Según el diccionario de la R.A.E., una de las definiciones de «Cuchillar» es: Montaña con varias elevaciones escarpadas. Si a esta definición le añadimos el termino «de las Navajas», nos haremos una idea de a qué tipo de montaña nos estamos enfrentando…

El Cuchillar de las Navajas es una montaña o cordal montañoso que se eleva en el Circo Central de gredos, entre El Casquerazo y El Sagrao (junto al Almanzor). Su máxima elevación es de 2.494 m. y debe su nombre a su escarpada forma de sierra plagada de dientes rocosos.

Esta formación rocosa, de cumbres accidentadas y fisuradas, es visible desde cualquier punto del Macizo Central y constituye un peligroso reto a los escaladores, sobre todo en invierno, donde se forman cascadas de hielo en las canales de su cara norte. Cruzarlo en condiciones climatológicas óptimas no nos llevará menos de una hora, más aún por su tendida cara sur. Pero, sin duda, el punto más peligroso de todo el cordal se encuentra en su tramo final…: se trata de una estrecha cornisa ubicada junto a la cima de El Sagrao (2.507 m.), de paso obligado si queremos realizar una travesía hasta El Almanzor, y en la que se han producido varios fatales accidentes.

Respecto a La Galana (2.568 m.), la segunda elevación del Sistema Central, se trata de una vieja conocida. En esta ocasión tratamos de hollarla con la seguridad que nos faltó en el primer intento. Para más información acerca de ella, visitad esta página.

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Localización: Hoyos del Espino

Tipo de Ruta: Alpinismo

Longitud: 25 kilómetros (apróximadamente, incluyendo la aproximación)

Duración:

  • 2 a 3 horas desde la Plataforma hasta el Refugio Elola.
  • Cuchillar de las Navajas: de 2 a 4 horas desde el Refugio Elola (aproximadamente, y según variantes)
  • La Galana: unas 3 horas desde el Refugio Elola

mide_LaGalanaÉpoca recomendada: Primavera a otoño (en invierno es obligatorio el uso de crampones, piolet y cuerdas)

Dificultad MIDE:  → mide_CuchillarNavajas

Equipación mínima: Bastón (crampones y piolet), mochila, botas de montaña, saco, esterilla y tienda de campaña (si no se permanece en el Refugio), equipo de escalada, comida y agua. (más info…)

Ruta GPS:

Las rutas se marcan desde el Refugio Elola. Para descargar la Ruta GPS desde la Plataforma, visitad esta página.

Videotrack disponible:

Recomendaciones:

  • Según la climatología, las ascensiones pueden realizarse en cualquier época del año, aunque si hay nieve (sea la época que sea) los crampones y el piolet pueden facilitarnos en gran medida las cumbres. También es interesante conocer las técnicas alpinas y de seguridad de montaña.
  • No hay agua potable en todo el recorrido. Aprovisionaros en abundancia en el Refugio.
  • Precaución con los accesos a la cima de La Galana, no se requieren conocimientos de escalada, pero este paso es mejor realizarlo provisto de una cuerda para darnos más seguridad.
  • Precaución en el Cuchillar de las Navajas si hay hielo o nieve en las cumbres, aunque progresemos por la cara sur. Puede ser necesario el uso de una cuerda para asegurarnos en algunos puntos.

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Cresta infame de silencio
ven entra,
derriba esta puerta,
aquí encontrarás a un hombre
que no será tu marioneta.

Dia 1:

¿Qué piensas cuando queda poco para afrontar el mayor reto de tu vida, y, curiosamente, acabas de superar el mayor cambio de tu vida?

Quizás, intranquilidad…

Espectativas…

Sueños…

Pero, increíblemente, casi por encima de todos ellos, siento un estado de paz y felicidad como nunca antes en mi vida.

Pienso en ello mientras mi compañero de cordada, Gonzalo, y yo mismo, afrontamos los primeros pasos por la vieja y querida Sierra de Gredos, rumbo a su Circo Central.

Tras una «frugal» comida a base de varios filetes de carne, patatas de pueblo y verduras, caminamos despacio; no muy seguros de alcanzar íntegros nuestro objetivo. Nos hemos pasado un poco… lo sabemos. Pero es que había hambre.

No obstante, el camino se nos hace agradable y caminamos bajo el sol, deseando afrontar este fin de semana como un entrenamiento más para nuestra próxima expedición al Mont Blanc.

En el camino nos encontramos con Oscar, el gerente del Refugio Elola, y con Israel, uno de sus ayudantes. Nos saludamos (somos viejos conocidos) y cada uno sigue a su ritmo. El nuestro es tranquilo, admirado del familiar paisaje del Riñón del Recuenco (antiguo topónimo para definir al Circo de Gredos: «riñón» por la forma de su laguna y «recuenco» por la concavidad que forma el circo en si mismo).

La jornada transcurre sin eventos dignos de atención.

Gredos no conserva mucha nieve debido a la sequedad de los últimos meses. Y las nevadas de la semana pasada no han asentado, por lo que el calor las ha derretido rápidamente. Debido a ello, la Laguna Grande está especialmente inundada y deberíamos usar las piquetas de la especie de vía ferrata que supone el último obstáculo para llegar al refugio.

Jamás había visto tantas cascadas y torrentes por la zona…

Para Gonzalo es la primera vez que debe superar este obstáculo usando la cadena y las piquetas, y no lo ve claro. Y yo no recuerdo bien como es el paso, ya que hace dos años de la última vez y estaba plagado de nieve; así que no me opongo a superar este hombro de piedra por arriba, escalando un poco.

El paso resulta divertido ya que debemos trepar con precaución por una subida en donde cae agua, y la piedra puede estar resbaladiza.

Tras los pertinentes esfuerzos, ambos superamos las dificultades y llegamos a buen puerto, cruzando el nuevo puente de madera que la dirección del Parque Natural ha construído para llegar al Elola. Le quita parte del encanto, pero lo entiendo y resulta práctico con el río tan crecido. Ahora tan solo queda descansar, planificar el día de mañana… y disfrutar de uno de los rincones más bellos de nuestra geografía.

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Día 2:

Hacía tiempo que no dormíamos tan bien en un refugio.

Prácticamente estamos solos…

Son las siete y cuarto de la mañana. Tenemos todo el equipo preparado desde anoche y tras desayunar nos lo calzamos para disponernos a emprender la marcha.

Sin embargo, hay algo que no nos cuadra del todo.

Casi no ha helado esta noche. Es más, diríamos que ha hecho incluso calor. Debido a ello, nos tememos que las condiciones de la nieve no vayan a ser las más adecuadas para progresar.

A pesar de todo, iniciamos nuestro camino rumbo a la «Hoya del Almanzor» para, desde allí, dirigirnos a nuestro objetivo de hoy: La Galana.

Es una vieja cuenta pendiente personal ya que hace dos años me quedé a punto de hacer cumbre porque el puente de nieve que da acceso a la cima nos pareció demasiado peligroso para cruzarlo, y nos dimos la vuelta.

Veremos si hoy nos atrevemos o no…

La cantidad ingente de agua que barre las laderas de las montañas rumbo a los valles es impresionante. De verdad que no había visto tantos riachuelos por aquí en mi vida. Todavía no somos conscientes de las incomodidades que ellos nos van a provocar a lo largo de todo el fin de semana.

Se nota que el deshielo está muy acelerado. Se adivinan muchas más rocas que la última vez que estuvimos aquí por toda la Hoya. Y, según nos vamos acercándo a la Canal de los Geógrafos, descubrimos que la nieve-primavera presente es mucho más blanda de lo que temíamos. Con lo que dar un paso tras otro se convierte en un suplicio.

Tratamos de no hundirnos demasiado en la nieve. Caminamos con prudencia e, incluso, con respeto. Sin embargo, no podemos evitar hundirnos en ocasiones hasta las rodillas y, en otras, hasta la cintura.

Para rematarlo todo, el cielo parece cubrirse por momentos.

Gotas de lluvia nos golpean la frente…

Por un momento, nos planteamos la retirada. Pero tras unos segundos de duda, acordamos en llegar hasta el comienzo de la Canal y ver cómo está la cosa por allí.

La salida de la Canal de los Geógrafos es una estrechez flanqueada por dos moles de roca que parecen las columnas de entrada a un reino prohibido. Hace un par de años, cuando lo intenté por primera vez, parecía delicada porque el río pasaba por debajo de la nieve y, al ser tan empinada, parecía que podrías llegar a caerte dentro si resbalabas.

Pero, como podéis imaginar, nada en comparación a hoy.

En esta ocasión, vemos grietas. Pozos oscuros por donde rugen los saltos de agua que llegan desde el Ventisquero. Puentes de nieve que nos dan muy poca confianza. Y, por todas partes, afiladas rocas que amenazan con hacer bastante daño si al caer chocas contra ellas.

Tratamos de adivinar el camino de subida y decidimos trepar por unas piedras, junto a una pequeña cascada, aunque resulte un paso delicado con todo el peso de nuestro equipo a la espalda. Una vez superado, caminamos despacio y extremando las precauciones ya que cada cierto tiempo volvemos a hundirnos en la capa blanca que cubre a la montaña.

Adivinamos los restos de un alud bastante majo en la parte izquierda del corredor, justo por donde tenemos que pasar.

Estamos en zona de riesgo…

Hay que acelerar el paso.

Resulta muy difícil caminar por aquí. Y en ocasiones como esta encontramos puntos comprometidos que superamos con el corazón en un puño.

A pesar de todo, la belleza de este corredor es dificilmente comparable con otros de Gredos y lo disfrutamos mucho aunque vayamos un poco reventados.

Tras casi dos horas de peleas, divisamos La Galana y hacemos un alto a los pies del Ameal de Pablo para reponer fuerzas. Queda poco para llegar al Ventisquero, tan solo una cuesta más. No obstante, «una cuesta más» con esta nieve es algo realmente duro. Por ello nos ponemos de nuevo en camino, temerosos del cielo y de acabar con nuestras fuerzas, para llegar prestos a los pies del canchal que da acceso a la cima.

Ahora tan solo hay que bordearlo y llegar al puente de nieve.

Mi moral es alta, pero nada más ver el puente de nieve… esta se derrumba. Me da la impresión que está más inestable que la otra vez que estuvimos. Un desliz, un resbalón o un movimiento de la placa de nieve… y nos iremos los dos para abajo sin remedio.

Gonzalo no es tan pesimista y decide cruzar sin asegurarse. Yo le dejo hacer para hacer las fotos desde abajo y con mucho cuidado, casi «cabalgando» la nieve, llega al otro lado antes de comenzar a trepar. En pocos minutos le veo desaparecer por detrás de unas piedras y al fin… ¡cima! Nos metemos La Galana en el bolsillo. Al menos él, porque según le veo descender, veo lo delicado de los pasos que está efectuando y me voy poniendo cada vez más tenso.

Tanto mi compañero como yo sabemos que soy capaz de hacer esta cumbre, pero hay algo en mi cabeza que nuevamente me impide afrontarla. No se si serán las mismas razones que la otra vez, o serán nuevas… pero soy consciente de que si no me veo seguro, es mejor no intentarlo o puedo cometer un error fatal.

Con este sabor agridulce nos retiramos, y comenzamos el descenso por las cuestas del Gargantón.

Tenía ganas de enseñarle este sitio a Gonzalo. Y él disfruta como un niño dejándose deslizar hasta el valle. No me parece lo más prudente dadas las placas quebradizas de nieve que descubro en nuestros flancos, pero entiendo en parte la técnica de Gonzalo ya que su peso le puede hacer hundirse más facilmente si camina que si resbala con el trasero. Solo espero que no provoque una ruptura de la nieve.

Al final, todo transcurre sin imprevistos y pasamos junto a la laguna rumbo a las cascadas que nos dejaran junto al sendero de las Cinco Lagunas.

Frente a nosotros se eleva el Cabeza Nevada (o Mogota del Cervunal) de 2.427 m.. Estábamos pensando en subirlo mañana pero estamos empezando a cambiar de opinión por no volver otra vez casi por el mismo sitio.

El tema queda en suspenso…

Las cascadas braman con fuerza, cargadas de un agua que desembocará en el Río Tormes. Ayer, desde Los Barrerones ya se oía el eco de su sonido por doquier. Pero hoy nos supone un problema para cruzar el río. Tenemos que jugárnosla en unas piedras, saltando con cuidado entre ellas, pero, al rebasarlas, ya desde allí el camino tan solo se hace largo e incómodo, plagado de barro y agua.

El recorrido al menos se hace ameno charlando ambos de nuestras cosas.

Una cervecita nos espera, y los planes para el día siguiente… todavía en el aire.

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Dia 3:

Ayer hubo muchísimo jaleo en el refugio.

Un montón de familias con sus críos habían venido a pasar la noche y habían tomado posiciones por toda la zona; resultaba todo un poco incómodo.

A veces entiendo a los extranjeros cuando flipan al ver los «circos» que se montan aquí. La gente en general es medianamente respetuosa, sabedores que esto no es un hotel, pero somos españoles… ruidosos por naturaleza. En los refugios de los Alpes, por poner un ejemplo, se prohibe el ruido en los refugios y, educadamente, todos lo cumplen. El cartel del Elola que avisa sobre esto es una anécdota más en un fin de semana «dominguero».

En fin, para nosotros se avecina un día incierto. Finalmente, vamos a intentar subir hasta la Portilla de los Machos y desde allí, intentar recorrer el Cuchillar de las Navajas. Pero nada es seguro dadas las condiciones de la nieve.

De momento, tenemos que cruzar un primer hombro de rocas a través del canchal que se haya frente al Refugio. El paso habitual está seco de nieve y por allí baja un torrente de agua bastante grande. Estos primeros pasos, como siempre, nos «rompen» un poco debido a lo que llamamos… «la primera sudada». En un rato estaremos bien, pero empezar así el día resulta fatigoso.

Al entrar en zona nevada, procuramos pegarnos constantemente a las paredes, aún en sombra. Así, dentro de lo que cabe, caminamos sobre nieve un poco más dura. Anoche estuvimos estudiando las paredes y casi no quedan neveros sobre ellas, con lo que el riesgo de que nos caiga algo encima es prácticamente nulo.

Nos vamos turnando los pasos para abrir huella, pero llega un momento en que Gonzalo (siempre más fuerte) se adelanta poco a poco y va ganando distancia. Al llegar a un punto determinado, me indica que se va a desviar hacia la izquierda, subiendo por un corredor hasta el llamado «Perro que fuma«, curiosa formación que asemeja a un perro fumando cuando entran las nubes por él.

A mi no me parece la ruta más inteligente porque nos vamos a desviar bastante del objetivo principal y vamos a dar un rodeo que no estoy seguro de si nos va a rematar. Pero tampoco discuto con él. En este fin de semana se trata de entrenar, y para eso estamos aquí. Tomemos la dirección que tomemos.

En el corredor acelero mis pasos y subo como una máquina hasta casi ponerme a la altura de mi compañero. Este incluso se sorprende del tirón que he pegado. Me veo en forma, es la cabeza la que me tiene intrigado, como si todavía no se sintiera segura (y eso que las técnicas aprendidas en la Federación me están dando una seguridad que nunca antes había tenido).

Con eso y todo, llegamos al pequeño collado que separa al Perro que Fuma de Los Hermanitos, los cuales se elevan como colmillos de alguna gigantesca bestia de roca hacia el cielo. Frente a nosotros, el cordal de La Mira (próximo objetivo cuando volvamos por estos lares), el Valle de Candeleda y el Embalse de Navalcán.

Espectacular.

En teoría desde aquí desciende una senda por la Canal de las Chorreras hacia Candeleda, pero ahora está cubierta de nieve y al ser cara sur nos da aún menos confianza al estar muy empinada. Gonzalo y yo buscamos un paso durante varios minutos, pero no lo encontramos.

Al final, yo decido bordear por la cara por donde hemos venido en dirección a la Portilla, pero durante algunos tramos resutla ser terreno mixto y, de nuevo, la cabeza me juega malas pasadas. No me siento cómodo. Pero después de lo de ayer, no estoy dispuesto a dejarme vencer otra vez. Así que, paso de todo, cabalgo unas piedras, intento no apoyar mi «rodilla biónica», me aseguro con el piolet y sigo adelante.

Al fin superamos este trago, y, a pesar de las dudas de si seguir adelante o no, yo insisto en seguir e intentar el Cuchillar.

El sol calienta ya una barbaridad.

El acceso a la Portilla no es tan «pina» como en otras ocasiones, por lo que se sube cómodo, pero nos estamos abrasando y sudamos como pollos. Tan solo la cercana recompensa nos hace seguir a buen ritmo.

Recuerdo unas letras que leí una vez…

¡Llama purpúrea
de sol vandálico,
quema los trigales
quema las acequías!
¡Atrévete!
¡Quema este muro
y entra!
Aquí encontrarás un hombre
que apagará tu furia
con letras.

Yo no se si apagaré alguna furia con letras, pero la llama que arde en mi interior por coronar esta cumbre si que la apagaré con hechos.

Cuando al fin llegamos a la Portilla, nos despojamos de las mochilas y subimos ligeros por el canchal, desnudo de nieve, hasta la primera cumbre del Cuchillar… que coronamos en unos pocos minutos.

Yo pensaba que esta era la más alta, pero, de nuevo, las perspectivas en la montaña nos juegan una mala pasada y vemos como tras nosotros se elevan más prominencias y una por encima de todas antes de llegar a El Sagrao.

Descansamos tranquilamente por un rato, pero mi cabeza no para de dirigirse hacia esa última parte del Cuchillar.

Malditas ansias de altura…

Se lo comento a Gonzalo y se muestra conforme, así que nos ponemos en camino, cabalgando y saltando como cabras por entre las rocas tendidas de la cara sur… más cómoda y segura que la norte.

Es un recorrido muy divertido aunque peligroso si hubiera nieve.

Le gano terreno a Gonzalo y llego con varios minutos de adelanto a las últimas piedras.

El paisaje es mágico. Tan solo los pájaros y el viento como compañeros.

Y por fin… ¡cumbre!

A nuestra izquierda, casi podemos tocar el Almanzor con la mano. Vemos perfectamente la hoy nevada Portilla del Crampón, la preciosa y silenciosa Hoya del Almanzor a sus pies, y, tras nosotros, El Sagrao… que dejaremos para otra ocasión.

Todo el Circo de Gredos se abre a nuestros ojos desde este privilegiado balcón.

Y mis sentimientos se mezclan a la par entre emoción por haber llegado hasta aquí y orgullo de haber superado mis temores. Mi confianza aumenta y me siento más preparado que ayer para enfrentarme a otros retos. Quizás la falta de costumbre me había anquilosado un poco, pero, como bien dice mi compi… «el haber superado lo que tu cabeza trataba de imponerte… te hará más fuerte».

Con esta estupenda sensación en el cuerpo, empezamos a descender, no sin que antes Gonzalo marque un nuevo «hito» en la cumbre.

En el descenso bajamos relajados y, salvo un pequeño susto cuando Gonzalo casi queda atrapado por una «trampa de nieve» de la que tengo que ayudarle a salir, llegamos a las cascadas sin mayores contratiempos.

Cruzamos dos veces el río, buscando el mejor paso en este laberinto de arroyos y piedras resbaladizas, y pronto llegamos al Refugio, a tiempo para que nos den la última cervecilla antes de que lo cierren hasta la semana que viene.

Nosotros pasaremos aún la tarde y dormiremos aquí. En la zona invernal, libre durante la mayor parte del año.

Practicaremos con el equipo de escalada: cuerdas, mosquetones, reversos… y disfrutaremos en soledad de este rinconcito de nuestro corazón. Nos gustaría incluso salir por la noche a buscar Salamandras, pero empieza a refrescar y hay que acostarse pronto para el madrugón de mañana si queremos llegar a tiempo a Madrid. Una lástima, porque nunca he podido ver una en esta Reserva Natural de su especie.

Otra vez será.

No os podéis imaginar el efecto… la huella que te deja estar en la más absoluta soledad en un sitio así. Entre estas montañas. No tengo palabras para describir algo así; tan solo puede vivirse.

Aunque, mientras yo contemplo la puesta de sol tras las cumbres nevadas… dijo Miguel de Unamuno

Y allí arriba, en la soledad de la cumbre,
entre los enhiestos y duros peñascos,
un silencio divino, un silencio recreador.

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Dia 4:

Ha sido una noche reparadora.

Tanto que el despertador casi ha sido molesto, como cualquier día entre semana, cuando tienes que ir a trabajar.

Apenas hay una tibia luz en el cielo, y la luna me saluda por encima del Risco de la Ventana. La mañana es la más fresca de cuantas hemos estado aquí.

Nos vestimos rápido. Nos cargamos la mochila y con un sentimiento de tristeza abandonamos una vez más esta que casi es una segunda casa para nosotros. El sonido del agua nos arrulla en nuestro camino, resultando casi hipnótico.

Tras cruzar «las piquetas» y cuando ya caminams por el sendero empedrado rumbo a Los Barrerones, una última sorpresa habíamos de tener: una pequeña Salamandra se cruza tranquilamente en nuestro camino. De un brillante e intenso color negruzco, salpicado por motitas amarillas.

No parece querer huir de nosotros. Tan solo espera como diciendo: «¿Qué hacéis vosotros todavía por aquí? Dejadme tranquila.«

Es preciosa.

Al final, pienso, de un simple fin de semana de entrenamiento nos llevamos cumbres y, como siempre, buenos recuerdos.

Gracias, Montaña… gracias por regalarme tan buenos momentos.

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