La Peña de Cenicientos (1.252 m.) es la cumbre más elevada de una minúscula sierra situada al sur del extremo este de Gredos oriental, llamado aquí Sierra del Valle.

Estamos por lo tanto en las primeras estribaciones de Gredos, donde comienza a perfilarse el Valle del Tietar. Se trata de la zona en que éste macizo y la Sierra de Guadarrama se encuentran, aunque con una desordenada concentración de montañas y cerros aislados de por medio.

La población que da nombre a esta altura es la última de la Comunidad de Madrid por su vertiente sudoeste así que, por tanto, puede decirse que: estamos en Gredos sin haber salido de Madrid.

La proximidad entre los dos macizos más populares del Sistema Central hace que esta zona suponga una especie de transición climatológica y por lo tanto biológica entre ambos. Además, la cima a la que ascendemos es un atractivo para los escaladores debido a su prominencia granítica de gran pendiente en su vertiente sur donde podemos encontrar algún tipo de equipación para escalada. Junto al cercano Cerro Cancharejos son los dos únicos resaltes rocosos de esta alomada sierra.

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Localización: Cenicientos

Tipo de Ruta: Senderismo

Longitud: 8 kilómetros, ida y vuelta (aproximadamente)

Duración: 3 horas

Época recomendada: Todo el año (aunque por las caraceterísticas del bosque, en otoño resulta muy bonito)

Dificultad MIDE:  → mide_PeñaCenicientos

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS:

Peña de Cenicientos

Recomendaciones:

  • No hay agua potable en el recorrido, y aunque la ruta no es larga, es recomendable llevar al menos 1 l. de agua en la mochila.
  • La pista forestal comienza a la altura del km. 17,700 de la M-541, que comunica Cadalso de los Vidrios con Cenicientos.
  • La ruta no presenta ningún tipo de dificultad salvo la que en la cumbre nos obliga a prestar atención con el barranco de la cara sur, ante una posible caída. Se trata de una ruta recomendable para hacer en familia.

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Hace poco, cuando llegamos a la cumbre de Peña Muñana, en la cercana población de Cadalso de los Vidrios, pude observar como detrás de unos cerros se elevaba un resalte de granito de forma casi piramidal. Casi como queriendo destacarse de sus vecinos más pequeños.

Lo reconocí de inmediato como la Peña de Cenicientos y enseguida comencé a planificar su ascensión.

No se trata de una ruta nada complicada y, esta vez, como les debía una excursión, decidí hacerla en familia…

La ruta comienza poco antes de llegar al pueblo de Cenicientos. Curioso nombre con dos posibles orígenes:

  1. El más acertado habla del color de su piedra granítica, llamado: ceniciento; derivado de ceniza.
  2. La otra, más romántica y mitológica dice que data de la época de la Reconquista, cuando el rey castellano solicitó desde su corte de Toledo «guerreros y armas para la lucha contra los musulmanes». Al preguntar al representante del pueblo si podía aportar «cien lanzas», éste le respondió: «Con cien y cientos puede contar, Su Majestad», y de esta frase se sacaría el nuevo nombre del pueblo.

Mientras comento estas curiosidades con mis «familiares compañeros de camino», ganamos metros a la pista forestal por la que sin duda cabe un coche sin mayores problemas.

Detrás dejamos el pequeño Cerro de Pedro Abad, y caminamos flanqueados de encinas y serbales.

Tras un primer kilómetro en que vamos ganando altura, dejando atrás el pueblo y un mar de brumas que recortan los lejanos Montes de Toledo, la vegetación cambia y los pinos piñoneros nos rodean justo antes de dejarnos ver por fin nuestro objetivo: la pirámide donde se se halla el vértice geodésico que nos marca la cima de hoy.

Desgraciadamente el camino no será fácil para todos: mi hermano y mi cuñada, faltos de forma, deciden quedarse retrasados a descansar. Cada uno debe encontrar su ritmo, tanto físico como mental. Si no, no se llega a ninguna parte. Pero prefiero no comentar nada porque soy consciente de que cada cual reacciona de diferente modo ante el cansancio.

Mis primos, mi chica, mi pequeña Helena y yo, seguimos entonces adelante.

La niña mantiene un buen ritmo con sus casi seis añitos. Es más, aunque diga que va cansada, al final del camino me demostrará que está más en forma de lo que la gente se cree. Tan solo se aburre en ocasiones, y hay que tratar de mantenerla entretenida… por ello hablamos durante largo rato de las «criaturas mágicas» que pueblan estos bosques, de como reconocer los lugares donde se descansan los jabalíes de la zona y de los animales que está estudiando en su cole.

A veces echo de menos la desbordante imaginación que tenía de chaval (es lo malo de hacerse adulto), porque quizás debería inventarme juegos para el camino. Pero la verdad es que no se me ocurre ninguno mientras trato de seguirle la conversación. Y eso me da un poco de rabia.

Así, tranquilamente, curva tras curva, mientras el suelo se llena de pequeñas bellotas y helechos casi secos, llegamos a un claro en el bosque donde encontramos unas ruinas que, según tengo entendido, pertenecieron a un seminario aquí enclavado antiguamente. No cabe duda de que es un sitio magnífico para hacer vida contemplativa, porque el silencio es casi absoluto.

El paraje me parece envuelto en un halo de misterio.

La vegetación se ha hecho dueña del terreno, conquitando con zarzas todo el interior de los viejos muros, mientras que el musgo trepa con su brillo húmedo por ellos. Es casi como ver una estampa del mismísimo «tiempo» haciendo su trabajo.

Tras algunas fotos, seguimos adelante.

Como se dice en «Momo», de Michael Ende:  «No se debe ver todo el camino, sino un poco cada vez. Ir barriéndolo poco a poco para que no se haga interminable». Espero que la peque se esté quedando con esa «filosofía», porque aparentemente ella continúa sin quejarse.

Dejamos una finca a nuestra derecha, sabedores que estamos a punto de llegar al final de la pista. Tan solo una cuesta más y finalmente llegamos al collado desde el que se accede a la cumbre.

Si dispusiéramos de más tiempo descansaríamos un rato en las rocas de esta explanada, antes de tirar todos para arriba. Pero tampoco quiero mantener al grupo dividido por más tiempo, preocupado por haber dejado tanto rato solos a mi cuñada y mi hermano.

Así, mientras mi chica y mi primo se quedan con Helena, a la que tampoco quiero forzar; mi prima Maite y yo nos adentramos en el oscuro sendero que sale junto al cartel de madera, rumbo a la cima.

No me gusta. No estoy contento al volver a separar al grupo, pero es lo que hay…

Tan solo marcaré la cima en el GPS, haré unas fotos y bajaré.

Había traído mi cuerda para hacer algunas prácticas de rápel, pero me las bajaré hasta el coche sin deshacer.

La parte más bonita del camino es esta, y la verdad es que me fastidia que no lo disfrutemos todos. El sendero es frondoso y empinado. A los pocos metros dejamos de agachar la cabeza esquivando las ramas de los arbustos, y empezamos a lanzar las manos para no resbalar con el musgo de las rocas, pero apenas hay dificultad.

Tras un par de minutos, alzo la cabeza y veo el puesto de observación que se ha construído hace relativamente poco en la cúspide. Solo unos pasos más…

… y… listo. Aquí estamos…

La cima es preciosa.

Quizás el mejor mirador de toda esta zona, ya que me permite ver los dos grandes macizos de todo el Sistema Central.

Sin duda: espectacular.

Por debajo de nosotros, las brumas parecen arañar las laderas de la Sierra de San Vicente, por debajo de las paredes del Cerro Cancharejos, que se encuentra a poca distancia de mi. Hacia el oeste, Sotillo de la Adrada y el bonito pueblo de Casillas se distinguen bajo el Pico Casillas que varias veces he coronado.

Pero la vista que más me gusta es la que se ve aún más allá…

La de las cumbres ya nevadas del Macizo Central de Gredos…

Paseo por entre las rocas. Localizo una reunión de escalada en la escarpada pared sur (en donde procuro tener cuidado para no caer) y por unos segundos sopeso la posibilidad de montar el equipo y practicar un poco. No obstante tan rápido como me viene la idea, se va. Mi hermano ha llamado: han llegado al collado junto a los demás, pero no quiero hacerles perder más tiempo aunque ahora estén descansando.

Echo un vistazo hacia el norte…

Cúmulos oscuros de nubes se arremolinan sobre las grandes alturas de Guadarrama. Hoy hace muy buen día, pero tan solo es una fantasía. En cuarenta y ocho horas, si no mañana, comenzará a nevar por aquella zona.

Me gustaría permanecer por aquí un rato más, pero pienso que con el fácil acceso que tiene, volveré pronto para «probar» estas paredes y dejar escapar mi aliento hacia estas añoradas montañas.

Maite y yo acabamos algunas fotos e inciamos la bajada.

Cuando me encuentro con mi hermano y mi cuñada les felicito. Estoy orgulloso de ellos.

Nosotros hemos tenido suerte: tras reunirnos todos, al cabo de unos instantes aparece un grupo numeroso de senderistas, orientados por un par de guías. Hemos podido disfrutar de la soledad del Cenicientos antes de que se masifique. Me encantaría poder dedicarme a guiar grupos y ganarme la vida con la Montaña, pero la verdad es que a veces se echan de menos otros tiempos en que esta no era una actividad de moda y se podía deambular y disfrutar sin la visita multitudinaria de «domingueros» de ciudad.

En fin, mientras bajamos y sigo explicándole a Helena como reconocer las bajantes de agua, o por qué los jabalíes comen bellotas, pienso en este asunto. En el conflicto que supone el desarrollo de las zonas rurales y la conservación del medio.

Un conflicto que no voy a resolver por mi mismo. Y que, resumiendo, tiene dificil solución… me temo.

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