El Torozo es un «pequeño dosmil» que se eleva entre los puertos de El Pico y Los Serranillos, en el límite oeste del sector oriental de la Sierra de Gredos, siendo por tanto un mirador excepcional de ambos macizos. Su altura máxima es de 2.026 m., y presenta un vivo contraste entre su vertiente norte, suave y cubierta de monte bajo, y la sur que es un gran murallón de granito donde se encuentran algunas de las vías de escalada más largas de todo el Sistema Central.

De tiempos de los romanos es la construcción más notable de la zona, la Calzada Romana, una de las mejor conservadas de España y que hoy en día es utilizada (además de por senderistas) por los ganaderos que van desde la meseta norte hasta las dehesas y pastos invernales de Extremadura; siendo parte, por tanto, de la llamada Cañada Real Leonesa.

El Puerto del Pico, desde el que iniciamos la ruta, ha sido así durante siglos el paso natural entre la altiplanicie abulense y el Valle del Tiétar, además de la separación natural entre el sector central y el oriental de Gredos.

A pesar de ello, las alturas que lo rodean no son de las más visitadas de la zona, ya que el Circo de Gredos se lleva ese extraño «honor». Ello, sin embargo, nos va a proporcionar la tranquilidad de la ruta y el poder encontrarse con cabras montesas, mucho más silvestres que sus vecinas de unos kilómetros más al oeste.

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Localización: Cuevas del Valle (Puerto del Pico1.391m.)

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 10 kilometros

Duración: 3 horas

Época recomendada: Todo el año (en invierno puede ser obligatorio el uso de crampones o raquetas)mide_ElTorozo

Dificultad MIDE:  →

Equipación mínima: Bastón (crampones o raquetas), mochila, botas de montaña, comida y agua. (más info…)

Ruta GPS: El Torozo (aunque el track está perfectamente trazado, algunos datos de altura y tiempo no son correctos)

Recomendaciones:

  • Según la climatología, la ascensión puede realizarse en cualquier época del año, aunque para determinadas ascensiones es recomendable el uso de crampones o raquetas.
  • Hay agua potable en un par de puntos del recorrido, pero no en todas las épocas del año. Es interesante llevar 2l. por si acaso.
  • Cuidado con la niebla debido a la proximidad del Puerto. Por ello, hay que extremar las precauciones en las rocas próximas a la cima si nos la encontramos. Por otra parte, en invierno, la formación de placas de hielo pueden hacernos caer por el barranco.
  • Los refugios que encontraremos en el camino son libres, por tanto: no vigilados.

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Las montañas comienzan a recortar el cielo a la par que amanece.

Primero de un frío azul. Y más tarde de un hermoso color violáceo que se torna anaranjado. Por encima de estas primeras alturas, una se eleva tras ellas brillando con un intenso color blanco.

«Ese debe ser La Mira«, me digo. Pero tan pronto como ha aparecido, desaparece al realizar un par de curvas con el coche.

Hace quince años que no circulo por esta carretera para llegar a Gredos, y casi no recuerdo estos paisajes con esta perspectiva. La última vez fue toda una aventura. Casi siete horas en un destartalado autobús, parando en dos docenas de pueblos para hacer un camino que no lleva más de dos horas y media.

Sin embargo, aquel viaje con mis amigos es de los que más cariño conservo en mi corazón.

Hoy tan solo estoy haciendo una escapada fugaz desde Madrid para ascender al Pico del Torozo, desde donde, creo, hay unas magníficas vistas del Macizo Central de Gredos… Así que tampoco espero gran cosa, salvo pasar un día agradable.

Tras salvar por fin la serpenteante carretera que me lleva al Puerto del Pico llego al parking junto al restaurante de este milenario paso entre las dos mesetas y comienzo a equiparme.

Aún es temprano y hace frío. Así que, rápidamente me pongo una chaqueta y empiezo a caminar por la senda que sale tras el restaurante del puerto, marcada con estacas de madera y el código PR AV-37.

Una jauría de perros me ladra desde sus corrales mientras voy dejando atrás la carretera. Veo que el camino no da tregua y, aunque el camino es ancho y cómodo, asciende en constante pendiente.

Gracias a ello entro en calor con rapidez.

Al llegar al Refugio de la Majada del Tío Manteca (también conocido como de la Albujea), recompongo mi vestuario para caminar más cómodo y no sudar demasiado ni tan deprisa.

Desde este punto, el camino se estrecha y se vuelve más pedregoso, pero su desnivel no decae y exije lo mejor de mis piernas que aún no están del todo calientes.

Las vistas son hermosas. A mi espalda comienzan a distinguirse las grandes alturas de Gredos. A ambos lados, fértiles valles plagados de vegetación y, debajo de mi: el Puerto.

Siempre hacia arriba… mi sendero.

Parece que el viento cesa y camino más a gusto. Puedo contemplar el perfil de esta montaña que a cada paso me va pareciendo más y más bonita. En la presentación de esta cumbre lo llamé «pequeño dosmil» y, aunque mantengo la definición, empiezo a darme cuenta de que a pesar de su reducida altura, es un dosmil con mucha personalidad.

Tras efectuar varias zetas en el camino llego a una pequeña bifurcación donde un cartel de hierro, que anuncia la cercanía de la Fuente del Cerro Pedrique, marca la unión de las dos sendas.

En algún lugar he leído que desde aquí sale un camino más montañero hacia la cima, así que no lo pienso mucho y decido aventurarme por aquí.

Si os internáis por esta senda algún día, tened cuidado porque enseguida comienza a descender y no es esa la dirección que hay que seguir. Debéis tratar de localizar los hitos que salpican la ladera de la montaña y caminar casi campo a través por un rato, hasta empezar a hoyar un pequeño rastro que asemeja más a un camino de cabras que a una senda definida.

Al cabo de unos minutos de deambular «persiguiendo» hitos, localizo su rastro cláramente y comienzo a ascender de forma más pronunciada, si cabe, por el lateral de la Majada de la Albujea. A mi derecha veo como se eleva el Alto de los Monteses (falsa cima del Torozo) y más allá, tras el Risco de las Morrillas o la Peña del Mediodía, claramente distinguibles: el Almanzor, la Galana, la Mira… viejos conocidos que hoy contemplo desde una nueva y hermosa perspectiva.

La senda original, como más tarde comprobaré, te lleva hasta la cima dando un pequeño rodeo de forma más suave. Sin embargo, mi elección ha sido la correcta porque este camino, a pesar de ser algo más duro, es mucho más montañero y bonito.

Reitero: este monte tiene personalidad.

Para confirmar mis afirmaciones, un grupo de cabras montesas pasa corriendo a mi alrededor descendiendo a toda velocidad. No me he dado cuenta de su presencia y debo haberlas asustado, pero la escena me sobrecoge a la vez que me llena de satisfacción. Ya lo he dicho en otras narraciones… la montaña siempre te regala algo.

Sigo subiendo y algo más arriba me encuentro con el resto de la manada. Esta vez bien protegida por poderosos machos cabríos que alzan sus cuernos hacia mi como queriendo desafiarme. No obstante, aunque lo parezca, no soy tan tonto…

Camino lentamente sin dejar de hacerles fotos, con el Macizo Central de Gredos recortando el horizonte.

No os podéis imaginar que bonita estampa.

Dejo atrás a las cabras y pronto llego hasta la pequeña meseta que antecede a la cima. Aquí, otro pequeño grupo de animalillos salta de piedra en piedra alejándose de mi. «Ojalá tuviera su agilidad», pienso, «y seguridad haciendo esas cosas…»

Cuando las sigo con la mirada, descubro las grandes paredes del sur de la montaña (que de otro modo casi habría pasado por alto) y entiendo por qué este es uno de los lugares más frecuentados por los escaladores del Sistema Central.

Riscos tremendamente verticales, casi más propios de otras montañas caen en picado hasta el suelo. Entre ellos el llamado Torreón, auténtico «Torozo» que da nombre a la montaña. A lo lejos, los Montes de Toledo bañados por las brumas matutinas no desvían mi mirada de los fértiles Valles del Tiétar y el Alberche. Y cuando por fin llego a la cima, una sensación de paz me embriaga mientras contemplo todas las impresionantes vistas que me rodean.

¿Creo escuchar el piar de una pequeña rapaz? ¿O una cría? No sé. Tan solo se que merece la pena el fuerte desnivel superado para tener estas sensaciones…

En la cima, junto al vértice geodésico, hay un pequeño buzón de metal donde dejo una tarjeta antes de seguir mi camino.

Es entonces, al darme la vuelta, cuando veo una enorme ave descansando en unas rocas por debajo de mi. No tengo muy claro qué «bicho» es desde aquí, así que decido moverme lentamente para rodearle y sacarle una foto. Pero, como si me hubieran leído el pensamiento, ella y otras cuatro majestuosas águilas reales levantan el vuelo desde las rocas y no puedo más que hacerles una única foto con mi boca abierta.

Desde luego, si además de montañeros sois amantes de la naturaleza y la fauna ibérica, este es vuestro lugar.

Aún con el corazón latiendo de gozo por la imagen que he contemplado, mis pasos me llevan en dirección al Collado del Risco. Llevo más de media hora de adelanto sobre el tiempo estimado por los datos del PR AV-37, así que decido seguir hacia adelante y hacer una segunda cima en el Alto de los Corralillos, de 2.005 m.

Se trata de una loma redondeada ni mucho menos tan espectacular como su hermano mayor, pero si que nos da unas vistas muy chulas de El Cabezo y la Sierra del Pico Zapatero.

No tardo mucho en llegar y dar por terminada mi «excursión» de hoy. Tan solo me queda volver por la senda original.

Para no dar demasiadas vueltas decido bajar entre los pequeños piornos que salpican la loma norte y continúo en dirección al Puerto.

Cuando encuentro la senda veo el pequeño Refugio de los Cervunales, un sitio muy chulo para parar a comer (incluso de barbacoa) si hace falta, y sigo caminando por la cómoda vereda.

Más adelante, cuando de nuevo encuentro el cartel de hierro donde me desvié a la subida, me aventuro a acortar tiempo yendo de nuevo campo a través. Voy pensando en que esta ruta debe ser preciosa en invierno, por tanto me planteo repetirla próximamente.

Por fin, y aunque el camino de vuelta se me hace más largo que el de subida, llego al parking del restaurante y me doy por satisfecho. Aunque todavía me queda una cosa por hacer.

Me encamino a la Calzada Romana que cruza el puerto, dicen que una de las mejor conservadas de España y yo doy de fe de ello, porque es la mejor que he visto, y más en la montaña.

Mientras recorro una pequeña parte de ella, bajo el curioso monumento a los caídos en la Guerra Civil Española de esta zona, me parece estar pisando sobre parte de la historia viva de esta región; y, más aún que el haber hecho hoy una nueva cima y seguir encontrandome de lujo con mis rodillas… me quedo con ese sentimiento. Y lo atesoro en ese rinconcito de detalles que me han obsequiado mis humildes viajes.

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