La Hastiala (1.735 m.) es el pico más alto de la Sierra de Francia (quizás de sierra «franca» o frondosa, o debido a colonos repobladores llegados desde el país galo en el siglo XII) y de todo el conjunto de serranías que se levantan entre las comarcas de Las Batuecas y Las Hurdes, separando por esta zona Castilla y León de Extremadura. En este tramo, el Sistema Central está muy lejos ya de los 2.000 metros de altitud de sus núcleos centrales y, aunque muestra características de típicas de media montaña, ofrece visos de alta montaña en según qué epocas del año.

Entre los atractivos de esta montaña están unas amplias vistas que alcanzan en días claros hasta Las Arribes del Duero y la Serra da Estela, en la vecina Portugal, y la posibilidad de encontrarse con cabras montesas y buitres.

Esta cumbre tiene fama de ser ardua y arisca, ya que se encuentra defendida por grandes canchales y pedreras en todas sus laderas, en su mayoría pobladas también por densos piornos. Sin embargo, el esfuerzo de alcanzarla merece la pena debido a la soledad de su cumbre… cuando a pocos kilómetros hay bandadas de turistas en coche para visitar el monasterio de la más renombrada Peña de Francia (1.723 m.)

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Localización: Peña de Francia (Salamanca)

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 12 kms (ida y vuelta)

Duración: 5 horas

Época recomendada: Todo el año

Dificultad MIDE:  →

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS: La Hastiala

Recomendaciones:

  • Hay agua potable al inicio/final del recorrido. En verano es recomendable aprovisionarse de 2l a 3l de agua.
  • Aunque no es una ruta especialmente larga, si que resulta exigente según por donde vayamos. Prestar atención a los hitos que nos llevan por la ladera o la zona superior, y no ir por este cresterío si no se está en buena forma.
  • El recorrido y, sobre todo, las laderas de la cumbre están repletas de canchales y pedreras; por lo que se requiere una mayor atención en el paso para progresar con seguridad ante las rocas sueltas y los huecos.

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De repente… el mundo cambia.

¿Para bien? Solo el tiempo lo dirá, aunque no soy optimista. Un simple virus paraliza el planeta durante meses y nos aleja de lo que más queremos. En algún caso… para siempre. Pero son muchos los que olvidan rápido…

Para otros, sin embargo, la pandemia del COVID-19 solo es parte de un camino que parecía inevitable. Un párrafo más en un complejo trasfondo. En su conjunto, con toda esa serie de transformaciones que se suceden en dicho argumento, la vida parece estar dándote otra oportunidad; pero lejos del que durante años ha sido tu hogar.

Así, mientras me aproximo a las inmediaciones de la cumbre de la famosa Peña de Francia, en Salamanca, no puedo dejar de pensar en mi pasado y mi futuro. Dejo atrás, pendiente por un día o dos, una mudanza que cambiará mi vida y la de mi familia para siempre. Traslado de vivienda, de negocios… y toma de distancia de las montañas que más he recorrido y amado.

Necesito despejarme.

Necesito un respiro de tanto cambio, de tanta incertidumbre que durante meses nos ha asaltado como familia, en mi caso, y como sociedad, en la de todos. Y que mejor que esta montaña, extrañamente solitaria a pesar de tener tan cerca a una compañera tan conocida. Una cumbre que tenía pendiente desde hace algunos años y que, si no la alcanzo ahora, puede que no lo haga nunca porque me va a pillar ya un poco «a desmano».

Aparco poco antes de llegar al Santuario de la Peña de Francia (sobre el Km.10,500), regido por los dominicos desde 1434. El lugar de culto «mariano» situado a mayor altitud del mundo, dicen; y que he tenido el gusto de visitar en un par de ocasiones fuera de temporada turística… cuando más impresiona verlo en su propia soledad.

El aire corre y solo el rumor de algún vehículo acompaña al trino de las aves.

Hace calor. Me hubiera gustado más venir en primavera, cuando estos montes relucen de múltiples colores. Pero el pequeño «bichito» microscópico nos ha impedido salir durante todo ese tiempo. Así que me enfrento al reto en pleno verano y cerca del mediodía, pues no he podido llegar antes. Creo que llevo suficiente agua y me cubro del sol; así que inicio el descenso hasta llegar a la Fuente Buitrera (que a la postre va a ser mi salvación) y de ahí a recorrer un pequeño tramo del PR-SA 7 con destino El Maillo.

Tras cruzar la carretera SA-203 que da acceso al monasterio, inicio un descenso de apenas 100 metros hasta desviarme a la izquierda junto a una loma rocosa en evidente dirección oeste… hacia La Hastiala.

Desde aquí ya no encontraré señalética de PR y tan solo algunos hitos dispersos marcarán mi camino.

Tal y como había previsto, la soledad es absoluta; y pronto el mismo rumor de los motores de los vehículos desaparece. El camino es cómodo al principio, y voy dejando a mi derecha la Peña de las Zapatas (1.596 m.). Podría darme el gusto de subirlo, pero una vez que he echado a andar la distancia no se me antoja tan corta como recordaba y prefiero guardar fuerzas. Ya veremos a la vuelta.

Los hitos parecen evidentes, aunque hay que prestarles mucha atención porque andan bastante dispersos.

Y he aquí el problema.

Una vez que alcanzo el murallón que da acceso a la elevación de Peña Gorda (1.609 m.), no logro localizar los hitos correctos y decido remontar por arriba para continuar mi camino. Normalmente me da bastante rabia bajar para luego tener que subir, máxime si tomas una dirección equivocada al seguir una trocha abierta por animales que no deja de descender; por lo que esa es la razón para decidir continuar en altura, para ahorrar fuerzas…

Craso error, pues no ahorraré ninguna.

Si algún día queréis hacer esta ruta, recordad que se puede ir por arriba… pero que, desde este punto, es más cómodo y sencillo ir por abajo.

Miro tras de mi y parece que la Peña de Francia está ya a cierta distancia, aunque en realidad no he llegado a la mitad del camino.

El calor aprieta y no hay ningún cobijo de árbol, roca o nube; así que decido racionar el agua por si acaso.

Disfruto del monte, del «piar» de rapaces y algunas cabras que se me cruzan. Saboreo cada paso a pesar de que cada vez me encuentro con un camino más incómodo y lleno de rocas. Poco a poco los canchales ganan terreno a la difusa vereda, y los pocos hitos que se distinguen aquí arriba tienden a confundirse ya con rocas apiladas de forma natural.

Sin embargo, la dirección no tiene pérdida. Lo malo… que se pierde mucho tiempo evitando dar un traspiés, o trepando y destrepando en las alturas. Aunque reconozco que por momentos resulta divertido, y lo echaba de menos.

Sobrepaso la cumbre de Peña Gorda y sigo adelante sin distraerme demasiado. No quiero retrasarme mucho con la hora, ya que el sol cada vez «pega» más fuerte. Pero, en verdad, no soy consciente de cuanto.

Sigo adelante. Dejo tras de mi unas pequeñas flores amarillas que no termino de identificar, con una cubierta peluda que las asemeja a algún tipo de «siemprevivas«; quizás sean tojos… pero no lo tengo claro. Aunque son preciosas e inesperadas.

Lo digo muchas veces. A pesar de su dureza, la montaña siempre te regala algo.

Cuando al fin alcanzo el collado previo a La Hastiala, recupero el andar por una senda más o menos clara que veo que asciende por la ladera de mi objetivo y que viene desde la Peña de Francia. O, al menos, eso parece. Quizás desde arriba se vea mejor, me digo a mi mismo, y no tenga que volver por el cresterío.

Eso empieza a preocuparme, porque hace demasiado calor y no se si me llegará el agua para volver por una ruta tan «complicada».

No estoy cansado físicamente, pero si noto cierta fatiga debido al calor y a que he comido poco. Parece que hoy he pecado de exceso de confianza. No soy un novato; pero cualquiera lo diría.

Las prisas…

… no son buenas. Nunca.

Peco de confianza de nuevo siguiendo los hitos desde este punto. Pero, ¿como puedes saber que los hitos no me llevarán hasta arriba sino que rodearán la zona de cumbre para dirigirse hacia la localidad de Monsagro? Si han habido montañeros que han «marcado» este camino de forma tradicional, se han olvidado de indicar el desvío a cumbre.

Lo más lógico, y lo pensé en un principio, habría sido remontar el canchal directamente desde el collado hasta la cumbre; pero, no… Decido no hacer semejante esfuerzo y seguir la vereda. Lo cual me hará perder un tiempo precioso y no me evitará realmente el esfuerzo de la pedrera. Eso si, no es sino hasta que termino de cerciorarme que, una vez me encuentro bajo el Pico de la Ventana (1.723 m.), el camino no me llevará arriba que me decido a subir por el caos de rocas.

Es como subir por una escalera donde existen peldaños sueltos y, en ocasiones, roca descompuesta.

Vas con precaución, pero te mina las fuerzas y la moral.

Finalmente llego a la cumbre, al techo de la Sierra de Francia, y me tomo un descanso mientras me deleito con las vistas.

No siento júbilo. Solo cansancio… y calor.

Creo adivinar tierras portuguesas en el horizonte, y algunos de sus montes. Hace un par de años me acerqué hasta el Pico Torre (1.993 m.), el techo del Portugal continental. Una excursión preciosa; aunque la cumbre no valga mucho, el recorrido si.

El Santuario parece muy lejano ahora tras de mi y pienso en todo el camino que me queda bajo este sol abrasador. Me percato que, a pesar de mis intenciones iniciales, no estoy disfrutando mucho de esta escapada. Esta montaña es áspera y dura. Y aunque las recompensas de su cumbre ciertamente merecen la pena, es como si ni ella ni yo quisiéramos estar mucho tiempo juntos.

De repente me siento terriblemente solo. Hace ya días que mi familia se fue a nuestra nueva casa mientras yo me quedaba atrás solucionando entuertos y, a pesar de que existe civilización a pocos kilómetros de mi posición, es como si estuviera en la Luna. Si me pasara algo, lo tendría complicado para llegar hasta uno de ellos y, con toda probabilidad, tendría que llamar a alguna unidad de rescate. Espero no llegar a eso, pero soy consciente ahora que la piel de mis brazos se está quemando considerablemente a pesar de las mínimas protecciones, y debo conservar aún la mitad de mi agua; pero el sol está alto y no hay cobijo hasta la vuelta.

Voy a pasarlo mal.

Afortunadamente, soy capaz de localizar el camino inferior de regreso. Uno que parece que, como dije antes, me llevará de vuelta sin tener que trepar y destrepar de nuevo por la parte alta del cordal montañoso.

Así, decido esta vez descender por la pedrera hasta alcanzarlo y volver por él. Me preocupa la temperatura de mi cuerpo y el no ser capaz de resistir el camino original, por lo que esta nueva ruta es un alivio para la moral.

Además, entre las numerosas rocas desperdigadas que muestran sus vetas de hierro al cielo; entre la colección de pizarras que a veces se adivinan entre los granitos, atisbo una curiosidad prehistórica que puede encontrarse en este macizo si se tiene suerte. Se trata de las cruzianas: huellas de actividad de algún tipo de ser vivo que, en este caso (según el Centro de Interpretación de Mares Antiguos de Monsagro), podría corresponder a las huellas de reptación de trilobites.

Hace 500 millones de años estas tierras estaban bajo el mar o apenas aflorando de él. Y las huellas fosilizadas de estos bichejos han llegado conservadas hasta nuestros días gracias a una elevación del terreno que las llevó a formar parte de unas montañas relativamente aisladas.

Encontrarse con estas cosas en el monte es siempre un regalo maravilloso y pienso que, a pesar de su dureza, La Hastiala no me quiere dejar ir con mal sabor de boca. Me encantaría poder llevarme alguno de estos vestigios a casa, pero los que encuentro son demasiado grandes y no está el horno para bollos. Temo un golpe de calor, así que mi prioridad no es cargar con más peso, sino llegar lo antes posible a la Fuente Buitrera, cerca del coche, para refrescarme y bajar la temperatura corporal.

Pero aún se me antoja tan lejos…

El último tramo se me hace durísimo.

Lo paso mal… como pocas veces antes en la montaña, y a punto estoy de llegar a vomitar a apenas un par de metros de la fuente. El golpe de calor es evidente, pero aún soy capaz de controlarme justo cuando llego a mi salvación. He logrado sacar fuerzas de flaqueza.

Es curioso como una salida que se antojaba sencilla, puede torcerse por una mala planificación… o, por lo menos, planificada de forma apresurada. No debería volver a pasarme, pero reconozco que mi cabeza no ha estado en su sitio últimamente y quizás no era la mejor manera de afrontar una travesía como esta.

Mientras rebajo mi temperatura corporal remojando mi cabeza y muñecas en la fuente, bebiendo el agua fresca del manantial, solo pienso en volver a casa para descansar. Pero, ¿a qué casa? A la mía le quedan pocos días para dejar de serlo, durante un largo tiempo… «¿Casa u hogar?«, me pregunto. Bueno, la casa no se donde será… puede ser realmente en cualquier parte. Pero el hogar solo hay uno: y ese es donde se encuentre mi familia. Y a ellos espero llegar a no mucho tardar.

Relleno entonces mi cantimplora de nuevo, cargo con mi mochila y me encamino al coche para dejar estos montes atrás… por última vez.

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