Se dice que La Galana es «el otro pico» de la Sierra de Gredos. Con 2.568 m. se trata de la segunda cumbre del macizo y de todo el Sistema Central. A pesar de ello, por cada visita que recibe, es fácil que 200 ó 300 personas hayan pasado por el vecino Almanzor.

Como pasó en tiempos con el Posets en Pirineos, es una montaña semiolvidada. Sin embargo, se ha de estar de acuerdo en la afirmación de que pocos picos tienen un nombre tan bien puesto por la belleza de su silueta y por tratarse del mirador más impresionante sobre dos de los circos glaciales principales del macizo (Hoya del Ameal y Cinco Lagunas).

Sus vías de ascensión pasan por lugares salvajes y solitarios, concluyendo en una trepada divertida (Grado II+ según la UIAA) y de mucho ambiente. La Ruta Normal consiste en llegar desde la «Plataforma» de Hoyos del Espino hasta el Refugio de J.A. Elola y desde allí subir por la Canal de los Geógrafos, para bajar después por el Gargantón (en donde, si hay una mancha blanca, ésta es siempre hielo y los crampones y el piolet son obligados).

Al igual que el Almanzor, se trata de un pico muy poco erosionado, de orogenia alpina y de formación granítica; y su ascensión es sólo recomendable a montañeros con algo de experiencia (sobretodo en temporadas invernales).

Respecto al Risco del Gutre (2.549 m.), se trata de un pico adyacente de formas más suaves y que recibe su nombre de una laguna que se encuentra a sus pies, por encima de las más famosas Cinco Lagunas.

Dada su facilidad y cercanía a La Galana y sus vistas sobre el Valle de las Cinco Lagunas, se trata de un pico bastante visitado.

Aquí disponéis de los datos de nuestra ruta (siguiendo el camino antes mencionado):

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Localización: Hoyos del Espino

Tipo de Ruta: Alpinismo

Longitud: 20 kilómetros (incluyendo las cimas)

Duración:

  • 2 a 3 horas desde la Plataforma hasta el Refugio Elola.
  • La Galana y Gutre: unas 3 horas desde el Refugio Elola
  • Regreso: de 3 a 4 horas hasta el Refugio Elola (aproximadamente)

Época recomendada: Primavera a otoño (en invierno es obligatorio el uso de crampones y piolet)

Dificultad MIDE:  mide_LaGalana&ElGutre

Equipación mínima: Bastón (crampones y piolet), mochila, botas de montaña, saco, esterilla y tienda de campaña (si no se permanece en el Refugio), comida y agua. (más info…)

Ruta GPS: La Galana & Risco del Gutre

Videotrack disponible:

Recomendaciones:

  • Según la climatología, la ascensión puede realizarse en cualquier época del año, aunque si hay nieve (sea la época que sea) los crampones y el piolet pueden facilitarnos en gran medida la ascensión. También es interesante conocer las técnicas alpinas y de seguridad de montaña.
  • No hay agua potable en todo el recorrido. Proveeros de ella en abundancia en el Refugio.
  • Precaución con los accesos a la cima de La Galana, no se requieren conocimientos de escalada, pero este paso es mejor realizarlo provisto de una cuerda para darnos más seguridad.
  • Si optáis por cobijaros en el Refugio, los precios son bastante asequibles incluyendo la media pensión. El refugio tiene mantas en las habitaciones, con lo que no es necesario un gran saco para dormir allí entre primavera y otoño. Bastará con un saco-sábana.

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Allá donde las lagunas son el cielo
las montañas realzan su belleza,
celebran las aves con su vuelo
a natura luciendo su grandeza.

Día 1:

Una vez más hemos llegado a la Plataforma de Gredos.

El día es desapacible. Gris.

Las nubes amenazan lluvia, aunque la temperatura es buena. Miramos hacia arriba y observamos numerosos neveros que aún se conservan a pesar del calor puntual de las dos últimas semanas. La verdad es que con el invierno que ha hecho esperamos encontrar bastante nieve, aunque aún no nos imaginamos con cuanta vamos a llegar a tropezar.

Nuestro camino comienza a mediodía, nuevamente, subiendo por la Calzada Romana, donde enseguida nos cruzamos con una culebrilla parda que quiere llegar hasta el río cargado de agua. Yo doy mis primeros pasos algo intranquilo, temeroso de cómo pueda reaccionar mi rodilla derecha. Después de aquella primera vez en La Maliciosa y de las últimas experiencias en la montaña, en que agudos dolores la invadieron y casi no me dejaron caminar, es una preocupación legítima. Por tanto, camino con prudencia…

Llegamos enseguida al Prado de las Pozas y allí vemos como el  Alto del Morezón (2.393 m.) está casi completamente nevado. Eso empieza a ser indicativo de lo que nos vamos a encontrar, no obstante aún no pensamos mucho en ello.

Mientras caminamos por la senda bien marcada que nos llevarán hasta la Laguna Grande, observamos a nuestra derecha como el Refugio del Reguero Llano parece distinto de hace unos años. Reconstruído. Mejorado… Y nos comentamos que el domingo debemos pasarnos por allí a verlo, a ver qué tal está.

Unos machos cabríos, con sus poderosas cornamentas alzadas al cielo, nos miran mientras cruzamos el puente sobre el viejo arroyo. A lo lejos, junto a las Paredes Negras, se divisa este año una enorme cascada que alimenta el reguero de agua. Sin embargo el murmullo del agua poco a poco desaparece mientras ganamos altura.

Vamos bien. No estamos especialmente cansados mientras subimos, aunque si se nota un poquito la falta de entrenamiento después de un invierno que nos ha tenido parados en casa muchos fines de semana, por culpa de la lluvia o la nieve. Aún así, subimos a buen ritmo y pronto llegamos al puente de madera que salva uno de los ramales del Arroyo Colgadizo.

Poco más adelante, llegados a la Fuente de los Cavadores nos detenemos un segundo para mirar atrás y contemplamos como las nubes parecen agarrarse al Pico de la Mira (2.343 m.) y la pequeña «hoya» que forman sus paredes. Miramos hacia arriba. Caminamos casi a la sombra, lo cual por un lado es bueno, pero por otro nos mantiene con la pesada amenaza de la lluvia sobre nuestras cabezas.

Si bien todas nuestras preocupaciones se van en cuanto nuestros pasos nos conducen a Los Barrerones y aparecen los primeros picos del Mazico Central de la sierra. Qué preciosidad… Cabeza Nevada (2.426 m.), frente a nosotros, hace honor a su nombre. Cruzamos un nevero bastante pisado que nos lleva hasta el mirador, y allí la vista nos sobrecoge aún más.

Ni la más fiel de las fotografías hace honor a la estampa que contemplamos. Gredos nevado. Más nevado que nunca en estas fechas y que se recuerde por estos lares.

Desde lo profundo del valle se escucha el rumor de los arroyos que desembocan en el río principal.

Un tipo de gorrión alpino se posa sin miedo a nuestro lado pareciendo querer deleitarse del mismo paisaje que nosotros… y también de nuestras caras de asombro. Algo se agita en mi estómago. Estoy ansioso por llegar al refugio y hoyar la nieve. Intentar subir a estos gigantes blancos y robarles parte de sus secretos.

Pasados unos minutos, el pequeño pajarillo emprende el vuelo y nosotros el camino. Descendemos aún maravillados por el espectáculo.

La senda discurre, a lo largo de la ladera de la montaña, prácticamente encharcada por el agua que poco a poco se va deshelando de los neveros superiores. A lo largo del fin de semana iremos constatando la infinidad de pequeñas cascadas y bajantes negruzcas que salpican las paredes de roca. Más de las que podríamos contar.

Tras perder rápidamente altitud en las «zetas» que realiza el camino, encontramos por fin los primeros neveros del Circo de Gredos. El camino original casi se pierde de no ser por los restos de pisadas del fin de semana pasado. Sabemos que estamos solos. Es demasiado temprano para que incluso los guardas del refugio hayan llegado. Eso le da un puntito de aventura interesante al recorrido, mas el camino no tiene pédida.

Avanzamos rápido ya que al no tener que sortear piedras ni barro tan solo hay que caminar sobre la nieve (algo blanda a estas alturas de año). Esto quizás nos rompe un poco el ritmo al principio porque debes cambiar la forma de andar para no resbalar, pero enseguida nos hacemos a ello y continuamos hacia la Laguna.

Al cabo de un rato, estamos a punto de llegar hacia el vado que bordea un punto la masa de agua cuando nos asalta una duda: ¿será transitable? ¿Tendremos que usar el paso aereo con la especie de vía ferrata de flanqueo y sus piquetas? ¿O tendremos que desviarnos por el aliviadero de la Laguna para llegar por la otra orilla? Enseguida lo sabremos…

Una mole de nieve y hielo fragmentado impide el paso hacia el vado. Aunque parece que se ha desgajado parte de ella dejando un canal de paso por el que quizás podríamos pasar. Me acerco hasta allí y descubro que tal idea no es factible. Si, efectivamente el bloque se ha roto y ha caído a la Laguna, pero el camino es impracticable a menos que queramos bañarnos.

Mi compañero Juan comienza a trepar un poco por el bloque de hielo y con cuidado se asoma hacia el punto donde debería hallarse el vado. Parece que tenemos suerte, el paso de la «vía ferrata» está libre y podremos cruzar por arriba asegurándonos al cable. ¿Por qué no? Va a ser divertido.

Cruzar esta pequeña masa blanca tan solo será un aviso de lo que iremos viendo a lo largo de todo el fin de semana en nuestro devenir: grietas, fisuras, agua subterranea… en definitiva… precaución para no hundirse bajo algún glaciar.

Una vez pasamos este pequeño inconveniente nuestros pasos nos llevan junto a la Laguna y a los icebergs que se han formado en ella. Jamás había visto algo así en este lugar. Tan hermoso y salvaje al mismo tiempo. Se adivinan numerosos tipos de azul, verde y turquesa según la incidencia de la luz del sol. En algunos aspectos me recuerda a algunos reportajes de la Antártida que he visto, aunque a escala más pequeña, por supuesto.

Por fin, tras apenas dos horas de caminos llegamos al refugio cruzando parte del lago por encima de sus aguas, gracias al hielo que aún lo cubre.

No nos ha llovido. Eso es bueno. Aunque el cielo cada vez amenaza más y algunas gotitas me caen en la frente mientras nos tomamos una reparadora cervecita en el solarium de la entrada.

El resto de la tarde lo pasaremos charlando tranquilamente sin casi gente en el albergue, recordando viejas experiencias por estos lugares y recreándonos con la fastuosa vista que tenemos delante.

Buena compañía. Buena conversación. Y buenas vistas.

No necesito más…

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Día 2:

Lagunas de olvidos,
lagunas de recuerdos,
¿recordáis mi rostro?,
¿recordáis mis pasos?

Amanece un nuevo día sobre los picos de Gredos.

El runrún del río saltando las piedras hasta llegar a la hermosa Laguna Grande nos mece aún, como si no quisiera que despertáramos del todo. La cumbre de un viejo conocido, el Almanzor, que tantos recuerdos me trae, empieza a colorearse de un cobrizo color anaranjado.

Apenas hay nubes. Parece que va a ser un buen día para «escalar».

Desayunamos algo ligero y preparamos las cosas para empezar nuestro periplo. No hay mucha gente en el refugio, por tanto la montaña va a estar como a mi me gusta: solitaria.

Comenzamos a remontar el río por el camino tantas veces recorrido, salvando desnivel con rapidez hasta dejar por debajo de nosotros al Charco de la Esmeralda y su cascada. El camino está prácticamente anegado por la nieve así que es fácil caminar por aquí, sin tanto traspiés como en otras épocas.

Pronto llegamos a la Hoya Antón (uno de mis rincones favoritos de Gredos) y aquí nos percatamos que las pocas personas que han dormido con nosotros ascienden al Almanzor. Así, Juan y yo nos desviamos poco a poco hacia la derecha y nos vamos quedando solos. Únicamente acompañados del sol y del viento.

Sin prisa, pero sin pausa, vamos acercándonos al comienzo de la Canal de los Geógrafos, punto de partida real de nuestra ascensión. Ahora no nos percatamos pero mientras voy abriendo huella, teniendo cuidado para no caminar por encima de alguna grieta o puente de hielo, vamos siguiendo perfectamente la base del gran coloso de Gredos. Casi quinientos metros por encima nuestro se haya la cruz que marca la cima más alta del Sistema Central.

Mientras avanzamos, ambos vamos estudiando la garganta por la que estamos accediendo para decidir qué punto es el más viable de ataque. Podemos escuchar el agua que cae por las paredes hacia lo más profundo del valle, y este fluir de líquido se oye en ocasiones demasiado cerca bajo nuestros pies.

Hay que tratar de ir por la vía más segura, o encordarse.

Juan decide entrar por la parte izquierda de la primera parte de la Canal y nos encontramos de repente con una pendiente bastante pronunciada. La nieve es de tipo primavera y tenemos que ayudarnos del piolet para no resbalar. No estamos caminando nada cómodos, y a veces se nos va el pie, pero ahora no hay más remedio que tratar de llegar hasta unas rocas que permanecen descubiertas para, en ellas, poder calzarnos los crampones (que debíamos habernos puesto antes). Error…

Con cierto esfuerzo debido a la tensión, alcanzamos este punto y nos calzamos sin problemas.

A partir de aquí, la cosa cambia.

Las puntas de acero se clavan con facilidad en la nieve, penetrando lo suficiente como para darnos más seguridad en nuestros pasos. Esto desequilibra la balanza a nuestro favor y no al de la montaña. Ahora seguramente todo va a ser algo más sencillo.

Seguimos ascendiendo y pronto llegamos a una gran explanada de nieve donde apenas hay ya ningún sonido, salvo el de la brisa y el de nuestros jadeos. La vista que dejamos atrás es preciosa. Y la que aún tenemos delante nos intimida un poco. Tenemos dos posibilidades: ir por la derecha directos a otra explanada desde la que acceder por otra cuesta al Collado del Venteadero, a 2.484 m. de altura, o subir por una empinada pala de nieve directamente hasta ese mismo collado.

La decisión no es fácil porque el color de la nieve de la pala más directa y atractiva parece cambiar en determinados puntos. Y no sabemos si se tratará de hielo.

Al final, nos puede la curiosidad y el camino más directo es el elegido.

Aquí he de reconocer que sudamos un poco más de la cuenta debido al esfuerzo. La inclinación es elevada, pero la vía es muy bonita. A mi derecha voy dejando el Ameal de Pablo (2.509 m.) y la Punta Esperanza (2.374 m.).

A mi izquierda: el Almanzor nevado y el Cuchillar de Ballesteros. Contemplo la belleza abrumadora de ambos flancos mientras subo.


Cuando por fin llegamos al collado todos los esfuerzos merecen la pena. Las montañas que nos rodean se elevan esbeltas hacia el cielo, y no soy capaz de quitarme una sonrisa tonta de la cara. El viento no sopla mucho aquí arriba en este momento y eso nos deja reposar tranquilos. La nieve reluce a nuestro alrededor. Nos acomodamos junto a un par de puestos de vivac para recuperar líquidos y comer algo de chocolate, a la vez que charlamos de lo bien que ha estado la ascensión hasta aquí.

Frente a nosotros, al fin, la cumbre de La Galana. Nuestro objetivo. Me hallo nervioso. Lo veo tan cerca y tan factible que me parece que todo ha sido demasiado fácil.

Cuan equivocado estoy, aunque ahora no lo sepa.

Después de un corto pero merecido descanso, nos ponemos en camino para recorrer los últimos metros que nos separan de la cima. Cerca de ella hay un pequeño canchal desprovisto de nieve en donde dejamos nuestro equipo para ir más ligeros hasta arriba.

Llegamos a la antecima y, de repente, nuestras esperanzas se vienen abajo…

Por aquí no se puede cruzar.

Descendemos un poquito, saltamos un par de rocas, y nos quedamos justo en la grieta que separa la antecima de la cima final. En este punto, tan solo una pequeña arista de nieve de no más de dos metros de longitud nos separa de iniciar la última trepada. Sin embargo esta limatesa tan estrecha tiene una caída de doscientos metros a cada lado y no parece nada segura.

¡Maldita sea! Estamos tan solo a diez metros de la cima y nos sentimos bloqueados física y mentalmente. Si no hubiera nieve la cosa sería bien distinta, pero así es jugarse la vida. Y no estamos aún tan locos para hacerlo…

Asumimos la realidad: a veces hay que saber renunciar. Esa es la diferencia entre un buen y un mal montañero. Desde nuestro punto de vista ningún objetivo que implique un riesgo de este calibre es merecedor de privarte el volver con los tuyos. Habiendo hecho la antecima, casi me siento como si hubiera coronado la cima real de La Galana y, aunque me fastidie un poco, esta vez no me iré de aquí tan defraudado como en otras ocasiones, puesto que hemos dado todo lo humanamente posible para llegar hasta donde estamos.

Mientras escribo estas líneas ahora creo que podíamos haber llegado a la cumbre, pero no me arrepiento porque estoy seguro de que dentro de un tiempo esta entrada del blog se completará con un apéndice que certifique la ascensión real a este pico.

Volvemos a bajar hasta donde yace nuestro equipo y mi mirada se desvía hacia la izquierda, hacia otra cumbre cercana…

Me vuelve a picar el «gusanillo». Vaya… quizás no haya hecho cima real en La Galana, pero si puedo llevarme otra…

Le comento a Juan que si se anima a venir conmigo hasta allí. Es pronto y me dice que si, así que cruzamos de nuevo un pequeño nevero y trepamos por unas rocas para empezar a recorrer ese pequeño cordal. Unos minutos después, él se queda sentado tras de mi. No le apetece llegar más lejos. No pregunto… solo continúo.

A mi izquierda el roquedal cae suavemente por la ladera. A mi derecha una caída de cuatrocientos metros.

Para llegar hasta la cima hay algunos pasos realmente bonitos. Uno incluso me hace meterme bajo un desplome que asemeja una pequeña cueva. Unas trepadas más, unos «columpios» y por fin… ¡Cima! Estoy a 2.549 metros. En la cima del Risco del Gutre.

Eso que me llevo… junto a unas vistas extraordinarias del Circo de las Cinco Lagunas. Hermosísimas desde aquí arriba. Oscuras las grandes, verdeazuladas las pequeñas más «cercanas» a mi posición. Las montañas pierden altura rápidamente a mi alrededor y por debajo de mi. Al fin es un auténtico lujo el poder disfrutar de estas sensaciones una vez más.

Siempre me preguntan que qué se siente al subir a las montañas para que me atraigan tanto… y tengo pocas explicaciones que dar porque todas y ninguna me convencen. Existe gente que sube por la sola alegría de vivir, otras por el goce experimentado en la lucha, por el mero deseo de arrancarles su misterio… y otras suben aquí por el solo placer de conocerlas.

Podéis elegir la que más os guste… yo solo se, que se quien soy al estar allá.

Me permito hacer una foto del valle con mi móvil, e incluso una llamada de teléfono a casa, antes de iniciar el descenso y reunirme con mi compañero. Juntos regresamos a los puestos de vivac donde antes descansamos y nos preparamos para bajar.

Esta vez estamos más preparados que el año pasado en el Almanzor. Nos protegemos bien las manos, los brazos… No dejamos nada a la improvisación. Y, una vez listos…, nos deslizamos sobre nuestros traseros ladera abajo.

Con control es realmente divertido. Y además nos ahorramos un tiempo precioso. Comenzamos a caminar para salvar la explanada de nieve en que nos encontramos y echamos un último vistazo a La Galana. Su grieta resulta igualmente peligrosa desde aquí abajo.

No pensamos mucho más en ello. Sabemos que hemos tomado la decisión correcta. El Ameal de Pablo se alza agreste al otro lado. Este es un pico más técnico aún si cabe y ahora no nos llama nada la atención, así que iniciamos el descenso por la Hoya que lleva su nombre, dejandonos deslizar nuevamente.

Una vez abajo llegamos a un valle que apenas hemos caminado nunca, allí donde se encuentra la Lagunilla del Ameal. Nos parece un sitio fantástico, con grietas peligrosas, cascadas por todas partes y un par de pequeñas praderas donde algúna flor se atreve a brotar de nuevo.

Se trata de un sitio ideal donde parar a comer. Estamos hambrientos y, a pesar del calor que nos azota, paramos junto a la zona con mayor volumen de agua a descansar y reponer fuerzas.

La comida es breve pero reparadora. Disponemos de agua y de un rato para cabecear brevemente en las pocas sombras que encontramos. Sin embargo, el calor no nos deja aguantar mucho rato y enseguida debemos ponernos de nuevo en marcha.

Desde aquí, volvemos a encontrar hitos en el camino que nos conduce a través del aliviadero de la laguna hacia el Gargantón. Esta parte del recorrido es verdaderamente salvaje. Vemos pequeños puentes de nieve que no aguantarían el peso de una mosca. Saltos de agua a cada lado que retumban con estruendo en las paredes vecinas. Y, bajo nosotros, las praderas del Gargantón comienzan a llenarse de narcisos, allí donde continúa el camino de las Cinco Lagunas hacia el Portillón del Rey.

No tardamos en llegar a lo más profundo del valle donde encontramos las ruinas de una casa y lo que se adivina como el sendero que nos llevará de vuelta al refugio. Siguiéndolo (y confirmándolo con el GPS) cruzamos el arroyo y empezamos de nuevo a subir en dirección al pequeño Risco Negro, desde donde divisaremos de nuevo el Circo de Gredos.

Esta última ascensión ya empieza a resultar aburrida después de tantas horas. Tan solo la visión de unas cabras llegando al collado nos saca de la monotonía del camino, y nos devuelven a una visión espectacular del Circo desde una perspectiva nueva.

La bajada desde aquí se hace quizás un poco larga, pero las nubes empiezan a tapar el sol y vamos bordeando cómodamente la Laguna por caminos encharcados, hasta que por fin llegamos al Refugio.

Esta lleno de gente que ha aprovechado el día para darse un paseo por aquí.

Tanta concurrencia no nos gusta tanto, pero asumimos el hecho con una cerveza fría, y pasamos la tarde disfrutando del atardecer, antes de irnos a la cama prontito… con la sensación del deber cumplido: llegar sanos y salvos.

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La luna entre las nubes se escondía;
en silenciosa oscuridad el valle
yacía perdido; sólo interrumpía
la profunda quietud que allí reinaba
el viento, que formaba,
en el vecino bosque dilatado,
un ruido manso, lento, compasado…

Tomado de Fragmentos de Poemas de Gustavo Adolfo Bécquer.

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Día 3:

Las despedidas siempre son tristes.

Aunque sabemos que siempre volvemos, invariablemente queda ese pequeño resquemor de tener que volverse en vez de quedarse un poco más. En fin, qué le vamos a hacer…

Cruzamos de nuevo el río (esta vez sin meter el pie en el agua como la última vez) y partimos hacia el paso de la vía ferrata.

Hoy parece que la nieve se ha deshecho un poco más debido al paso de tanta gente durante el día de ayer. Pero asegurándonos bien, lo cruzamos sin problemas y salvamos la masa de nieve para poner rumbo a Los Barrerones.

El camino de vuelta transcurre sin incidentes. Estoy muy contento de que, además, las rodillas me han respondido a la perfección. No me han dado ningún problema.

Casi a final de la subida, paramos un momento en la Fuente de los Barrerones antes justo de que el sol comience a entrar en el valle y nos atice en la cabeza, y empezamos a ver llegar a excursionistas de los pueblos cercanos para asomarse al mirador del Circo. Según bajemos iremos viendo como cada vez más gente sube con niños, y sandalias. Esto es lo que no me gusta de un sitio tan accesible.

A veces me pregunto cuantos montañeros son capaces de valorar realmente esta actividad… porque la gente de la calle, no puede.

Afortunadamente nuestro camino no nos llevará esta vez por la Calzada Romana, evitando de este modo las aglomeraciones de gente. Nuestros pasos se desvían por el Prado de las Pozas rumbo al Refugio del Reguero Llano, tal y como nos prometimos el viernes. Cuando llegamos nos encontramos con un tipo bastante curioso pero también convenientemente amable. Llama al refugio, su «remanso de paz».

Nos confirma que, efectivamente, las construcciones adyacentes se han reconstruído para servir de refugio para animales y pastores de las pedanías cercanas.

Su refugio en verano no se ocupa mucho porque la gente prefiere acercarse al Elola, pero en invierno parece ser que si tiene movimiento, puesto que la gente es aficionada a subir al Morezón o a la Mira en invernal.

Tomamos nota de estas afirmaciones por si, quien sabe, el próximo invierno nos acercamos hasta aquí con un buen equipo de nieve.

Tras despedirnos del viejo guarda, rodeamos por la parte trasera del refugio y tomamos un camino casi desconocido que creemos que tomaron el año pasado nuestros amigos Charlie y Gonzalo. Este camino nos lleva directamente hasta la Plataforma entrando casi en vertical hacia ella.

En mis últimos pasos entre narcisos amarillos y violaceos «pipirigallos» me reconforta saber que pronto estaré en casa y de que ha sido un gran fin de semana. En él, una vez más, he disfrutado de lo que realmente creo que es sentirse vivo…

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Dedicado a José Mínguez de Pablos

Nunca olvidaré tu alegría, y espero que el recuerdo de tu manera de ver
la vida me siga ayudando a construir, al igual que tú,
mi propio amor a la libertad.

Hasta siempre… «Abuelo».

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