El Cerrón es una montaña situada en el cordal central de la Sierra de Ayllón (continuación natural de la Sierra de Guadarrama), en el término municipal de El Cardoso de la Sierra, sito al noroeste de la provincia de Guadalajara. Con sus 2.197 metros de altitud es la tercera montaña más alta de la sierra de Ayllón, tras el Pico del Lobo (2.272 msnm) y Las Peñuelas (2.211 msnm).

Es una montaña altiva pero de relieves suaves, como todas las de la zona, yergue su alargada cresta sobre profundos valles. Sus laderas están cubiertas de robles en las zonas bajas y matorral y prado en las superiores. Sus crestas son estrechas pero se pueden recorrer caminando. Es quizás de las más atractivas de ascender por sus numerosas rutas, de toda la Sierra de Ayllón. En sus faldas nacen varios arroyos que discurren hacia el sur hasta desembocar tras escaso recorrido en los ríos del Ermito, al oeste, y Berbellido, al este, donde se sitúan los puntos mínimos del monte.

Consta de una cumbre principal, prácticamente libre de vegetación salvo algunos matorrales, y varias lomas y subsidiarios. A mitad de la montaña se extiende a ambos lados sendos bosques de coníferas, principalmente pinos.

Rodeado de «pequeños dosmiles», por su vertiente sur encontramos el Pico Santuy o Cerro de Calahorra (1.927 msnm) cuyas laderas se adentran en el famoso Hayedo de Montejo, uno de los más meridionales y bellos de Europa, y paraje protegido. El Santuy debe su peculiar nombre al Real Sitio de Santuy, monasterio cisterciense dedicado a San Audito o San Audicio, un santo martirizado hacia el siglo II o III en Buitrago de Lozoya. Derivado del nombre de este santo podría venir los posteriores topónimos de Santoid y Santuy que tomaron también, a parte del monasterio al que se hace referencia, dos aldeas en lo que hoy es la provincia de Soria.

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Localización: Cardoso de la Sierra

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 18 kilómetros (ida y vuelta)

Duración: 4 horas y 40 minutos

Época recomendada: Todo el año (aunque en invierno puede ser necesario el uso de raquetas)

Dificultad MIDE: mide_ElCerron

Equipación mínima: Bastón, raquetas de nieve (en invierno), mochila, botas de montaña y agua. (más info…)

Ruta GPS: El Cerrón

Recomendaciones:

  • No hay agua potable en el recorrido, es recomendable llevar al menos 2 l. agua en la mochila.
  • Aunque es una ruta que puede efectuarse en cualquier época del año, quizás en invierno sea interesante llevar crampones o raquetas, según la dureza de la nieve. Y dado que las temperaturas de la zona pueden bajar entonces de 0ºC, es conveniente llevar buen abrigo.
  • De las rutas de ascensión, esta es quizás la más sencilla y rápida. El acceso desde el Rio del Ermito o la Loma del Picaño son algo más exigentes y hermosas. Y, desde luego, una visita obligada, pero reservando con 2 meses de antelación, es al Hayedo de Montejo. No lo dudéis.

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Cerros erguidos, prominentes.
Centinelas aguerridos y leales
Nidos de águilas
sobre la superficie del viento

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Vuelvo a encontrarme en los solitarios parajes de la Sierra de Ayllón

Dejo tras de mi el mágico enclave del Hayedo de Montejo y me adentro en tierras de Guadalajara rumbo a esa sierra casi desconocida para los madrileños, aún teniéndola tan cerca.

Es quizás por eso que me atraen tanto estos parajes. Lejos de estar masificados como las grandes alturas de Guadarrama, aquí puedes estar prácticamente solo y sin tener muy claro qué te vas a encontrar en esa ruta o ese día.

Cruzo Cardoso de la Sierra y, tras pasar el pequeño Arroyo del Ejido, me desvío a la izquierda por una pista de tierra. En la segunda curva pronunciada, junto a una nave, otra pista sale hacia el este. Aquí dejo el coche y me dispongo a empezar el camino.

El día promete ser caluroso, así que he madrugado para estar aquí prontito y caminar con «la fresca» todo el tiempo que me sea posible.

Oigo el ladrido de los perros que se desperezan abajo, en el pueblo. Pero pronto los dejo atrás según me adentro en el relente y hermoso robledal por el que circula la senda.

Las primeras rampas son algo pronunciadas y pronto empieza a notarse en las piernas. Aún así, el camino no presenta ninguna dificultad y tan solo hay que seguir la pista principal sin realizar ningún desvío. Únicamente hay que seguir el camino más evidente.

No se oye ni un alma. Frente a mi, las paredes rocosas de la cara sur del Pico Santuy se adivinan entre la floresta. Y mi nariz es asaltada por numerosos aromas que solo pueden apreciarse en este tipo de bosques. A diferencia de los pinares que pueblan la zona de Cercedilla, Navacerrada o El Escorial, donde los árboles transforman el suelo en un terreno ácido casi sin vegetación baja; aquí la superficie es rica en helechos y arbustos lo que hace que el caminar por la zona resulte más fresco que en otros lugares.

El suelo está cubierto por un polvillo de reflejos metálicos y, como iré descubriendo a lo largo de la jornada, esto se relevará como un producto de los granitos de intensos brillos de más arriba, lajas cortantes que me recordarán vagamente a los Picos de Europa y magnificas formaciones de cuarzo como no he visto en otros lugares de por aquí.

Continúo mi devenir por la pista que serpentea por la ladera del monte, sin muchas novedades.

Al fin, empiezo a ver como los árboles empiezan a desaparecer y comienzo a ver más abiertamente el despejado cielo azul que se extiende por encima de mi. Llego a la Loma de la Dehesa.

Tras una curva, veo un muro de piedra. Está abierto para permitir el tránsito. Tras él la primera sorpresa del día me abruma cuando veo la cresta de la Loma del Picaño alzarse frente a mis ojos, como un colosal muro natural que impide el paso de fuerzas mucho más poderosas que la mía. A mi izquierda, contemplo claramente mi primer objetivo, el Santuy. Y a lo lejos, las rocas de El Cerrón. Cruzo el muro y por debajo de mi se abre el Barranco del Canalejas que se hunde en la tierra arañado por los ramales de agua que nacen en los altozanos en un espectaculo de verdor, sombras y rayos de sol…

Laderas de bosques cubiertas
y remanso de cascadas.
Cimas de mis fantasías.
Simas de mis arrogancias.

Continúo mi camino dirigiéndome hacia la izquierda, al noroeste.

En la ruta todavía me encontraré algunos pequeños grupos de árboles, concrétamente pinos, que me darán algo de sombra al andar. Debo estar acercándome a la cota 1.800-1.900, porque ningún árbol excepto ellos crece a esta altura. Aún así, poco más adelante, todo atisbo de sombra desaparecerá, encontrándome a merced del astro rey.

Con el calor que se avecina (anunciada una ola de calor entrando a partir de la tarde), me hallo ahora en una carrera contrarreloj.

Continúo mi camino y el paisaje se me antoja extraño, muy diferente al de Guadarrama. No me atrevería a decir que es un paisaje alpino, pero si más semejante a otros macizos españoles que a los del Sistema Central.

Es realmente bonito.

Mientras disfruto de las vistas, voy llegando al cruce de caminos desde el que me dirigiré a El Cerrón. No obstante, antes tengo que encontrar la manera de subir al Santuy para hollar su cumbre.

Curiosamente la solución se presenta sola al ver un hito de piedras formado entre los piornos a mi izquierda. No veo muchos más pero se adivina la ladera despejada de vegetación por la que se puede ascender sin molestias; así que, me desvío y empiezo a subir.

La ruta de hoy ha de servirme como uno de los últimos entrenamientos para mi viaje al Mont Blanc en menos de un mes.

Por el momento, me veo en forma, bien de piernas… bien de «pulmones» (mi eterno handicap)…

La subida no es difícil y pronto llego a una formación rocosa, con piedras afiladas inclinadas hacia el norte, que resultan ser el comienzo de la cresta cimera del pico.

¡Vaya! Por alguna razón en esta ruta me he sentido más atraído por el Santuy que por el propio Cerrón. Y ahora se revela como un monte divertido en su cumbre, que me hará disfrutar un poco de una cresta muy chula (y nada complicada).

Al fondo veo la cima y, a lo lejos, el Peña de la Cabra y la Sierra del Lobosillo, que será mi próximo objetivo para intentar recorrerla íntegramente en el menor tiempo posible y, así, potenciar un poco parte de mi entrenamiento cardiovascular.

Tras unos minutos llego al vértice geodésico y hago las pertinentes fotos mientras admiro el valle a mis pies, y trato de adivinar la riqueza de los árboles que pueblan la zona.

A mi espalda, lejos, al norte: El Cerrón.

Silencioso.

Alto…

La pista serpentea entre rocas rumbo a él. Y yo ya me pongo en camino.

Aún parece lejano, pero se que las distancias engañan en montaña y puede que no esté tan lejos como se adivina. Aunque tampoco me hago ilusiones.

Desciendo hasta el collado y trato de localizar visualmente la Choza de la Calahorra. Una vieja cabaña de pastores que puede servir de refugio si el tiempo te sorprende en malas condiciones. Pero no lo consigo y no pierdo el tiempo, continuando mi camino.

El calor empieza a apretar y sopla poco el aire.

Me dirijo al Collado de Ortigosa, dejando al Loma del Picaño a mi derecha. Puede que, si luego voy con tiempo la recorra, porque me resulta muy atractiva.  Por aquí todavía, y gracias a la posición del sol, todavía puedo disfrutar de unas leves sombras y parece que no soy el único que lo piensa.

Empiezo a escuchar un único y monótono silbido.

Es raro, no acierto a reconocerlo.

De repente me fijo en un  pajarillo que no había visto nunca antes en libertad. ¡Un roquero rojo! ¡Qué bonito es! Se distingue perfectamente su color anaranjado en el pecho, combinado con el pardo de sus alas y el plateado. No se asusta al verme y me permite hacerle una foto antes de salir volando.

¡Guau! Se me pone cara de niño feliz al haber tenido esta oportunidad. Que chulada…

Camino contento y pronto llego sin esfuerzo al collado donde un grupo de vacas pasta con parsimonia.

Ya veo la cumbre del Cerrón, pero ahora tendré que abandonar la pista y empezar de nuevo a ascender.

Al llegar a la primera curva trato de adivinar algún hito que me marque el camino, pero no los localizo. No será sino hasta la bajada cuando los vea (bastante ocultos entre la maleza), y descubra que el sendero comenzaba un poquito más adelante de la curva.

Sin embargo el terreno es fácil de recorrer y la distancia entre los matorrales es sufiente como para «invertarte» un camino de ascensión.

Poco a poco voy ganando altura y al fin me uno al sendero principal algo más arriba de mi ruta inicial. Veo bajar a una pareja desde la cumbre, que me da la impresión que ha pasado la noche aquí. Las únicas almas que deambulamos por estos montes hoy.

El calor me agota más que el esfuerzo físico y me tiene baldado. Por lo demás, no estoy especialmente cansado, pero el sol aprieta de veras. Noto las manos acartonadas, incluso… y cual es mi sorpresa cuando veo que mi mano derecha está bastante hinchada por efecto del calor. Por un momento llego a asustarme. Jamás me había pasado esto. ¿Será en parte por haberme dejado mi alianza puesta? Normalmente no lo traigo al monte.

Ni idea. Solo se que debo reactivar el flujo sanquineo a la mano para evitar males mayores; y comienzo a mover la mano rítmicamente.

Voy preocupado durante los ultimos cincuenta metros de subida.

Pero por fin llego a la cima de El Cerrón, a casi dosmil doscientos metros de altura. Frente a mi, se elevan el Pico del Lobo y Las Buitreras, viejos conocidos. Me traen muy buenos recuerdos de unos amigos y un veterano compañero perruno al que le queda ya poco tiempo, me temo.

La cima no resulta muy espectacular, pero si las vistas que me proporciona. A un lado la Peña Cebollera, o Tres Provincias, el pico más septentrional de Madrid. Frente a mi el mencionado Pico del Lobo. A lo lejos se distingue El Ocejón… la Sierra de la Puebla, La Cabrera, Cuerda Larga

Sin duda, la situación de este monte es estratégica para divisar todas estas montañas en un día claro como el de hoy.

Marco la cumbre en el GPS e inicio el descenso. Quiero perder altura para ganar algo de frescor en el bosque y que se deshinche un poco la mano. Finalmente no voy a desviarme para tratar de recorrer la Loma del Picaño y no perder así demasiado tiempo. Aunque mi premura no me impide divertirme un poco y crestear unos metros por entre las rocas que bajan hasta la pista forestal.

El descenso al coche lo haré por el mismo camino. Pero no estará exento de nuevas sorpresas.

Al principio de este relato decía que nunca se sabe qué te puedes encontrar en esta sierra. Y así es. Mientras desciendo tendré el privilegio de observar a una numerosa colonia de mariposas de todos los colores cortejándose en sus pocos días de vida. Un águila real saltando de unas rocas situadas frente a mi, una vez que empezaba a adentrarme de nuevo en el robledal. Y, lo más maravilloso de todo… un cervatillo saliendo de entre los árboles para cruzar el camino frente a mi.

¡Jamás había visto algo así en Madrid o alrededores! Lástima que haya podido hacerle una foto. Puede que para mucha gente sea normal, pero no lo es para mi. Y esta explosión de naturaleza, estos regalos que me da la montaña, son pura vida para mi.

Sin duda, esta sierra tendrá siempre un rinconcito especial en mi corazón, y os recomiendo a todos el visitarla y disfrutarla.

Aquí es donde un simple entrenamiento… una simple excursión… puede convertirse en una experiencia única.

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