ser duro (pues era deseado, debido a la toxicidad del entorno), en los primeros días hubo cierto vértigo. Hoy en día me siento en paz conmigo mismo, esperando desarrollar proyectos que he pospuesto demasiado tiempo y que me llevarán hacia el futuro que quiero para mi y los míos.

Estar aquí, en la montaña, es lo que alimenta mi espíritu más que nada en el mundo (con excepción de mi mujer y mis peques). Y me da la energía necesaria para seguir adelante…

Desde la cumbre del Lanchamala veo la posible ruta de descenso mientras como algo de fruta.

En teoría podría completar la ruta de forma circular bajando por La Errencilla (1.956 m.) y la ladera del Cabeza Pozo (1.533 m.); pero en plena ola de calor, sin saber si habrá suficiente agua y con las dificultades de progreso que he leído que se dan por allí debido a la abundancia de matorrales, prefiero desandar la ruta realizada y volver más seguro al coche.

Nuevamente voy tratando de descubrir la mejor manera de bajar por entre el piornal, tratando de no tropezar con alguna raíz. Mis rodillas ya no son lo que eran y me pueden jugar una mala pasada.

Cuando finalmente intuyo el nacimiento del río, lo sigo hasta encontrar algún punto en donde poder rellenar de agua mi cantimplora. A ser posible en algún punto donde esta corra medianamente limpia y las rocas, o incluso parte de la vegetación, hagan de filtro contra los posible parásitos que alguna vaca «perdida» en altura haya dejado cerca del cauce.

Nunca he tenido problemas con el agua de montaña, siguiendo esta técnica o, a mala dadas, potabilizando el agua con pastillas; así que, nuevamente el líquido elemento bien fresquito me da la vida y poco a poco vuelvo a encontrar mi ritmo para descender sin machacar en exceso las articulaciones.

Al llegar a la presa que se intuye al final del barranco, aún me quedarán casi dos horas de coche para llegar a casa. Y tampoco es cuestión de ir con flojera en las piernas.

Quizás tenga que tomarme una cervecita por el camino para recuperarme mejor, ¿no?

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