El Pico Almanzor (2.592 m.), cuyo verdadero nombre es Plaza del Moro Almanzor, es la punta más alta de las que coronan el Circo de Gredos, y por lo tanto la más alta de dicha Sierra de Gredos, y de todo el Sistema Central. Situado en la provincia de Ávila (España), el pico es la divisoria entre Zapardiel de la Ribera y Candeleda, muy próximo a la de Cáceres.
Es un pico muy poco erosionado, de orogenia alpina y de formación granítica. Su ascensión es sólo recomendable a montañeros con algo de experiencia. La vía normal de acceso se efectúa por la Laguna Grande de Gredos y el Refugio J.A. Elola, la Hoya Antón y las Portillas Bermeja y del Crampón. La última trepada entra dentro del segundo y tercer grado de escalada UIAA. Aunque en verano no hace falta ningún tipo de material para realizarla, en invierno y con hielo o nieve se recomienda el uso de cuerda.
El nombre proviene de Almanzor, el victorioso de Alá, líder militar y religioso durante el Califato de Córdoba.
El Almanzor fue escalado por primera vez en septiembre de 1899 por M. González de Amezúa y José Ibrián Espada, y la primera ascensión invernal fue realizada en 1903 por Ontañon y Abricarro. En 1960 se colocó una pequeña cruz en su cima.
Respecto al Peñón del Casquerazo (2.437 m.), se trata del risco más alto del llamado Cuchillar de las Navajas, cordal adyacente al de la cumbre del Almanzor situado al este del mismo.
Siguiendo la misma ruta que haríamos para ascender el Almanzor desde la Plataforma, se sube por la izquierda del Refugio Elola (cruzando las cascadas) a través de una pendiente de bastante inclinación hasta la Portilla de los Machos, donde, cuando hay nieve, necesitaremos del Piolet para poder lanzar la última trepada. Desde allí hasta la cumbre, la subida no presenta dificultad y pueden recorrerse los diferentes cordales que se dirigen a los Hermanitos o hasta el Pico Almanzor.
Este es el camino a seguir desde la «plataforma» del concejo de Hoyos del Espino:
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Localización: Hoyos del Espino
Tipo de Ruta: Alpinismo
Longitud: 20 kilómetros desde la plataforma hasta la cima del Almanzor
Duración:
- 2 a 3 horas desde la Plataforma hasta el Refugio Elola.
- Casquerazo: unas 2 horas desde el Refugio Elola (aproximadamente)
- Almanzor: de 4 a 5 horas desde el Refugio Elola (aproximadamente)
Época recomendada: Primavera a otoño (en invierno es obligatorio el uso de crampones y piolet)
Dificultad MIDE: →
Equipación mínima: Bastón (crampones y piolet), mochila, botas de montaña, saco, esterilla y tienda de campaña (si no se permanece en el Refugio), comida y agua. (más info…)
Ruta GPS: Pico Almanzor
Videotrack disponible:
- Según la climatología, la ascensión puede realizarse en cualquier época del año, aunque para determinadas ascensiones es recomendable el uso de crampones y piolet. Por otro lado, en invierno la ruta puede volverse peligrosa así que, los crampones y el piolet son obligatorios ademas de ser necesario el conocimiento de las técnicas alpinas y de seguridad de montaña.
- No hay agua potable en todo el recorrido. Proveeros de ella en abundancia en el Refugio.
- Precaución con los accesos a la cima del Almanzor (Grado II o III). No requiere conocimientos de escalada, pero la altitud y el vértigo pueden ponernos en un aprieto.
- Si optáis por cobijaros en el Refugio, los precios son bastante asequibles incluyendo la media pensión. El refugio tiene mantas en las habitaciones, con lo que no es necesario un gran saco para dormir allí entre primavera y otoño. Bastará con un saco-sábana.
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Día 1:
Libérame tierra, de añorar tus sendas y caminos.
Libérame viento, del aroma que despierta mis recuerdos.
Estamos de vuelta…
Hace tanto tiempo…
Trece años me separan de la primera vez que contemplé el Macizo Central de la Sierra de Gredos hasta hoy. En aquella ocasión fue mi primer contacto real con la Alta Montaña. Todo lo hecho hasta entonces no dejaban de ser meras excursiones a las sierras bajas de Madrid.
Eramos jóvenes. Se puede decir que más que una acampada en Gredos, hicimos un «acampedo». Guitarras, cervezas, poco equipo, poca experiencia… y muchas ganas.
Hoy todo es distinto. Las intenciones no son las mismas.
Trato de olvidarme de todos los pequeños problemas que hemos tenido hasta poder hallarnos aquí. Aún nos faltan dos miembros del grupo que, para variar, se van a retrasar; así que mi amigo Juan Carlos y yo decidimos empezar a subir desde el valle hasta el refugio para ir ganando tiempo y confirmar nuestra reserva con los guardas.
Estoy especialmente contento. Este fin de semana pretendo sacar una dolorosa espina de dentro de mi, y que lleva allí clavada como un cáncer desde hace demasiados años: escalar el Pico Almanzor. La única montaña que me ha vencido hasta la fecha. Aunque dadas las condiciones ya mencionadas, del intento anterior, tampoco es de extrañar.
Miro hacia arriba y nos deseo suerte…
Líbérame calle, de los pasos equivocados.
Líbérame árbol, de las ramas retorcidas.
Líbérame río, de la rabia y el murmullo.
Líbérame murmullo, de la inutil murmuración.
Me siento cómodo mientras comenzamos a subir por la empinada Calzada Romana, bastante bien conservada por cierto, desde la llamada Plataforma de Hoyos del Espino, un parking para salvar los doce kilómetros que separan el comienzo de la cordillera del pueblo.
El tiempo nos acompaña. No las teníamos todas con nosotros, pero parece que nos va a hacer muy bueno. Las cosas mejoran…
A mi izquierda el murmullo de un riachuelo que desemboca cerca del nacimiento del Río Tórmes me relaja en mi caminar y me devuelve imagenes de la primera vez que hoyé estas viejas piedras.
Juan y yo comentamos el camino animados por los recuerdos. Parece que algunas cosas, además de nosotros mismos, han cambiado por aquí. La Junta de Castilla y León ha acotado los límites del sendero para tratar de recuperar las praderas.
A nuestra derecha el Refugio del Reguero, hace ya tiempo abandonado. Frente a nosotros: el camino sigue ascendiendo y los neveros comienzan a acumularse en proporción al aumento de mi excitación por pisarlos.
Llegamos por fín al pequeño puente que cruza el Río Pozas y nos detenemos un segundo para contemplar y recordar con cariño el prado entre rocas donde pasamos el primer día de aquella excursión, hoy tan cercana a nosotros de nuevo.
Recuerdo haber escalado algunas de aquellas paredes con algo de inconsciencia. Habernos bañado en las frías aguas de las charcas descongeladas. Las canciones, las risas…
Me gusta estar de nuevo aquí. Después de algún tiempo, me siento tranquilo…
Líbérame vida, de la prisa de siempre.
Líbérame muerte, del vacío sin fin.
Continuamos el camino y empezamos a subir por la senda que nos llevará a la cima de Los Barrerones, desde donde divisaremos por fín el Circo de Gredos (antiguamente conocido con el bello topónimo, desgraciadamente desaparecido, de: El Riñón del Recuenco). Nuestro objetivo.
Me río con Juan al recordar las condiciones en las que subió el pobre la otra vez. Cargando con una guitarra, con un calzado más que inadecuado… de resaca…
Han cambiado ligeramente el camino y ahora resulta más fácil, aún se repitieran aquellas circuntancias.
Estamos solos, tan solo el piar de algún Colirrojo en pleno cortejo nos acompaña. Hace calor. La nieve se derrite y por todas partes hay agua. La montaña es un vergel. La vida se nos muestra otra vez en todo su esplendor.
No tardamos en llegar a Los Barrerones y, finalmente, se abre ante nosotros todo el espectáculo del Macizo Central de Gredos. Al norte, Ávila y Salamanca. Al sur: Toledo y Cáceres.
Estoy emocionado.
Los nombres de los picos que puedo reconocer vienen a mi cabeza: Almanzor, la Galana, Los Tres Hermanitos…
Me detengo a hacer algunas fotos por entre los setos. La última vez no había tantos. Quizás al no haber ya tanto ganado por estas tierras, se han abandonado un poco estos pastos de alta montaña.
Comenzamos por fin el descenso hasta la Laguna Grande, bordeando la que llaman Garganta de Gredos. Nos encontramos con unos chicos gallegos bastante majetes que nos preguntan por las rutas a seguir, y les indicamos algunas de las que conocemos.
El camino está realmente espectacular. Docenas de pequeños arroyos nos cantan mientras bajan hacia los valles. Pequeñas cascadas de agua que tenemos que bordear.
Poco a poco la masa de agua que supone la laguna se acerca hasta nosotros. Me da la impresión de que hay menos nieve a su alrededor que en aquella experiencia anterior. Entonces, los que pudimos llegar hasta aquí tuvimos que dar un largo rodeo para alcanzar el refugio y hoy me parece que no vamos a tener problemas en seguir el camino natural.
Efectivamente, nuestros pasos nos llevan rodeando la laguna por su cara este, teniendo que cruzar un pequeño vado que, afortunadamente, no nos obliga a tener que usar una especie de vía ferrata de flanqueo, provista de una cordada y unas piquetas en altura que se clavan en la pared, para cuando las condiciones son algo peores.
Distingo con claridad el refugio de montaña y el pequeño helipuerto donde casi acampamos la vez anterior… (madre mía, mira que éramos lelos)
Al fin llegamos y, tras registrarnos con los guardas, descansamos un rato de la caminata. Dos horas es un buen promedio, teniendo en cuenta que nos hemos parado varias veces a hacer fotos y recordar el viejo camino.
Mientras esperamos a que lleguen Gonzalo y Charlie yo me dedico a recorrer un poco los alrededores del gran caserón, buscando esa ruta alternativa que usamos la otra vez.
Una vez más, me siento libre y feliz de estar en un sitio como este.
A mi lado un pequeño bloque de hielo, se «queja» mientras choca con uno de sus hermanos mayores. Los dos bloques de hielo chirrían con un sonido muy particular…
Tras un rato de ocio, a eso de las dos de la tarde llegan nuestros compañeros que, para no hacernos esperar más, han llevado ritmo infernal para subir hasta aquí en poco más de una hora. Llegan un poco cansados, pero, tras comer empezamos a sopesar qué hacer con nuestra tarde.
La opción original de acercarnos a las Cinco Lagunas queda descartada casi de inmediato. Son seis horas de ida y vuelta, y se nos haría muy de noche. Alguno de nosotros sugiere intentar acercarnos a la Portilla de los Machos a través de una canal de nieve que vemos frente al refugio. De allí podríamos dirigirnos al Peñón del Casquerazo, justo a su izquierda desde aquí, ya que ninguno de los cuatro lo ha hecho nunca.
Todos aceptamos el reto. Pero antes… una siestecita.
Yo prefiero equiparme ya e irme a hacer algunas fotos. Estoy demasiado ansioso por empezar a escalar como para poder dormir. Además, prefiero guardarme el sueño para la noche.
Hay varias cascadas que descienden desde los cordales y el glaciar del Almanzor. Están realmente hermosas y rugen con fuerza arrullándo a la gente que descansa al sol después de comer.
Desde allí veo por fín la pirámide cimera del titán que he venido a domar.
En aquella soledad, algunos pensamientos vienen a mi cabeza…
Jamás olvidaré su mirada…
Creo que me enamoré de ella desde el primer día que la ví. Pero no lo he sabido hasta algunos años después, cuando he vuelto a encontrarla.
Alzo la mirada hacia ella y allí veo la cumbre que me venció hace ya tantos años. La única que lo ha hecho hasta hoy. Ella me hizo amar la Montaña. Y también conocer sus sinsabores.
«Afortunadamente», pienso, «eso acaba aquí y ahora…» Aunque no puedo evitar meditar algo: «Antes de subirte a un árbol piensa si podrás bajarte.»
Sigo caminando y reconozco los accesos a la canal que pretendemos subir. La nieve está blanda. No creo que necesitemos usar los crampones, pero los llevamos por si acaso. Desvío mi mirada hacia el refugio y veo a Gonzalo hacerme señas. Ya se han despertado y van a prepararse. Decido ir a buscarles para llevarles por el camino más rápido y que no pierdan el tiempo como he hecho yo.
Son las cuatro y media de la tarde. Empieza el primer ataque.
Es un gustazo poder pisar estas nieves casi eternas. Algunos alpinistas ya han abierto huella hace unas horas y nosotros tan solo tenemos que escoger las mejores de ellas para poder ir ascendiendo en escalera. Desgraciadamente no todo el camino está en buenas condiciones. Al subir tan tarde, el calor ya ha hecho mella y la nieve está realmente blanda, por lo que tenemos que ayudarnos del piolet (y en mi caso también del bastón) para evitar resbalar y caer unos cuantos metros ladera abajo.
La pendiente se va volviendo más dura con cada metro. Quizás un 50% más o menos…
Gonzalo y Charlie se turnan la mochila porque les pesa demasiado al no haber previsto las condiciones de la nieve y la temperatura. Van demasiado cargados.
La subida impresiona, sin duda. Y tratamos de tener mucho cuidado asegurando cada paso clavando las punteras de las botas en el hielo.
Tras casi una hora, divisamos una pequeña morrena de rocas que cae desde la cima y decidimos afrontarla para salvar por fin los tramos de nieve y no trepar al collado, que parece tener un desnivel de casi 90º durante un par de metros. Esto sin embargo, se revelará como un error porque las piedras están sueltas y hay que ir con mucho cuidado.
Un montañero que ya va de recogida nos indica el camino a seguir, y poco a poco vamos acercándonos a la cima del Peñón del Casquerazo.
Continúo por las piedras hasta alcanzar la cima secundaria mientras los demás siguen sus propias vías de ascenso. Por fin estoy arriba, aunque todavía quedan unos metros para la cima principal; sin embargo, siento que algo no va bien… Mi rodilla izquierda está bastante cargada y me duele.
En ese momento, no tenía ni idea de lo que me haría sufrir eso al día siguiente.
«¡Maldita sea!», pienso para mis adentros, «siempre me tiene que pasar algo aquí». Recuerdo que la otra vez se rompió una de mis botas, cerca del Almanzor, mientras subía. Voy rezando para que este nuevo inconveniente no me impida subir mañana.
A pesar de todo, apenas me detengo a dejar el bastón y el piolet, y lanzo las manos para alzarme sobre las últimas rocas que me separan de la cima principal. Juan se queda abajo (luego me confesará que quizás tiene algo de vértigo en ese paso y que no le aporta nada llegar).
¡Cumbre!
Jamás había llegado tan alto en estos riscos. Y he de decir que disfruto del momento como un niño con un juguete nuevo. Debajo de mi, poderosos montes de granito intentan alcanzarme sin éxito. Tan solo el Almanzor, al que contemplo desafiante, se eleva por encima mío.
Veo algunos embalses inmensos en la lejanía o los pueblos de Candeleda y Arenas de San Pedro. Es un lujo estar aquí y me río con mis compañeros por haberlo conseguido.
Tras las fotos de rigor, bajamos unos metros para reunirnos con Juan y reponemos fuerzas con algo de fruta. La rodilla me duele bastante. No me gusta. Ahora toca bajar y ahí va a sufrir.
El sol está descendiendo rápidamente y algunas nubes se ven por el norte…
Líbérame cielo, de la fuerza del rayo.
Líbérame día, del galope del sol.
Líbérame noche, de los ojos del buho.
Descendemos hasta el collado conocido como la Portilla de los Machos y nos preparamos para bajar, por donde antes no quisimos subir. Vuelvo a ver la pendiente nevada, y los dos primeros metros de unos 80º u 85º de desnivel. Asusta.
Gonzalo me indica como asegurarme bien con el piolet para dar los primeros pasos y desciendo con cuidado, temeroso de que me falle la rodilla.
Al cabo de unos metros, la pendiente se suaviza y los cuatro nos damos cuenta de que al estar la nieve tan blanda, podemos descender deslizándonos con cuidado sobre nuestros traseros.
Esperaba una bajada dura, pero este descubrimiento nos hace ganar tiempo, y nos da un alivio a la tensión previa. Bajamos como si nos tiráramos por un gigantesco tobogán. Realmente es una experiencia muy divertida. Y además educativa, porque podemos practicar técnicas de autodetención con los picos de los piolet… hecho que al día siguiente agradeceríamos un montón.
No tardamos en llegar al refugio para podernos cambiar de ropa. Hemos tardado unas tres horas en ir y volver. Y ahora nos espera una estupenda cena a base de pasta y carne, y a mi un antinflamatorio para intentar «recuperar» mi rodilla.
«En un día he hecho más cosas que en cuatro días hace trece años», debemos estar pensando todos.
Gonzalo ha traído un poco de licor que comparte con nosotros mientras vemos anochecer desde la terraza del refugio. La luz que baña las montañas se torna de un color anaranjado, mientras que estas disminuyen poco a poco su temperatura de color hacia el azul.
Aparecen las primeras estrellas en el cielo.
El espectáculo es maravilloso, y me gustaría poder compartirlo. Pero por tan solo un momento, es todo mío.
Esta noche dormiré bien…
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Día 2:
Amanece un día limpio, aunque algo frío…
Las previsiones, afortunadamente, no se están cumpliendo y se nos promete un día radiante para intentar la conquista de la Plaza del Moro Almanzor.
No hemos dormido mal, para ser un refugio de alta montaña. Mi rodilla parece estar mejor que ayer, con lo que me siento confiado para intentar la escalada. Hace trece años, sin equipo, con una bota rota y con un estado físico no tan bueno, me quedé en el «glaciar» de la base de la montaña. Hoy espero llegar mucho más lejos.
Tras un desayuno ligero, preparamos nuestros aperos e iniciamos el camino. No queremos esperar. Son las nueve y media de la mañana.
Me adelanto a los demás para probar mi rodilla mientras ellos acaban de recoger, y a las pocas docenas de metros empiezo a comprender que la tarea no me va a resultar tan fácil como yo pensaba. La rodilla se resiente, sin llegar a doler, y aún no sé por qué me pasa esto. Voy a tener que cargar con los brazos y la pierna derecha durante toda la ascensión para no forzar a su gemela.
Enseguida estamos los cuatro juntos caminando a través de la nieve que poco a poco se derrite y forma el río que alimenta la Laguna Grande. Les pido a mis compañeros que me den un poco de «cuartelillo» en el ascenso porque no voy a poder forzar mucho si quiero llegar hasta arriba.
No hay problema.
A no mucho tardar dejamos atrás las grandes rocas que forman los saltos de agua, deambulando entre gigantescas y oscuras paredes, y llegamos al pie de la canal que da paso a la Hoya Antón y la Portilla Bermeja (collado que separa el pico de El Sagrao del cordal del Almanzor); allí comenzamos la ascensión. Hasta el momento camino bastante contento a pesar de las molestias: he llegado más lejos que la vez anterior.
El Almanzor se eleva sobre nuestra cabezas, retándonos a someterle. Comienzo a extraer la dolorosa espina…
Libérame conciencia, del dolor del corazón…
La canal de nieve parece más suave que la caminada ayer hasta la Portilla de los Machos. O a lo mejor es que hemos acostumbrado al cuerpo al esfuerzo físico. La nieve, que creíamos iba a endurecerse por la noche, se nos revela como auténtica nieve primavera, y vemos que se reblandece según aumenta la temperatura. Seguimos las huellas dejadas ayer y a primera hora de hoy por otros montañeros y pronto llegamos a la Hoya Antón, donde el espectáculo de su nevero eterno me sobrecoge.
Estoy en un sitio alucinante, casi salido de otro planeta. Me pregunto qué se debe sentir en lugares míticos como los del Himalaya, si algo tan «pequeño» como esto me resulta tan hermoso.
Juan y yo esperamos a Gonzalo y a Charlie mientras caminamos un poco por la nieve vírgen. Pisarla es como acostarse entre sábanas límpias, o como salir al aire libre abandonando la cueva por primera vez.
Frente a nosotros, se eleva la Portilla Bermeja. A nuestra derecha: la Portilla del Crampón, nuestro siguiente paso. Esta última es la vía normal de ascenso, y no nos queremos complicar mucho la vida. Comenzamos, de verdad, el segundo ataque del fin de semana.
Parte de esta nueva canal está deshelada y deja relucir una enorme morrena de rocas que debemos superar. A mi rodilla no le viene tan bien saltar de roca en roca como subir a través de la nieve, pero no me queda más remedio.
Me lo tomo con mucha calma.
Tras un rato de subida, llego al comienzo de la parte nevada de la chimenea que da acceso a la pirámide cimera del Almanzor. Gonzalo y Charlie suben primero, y detrás mío, Juan y un par de chicos vascos. Al principio no me doy cuenta de donde me estoy metiendo, pero al cabo de unos metros la pendiente se va empinando cada vez más y mi cuerpo empieza a notar el esfuerzo del día anterior, sumado al de llegar hasta aquí cuidando mi rodilla izquierda.
Cada paso es un sufrimiento. Utilizo todo mi cuerpo para no desgastar demasiado la rodilla mala. Clavo el piolet en la nieve con mi mano derecha, el bastón con mi mano izquierda… la puntera de mi bota derecha se lanza con fuerza contra la nieve para mantenerse bien fija, mientras la pierna izquierda trata de buscar una huella en buen estado. Tras esto, tiro de riñones y lanzo el cuerpo hacia arriba.
Así una y otra vez…
Juan me vigila desde atrás y me azuza para seguir subiendo.
Normalmente voy despacio para no cansarme demasiado, y siempre llego. Pero hoy me estoy dando cuenta de que voy mucho más despacio de lo habitual. Aunque llevar detrás mío a gente que podría pasarme me agobia un poco. No quiero estorbarles.
Líbérame montaña, de querer al compañero de cordada.
Aún así no cejo en mi empeño. Esta montaña no me va a vencer de nuevo. Con todo, me siento fuerte y soy consciente de que llegaré hasta la cima.
Líbérame montaña, del cansancio de tu pendiente.
Las paredes del collado se abaten sobre mí. El desnivel está alcanzando fácilmente una pendiente del 70%. Esto es una burrada, y más de uno seguro que desfayece por aquí; aunque si no hubiera nieve sería más duro al tener que caminar por entre las rocas. Desde arriba, Gonzalo me anima. Ya falta poco.
Líbérame montaña, de preferir al que yace en ti, al que camina sobre ti.
Con un último esfuerzo llego hasta las últimas piedras de la Portilla del Crampón, precisamente sin usar los crampones que quizás me habrían dado más seguridad. Pero la nieve no parece la idónea para ello.
Me asomo para contemplar el paisaje y veo las Canales Oscuras que descienden hacia el sur. Hace muchísimo viento, y la sensación térmica parece descender en tan solo unos pasos. A mi lado, unos pocos metros me separan de la cima.
Decidimos dejar todo el equipo en el collado junto al de los chicos vascos que llegan detrás de nosotros, e iniciamos la última trepada. Imagino que lo más duro ha pasado, pero según vamos trepando nos damos cuenta de que esto es aún peligroso. ¡Nos hemos equivocado! En vez de trepar por la vía normal de subida hemos tomado una vía de escalada por la que vemos incluso clavos y argollas para asegurarse con líneas de vida. Seguramente no supera un grado III (algo no demasiado complicado), pero me da la impresión de que estamos demasiado al descubierto y mirar atrás nos revela una caída más que peligrosa.
Por un segundo, en la última roca que parece deslizarse al vacío, tenemos un momento de pánico. Se trata de un paso de fé. Es fácil, pero si no te lo crees, no lo haces…
Líbérame montaña, de la esclavitud de la cumbre.
Echo de menos mis pies de gato, con ellos no dudaría ni un segundo en dar este último paso. Pero con la botas la cosa cambia porque no me aseguran el agarre. Y más que temer la subida, mis temores se vuelven hacia el cómo vamos a bajar por aquí de nuevo.
Trato de tranquilizarme y estudio bien la pared. Gracias a ello encuentro los agarres que necesito y salto hacia arriba con un último empujón.
Por fin, el vértice geodésico de la cumbre aparece ante mi. Junto a él, la cruz de hierro que lo acompaña mirando al norte. Mis compañeros me esperan allí.
Lo he conseguido. A pesar de todo el sufrimiento, el esfuerzo ha merecido la pena.
Extraigo con rabia la vieja espina de mi cuerpo, y la lanzo para siempre al vacío. Piso la cumbre del Almanzor y me siento en paz.
Líbérame cumbre, de pensar que llegué a lo más alto.
La gente me felicita, sabedores de mis condiciones.
Estoy tan cansado que casi no disfruto del momento, pero aprovecho para hacer unas fotos y contemplar lo que hace años se me negó. Esbozo una sonrisa. Quiero hacer alguna llamada de teléfono, pero no tengo cobertura en el teléfono móvil.
Bueno, no importa, ya lo contaré. De momento hay que pensar en bajar. «No celebres la cumbre hasta que hayas descendido», me digo a mi mismo.
Seremos unas ocho personas en la cumbre, preferiría estar más solo, pero es lo que hay, con lo que no permanecemos mucho allí e iniciamos la bajada. Afortunadamente, Gonzalo recuerda el camino por el que él logró llegar hasta aquí hace trece años, y la bajada hasta el collado resulta mucho más fácil de lo previsto.
Sin embargo, ahora debemos descender la canal nevada, y con mi rodilla débil va a resultar peliagudo.
Charlie decide ir primero, y pronto decide lanzarse del mismo modo que hicimos ayer. Llega pronto a la morrena, y creo que sus conocimientos de esquí le hacen más hábil, o más seguro de si mismo, para lograrlo sin mucho peligro.
Yo voy después, y aseguro cada paso, dejando el piolet tras de mi por si resbalo. Mientras bajo recuerdo una frase que leí hace tiempo: «Bajaré del árbol con más cuidado que al subir. Así no dañaré sus ramas ni cerraré sus
posibilidades.»
Nada más lejos de la realidad…
De repente, la nieve cede bajo mis pies y comienzo a caer. En ese momento no debes pensar, tan solo reaccionar. Y doy gracias a haber practicado ayer las técnicas de autodetención.
Me giro sobre mi mismo para poner mi pecho contra la nieve y clavo con fuerza el pico del piolet; sin embargo la nieve sigue muy blanda y no logro detenerme hasta que anclo mis pies y logro frenar con los tres puntos de apoyo.
Gonzalo desciende deprisa tras de mi para asegurarse de que estoy bien.
«Todo bien», le digo.
Pero justo en ese momento la nieve vuelve a ceder, y esta vez nos precipitamos los dos hacia abajo. Noto como se quema mi brazo al rozarse con los cristales de agua congelada. Ahora caigo casi unos 10 o 15 metros más, antes de lograr detenerme. Me resulta más complicado. Estoy cansado.
Pero agradezco a San Piolet su ayuda para que la cosa no llegue a mayores.
No obstante el peligro no ha pasado, alzo mi mirada hacia arriba y veo a Gonzalo caer hacia mi, intentando detenerse. No puedo evitar asustarme. Mi amiguete pesa bastante con su mochila a cuestas. Si me arrolla podemos tener un accidente complicado. Se que él hace todo lo posible para esquivarme, pero no lo va a conseguir, así que logro desplazarme un metro hacia mi derecha sin caerme más; lo justo para que se detenga a mi lado sin mayores consecuencias que dejarme completamente empapado de nieve.
Nos miramos con cara de susto…
Afortunadamente, solo ha sido eso…
Miro mi brazo quemado por la nieve, y constato que no es grave. Por encima de nosotros, Juan también resbala y cae unos cuantos metros sin consecuencias. Los chicos vascos, al vernos, deciden tomarlo con muchísima calma ya que no llevan piolets.
Observo cómo hemos dejado la bajante. Está bastante estropeada para los que suban o bajen después de nosotros. ¿Cuidar las ramas del árbol? Pues menudos desastres que somos entonces…
«Rompecaminos» más que correcaminos.
Continúo el descenso con cierta comodidad ya que hemos salvado muy rápido la parte más inclinada de la canal de nieve. Aún estoy un poco asustado, pero de aquí hasta abajo ya no hay peligro. Una mariposa me acompaña un rato en el camino…
El paseo de vuelta se hace muy tranquilo. Tan solo comentamos el buen fin de semana que nos ha hecho y la suerte que hemos tenido. La nieve se nota aún más blanda que hace unas horas. Son casi las dos de la tarde. Aquí abajo hace calor. En unos días, esta zona va a volverse peligrosa porque la nieve en algunos tramos quizás no contenga el peso de los alpinistas.
En fin, no tardamos en llegar al refugio de nuevo y, tras comer tumbados al sol, pasamos la tarde relajados junto a un regato de agua y a algunas cabras montesas que pasean cerca de nosotros. Las vemos deseosas de disfrutar de nuestras provisiones.
Me fijo en como algunas nubes comienzan a asomarse tras las cimas de las montañas. La presión atmosférica desciende levemente y a última hora se va notando algo más de frío que ayer.
Va a cambiar el tiempo…
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Día 3:
Ha amanecido un día fresco.
Hoy hemos dormido mucho mejor. El cansancio acumulado ha hecho mella en nosotros. Ya solo nos queda despedirnos de Gredos e iniciar la retirada.
Ayer por la tarde ya dejamos casi todas nuestras cosas listas. A Juan alguien le ha dejado un regalito en forma de bolsa de basura en su taquilla que ahora se va a tener que bajar. Menudos mamones…
Desayunamos pronto y no tardamos mucho en estar listos para la vuelta.
La luz del sol comienza a bañar las cumbres nevadas del circo glacial. Siento algo de tristeza en mi corazón por tener que irme de aquí. La aventura ha sido distinta a la de hace trece años, y he echado de menos algunas vivencias y a algunos amigos, pero las «victorias» conseguidas me alegran el corazón antes de emprender la partida.
Deshacemos nuestros pasos bordeando la Laguna Grande y cruzando de nuevo el vado de las piquetas. Parece que el nivel del agua ha subido un poquito en un par de días.
La subida hasta los Barrerones se hace más corta de lo imaginado. Alcanzamos a algunos senderistas que han salido antes que nosotros y pronto les dejamos atrás. Gonzalo y Charlie se pican entre ellos y deciden ver lo pronto que pueden llegar de nuevo a la Plataforma.
Yo no estoy para muchos trotes. Mi rodilla parece estar bastante mejor después del «entrenamiento» a la que le he sometido, pero no quiero forzar.
Para mi es un paseo de vuelta.
Desde las alturas de los Barrerones (a unos 2.100 m.) echo la vista atrás y veo como las nubes trepan, como un ser vivo y hambriento, para abrirse paso hasta el Circo de Gredos. Sin duda va a cambiar el tiempo por aquí, pero nosotros tenemos suerte y no vamos a verlo.
A partir de aquí es todo cuesta abajo.
Juan y yo no tardamos en llegar de nuevo al coche, con los hombros ya un poco cargados por el peso de las mochilas. Allí nos encontramos con nuestros compañeros (que han descubierto otro camino de descenso) y decidimos recompensarnos, como siempre, con un buen doble de cerveza en Hoyos del Espino.
No tardamos en cubrir los doce kilómetros con el coche (menuda diferencia con la pateada de la otra vez) y, desde la terraza del bar, refresco mi garganta con un delicioso «zumo de cebada» mientras contemplo por última vez los altos riscos de la sierra. Y de entre todos ellos: el Almanzor.
Es curioso… ahora me parece más pequeño…
Libérame alma, de olvidar que pasé por el mundo…
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© David Mieza, 2009
Sus huellas sobre la tierra te enseñarán su historia,
como si la vieras con tus propios ojos.
Por Dios que jamás los tiempos traerán otro semejante,
que dominara la península
y condujera los ejércitos como él.
Epitafio del Sepulcro de Almanzor (Córdoba)
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Joe. Ley esto antes de subir hace unas semanas y me acojone un poco. Después de subir y bajar la portilla con gran facilidad me pregunto cómo pudisteis caeros los 3 en un 45 grados sencillo. Recomendable crampones aún con nieve primavera. La descripción por lo demás muy chula
Nieve primavera tremendamente blanda y muy pisada, amiguete. 🙂
Hay que ir tempranito si el año y el día avanzan.
Un saludo.