El Cerro de las Cruces, de 1.369 m., es la prominencia más alta de la Sierra de San Vicente. Una zona montañosa casi desconocida para el gran público, situada al sureste de la Sierra de Gredos, entre los valles del Alberche y Tietar.

Aunque la modesta altitud de la zona no suponga un atractivo para los montañeros más avezados, el atractivo de estas cumbres radica en su historia. Recibe la denominación de «Sierra de San Vicente» a causa de la tradición que habla de una cueva donde vivieron los santos Vicente, Sabina y Cristeta, que eran hermanos y se escaparon de Talavera de la Reina huyendo de las persecuciones de un gobernante romano llamado Diocleciano. Marcharon a Ávila esperando escapar, pero fueron martirizados y se encuentran en la actualidad enterrados en la espléndida iglesia románica de San Vicente.

Los romanos conocían esta sierra como Montes de Venus (Mons Veneris) y se cuenta que en ella se ocultó el caudillo lusitano Viriato durante sus guerrillas contra los invasores. De hecho, y apoyada en este hecho histórico, existe una «senda de gran recorrido» llamada la Senda de Viriato (GR-63) que recorre ampliamente todos los pueblos de la comarca.

Respecto a sus méritos naturales, estos montes suponen un espléndido mirador sobre el Macizo Central de Gredos, el piélago repleto de bosques y fauna de entre los montes, y las numerosas ruinas de fortificaciones y asentamientos de las varias civilizaciones que han tratado de reclamar estas tierras a lo largo de los siglos, desde la Edad del Bronce.

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Localización: Real de San Vicente

Tipo de Ruta: Senderismo

Longitud: 11 kilómetros (aproximadamente)

Duración: 3 horas

Época recomendada: Todo el año (aunque por la variedad del bosque, rico en castaños, en otoño resulta muy bonito)

Dificultad MIDE:  → mide_CerroDeLasCruces

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS:

Cerro de las Cruces

Recomendaciones:

  • No hay agua potable (o no es fácil de encontrar) en el recorrido. Como siempre comentamos: es recomendable llevar al menos 2 l. de agua en la mochila.
  • El inicio de la ruta comienza a la altura del km. 8 de la TO-9045-V, que comunica El Real de San Vicente con Navamorcuende. Cerca de las ruinas del Convento del Piélago.
  • Existe un portal en internet con amplia información sobre los pueblos y parajes de la región. Si disponéis de tiempo y queréis saber más de estas comunidades: pinchad aquí.

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El campo se presenta de un color verde apagado. Grisáceo.

El invierno llega muy tarde este año, y los colores no poseen el brillo del otoño ni la belleza blanca del invierno. Si no fuera por los pocos reductos de pinares que salpican estos montes, el paisaje casi parecería muerto… deshojado y cubierto por la escarcha.

Tras conducir por la estrecha carretera de montaña que une El Real de San Vicente con Navamorcuende, he aparcado en el puerto que desciende hacia el Valle del Tietar.

Desde aquí salen los caminos que hoy me propongo a seguir.

Hace frío. Veo mi aliento convertido en vaho frente a mi.

La ruta de hoy, y que me llevará a las tres grandes alturas de esta olvidada sierra, me la propongo tan solo por conocer estos parajes, y a modo de paseo; ya que su altura no es muy destacable. Además, según veo sobre el terreno, la dificultad es nula.

Me dirijo primero a la cima del San Vicente (1.322m.) adentrándome en el pinar junto al aparcamiento y remontando una empinada cuesta que pronto me hace entrar en calor.

Esta cima se revelará al final de la jornada como la más bonita de las tres, y la que, si volviera a repetir este camino, dejaría para el último lugar.

No tardo mucho en llegar a la pequeña y rocosa cima, salpicada de enebros, y quedarme maravillado con el paisaje que contemplo.

Camino paralelo a la Sierra de Gredos.

El Macizo Central está cubierto por la nieve, aunque solo en sus grandes alturas debido a las pocas precipitaciones de este año.

Detrás de mi veo la cumbre del Cerro de las Cruces, el más alto de esta pequeña sierra, investido por la extraña corona que forma el feo complejo de antenas de comunicaciones y que seguramente dan servicio a los pueblos de esta zona del Tietar.

Pero lo que más me llama la atención son las ruinas que veo a mis pies…

Practicamente junto a la cumbre, las ruinas de la Ermita de San Vicente, levantada en el siglo XVII encima de la famosa cueva de los santos. Más allá: los restos de la fortaleza árabe del siglo IX, que domina con su visión todos los campos de Toledo.

La vista impone… y no dudo ni un segundo en dirigirme hasta ella para penetrar en sus ancianos muros de mampostería.

Siempre que encuentro restos de este tipo en las montañas, y no tan espectaculares como este, me parece estar pisando un poquito de la historia de España. Mis manos tocan las piedras como si estas pudieran transmitirme los pensamientos de sus antiguos moradores.

Pero nunca es así…

Tras un rato de deambular por las ruinas y hacer numerosas fotografías, deshago mi camino rumbo de nuevo al puerto pensando que quizás vuelva luego aquí para comer, ya que no se tarda mucho.

Mi siguiente objetivo: El Pelados de 1.333 m.

Mientras desciendo al puerto, veo en la lejanía la Peña de Cenicientos, desde cuya cima vislumbré esta sierra y me picó la curiosidad por conocerla.

Por fin, llego de nuevo a la carretera y aquí he de tomar una decisión: o bajar unos metros para seguir la pista forestal que lleva hasta el Cerro de las Cruces, para hacer desde allí varias idas y vueltas, y así coronar cada monte. O saltar la verja que se haya frente a mi y tomar el camino más directo.

Finalmente (y aunque esto no se haga, niños), opto por esta última opción ya que de este modo tardaré menos tiempo (y porque empieza a tocarme las narices esto de «ponerle vallas al monte»). Si no estáis seguros de que la zona está despejada no os adentréis por aquí ya que es un coto privado de caza y podrían multaros o, lo que es peor… dispararos.

Sigo la vereda que sale desde el portalón, con marcas evidentes de neumáticos. Y, tras unos minutos, no tardo en ver la solitaria antena que tambien corona esta cima. Unos minutos más y enseguida me planto junto a ella.

Mi intención ahora es caminar a través del pinar siguiendo la brújula para llegar a la pista forestal principal, pero veo que la vereda que he venido siguiendo continúa su camino ahora en descenso. Así que me aventuro a seguirla por unos metros y ver si no es necesario ir campo a través.

Efectivamente, enseguida me doy cuenta de que la senda, parcialmente cubierta de escarcha, continúa en dirección a la pista forestal que lleva al «Cruces». Por tanto camino resuelto a terminar mi ruta de hoy, aunque acelerando el paso porque oigo algunas detonaciones por debajo de mi, y más cerca de lo que me habría gustado.

Deambulando por la linde del pinar, llego en pocos pasos a un cruce de caminos en el que hay un paso «antiganado» y una marca del GR-63, la Senda de Viriato. Me digo a mi mismo que, cuando descienda, bajaré por aquí atravesando el bosque. Así caminaré por senderos más chulos que unas áridas pistas de todoterrenos.

El camino me adentra serpenteando en un bosque de robles y castaños, desnudo por la llegada del invierno y los vientos gélidos. El suelo está lleno de hojarasca y el silencio es casi absoluto.

Es un paraje fantasmal y, sin embargo, dotado de una belleza poderosa. Un bosque que, si no fuera por el piar puntual de algún pájaro, parecería desolado. Cubierto por una fina capa gris, como ceniza, casi sacada de la erupción de un volcán o una explosión nuclear.

Camino por un bosque sacado de las narraciones de Edgar Alan Poe.

Y allí, en lo alto, la corona tecnológica de antenas que se alzan al cielo. Blancas y rojas.

Silenciosas.

No hay mucho que decir del lugar. Es feo. Aunque el paisaje es muy bonito.

Una cruz de hierro se estira caída en el suelo, marcando una cima que el vértice geodésico señala realmente, pero que las vallas no te dejan alcanzar. Es el único símbolo de por qué el lugar se llama así, ya que las auténticas cruces se levantan sobre mi.

Un poco más abajo: un vivac. Quizás para entretenerse en el atardecer haciendo fotos al cordal del Gredos, porque el lugar tampoco presenta mejores alicientes.

Con estos pensamientos, inicio el regreso pero, para darme un poco más de vidilla, y dado que tengo tiempo, me adentro en el bosque, campo a través, rumbo a la Senda Viriato que pronto alcanzaré y seguiré hasta la carretera.

La senda está preciosa ya que los árboles me arropan con sus ramas peladas mientras que mis pies se cubren con sus hojas.

Escucho algún pájaro carpintero repiquetear en los árboles. Robles centenarios de poderosos troncos, flanqueados por castaños que dejan caer sus frutos protegidos de piel similar a la de un erizo.

Así, no tardo en llegar al Campamento Viriato, abandonado en esta época y cruzo el arroyo para alcanzar la carretera.

Desde aquí, tan solo me separan unos cientos de metros del coche. Pero antes podré contemplar a mi izquierda las ruinas del Convento del Piélago, construcción de los Carmelitas del siglo XVII, y que fue dañado sucesivamente por las Guerras Carlistas y la Guerra Civil.

Allí, con las cumbres de Gredos asomando por entre los árboles, abandono este hermoso lugar que, sin duda os insto a conocer en una rápida escapada, ya que os merecerá la pena.

Es uno de esos sitios olvidados por el imaginario popular, pero que os sorprenderá y os encantará recorrer.

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