El Fichtelberg, con sus casi 1.215 m., es la montaña más alta del estado federal alemán de Sajonia; y durante 41 años fue además la prominencia más elevada de la hoy extinta RDA.

Su cumbre, como suele ser habitual en muchas montañas relevantes alemanas, está bastante humanizada. En ella podemos encontrar los edificios de una enorme estación meteorológica, el hotel conocido como Casa Fichtelberg (Fichtelberghaus) y las instalaciones del teleférico más antiguo de Alemania: el Fichtelberg-Schwebebahn. Junto con el cercano Klínovec (ó Kilionberg) de 1.244 m., en el lado checo, forma el centro de deportes de invierno más importante de los conocidos como Montes Metálicos Erzgebirge) donde ambos se engloban. De hecho, nuestro itinerario circulará cerca de algunas de las principales pistas e instalaciones del lado alemán de la frontera…

Sus laderas y paisajes están englobados dentro de un área oficial de protección del paisaje y cabe indicar que resulta notable la presencia de numerosas especies de las tundras del norte de Europa y otras nativas de los Alpes, con cubiertas de abetos (de donde proviene el nombre de la montaña), pinos y diferentes tipos de caducifolios, en función de la cota a la que nos encontremos. A pesar de su modesta altura, podemos referirnos a ella como de clima alpino debido a sus especiales condiciones y proximidad a esta gran cordillera. De hecho, no muy lejos de aquí, en Satzung, existe un bosque natural de pino de montaña enano (Pinus mugo) que normalmente solo se encuentra en la región alpina entre los 1600 y 1800 m de altitud.

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Localización: Oberwiesenthal – Coordenadas de aparcamiento gratuito (verano)

Tipo de Ruta: Senderismo

Longitud: 6 kms (ida y vuelta)

Duración: 2 h.

Época recomendada: Verano

Dificultad MIDE:  →

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking, GPS (o brújula y mapa) y agua. (más info…)

Ruta GPS: Fichtelberg

Recomendaciones:

  • No hay agua potable en el recorrido y aunque el recorrido no es largo, conviene llevar por lo menos 1l de agua en la mochila.
  • La montaña no reviste de dificultades técnicas, pero su clima (como en el resto de los montes Metálicos) suele ser bastante crudo. De hecho, a toda la región se la conoce en Alemania como: la Siberia Sajona o Bávara, según el caso. Por ello las precipitaciones, dependiendo de la época del año, suelen ser regulares y prolongadas. Y cuando el viento sopla de sureste (de Bohemia) se suele formar un intenso efecto de Foehn. Por todo ello es importante contar con un GPS que nos marque la ruta a seguir o, al menos… llevar mapa y brújula.
  • En el pie sureste de la montaña termina el Fichtelbergbahn, un precioso ferrocarril de vía estrecha que va desde Cranzahl Oberwiesenthal. Por tanto, para acceder a la montaña desde España bastaría con tomar un vuelo de la compañía Lufthansa hasta Dresden para, desde allí, tomar un primer ferrocarril hasta Cranzahl en donde terminaremos por subirnos al tren del Fichtelberg.
  • Como curiosidad, en la cumbre encontraremos una enorme campana (fundida en 1920) que sirve como monumento a la unidad alemana. La llamada «Campana de la Paz» (Friedensglocke) fue instalada en 2009 por iniciativa de Gerd Schlesinger, y su tañido se escucha desde la vecina República Checa simbolizando así también un repicar por una Europa unida.

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De nuevo en el camino…

Amanece un día precioso. Granates, azafranes y magentas que se abren paso por entre la oscuridad de una noche que he pasado tranquila (salvo un pequeño susto con un animalillo algo ruidoso) en este lugar tan alejado de otros en donde, hasta la fecha, en Europa, habré mirado hacia lo alto de un monte.

Esos colores, a pesar de su belleza, vaticinan lo que está por venir. A partir del media mañana hay previsión de lluvias. Así que si quiero llegar a esta modesta cumbre para luego cruzar la frontera checa debo darme cierta prisa.

Aunque bien es cierto que no va a ser un camino largo…

Termino de desayunar y me pongo en camino por esta pequeña pista asfaltada, restringida al tráfico; cuyo trazado me conducirá hasta las instalaciones de esquí de esta vertiente del monte para, después, empezar a remontar sus laderas.

Los parajes de estos modestos «Montes Metálicos«, cuya existencia apenas conocía hasta hace bien poco, no está exento de cierta belleza. Incluso el pueblo de Oberwiesenthal tiene un cierto aire a mitad de camino entre lo alpino y la vieja Europa del Este; todo lo cual le da un encanto muy curioso. Pero también es verdad que el que casi toda esta montaña esté «herida» con las numerosas cicatrices de las pistas para esquiadores, la convierten en un objetivo poco apetecible como montañero.

Si no fuera porque forma parte de mi proyecto «16 Gipfel» (además de ser una de las tres grandes «montañas medias» alemanas junto al Brocken y el Feldberg), en donde pretendo cubrir los techos de todos los Bundesland alemanes, probablemente no habría venido aquí nunca.

Sin embargo tengo la teoría de que «la montaña» siempre te regala algo. Sea esta difícil o no; sea alta o sea baja. Así que, mientras sobrepaso el primero de los cruces de mi itinerario, por el cual terminaré regresando dentro de un par de horas, simplemente me dejo llevar por esas sensaciones que tanto me gusta del monte… el canto de los pájaros, el aire en mi cara, el aroma de la Naturaleza… la soledad.

A pesar de encontrarme ante varios cruces, mi ruta en realidad no tiene mucha pérdida. Salvo en esa primera bifurcación, siempre habré de tomar el camino de la izquierda, en evidente ascenso. Cualquier otro me llevaría hasta el pueblo. Y yo lo que quiero es subir, no bajar.

Así, poco a poco, circulo bajo los cables hoy durmientes de los remontes, y dejo a mi derecha las casas y complejos hoteleros que alojan a los turistas en invierno (e incluso en verano, cuando se habilitan las zonas de salto). Poco más arriba, quedando también a mi diestra, una de las pistas de saltos de esquí (Fichtelbergschanzen) más grandes del complejo y de esta parte de Alemania.

Aunque la traza del camino se pierde ligeramente por aquí, por el prado, el objetivo es claro: la linde del bosque, donde se adivina una pequeña área de descanso dotada con un pequeño refugio libre. El Eckbauerhütte.

A mi espalda las vistas desde esta ubicación son bastante chulas, pero no quiero entretenerme. Este es un cruce de caminos donde convergen varios senderos balizados y no me apetece encontrarme con nadie. Hoy agradezco mucho esta tranquilidad. Me permite pensar…

Tomo así la vereda que sube de forma evidente por mi derecha, pasando junto a otra edificación que, en este caso, podría ser un refugio guardado pero que hoy permanece cerrado.

Una señal me indica que todo este tramo está vetado a esquiadores. Por lo que, si cruzara por aquí en invierno no tendría que preocuparme de los que bajen como locos sobre las tablas. Aunque ya se sabe que son muchos los que no «saben» leer carteles.

Me lo tomo con calma. No es que sea un camino muy empinado, pero tampoco me apetece romper a sudar en un recorrido tan «corto». Hace algo de fresco.

Llego así sin prisas al final del sendero y vislumbro al fin los últimos metros de los cables del teleférico que sube desde el municipio. A mi izquierda se alza la torre-mirador del hotel que se encuentra ya en la misma cima. Es una pena que casi todas las montañas de cierta relevancia en Alemania estén «humanizadas». Supongo que al venir de España, en donde no nos faltan alturas de todos los tipos y «colores», no se me ocurra pensar en principio que en un país como este en donde gran parte de su territorio es bastante llano se quiera aprovechar al máximo este tipo de orografías.

Pero no deja de ser una pena. Imagino lo bonito que llegaría a ser todo esto sin tanta infraestructura.

Finalmente alcanzo la cima en absoluta soledad y reconozco que, a pesar de todo lo que hubiera imaginado previamente, esta no carece de atractivo.

Una pequeña zona infantil construida con troncos de árboles se ubica cerca de la cumbre real. A pocos metros de un mirador desde el que se obtiene una magnífica perspectiva del cercano Klínovec, en la vecina República Checa; y al que iré más tarde (aunque sea en coche, por si finalmente me entra la lluvia).

Paso junto a la enorme campana que adorna el lugar, pensando lo impresionante que debe ser escucharla resonar por todo el valle y permanezco un buen rato por la zona, echando un vistazo a los paisajes que me ofrece bajo esta luz. Al final mi teoría se cumple… el conjunto es el precioso regalo de esta montaña.

Puedo ver gran parte de las tierras sajonas hacia el norte, cubiertos de pastos y bosques, y de Chequia hacia el sur.

Incluso me parece adivinar la silueta de unas prominencias en el horizonte, hacia el este, que bien podrían ser las montañas de arenisca del Elba del Parque Nacional de České Švýcarsko (o «Suiza Bohemia«), ya en el país vecino. Pero no me atrevería a jurarlo al 100%. Quizás algún día les haga una visita para comprobarlo…

Tras varios minutos haciendo fotografías, no me queda mucho más que hacer por aquí; así que empiezo el camino de descenso con mucha calma. Saboreando cada paso; porque últimamente no tengo al alcance tantas altas montañas como a mi me gustaría. Supongo que así es la vida… una fase de la misma cada vez; una aventura distinta en cada periodo. Sin embargo, en ocasiones no puedo evitar la añoranza.

Frente a mi, el cielo se cierra lentamente sobre el Klínovec.

Me acercaré de todas formas.

Y será como hacer un inesperado viaje al pasado. A un pasado decadente y soviético. Pero eso… eso es otra historia.

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