El Alto Rey, o Montaña Sagrada del Santo Alto Rey, es una montaña emplazada en el Sistema Central al norte de la provincia de Guadalajara. Su cima es una sucesión de pequeños repechos alineados que conforman la Sierra del Alto Rey, y entre los que destacan, de oeste a este, la ermita del Santo Alto Rey (1.858 m.), el vértice geodésico de Alto Rey (1.844 m), la Peña de los Gavilanes (1.759 m) y la Peña de los Rollos (1.730 m).

Otros picos subsidiarios destacados suyos son la Peña de Peribáñez de la Casa (1.584 m), la Peña de Mediodía (1.538 m), el Mojón Gordo (1.453 m) y el Bartibáñez (1.342 m).

De algún modo, el lugar es considerado «sagrado» o «mágico» desde tiempos celtíberos. Y son numerosas las leyendas que se narran en las poblaciones cercanas acerca de esta montaña que comprometen a brujos, gigantes, tesoros, lamias, héroes, milagros e incluso templarios, entre muchas otras. Aunque quizás las más conocidas sean las referidas a «los tres hermanos envidiosos», que implica además a otras montañas como el Moncayo y el cercano Pico Ocejón; o la del «aceite de la cueva». La primera de ellas está desarrollada en el «post» dedicado a la más alta y alejada de las tres cumbres: el Moncayo (2.314 m.). Y la segunda remite a una cueva bajo la ermita emplazada en la cima del Alto Rey, hacia la falda sur de la montaña, donde supuestamente manaba un aceite procedente del altar de dicha ermita. Y sobre el cual se dice que, cada día, el ermitaño se encargaba de recoger para ser usado como combustible del candil que iluminaba este lugar sagrado. Un día, un hambriento pastor que llevaba su ganado a pastar a la cima de la montaña (en otras ocasiones se cuenta que el hambriento era el propio ermitaño), decidió untar el aceite de la cueva en el pan para comérselo. Y fue que, desde ese momento, el aceite dejó de emanar en la cueva siendo sustituido por simple agua… como aún hoy ocurre.

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Localización: Prádena de Atienza

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 12 kilómetros (ida y vuelta, aprox.)

Duración: 3-4 horas (ida y vuelta)

Época recomendada: Todo el año

Dificultad MIDE:  →

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS: Alto Rey

Recomendaciones:

  • La ruta circula a lo largo de las zonas más elevadas de esta serranía, por lo que no encontraremos agua potable en el recorrido. Así, es recomendable llevar unos 2 l. de agua en la mochila.
  • La ruta no presenta dificultades objetivas en su desarrollo; sin embargo en invierno suele cubrirse de nieve con facilidad y, dada su ubicación y altura, también resulta estar bastante azotada por el viento. Por tanto es recomendable ir bien equipado en esa época del año para evitar sustos…
  • Como curiosidad, indicar que en la bóveda de la ermita se puede contemplar un grabado en la piedra donde se muestran tres cabezas situadas las unas de las otras de la misma manera que se sitúan geográficamente el Moncayo, el Ocejón y el Alto Rey.
  • Junto a la ermita del Alto Rey y en la cercana cumbre de El Picoz (1.806 m.) se elevan numerosas antenas de comunicaciones pertenecientes a las instalaciones militares (hoy abandonadas debido a que se controlan a distancia) identificadas como CT1 Centro de Transmisiones del Ejército. Y aunque bien es cierto que nos afearán la cumbre, no por ello debemos dejar de disfrutar del paraje que contemplaremos desde allí… ni del emplazamiento «mágico» sobre el que nos hallaremos.

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El apego…

Resulta difícil explicar lo que el apego, o el desapego, pueden llegar a significar para alguien. Hace ya bastantes años me dijo alguien, llegado de fuera de España, que el desapego era algo que le resultaba especialmente complicado en su día a día. Para mi, sin embargo… es más bien al contrario. El apego siempre ha sido un lastre, porque me ha impedido adaptarme con facilidad a determinados cambios y situaciones. Apego a la familia, a los amigos, a «la tierra»… a esa que ha sido tu hogar por años… o, en este caso, a las montañas.

Esos pensamientos vuelven a rondar mi cabeza mientras aparco el coche al borde de una carretera poco transitada, que será el punto de partida de mi solitaria excursión de hoy. La primera de cierta envergadura en bastante tiempo.

Hace frío, por otra parte. Bastante más del esperado para estar a comienzos del mes de agosto. Pero desde hace algunos años resulta evidente que el clima ya no es lo que era, y debemos adaptarnos; ya que revertirlo se antoja, por desgracia, especialmente complicado.

Con mis primeros pasos cuesta arriba no puedo evitar rememorar los últimos años de mi vida y soy muy consciente, aún más si cabe al aroma de las jaras y el piorno, de cuanto llego a echar de menos el caminar por el monte durante mi día a día.

El mundo y yo mismo hemos cambiado enormemente en el último lustro. Pero esa sensación de añoranza, al tiempo que de felicidad por estar aquí, no me abandona…

Me encamino así hacia lo más elevado de la Sierra del Alto Rey. El último de los «tres hermanos» legendarios citados más arriba que me queda por coronar; tras haber subido hace tiempo al Moncayo y el cercano Ocejón.

Desde que supe de esa bella leyenda, que cuenta como tres hermanos codiciosos fueron condenados a contemplarse eternamente sin poder hablarse, convertidos en montañas, me vi atraído por alcanzar las cimas de cada una de ellas. Quizás cuando era más joven las cumbres eran meros retos deportivos, pero hace tiempo que busco algo más allá arriba. Un contexto. Algo que las haga especiales más allá de su altura o su ubicación geográfica. Y, desde luego, estas tres cumplen todos los requisitos deseables.

En estas primeras rampas voy rompiendo a sudar y enseguida olvido el frío, al tiempo que voy recuperando una extraña libertad que casi creo perdida en mi cotidianidad de los últimos tiempos.

Soy consciente que los que me quieren saben como me siento alejado de estos parajes, dedicado más al cuidado de mis adorados peques y a trabajos de oficina. Y se también como a veces se sienten responsables, incluso dolidos, por verme… jodido. Pero, por mucho que trate de ocultar esos momentos, no siempre puedo evitarlo. Y me siento aún más jodido por saber que eso les hace sufrir.

Por eso precisamente, aunque parezca extraño y quizás no debiera haberlo hecho precisamente hoy, he decidido escaquearme hasta aquí.

Si no lo hacía ahora… no habría muchas más oportunidades estando de vacaciones. Y espero con ello poder cargar las pilas lo suficiente como para despejar mi cabeza de temas propios de la vida rutinaria.

Una vez que sobrepaso la primera de las alturas relevantes de esta serranía, el Mojón Gordo, las zonas arboladas y su protección van quedando atrás. Y con ello el viento empieza a azotarme con más intensidad que hasta ahora, haciéndome sentir de nuevo el frío que noté nada más bajarme del coche.

Un inusual frente polar se ha colado ayer en el norte de la península y hasta aquí se notan sus coletazos más meridionales.

Desde mi posición veo como el camino se divide en tres pistas que toman distintas direcciones a diferentes alturas. Mi rumbo, no obstante, parece evidente siguiendo la que circula bajo unos enormes paredones de granito que se extienden hacia el norte como una enorme muralla que protege al Alto Rey.

Cuando paso bajo ellos, un par de enormes buitres alzan el vuelo al verme llegar y se alejan majestuosos aprovechando las corrientes de aire.

Olvido mis preocupaciones a cada paso. Vaya si echaba de menos todo esto…

Poco a poco voy ganando altura.

Me noto un pelín desentrenado, pero no cansado. Últimamente le doy bastante a la BTT y al menos eso mantiene mi físico en condiciones razonables.

Sin embargo todo parece cambiar cuando llego cerca de la Peña del Mediodía, a terreno despejado, y he de abandonar la pista forestal para seguir por una trocha poco definida que seguirá remontando la Sierra hasta la cumbre del Alto Rey. Aquí, de repente, unos vientos racheados que casi me tiran al suelo empiezan a fustigarme por mi derecha y me obligan a cobijarme tras unas rocas para poder abrigarme.

Hasta hace un rato albergaba dudas de alcanzar mi meta debido a unas nubes que parecían constantemente adheridas a las cumbres. Pero confiaba en que, según avanzara la mañana, con el calor, se fueran deshaciendo… como así ha sucedido. Sin embargo este hecho ha resultado no ser tanto por acción del sol, sino por el fuerte viento que está batiendo la montaña. Si no fuera por el actual cielo despejado, y por la fecha en que nos encontramos, diría que estoy caminando en plano invierno.

Por unos segundos me planteo si debería abortar mi intento. Si la cosa se pone más ventosa, entre otras cosas el frío podría hacerme mella y la cosa podría ponerse delicada. Llevo cierto nivel de abrigo conmigo, pero no como para aguantar sensaciones térmicas cercanas a los cero grados.

A pesar de las dudas, decido confiar en mi instinto y experiencia y hago una apuesta: continúo y siempre puedo darme la vuelta si, llegado más arriba, la climatología se torna más complicada.

Me gustaría estar trepando a algunas de las cumbres junto a las que estoy pasando pero, con este viento y pensando en que probablemente acabaré sufriendo en el descenso con mis desentrenadas rodillas, prefiero no desviarme en exceso de mi camino y quedar al abrigo de estos ventarrones rodeando la Peña de los Rollos y la de los Gavilanes por el sur.

Esto finalmente me da un respiro y, tras localizar las antenas que «adornan» mi objetivo como una especie de extraña corona, logro alcanzar la zona elevada del cordal sin mayores problemas. Al salir a estos últimos collados el viento vuelve a golpearme, pero parece que con algo menos de intensidad. Aunque, ¿quizás sea porque ya me he acostumbrado a él?

Tras sortear algunos canchales en donde extremo las precauciones para que el aire no me desequilibre y haga que meta un pie donde no deba, afronto los últimos repechos esta vez de las propias laderas del Alto Rey.

Ignoro el vértice geodésico que marca una de sus dos cumbres y sigo adelante. Veo frente a mi las antenas de comunicaciones que flanquean la ermita que adorna el punto más alto del macizo y me encamino directamente hacia allí. Esa es mi meta última.

Sigue haciendo frío. Y los golpes de viento me zarandean con fuerza en ocasiones; pero  tengo mi objetivo a tiro de piedra y ya no pienso renunciar a él. Mi apuesta parece haber salido bien. Y menos mal… porque este lugar está tan apartado de todo que llegar hasta aquí en coche es casi más «problemático» que su escalada en si.

Tras unos minutos alcanzo la cima del Alto Rey y me siento junto al sagrado edificio que allí se emplaza.

Estoy feliz.

Estoy en paz…

El frío y el viento son ahora irrelevantes para mi.

Termino con esto un pequeño proyectito al que le tenía muchas ganas; pero, en verdad, mi actitud ahora no creo que se deba a esto. Quizás sea por haber alcanzado una montaña considerada sagrada desde antaño, y cuya energía me invade de un modo inconsciente que no acierto a comprender. O quizás todo sea producto de esa conexión que siento con la naturaleza en general, y con las montañas en particular.

No sabría decir.

Mi mujer siempre me comenta que sonrío de una manera especial cuando ando por aquí arriba. Boba… no es consciente que también lo hago cuando estoy con ella y los críos (a pesar de lo agotador que puede ser estar con esos dos en muchas ocasiones).

Me tiro un buen rato por allí, haciendo fotos, antes de plantearme el regreso. No es hasta que noto como mis dedos empiezan a quedarse algo insensibles que comprendo que va tocando ponerse en movimiento para activar la circulación y entrar en calor.

Echo un último vistazo al precioso Pico Ocejón, el segundo de los «hermanos», que destaca por encima del resto de cumbres hacia el oeste. Más allá se adivinan los perfiles de mi querida Sierra de Guadarrama. Hacia el noreste, se intuye también el altivo perfil del Moncayo, parcialmente cubierto por la bruma reinante en el horizonte.

No se si soy capaz de sentir «el espíritu» o la «vergüenza» de la que habla la leyenda de estos tres hermanos condenados; pero si que reconozco la belleza del lugar y me cargo de toda la energía posible que emana de aquí, y de sus allegados de piedra, para lo que esté por venir.

Inicio así el descenso por donde he venido, por la llamada «Senda de los Esquís«. Un camino de bajada que será sufrido debido a mi rodilla «mala», y que me hará pensar con cada paso en como fortalecerla si quiero seguir deambulando cual solitario montaraz por estos montes que tanto amo…

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