El Moncayo del latín Mons Caius​ o Pico San Miguel es una montaña del sistema Ibérico situada entre las provincias de Zaragoza y Soria. Con sus 2.314 m. es la máxima cumbre del Sistema Ibérico y uno de los picos más relevantes de la península ibérica. Desde 1978, un sector del monte en su vertiente aragonesa forma parte del hoy denominado Parque Natural del Moncayo (inicialmente la denominación con la que fue declarado área protegida era Parque natural de la Dehesa del Moncayo), con una actual superficie de 11.144 ha.

Cuenta con un Centro de Interpretación de la Naturaleza en Agramonte.

Su prominencia y carácter de montaña exenta y hegemónica sobre las tierras del valle del Ebro ha contribuido a que su mole haya sido tenida por mágica y sagrada desde tiempos de la presencia de los celtíberos y la posterior conquista romana. Y de ahí seguramente su nombre, Mons Cadius > Cayus – de cada/cata = cuesta/pendiente/inclinación-: «Monte (muy) pendiente o de (mucha) cuesta».

La montaña tiene tres circos de origen glacial, que reciben el nombre de hoyas; estas son Hoya San Miguel, San Gaudioso y Morca. El macizo del Moncayo consta de tres cumbres que superan los 2.000 m de altitud; el Moncayo de Castilla o Peña Negra, de 2.118 m; el propio Moncayo, de 2.316 m; y Lobera, de 2.226 m. Otras secundarias son San Juan, de 2.283 m; Morca (o Alto del Corralejo), de 2.273 m; y Peña Negrilla, de 2.171 m. Después, el macizo se extiende hacia el sudeste con cumbres menores que rondan los 1.500 m (Sierra del Toranzo Sierra del Tablado).

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Localización: Cueva de Agreda

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 8 kilómetros (aproximadamente)

Duración: 5 horas

Época recomendada: Primavera a Otoño

Dificultad MIDE:  → 

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS: Moncayo

Videotrack disponible:

 

 

Recomendaciones:

  • Hay agua en el recorrido, pero aún así, es recomendable llevar al menos 2 l. de agua en la mochila.
  • Debido a su ubicación, altura y aislamiento, esta montaña puede volverse traicionera con el clima, sobre todo en invierno. Por tanto, conviene ir preparado y consultar los partes meteorológicos.
  • El camino no tiene pérdida, tan solo hay que seguir las marcas blancas y rojas del GR-86.
  • Cueva de Ágreda es una localidad reconocida incluso a nivel internacional, curiosamente, por sus torreznos. Así que, merece la pena darse el gusto de una ración con una cerveza al bajar…

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Casi un año ya desde que pisé una montaña digna de tal nombre. Un año duro a nivel laboral y personal, ya que tener dos «peques» en casa pasa su factura. No los cambiaría por nada del mundo, pero reconozco que en ocasiones necesito una desconexión para volver a ellos con las pilas cargadas. No se merecen otra cosa que un «papi» feliz.

Mientras miro el camino que parte junto a la casa rural El Vallejuelo, respiro profundamente para dejar que el aire fresco me empape los pulmones antes de empezar a caminar.

Para recordar sensaciones demasiado tiempo aparcadas…

Corazón, vete a la Sierra
y acompaña tu sentir
con el tranquilo latir
del corazón de la tierra…

Empiezo a caminar a sabiendas de que esta ascensión va a hacerse dura, dada mi falta de forma; pero este «entrenamiento» debe servirme para los importantes planes que voy a acometer este verano. Este es mi proyecto montañero número 100… y, como tal, debo honrarlo al nivel que se merece y subir lo más dignamente que pueda.

Enseguida dejo atrás una cadena que impide el paso del tráfico rodado al sendero y me adentro en un magnífico robledal salpicado por varios arroyos. Hace fresco, y el camino a esta hora se antoja realmente agradable. Me voy notando a gusto en el paso.

A la vera del camino aparecen numerosos jarales que, a la vuelta, estarán en plena ebullición.

Resulta increíble que aún se mantengan en flor a estas alturas de año, pero está siendo un 2018 muy extraño, climáticamente hablando… como si todas las estaciones llegaran tarde. Otra razón para no haber podido haber hecho más actividades.

Poco más adelante, llego a un punto en el bosque en que parece que el camino cruza el río, pero fijándome bien en las marcas del GR, compruebo que no debo cruzar sino caminar en la margen izquierda del río; dejándolo por tanto siempre a mi derecha. Así que no lo vadeo y continúo adelante.

Resulta realmente reconfortante y hermoso caminar todo el rato tan cerca del agua. Elegí esta ruta por ser más solitaria que la que sube desde Zaragoza y al final, además de serlo, se ha revelado como más hermosa de lo previsto.

Cuando veo a lo lejos mi objetivo, y empiezo a notar como el camino asciende lentamente, no puedo evitar pensar en cuanto ha cambiado mi vida desde que empecé a «dedicarme» a la montaña más en serio. Cien proyectos y muchas más cumbres que me han llevado a conocer lugares mágicos de España que nada tienen que envidiar a otros de más allá de nuestras fronteras; aunque, gracias a estas aspiraciones, haya descubierto también sitios increíbles en otros países que he podido compartir con mucha gente.

Una forma de existir que no cambiaría por nada.

Recuerdos para toda una vida.

Y los que aún quedan…

Lentamente voy ascendiendo, en un paso que no resulta excesivamente cansino. Pero según veo como se eleva el monstruo del Moncayo frente a mi, por el valle que tengo que recorrer en breve, mis expectativas no son precisamente de gozo.

Cruzo finalmente el arroyo por un cómodo vado y agradezco no llevar pantalones cortos ante la cantidad de ortigas que pueblan en este tramo la trocha. El nacimiento del curso de agua gira hacia mi izquierda y confirmo que desde ahora caminaré sin compañía.

Empieza lo más duro: remontar la parte final del Barranco del Colladillo.

Es aquí cuando mis piernas empiezan a quejarse de la falta de costumbre.

Se me antoja un sufrimiento, pero mi cabeza no cede. Eso es lo importante. Más aún cuando la subida parece interminable.

Así, intento desviarla en otras cosas y trato de centrarme en el significado de esta famosa montaña. Un paso después de otro; y la leyenda conmigo…

Una de las cosas que siempre me han atraído de las montañas son las historias que las rodean. Su cultura y sus leyendas.

Y el Moncayo es quizás de las montañas más mágicas de España por los mitos y tradiciones que la envuelven desde tiempos antiguos.

Cuenta una de estas leyendas (quizás la más famosa) cuenta que el Señor y brujo de una tribu prerromana, poseedor de riquezas y de un extenso territorio entre las tierras de lo que hoy son las provincias de Zaragoza, Soria y Guadalajara, enviudó y tuvo que hacerse cargo de sus tres hijos, que se llevaban muy mal, guiados por la envidia y la codicia por conseguir la herencia de su padre. Las duras peleas entre los hijos iban siendo cada vez más frecuentes, hasta que el padre, harto de las riñas entre sus hijos, decidió cargarles una maldición eterna de tal manera que pudieran verse pero no hablarse, convirtiéndoles así en tres altas montañas que situaría a cada extremo del territorio para que sirviera de ejemplo para tribus cercanas: el mayor, Moncayo; el mediano, Ocejón, y el pequeño, Alto Rey. Mucho tiempo después, un niño subió al Alto Rey, el menor de los tres hermanos, y pudo contemplar la vergüenza con la que se mostraban los hermanos.

Regreso por un segundo a la realidad. Estoy llegando al Collado del Alto de las Piedras y veo gente desde la vertiente maña, pero mi cabeza debe insistir en otros temas para olvidar el dolor de las piernas.

Así, recuerdo un par de cosas más: primero, que en la ermita situada en la cima del Alto Rey se puede contemplar un grabado en la piedra en la que se muestran tres cabezas situadas las unas de las otras de la misma manera que se sitúan geográficamente las tres montañas.

Y segundo, que otra de las leyendas que se atribuye al monte se refiere a que aquí se encuentra la tumba del gigante Caco, matado por Hércules, quien lo enterró bajo el monte, que recibió el nombre de Moncayo (Monte de Caco). Se dice que las aguas del río Queiles manaron rojas durante una semana por la sangre derramada de Caco.

Desconozco si esta última leyenda tendrá algún viso de verdad, pero cuando veo la cara este del Moncayo, con su espectacular hoya glaciar a mis pies… me siento reconfortado, y fuerte. Como si fuera Hércules o aquel gigante mítico.

Estoy a pocos metros y veo que otros montañeros se aproximan a mi posición.

Quiero llegar antes que ellos.

Así que, aprieto el paso y, a pesar del cansancio, asciendo como una locomotora hasta llegar a la cumbre.

Por un instante y aunque técnicamente no sea una montaña complicada, me siento como James Cagney en Al Rojo Vivo… «En la Cima del Mundo«.

La cumbre es la esperada de un gigantesco domo como es el Moncayo, y su suelo de hierro y pizarra es utilizado para salpicar de vivacs todo el área. Sin duda, debe ser todo un espectáculo ver amanecer o atardecer desde aquí, ya que nada salvo la calima entorpece la visión de aquí a Pirineos o el Sistema Central.

La montaña hace honor a su fama y no deja de soplar un aire constante y, en ocasiones, fuerte; que me lleva a pensar en todos los inexpertos que esta montaña se cobra, sobre todo en invierno.

Doy un pequeño paseo por la cumbre mientras no paro de ver gente ir y venir. Por un momento me da la impresión que toda la arista desde la vertiente aragonesa se parece mucho a la M-30. No me gusta que haya tanta gente, pero entiendo que es una cumbre muy cotizada.

Me acerco al monumento que los montañeros de Aragón levantaron en honor a la Vírgen del Pilar, más bonito en mi opinión que el propio vértice de la cima, y hago una foto que conmemore el proyecto número 100 de Iberotrek.

De ahí, solo me resta descender y, con toda seguridad, afrontar el dolor que mis rodillas me van a dar. Pero, antes de ello, me animo a algo más… tengo tiempo…

¿Por qué no?

Empiezo a remontar el «camino de los maños» hasta pasar primero por la pequeña cumbre del Cerro del San Juan (con el Moncayo detrás)…

… para, tras dejar atrás el Alto del Collado de las Piedras, encaramarme al Morca o Alto del Corralejo.

Me llevo así tres cotas del Macizo en una sola visita, y sin un gran sobreesfuerzo. Imagino que la mayoría de los que me vean se preguntaran que a dónde voy, pero las vistas merecen la pena y así me alejo un poco de la multitud.

Al ver todo esto, pienso en cuando me hubiera gustado venir en invierno; pero imagino que esa opción tendrá que esperar todavía un tiempo.

Doy media vuelta y mis pasos ya solo me pueden llevar hacia abajo. Las previsiones se cumplen: las rodillas no perdonan. Si quiero seguir haciendo montañas, debo entrenar más. Hacerlas fuertes para no sufrir tanto. Porque no pienso renunciar a tocar el cielo con mis propias manos…

La parte más empinada del barranco, llena de roca suelta, me hace pasarlas canutas en algún momento; pero el lejano rumor del arroyo me da esperanzas que la parte cómoda esté cada vez más cerca. Entonces lo llevaré mejor.

Una vez me planto de nuevo junto al río, todo se suaviza.

El campo se llena de jaras y el ambiente se embriaga de aroma.

Todo termina bien, y me voy satisfecho. Preparado, creo, para acometer Peña Trevinca, techo de Galicia, la semana que viene. Solo me resta probar esos ricos torreznos del pueblo, a ver si tienen tanta fama como los concursos, e incluso la televisión, dicen.

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