El Pico del Lobo (2.274 m.) es la montaña más elevada de Castilla La-Mancha y de la Sierra de Ayllón, situada entre las provincias de Guadalajara y Segovia, siendo límite natural entre ambas. Al Pico del Lobo le secundan varios subsidiarios entre los que destacan el Cervunal (2.194 m.) al oeste, el Alto de las Mesas (2.257 m.) al norte y la Buitrera de los Lobos (2.221 m.) al sur.

Mientras su falda sur, en la provincia de Guadalajara, se mantiene virgen próxima al Parque Natural del Hayedo de Tejera Negra, en la falda norte, en la provincia de Segovia, se halla la estación de esquí de La Pinilla. Si bien, esa virginidad de la falda sur se vio amenazada por la posible instalación de una base militar en su cumbre, hasta que en 2004 dejó de ser zona de de interés estratégico-militar; el 8 de noviembre de 2005 el Consejo de Gobierno de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, por Decreto, declaró su protección natural mediante la creación de la Reserva Natural del Macizo del Lobo-Cebollera.

La ascensión más suave puede afrontarse desde el Puerto de La Quesera (1.733 m.) en unas cinco horas, ida y vuelta; o subir desde la estación de esquí de La Pinilla, con una pendiente más acusada.

Aquí disponeis de los datos de la primera de las rutas indicadas:

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Localización: Riofrío de Riaza

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 16 kilómetros (aproximadamente)

Duración: 5 horas

Época recomendada: Todo el año

Dificultad MIDE:  → mide_PicoDelLobo

Equipación mínima: Bastón (crampones), mochila, botas de montaña y agua. (más info…)

Ruta GPS: Pico del Lobo

Videotrack disponible:

Recomendaciones:

  • No hay agua potable en el recorrido, es recomendable llevar al menos 2 l. agua en la mochila.
  • Aunque es una ruta que puede efectuarse en cualquier época del año, quizás en invierno sea interesante llevar crampones o raquetas, según la dureza de la nieve.
  • Pasado el Puerto de Quesera, hacia Castilla-La Mancha, comienza el Hayedo de Tejera Negra. Hermoso y poco conocido rincón de la sierra de Guadalajara que es recomendable visitar en otoño para disfrutar de sus colores…

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Cuenta una vieja leyenda que, en un tiempo sin tiempo, cerca de uno de los principios, la luna era siempre redonda y lejana, atada detrás del cielo y colgada de la nada entre vacíos.

Miraba el mundo a sus pies coronada de plata y olvido. Y estaba bien mirando en la distancia. Pero una noche, distraída, se acercó demasiado a la Tierra y se le enredaron los dedos en las ramas de un árbol. Cayó de pie sobre la hierba y de repente le salió al paso una sombra oscura: pelo crespo, ojos negros y una sonrisa lobuna.

Cabriolas de luz de luna enmarañada, de lobo jugando entre arbustos y colinas. Aullidos y risas y rumor de estrellas entre las hojas. Pero todo lo que empieza acaba y el lobo volvió al bosque y la luna al cielo. Cuenta la leyenda que antes de separarse, la luna le robó al lobo su sombra para vestirse de noche el rostro y recordar el aroma de bosque. Y que desde entonces el lobo sube a las montañas y le aúlla a la luna llena que le devuelva su sombra…

Y es a la sombra de los montes de Ayllón donde me vienen a la cabeza estas antiguas palabras mientras me pregunto, como tantos otros, el por qué del nombre de este pico. Pero la respuesta ha quedado abandonada tiempo atrás. Quizás sea aquí donde sucedió todo hace tanto, que la memoria ya ha olvidado incluso el nombre del primer lobo y la primera luna…

Puerto De La Quesera
Desde el Puerto de la Quesera contemplo mi camino y los bosques y vergeles que a mis pies se extienden. Tras de mi, el inmenso Hayedo de la Pedrosa se derrama por las laderas de los montes colindantes, y una explosión de tonos verdes, morados y amarillos me sobrecoge. El campo está realmente bonito hoy…

Esta ruta (según todas mis informaciones) es un camino fácil, planteado desde aquí. Por eso en esta ocasión he logrado convencer a algunos amigos, menos aficionados que yo a trepar por las rocas, a que me acompañen. Espero que lo pasen bien mientras iniciamos la marcha, bajo lo que se promete un día con un sol de justicia…Flores en el Camino

Dejamos los coches a nuestra espalda mientras comenzamos a subir por la pista forestal que sale desde el puerto hacia poniente. Ya con nuestros primeros pasos empezamos a sufrir lo que se va a demostrar como un auténtico suplicio a lo largo de toda la travesía… las moscas. Las lluvia de los últimos días sumadas al repentino y abochornante calor que nos ha sorprendido desde ayer, hace que cientos de ellas pululen a sus anchas por doquier.

Mientras caminamos tenemos que espantarlas con las manos para no comérnoslas.

El camino se revela como un pequeño pedregal relativamente fácil de caminar pero con más pendiente de lo que yo esperaba. A mi lado camina Zar, el perro de raza husky de mi amigo Eduardo. Me gusta caminar con él por el campo porque es un compañero fiel que mantiene tu paso y no te deja solo mucho tiempo; y en esta ocasión siento algo especial porque me parece que me dirijo hacia un pico cuyo nombre le representa en cierta medida.

Y para mi es como si caminara junto a mi propio lobo, que me guía hacia su casa…

Pronto alcanzamos la primera de las alturas del cordal en el llamado Prado Llano, y nos detenemos a esperar a nuestros amigos que llevan un paso algo más retrasado. Empiezo a preocuparme porque veo frente a mi las subidas que aún nos esperan y no me parecen tan fáciles para ellos como supuse en un principio.

Al final del día, para mis compañeros este pensamiento se convertirá en una realidad en si misma.

Las moscas están realmente pesadas y aún nos queda mucho trecho para alcanzar las rocas de Las Peñuelas donde los pequeños pinos y los setos desaparecen y con ellos, seguramente, estos malditos insectos.

Cordal de la Pinilla
Tras una pausa, seguimos caminando, recorriendo todo el Cordal de la Pinilla rumbo al oeste. A nuestra derecha, bajo nosotros, el pequeño embalse de Riofrío de Riaza destaca como un espejo entre los árboles. Más allá, las tierras de Segovia se extienden hasta donde alcanza la vista como un mar de pastos y cultivos.

Bajamos hasta el Collado de San Benito donde a la vuelta encontraremos varias vacas pastando. Es un buen sitio para comer si fueramos mal de tiempo, pero nuestro horario es correcto e iniciamos otra subida, esta algo más dura, hacia el Cerro del Aventeadero (2.000 msnm), llamado así por los vientos que lo azotan en invierno.

Durante la subida nos encontramos a un montañero con una hermosa perra de raza «labrador» que nos indica que en poco más de una hora podemos ya alcanzar la cima del Pico Lobo. Esto me da ánimos y continúo la subida hacia el cerro seguido de Mónica y Eduardo (que se ha tenido que poner la camisa en la cabeza a modo de turbante para que no le «coman» las moscas). Algo más lejos, Amador y Enri siguen subiendo con algo más de esfuerzo.

Estación de Esquí de la PinillaPobrecita… soy consciente de que me va a matar si logramos llegar arriba.

Desde lo alto del cerro podemos ver por primera vez las instalaciones de esquí de La Pinilla, ahora cerradas por falta de nieve. A nuestra izquierda un inmenso bosque secundario (reforestado por el hombre) se extiende en hileras de pequeños pinos hacia el sur, salpicado en ocasiones de los colores vivos de las «escobas» que los rodean.

Aquí decido salirme del camino principal y seguir un sendero de hitos que me llevan por la arista del cordal. Me apetece hacer un poco el «cabra» y saltar de roca en roca junto a Zar, que no me deja solo ni un solo momento.

Al cabo de un rato, Eduardo, Mónica y yo volvemos a juntarnos e iniciamos el ascenso hacia el Collado de las Peñuelas, el último obstáculo antes de tocar la cima del Pico del Lobo. Amador y Enri van bastante retrasados, pero confío en que, a su ritmo, lleguen sin problemas.

Arista del Aventeadero
Esta última cuesta reconozco que se llega a hacer pesada. Después de llevar recorrido todo el cordal, esta subida no la esperaba tan empinada y mis amigos se van quedando, poco a poco, retrasados sobre Zar y yo. Pero nos hemos marcado un ritmo y no lo abandonamos bajo ningún concepto o es posible que luego nos costara mucho retomarlo.

Tardamos un rato en llegar hasta arriba. Aquí la vegetación se ha vuelto ya muy baja. Apenas hay setos y se revela un paisaje más propio de la alta montaña.

Zar y yo encontramos una fuente natural a la vera del camino y el pobre animal se desahoga bebiendo durante unos buenos minutos. La verdad es que si no fuera por las nubes que de vez en cuando nos dan un respiro, esta excursión estaría resultando agotadora. Hace un calor considerable y hay que mantenerse hidratado.

Por fin alcanzamos el collado y, al cruzar definitivamente a Guadalajara, como si nos estuvieran dando un premio a nuestro tesón, frente a nosotros se nos aparece por primera vez el Pico del Lobo.

Cimas de los Lobos
En su cima, un viejo remonte abandonado de la estación de La Pinilla se alza medio derruido y afeando la cima. Pero a mi me resulta espectacular, porque me recuerda a una especia de atalaya medieval donde nos espera la recompensa a nuestro largo camino.

Mónica está agotada junto a mi, y decide no alcanzar la cima, prefiere descansar junto a Edu en los prados que se extienden en su base. Llegados a este punto, yo no voy a rendirme y el camino a la cumbre es más un paseo que una trepada. Así que me pongo en camino seguido del inseparable Zar, que se está portando como un campeón.Cima del Pico Lobo

Delante de ambos, justo detrás de las ruinas del remonte, se alza el vértice geodésico que marca la cima más alta de Castilla La-Mancha. Pero antes de sentarme sobre ella decido acercarme a otra cumbre secundaria, más salvaje y bonita, que se encuentra al oeste: el Alto de las Mesas, flanqueado por unos cortados que descienden hasta el valle todavía con algo de nieve.

Subir hasta él no supone ninguna dificultad y permanezco allí un rato junto al perro, contemplando el paisaje.

Tras reconocer un poco el terreno, Zar se detiene un rato a contemplar la estepa de Castilla. Silencioso. Inerme. Cómo si algo dentro de él, primario, instintivo, superior a su cansancio, le llamara. Me hallo en lo alto de las cimas de los lobos, junto a un viejo lobo de compañero. Recuerdo viejas historias de mi tierra y de cómo veneraban a estos animales. Ciertas palabras acuden a mi mente…

El lobo sin manada es hermoso,
ama la vida, recuerda la camada.
Hay en su triste mirada un destello peligroso,
pues es el lobo solitario
el que ama y mata.

Zar contempla la estepa castellana
Sonrío para mis adentros y con un gesto le saco de su contemplación para darle de beber de mi propia cantimplora. Es la hora de hacer cumbre, y juntos nos encaminamos hacia allí.

No tardamos ni cinco minutos en hollar sus alturas y, tras hacernos una foto juntos (me apetece fotografiarme con «mi lobo» en este sitio), Zar se tumba a descansar un rato mientras yo contemplo el paisaje embelesado.

Charlamos unos minutos con unos chicos que llegan tras de nosotros, antes de iniciar el descenso a los prados donde nos esperan nuestros compañeros. Allí, comemos tranquilamente, reponemos fuerzas y nos hidratamos bien.

Ya solo nos queda iniciar el descenso. Las cuestas que antes hemos subido ahora se nos revelan un poco «rompepiernas», ya que las rodillas sufren por el desnivel y las rocas. Nos da envidia un tipo que sobrevuela nuestras cabezas con un parapente… Pero, al final, tardamos menos en llegar a los coches que en el camino de ida, aún tras efectuar un curioso rodeo por otra senda que nos salva de tener que cubrir de nuevo algunas cuestas.

Las moscas vuelven a salir a nuestro encuentro, pero en menor medida. Y, tras llegar a los coches y descansar unos minutos, nos encaminamos con el sabor del trabajo bien hecho hacia Riaza para degustar las ya tradicionales cervezas que nos otorgamos como premio a estas excursiones.

Mientras bajamos por la carretera, cubiertos por las copas de las hayas y los pinos devuelvo mi mirada hacia el Pico del Lobo, que una vez más se alza solitario entre montañas. Elevando su mirada hacia el cielo, en busca de la luna que le quitó su sombra…

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