Torre Blanca está enclavada en el Macizo Central de los Picos de Europa o Macizo de los Urrieles y se sitúa en la divisoria entre la provincia de León y Cantabria.

Toda la zona es un gran edificio calcáreo cuyas cumbres más elevadas, situadas a sólo veinte kilómetros de la costa, superan los 2.600 metros de altura. Las formaciones han sido moldeadas por antiguos glaciares y los ríos han excavado profundos y estrechos desfiladeros por los que vierten sus aguas al mar Cantábrico…

Nuestro objetivo, con sus 2.619 metros de altitud, representa el pico más alto de Cantabria, aunque tradicionalmente se ha otorgado este honor a Peña Vieja por encontrarse esta totalmente en territorio cántabro. Una polémica que no es precisamente nueva… *

La montaña se encuentra en uno de los extremos del Macizo del Llambrión, siendo este el de mayor concentración de «dos mil seiscientos» de toda la cordillera (cota máxima de Picos). Debido al relieve tan accidentado que presenta la cresta que une todas las cimas de esta zona, la travesía entre las cumbres resulta poseer cierta dificultad técnica nada desdeñable.

La ruta posee el paisaje típico de la dureza del Macizo Central: un mundo de llambrias y joyus sin apenas vegetación. Sin embargo, al final la experiencia se compensará con las vistas del célebre Picu Urriellu, o Naranjo de Bulnes, (2.519 m) y del Lago Cimero (uno de los pocos puntos desde donde puede divisarse). El inventario de lagos de montaña se completa con las vistas de los Pozos de Lloroza y del Lago Bajero.

Respecto al mencionado pico de Peña Vieja, también enclavado en el Macizo Central de los Picos de Europa, representa el pico más alto localizado íntregramente dentro del territorio de Cantabria con sus 2.617 metros de altitud.

Esta vieja montaña, sagrada para los antiguos cántabros, es un murallón calcáreo imponente que se eleva sobre las praderas de Áliva (1.469 m). Forma un bloque compacto entre Áliva y el Collado de los Horcados Rojos (2.344 m), un paso muy característico que comunica la Vega Urriellu (1.903 m) con el teleférico de Fuente Dé (1.834 m). Precisamente, su fácil acceso desde este lugar lo convierte en uno de los parajes más visitados de Picos, ofreciendo también una singular vista del Urriellu.

La primera ascensión conocida se debe al Conde Saint Saud, acompañado de Cosme Soberón y Jerónimo Prieto el día 9 de Julio de 1890. Subiendo por el Collado de la Canalona es, posiblemente, el «dos mil seiscientos» más fácil de conquistar de Picos de Europa.

La ruta para llegar desde el teleférico de Fuente Dé hasta el Hotel Refugio de Áliva podéis encontrarla en la página de este blog dedicada a dicha zona. Aunque no tiene más dificultad que seguir la pista forestal hasta allí. Respecto a las ascensiones mencionadas, y para que no haya confusiones entre ellas, os las ofrecemos por separado desde la puerta del refugio hasta la cima:

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Localización: Fuente Dé

Tipo de Ruta: Alpinismo

Longitud:

  • Torre Blanca: 13 kilómetros (aproximadamente)
  • Peña Vieja: 11 kilómetros (aproximadamente)

Duración:

  • Torre Blanca: 10 horas (aproximadamente)
  • Peña Vieja: 7 horas (aproximadamente)

mide_TorreBlancaÉpoca recomendada: Primavera a otoño (en invierno sería recomendable el uso de crampones y piolet)

Dificultad MIDE:  → 

mide_PeñaViejaEquipación mínima: Bastón (crampones y piolet), mochila, botas de montaña, saco, esterilla y tienda de campaña (si no permanecemos en refugio) comida y agua. (más info…)

Ruta GPS 1: Torre Blanca

Ruta GPS 2: Peña Vieja

Videotracks disponibles:

Recomendaciones:

  • Según la climatología, la ascensión puede realizarse en cualquier época del año. Sin embargo, en invierno la ruta puede volverse peligrosa y, además del uso de crampones y piolet, es necesario conocer bien las técnicas alpinas y de seguridad de montaña.
  • No hay agua potable en todo el recorrido. Proveeros de ella en abundancia o tendréis que derretir nieve (lo cual no os dará mucho tiempo si sois rápidos en realizarla íntegra).
  • Precaución con los accesos a cima de ambas cumbres, si no hay nieve el terreno es de roca suelta y resbala bastante.
  • A mitad del recorrido os encontraréis la Cabaña Verónica, en donde podréis descansar y avituallaros (e incluso refugiaros en caso de necesidad). Si estáis realizando algún tipo de travesía, encontraréis algunos vivacs por el camino.

* La consideración de Torre Blanca como «techo» de Cantabria ha sido confirmada mediante un comunicado oficial del IGN a D. José «Pepe» Martínez Hernández, autor de «Los Techos de España» (Revisión), Desnivel, 2018; dicha confirmación fue publicada en el nº248 de la revista Grandes Espacios de noviembre de 2018.

Aunque a estas fechas ese dato aún no ha sido corregido en la correspondiente cartografía del IGN, su veracidad gana peso gracias a un minucioso estudio (valorado por el propio IGN) de D. J. J. de Sanjosé Blasco y D. E. Serrano Cañadas publicado en la revista Datum XXI, nº8, 2004, pags. 50-56; en donde se confirma que Torre Blanca es 2’17m. más alta que Peña Vieja.

No obstante, ante la duda… siempre pueden coronarse las dos cumbres en dos jornadas y aseguramos el objetivo.

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Día 1:

Me embarga la emoción cuando comienzo a ver las grandes alturas de los Picos de Europa alzándose al cielo con brutales desniveles, nada más salir del Desfiladero de la Hermida.

Vienen a mi cabeza una vez más las numerosas leyendas de los seres mitológicos que, se suponía, habitaban los hermosos Montes Vindio, acepción que me gusta usar desde que leí que así podrían haberlos llamado los antiguos cántabros debido al color blancuzco que les otorga la piedra caliza.

El macizo montañoso se eleva ante mi… parcialmente cubierto de nubes.

Esta estampa le proporciona un halo de misterio que nos maravilla y mantiene en silencio mientras nos acercamos con nuestro coche a Fuente Dé. El comienzo de nuestro periplo…

El día parece respetarnos por el momento, y no creemos que vayamos a tener que caminar entre la niebla hasta el Refugio de Áliva, un viejo conocido. Pero mientras sacamos los billetes para tomar el teleférico (y así salvar casi mil metros de desnivel en pocos minutos) vemos como si que vamos a tener que internarnos entre algunas nubes en aquella frágil cabina, para poder llegar a nuestro destino.

Apenas queda gente por los alrededores. Se acerca el atardecer y todos comienzan a desfilar hacia los valles… al calor de sus hogares.

Nosotros somos los únicos que inician camino hacia el frío de las cumbres…

Dejamos tras de nosotros las instalaciones de El Cable y ponemos rumbo hacia Áliva. Nuestro ánimo es bueno y bromeamos mientras caminamos con los recuerdos de la última vez que estuvimos por aquí, hace ya algunos años.

Mientras las nubes parecen retirarse y nos dejan contemplar nuevamente el desolado, y sin embargo hermoso, paisaje del Macizo Central, rememoro las historias que he leído en el último año sobre los antiguos cántabros. En cierto modo antepasados míos, que huyeron y se defendieron siempre de la dominación de un invasor tras otro en estas desoladas montañas, para así sobrevivir.

Esos pensamientos me provocan una discreta admiración. ¿Cómo podían subsistir en semejantes parajes? Yo tan solo espero que parte de su fuerza haya llegado a nuestros días y que me permita llevar a cabo nuestros planes en esta expedición.

No tardamos mucho en llegar al Collado de Áliva (o Puerto de Áliva) desde donde mañana iniciaremos nuestra incursión en el corazón de los agrestes Picos de Europa. Hoy sin embargo el paisaje que se nos presenta por delante es una amable visión de este magnífico valle que tantos buenos recuerdos me trae.

Tras perder unos minutos dejándonos mecer por el viento, iniciamos el descenso, aludiendo a como, la vez anterior, la niebla casi no nos dejaba ver el camino y las nubes trataban de trepar por las paredes del Cordal de Juan de la Cuadra, que ahora dejamos a nuestra izquierda.

Hoy el día está más claro, pero una vez más, vemos como un mar de nubes empieza a entrar por el Valle del Duje. La historia se repite.

Tras pasar el Chalet Real y beber algo del agua fresca de la Fuente del Resalau, no puedo evitar la tentación de hacer una fotografía que hace años le hice a mi compañero Gonzalo y que hoy quiero repetir conmigo de protagonista. Es una de mis fotos favoritas y, lo admito, tengo algo de envidia de no ser yo el protagonista.

Espero que esta vez quede bien…

Tras ello, continuamos camino y llegamos cuando la niebla nos alcanza al Hotel-Refugio. Es curioso, salvo por una ligera mejoría en el tiempo casi ha sido un calco climático de la vez anterior…

En fin, poco nos queda por hacer tras ocupar nuestra habitación. Es casi de noche.

Tomamos unas cervezas en el bar mientras preparamos la ruta de mañana y no tardamos en acostarnos.

La noche ha aclarado.

Mañana va a ser un día muy duro…

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Día 2:

Amanece sobre las montañas.

El azul de sus rocas deja paso al color naranja. Hace fresco…

Hemos desayunado ligero antes de ponernos en camino hacia nuestro objetivo: Torre Blanca, el techo de Cantabria. Somos conscientes de que no va a ser fácil, pero jamás habría imaginado yo a estas alturas lo que me costaría volver al refugio.

Nuestro camino nos lleva de nuevo por la pista forestal rumbo al Collado de Áliva desde donde nos desviaremos hacia el norte porla senda que lleva a los Horcados Rojos. Rompemos a sudar poco a poco ya que esta pista tiene un par de cuestas un poco empinadas, aunque al menos eso nos ayuda a entrar en calor.

Sin embargo, en cuanto llegamos al collado un fuerte viento nos acaba de despertar y tomamos consciencia del «fresquito» que hace en realidad.

Frente a nosotros, el terreno comienza a ganar altura desde la curva conocida como La Vueltona y la vegetación desaparece. Recuerdo que la primera vez que vi este sendero me pregunté a donde iría, y soñé con un mundo desértico… casi alienígena.

Y casi acierto.

Estamos solos. El teleférico aún no ha abierto y nadie holla esta tierra por el momento. Tan solo unos rebecos que suben desde los Pozos de Lloroza se cruzan en nuestro camino y nos alegran la vista.

Me encanta encontrarme a solas con la montaña y sus habitantes. Mejor adaptados y con más derecho que nosotros a estar aquí.

El terreno llano termina justo cuando pasamos a nuestra izquierda unas cuevas que agujerean la montaña. Desde aquí, prácticamente todo el camino será de subida.

Una de las cosas que caracterizan a los Picos de Europa son sus desniveles. En poca distancia ganas muchísima altura y esto hace que sean montañas muy duras de remontar.

Descubro esta máxima en las primeras «zetas» por las que deambulamos, camino a la Aguja Bustamante. Y me percato a la vez que estoy en baja forma. No ha sido un buen año para realizar salidas a la montaña y mi físico lo nota al medirse a una prueba tan dura.

A pesar de todo, me permito admirar con fatiga el impresionante paisaje. Inmensas paredes nos rodean por la derecha y el abismo del Hoyo sin Tierra nos asombra por la izquierda. Aunque yo no puedo pensar de momento en nada más que en lo mucho que me está costando subir hasta la primera repisa de nuestra ruta.

Por fin alcanzamos la base de la aguja, donde el camino se desvía hacia Peña Vieja (montaña que exploraremos mañana si el tiempo acompaña). Desde aquí, el camino llanea ligeramente en dirección al Collado de los Horcados Rojos por un lado y la hermosa Cabaña Verónica por el otro.

Esta última es nuestro primer destino.

Caminamos tranquilamente durante un rato más, y abordamos su entrada desde un punto elevado.

La estructura de este refugio de emergencia proviene de una de las cúpulas de un portaaviones norteamericano que se desguazó en el Pais Vasco. Las piezas para construir este singular atalaya fueron subidas en burro en 1961 y tardaron ocho días en ensamblarse por gente de la Federación.

Permanecemos unos minutos por allí sorprendidos de lo hermosa que nos parece la estructura y su emplazamiento.

Hace un rato nos hemos encontrado con el nuevo guarda (el antiguo murió hace unos años de cáncer) en camino al valle para traer provisiones. No volverá hasta las 14h, así que quizás podamos visitarla más tarde.

Continuamos nuestro camino y rodeamos unos vivacs donde un par de chicas (no muy agraciadas, todo sea dicho) andan recogiendo su material.

Desde este lugar el camino ya no estará tan bien marcado como en la primera parte. Todo esta zona ya está reservada a montañeros y por lo tanto no hay marcas de senderismo (PR o GR). Debemos seguir los hitos que encontremos.

Al localizarlos, dichos hitos nos conducen a través de una empinado contrafuerte a cuyos lados solo encontramos el vacío. La cosa empieza a ponerse interesante, aunque por otra parte esperamos que no todo el camino sea así…

Una vez llegamos arriba, el viento vuelve a arreciar haciéndose incómodo y decidimos ponernos a resguardo en un hoyo para tomar un refrigerio y decidir el curso a seguir, puesto que los mojones no se ven fácilmente.

Las rocas están afiladas como cuchillas, e incluso poner las manos en una piedra aparentemente lisa nos provoca pequeños pinchazos y cortes.

Frente a nosotros por fin contemplamos nuestra meta: Torre Blanca se alza sobre la salvaje planicie de Hoyos Engros con algunos neveros aún conservándose en sus laderas. Estamos algo sorprendidos pues no esperábamos encontrar tanta nieve a estas alturas de año.

Para mis adentros solo espero que no tengamos que darnos la vuelta al no poder cruzarlos, puesto que decidimos no traer crampones ni piolet a este viaje.

Tras reponer fuerzas, nos ponemos de nuevo en marcha con la intención de encontrar la senda de hitos que aparentemente habíamos perdido.

Yo me adelanto un poco e indico a mis compañeros que he encontrado el camino. Este nos lleva a descender de nuevo para rodear los Hoyos Engros por el norte, circulando por un sendero casi imperceptible que transcurre por las laderas del Pico Tesorero.

El sendero es un cúmulo de pedreras inestables, neveros en deshielo y lajas afiladas. Muy divertido… si. Gonzalo se adelanta para ir abriendo camino, pero aún así nos lleva un buen rato cruzarlo, teniendo que cambiar varias veces de cota al perder con facilidad las marcas entre tanta piedra.

Resulta frustrante… y agotador.

No obstante, tras ascender por una chimenea de rocas, el camino parece por fin abrirse cómodamente ante nosotros y por fin divisamos al frente la Collada Blanca: último punto de descanso antes de iniciar el ataque final.

Llegamos por fin al collado y de repente un fuerte viento nos sorprende. Es casi brutal. Frío. Nos obliga a refugiarnos en un vivac mientras decidimos por donde atacaremos a la cumbre. No está nada claro.

Según el mapa deberían salir tres caminos desde aquí: uno a la derecha, uno recto y otro hacia la izquierda. El primero lo descartamos ya que baja hacia el otro valle. La duda ahora es: ¿cuál es el camino correcto? El que asciende recto parece demasiado empinado y no se dirije exactamente hacia Torre Blanca sino hacia la Torre Llambrión (la cima más alta de Castilla y León, otro de nuestros futuros objetivos)

Mientras divagamos aparecen un par de montañeros que vienen desde el Collado Jermoso. Ellos tampoco tienen claro como se asciende puesto que no lo han hecho nunca y no van en esa dirección. No obstante entre los cinco, y la documentación que llevamos, tomamos una decisión arriesgada…

Tomamos el camino que sale hacia la izquierda del Collado. Dirección S/SO. Si todo es como creemos, debería recorrer el espolón de la montaña hacia la cima.

Nos despedimos de nuestros compañeros y ponemos rumbo hacia arriba.

La suerte está echada. Están entrando nubes desde el norte y no creo que nos diera tiempo a bajar para retomar otro camino de subida.

El camino pronto hace unas «zetas» y enseguida empieza a ganar altura por la arista de la montaña. Eso nos da confianza porque parece que hemos elegido bien. Aunque el viento empieza a preocuparme. El camino es a veces un poco expuesto, con alguna roca suelta y el viento puede empujarnos desde arriba.

No puedo evitar pensar en ello mientras camino.

Con algo de esfuerzo no tardamos en alcanzar los neveros más altos. Las rocas tienen buen adherencia y no resbalamos, pero las fuerzas empiezan a resultarme escasas.

Las piedras tintinean con curiosos sonidos metálicos. Al fin, pisamos nieve en agosto. Recuerdo un poema de Menéndez Pelayo mientras ando…

Puso Dios en mis Cántabras montañas
auras de libertad, tocas de nieve
y las venas de hierro en sus entrañas.

Respiro feliz, llenando mis pulmones de aire fresco, sabedor de que me queda poco para llegar. Estoy cansado, pero con ganas de continuar.

Lástima que, de repente, las tornas cambien.

El nevero acaba y encontramos una ladera de roca suelta que resulta bastante difícil afrontar. Si la nieve hubiera aguantado hasta la cima el paso sería mucho más cómodo, pero esto es parecido a caminar por un tobogán lleno de gravilla. Resbalamos a cada paso y la perspectiva de precipitarnos metros abajo no es nada halagüeña.

Realmente eso no sería nada grave, pero el cansancio acumulado sumado a esta dificultad inesperada empieza a hacer mella psicológica.

Damos un pequeño rodeo para poder al menos asirnos a unas rocas estables que dan acceso a una última garganta por la que debemos trepar.

Aunque aquí narrado parezca breve, nos lleva un buen rato y unas buenas dosis de fuerzas el llegar a superar este obstáculo. Y he de decir que yo soy el que salgo peor parado.

Mi baja forma me pasa por fin factura y me entra una «pájara» en la cabeza cuando casi he llegado a la cumbre. No es grave. Pero me siento inmovilizado. Mi cuerpo no quiere dar un paso más.

No es como si estuviera agotado físicamente; es que mi cabeza no quiere afrontar más el peligro, viendo además el desplome que tenemos al otro lado de la cima.

Mi amigo Juan me anima desde arriba. Me dice que tan solo quedan unos pocos metros pero yo estoy bloqueado. Gonzalo ya ha llegado a la cumbre.

Me tomo unos minutos para centrarme y recupero líquidos dándole un buen sorbo a mi cantimplora llena de «suero».

Pienso en muchas cosas y en mucha gente… aunque me lo guardo para mi.

Tras un par de minutos, tiro mi mochila en el suelo (lo cual me alivia mucho ya que me deshago de la cuerda que voy portando por si tenemos que superar un paso complicado) y me dispongo a seguir. Debe ser mayor mi fuerza de voluntad y mis deseos de conquistar a esta mole de piedra que este ridículo contratiempo.

Me engancho mi cámara de fotos, el GPS y avanzo mis últimos pasos. Usando brazos y piernas para las últimas trepadas.

Y, por fin, tras casi cinco horas: ¡Cima!

¡Por fin! ¡Qué alivio! ¡Qué descanso!

Los males se los lleva el viento aquí arriba.

Nada de lo sufrido para subir parece importar ya. Estoy en lo más alto de mi tierruca. Desde la orilla del mar hasta tocar el cielo.

Me emociono mientras contemplo los buzones que coronan la cima. Mi mirada permanece varios minutos perdida en el Cordal del Llambrión (que algún día, en mejor forma, espero ascender), las cumbres asturianas de Torrecerredo y Torre Bermeja, las cántabras de Peña Vieja, el Valle de Liébana

Gonzalo se dirige a contemplar los rápeles que hay montados en el cordal (sin duda hay que tener técnica de escalada para afrontarlo). Juan Carlos permanece sumido en sus pensamientos contemplando las montañas. Y yo tan solo disfruto de todas y cada una de las sensaciones que me embargan ahora mismo. Y por encima de todas… de la de haberme vencido a mi mismo.

El paisaje que ahora contemplamos no es otro que el corazón de los Picos de Europa, visto en medio de ellos: glaciares, neveros, peñascales, torres, tiros, agujas, desfiladeros, vertientes, pedrizas, pozos… ollas profundas, tranquilas y solitarias; algunos picos perdiéndose en las nubes, rebasándolas otros, y en todas partes el abismo, el precipicio, que nos aprisiona en aquella roca encantada que ahora deja de ser virgen para nosotros.

© David Mieza, 2010

Nos reunimos por fin para hacernos una foto juntos y nos disponemos a partir de nuevo. A nuestros pies podemos ver la hermosa estampa del Llagu Cimeru, salpicando de verde y azul un paisaje de grises y ocres…

El descenso lo realizamos sin ningún tipo de incidentes. Una vez superada «la pájara», la bajada no resulta tan abrumadora como parecía. Nos descolgamos de las alturas con rapidez, no sin antes rellenar una de las cantimploras con nieve. Nos estamos quedando sin agua.

Esperemos que funcione.

Nos detenemos en el vivac de la Collada Blanca para comer y descansar un rato. El camino de vuelta no lo vemos complicado ya que esta vez sabemos a donde nos dirigimos.

Efectivamente, recorremos el sendero con mucha más facilidad de la prevista, al conocer ya el camino que debemos seguir entre las afiladas lajas. Así, no tardamos mucho en llegar a la Cabaña Verónica.

Cerca de ella nos desviamos ligeramente para no tener que descender por el contrafuerte y vemos frente a nosotros el pico de los Horcados Rojos.

Tras una pausa, decidimos acercarnos al menos hasta el collado y, si nos vemos con fuerzas, ascender el pico. Pero antes vamos a acercarnos hasta la «cabaña» para ver si podemos renovar el agua líquida. Transcurrido el tiempo, a estas alturas no creemos que la nieve recogida vaya a fundirse lo suficiente.

Tras reponer agua en un nevero escondido que solo el guarda conoce, decidimos guardarla y tomarnos una cerveza con él en aquel paraje sin igual.

Sin duda nos lo hemos ganado.

Tras un buen descanso y una buena conversación con el guarda, que resulta más majete de lo que originalmente pensábamos (y que nos anuncia que se va a estropear el tiempo en los próximos días), nos encaminamos hacia el collado para poder contemplar una de las más esperadas visiones que, yo al menos, ansiaba poder observar.

Era algo que llevaba años deseando ver: el Naranjo de Bulnes, el Urriellu, la montaña más mítica del montañismo español, y, tras él… el mar cantábrico.

Cuando ibamos hacia Torre Blanca por la cresta de la Cabaña Verónica ya lo habíamos podido atisbar entre las peñas cercanas, pero no así… en todo su esplendor. Los tres nos sentimos extasiados por la visión que tenemos delante.

De toda la gente que hemos visto a lo lejos pasar por aquí mientras descansábamos, ya no queda nadie. Volvemos a estar solos.

Varias chovas piquigüaldas vienen a posarse a nuestro lado. Tranquilas, observan el valle junto a nosotros. Parece como si, con su tranquilizadora presencia, por fin hubiéramos sido aceptados por un mítico poder superior que habita estos montes. Candamo, el arcano dios de las montañas y las aves de los  cántabros, cuya morada hemos «conquistado» hoy.

Llegados a este punto Juan y yo estamos demasiado cansados para subir a la siguiente cima. Preferimos guardar fuerzas para mañana y quedarnos en el collado admirando las vistas que nos regala el viejo Urriellu, mientras Gonzalo sube para apuntarse la cima de los Horcados Rojos (llamados así por el color rojizo de sus laderas, provocado por su alta concentración de ferrita y oxido).

Se trata de una ascensión tremendamente sencilla que mucha gente afronta dado su fácil acceso desde El Cable. Él no tarda más de cuarenta minutos en subir y bajar; así que quizás, en un futuro cercano, un día me decida a subir por aquí dando un paseo más asequible que el de hoy…

Mientras esperamos a que Gonzalo regrese, de repente somos testigos de una imagen única: un rescate en la cima de una montaña. No estamos muy seguros de qué pico se trata… si los Picos de Santa Ana, Tiros Navarro o Los Campanarios.

Lo que si sabemos es que resulta espectacular ver al helicoptero realizar la aproximación a esa cima, casi posarse sobre ella y realizar la recogida de los montañeros/escaladores que allí han quedado varados.

La aeronave realiza un par de pasadas para recoger seguramente a los dos tipos que han solicitado el rescate, y pronto se precipita hacia los valles a toda velocidad.

La verdad es que debe ser impresionante sobrevolar estas cumbres con un «pajaro» así, pensamos Juan y yo.

Cuando Gonzalo vuelve a nuestro lado, charlamos un rato sobre lo que ha visto desde arriba y enseguida comenzamos a perder altura en dirección al Refugio. La jornada aún no ha terminado.

Y para mi se va a hacer al final muy larga…

A pesar de la debilidad que empezamos a notar, el descenso se desarrolla de manera bastante rápida. Pero cuando por fin llegamos a las «zetas» que están tras la Aguja Bustamante la jornada me pasa definitivamente su cuenta.

Mi rodilla, que hasta ahora había permanecido tranquila, comienza a hacer de las suyas. Ha decidido que ya no me va a dejar tranquilo durante todo el declive.

Según avanzo, dado el desnivel y la inestabilidad del terreno, poco a poco el dolor se va haciendo cada vez más insoportable. Y mis compañeros no se detienen a esperarme (cosa habitual, según mi opinión de ese momento), lo que, reconozco, me pone de bastante mal humor.

A pesar de los dolores intento no perder demasiado el ritmo y no cedemos mucho tiempo para llegar hasta el Refugio. Además, esta vez decidimos usar un atajo que han debido abrir en las últimas temporadas y que nos ahorrar un montón de metros de pista forestal (aunque a mi rodilla estas últimas cuestas la machaquen aún más).

Cuando por fin logro reposar en mi habitación, medito para mis adentros si las más de diez horas de expedición y la complicación de mi rodilla me impedirán salir mañana a hacer la segunda cumbre prevista.

A pesar de todo, duermo tranquilo sabedor de que el objetivo principal se ha cumplido…

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Día 3:

Se nos ha estropeado el tiempo…

Anoche vimos algunas «Lágrimas de San Lorenzo» (más hermosas aún si cabe a estas alturas), pero hoy el cielo ha amanecido oscuro, en contraste con el color de las montañas, aún bañadas por la luz del sol naciente.

Tras su dosis de ibuprofeno mi rodilla parece haber amanecido bien, aunque «noto» su existencia, lo cual no es buena señal. Aún así, comenzamos nuestra marcha sin saber si nos tendremos que volver por culpa de la lluvia.

Nuestra primera opción era ascender a Peña Vieja por la Canal del Vidrio, desde las Minas de las Mánforas, pero se trata de una ascensión muy dura y ninguno de los tres creemos que mi rodilla pueda aguantar semejante burrada.

Me fastidia mucho ser un lastre para el equipo…

Al tener que dejar de lado esta opción, nuestros pasos nos llevan de nuevo por la Senda de los Horcados Rojos hacia la base de la Aguja Bustamante.

Es un camino conocido, pero, aunque parezca increíble y, a pesar de un par de unos extraños amagos, mi cuerpo se siente más fuerte que ayer y subo con más facilidad.

Afortunadamente para nosotros el día está comenzando a aclarar. Parece que el clima nos va a dar una tregua para poder intentar la ascensión.

Vemos como hay gente que empieza a subir detrás de nosotros. A lo lejos. Esta es quizás la segunda ruta más codiciada de esta zona, ya que se trata de un «dos mil seiscientos» muy asequible.

Dejamos atrás el sendero marcado como un PR (marcas blancas y amarillas) para internarnos en las laderas de los Picos de Santa Ana. De aquí ascenderemos hasta el Collado de la Canalona y, entonces, a cumbre.

El camino transcurre por un amplio balcón que nos deja ver continuamente el camino hasta El Cable. La caída impresiona.

Pronto comenzamos a hacer «zetas» en un terreno de rocas algo sueltas y mi pierna comienza a resentirse de nuevo. El ritmo baja. Voy abriendo camino hasta este momento, pero desde aquí prefiero que mis compañeros pasen delante para no ralentizarles demasiado.

«Vamos por partes», me digo, «de momento: llegar hasta el Collado.»

Los últimos pasos de la llegada al collado nos recuerda mucho al Collado de Coronas, en el Aneto. Si bien esta vez se convierte en un pequeño suplicio para mi. La pierna no responde todo lo bien que yo querría y no me siento nada seguro así en este terreno.

Una vez llegamos a La Canalona, descansamos un rato, comemos algo y tomamos perspectiva del camino que aún nos queda. No parece nada, la verdad…

Qué error…

Detrás de Peña Vieja podemos ver el Macizo de Ándara, el más oriental de los tres que conforman el Parque Nacional y el más desconocido para nosotros.

Abajo, en el Valle de las Moñetas aún se conservan algunos neveros y pozas secas por las que deambulan unos cuantos rebecos, buscando algo de vegetación.

Con esta visión atacamos a la montaña.

El sendero se dirige hacia la base de la misma sin casi perder cota. Pasamos junto a una impresionante terraza desde la que podemos ver nuevamente el camino que lleva a El Cable y las Pozas de Lloroza. La vista es sobrecogedora y nos hace tomar conciencia de lo que ya llevamos ganado.

Desde este punto el sendero comienza a ascender y, para mi disgusto, volvemos a encontrarnos en un terreno altamente resbaladizo debido a la cantidad de roca suelta que hay por él.

Esto me empieza a recordar a la subida final al Torre Blanca, pero con mucho más recorrido. No se si esta vez mi rodilla lo aguantará.

Tras un buen rato de pelear con el terreno, mis fuerzas flaquean y mi cabeza piensa en que aún tenemos que bajar. Si voy a sufrir lo indecible para hacerlo, tal y como me pasó ayer desde una distancia menor al refugio que hoy, es mejor que lo deje donde estoy.

Es una verdadera lástima, porque me encuentro a pocos metros de la cima. Mis compañeros me animan a subir, pero sin presionarme. Y yo, aunque lo deseo con ganas, decido que subir por puro orgullo para luego no responder a la bajada no es lo más inteligente… así que me detengo en los hombros de la montaña. A cuarenta metros de la cumbre…

La vida es así. No deseo retrasar más a mis «compis».

Recuerdo una frase que dijo Newton: «Si veo más allá que otros es porque miro desde el hombro de los gigantes». Y allí me hallo yo ahora, con casi las mismas vistas que ellos, y con más aún que la mayoría de la gente.

Otra vez será, estoy convencido.

Mientras contemplo el llamado Anfiteatro del Urriellu a mi derecha, me afirmo en que lo importante es que el grupo haga cima, y ellos lo consiguen en poco tiempo.

Mientras espero aprovecho el tiempo para hacer fotografías y relajar la rodilla para la bajada. Mientras lo hago dirijo a los montañeros que venían detrás nuestro para que suban con seguridad por el camino que Gonzalo y Juan han encontrado entre las rocas.

Por lo menos me siento útil ayudando a otros y, cuando luego mis amigos me enseñen las fotos que hacen ahora desde arriba, me sentiré como si los tres hubiéramos alcanzado nuestro objetivo.

Al bajar, Juan me cuenta como él no se ha atrevido a moverse mucho por la cumbre ya que era un poco expuesta (lo cual en cierto modo me alegra porque yo me habría sentido aún menos cómodo allá arriba en estas condiciones). Gonzalo por contra, me enseña las fotos de cómo se ve Áliva desde la cumbre: sin duda… alucinante.

Bajamos con más comodidad de la esperada, aunque debo ayudarme de los bastones para hacerlo. Es mucho más fácil bajar una pedrera «taloneando» que subirla…

Pronto llegamos de nuevo al collado y vemos como el tiempo está cambiando con rapidez. Nuestra «ventana de tiempo» está terminándose.

Juan y yo decidimos bajar, para no encontrarnos con un problema en el descenso por culpa de mi rodilla y el clima. Además, él ya no pretende hacer nada más por aquí.

Gonzalo, sin embargo decide abandonarnos momentáneamente para subir a los Picos de Santa Ana, muy cercanos a nuestra posición. Aún tiene algo de tiempo.

Sabedores de su habilidad, le doy mi GPS y le dejamos ir.

Comenzamos el descenso.

La rodilla me da pinchazos con cada paso complicado, pero el uso de los bastones me proporciona más alivio que ayer y pronto llegamos al cruce con el PR.

Desde aquí, las nubes prácticamente comienzan a cubrirnos desde el sur. Se acerca otro frente por el norte y si chocan, tendremos tormenta. Empiezo a preocuparme por nuestro amigo «el sherpa«.

Seguimos bajando, cruzándonos con bastantes senderistas que intentan llegar hasta los Horcados. Pero el tiempo se les está torciendo. Espero que no comentan imprudencias.

Llegamos a las Cuevas de La Vueltona para esperar allí a nuestro compañero. Unos escaladores franceses suben y bajan de las paredes cercanas mientras varios grupos de personas les observan.

Las cuevas son restos de unas antiguas minas que pueden visitarse con un buen frontal para iluminarnos, pues están abandonadas y llenas de agua. No resultan peligrosas, pero hace mucho frío en su interior.

Gonzalo llega unos quince minutos después de nuestra llegada.

Sin temor a equivocarme, afirmo que el tío es un máquina: ha debido de bajar casi corriendo. Nos confirma que ha tomado algunos atajos deslizándose por las pedreras. Sin comentarios…

Una vez reunidos los tres volvemos al Refugio más o menos satisfechos. Yo sé que estaré un poco fastidiado algunos días por no haber llegado a coronar Peña Vieja, pero también sé que puedo hacerla cuando quiera más adelante porque no tiene ninguna dificultad grave estando en buena forma, y eso me anima un poco.

Mientras descendemos de nuevo por el atajo de Áliva, nos cruzamos con unos hermosos caballos que me recuerdan nuevamente esas lecturas sobre los grandes jinetes cántabros que poblaban estos montes y reforzaban las legiones romanas con su destreza y fiereza.

Dignos fueron de  fueron de su diosa Epona (reina de los caballos) y del reconocimiento de Roma. Ahora que acaba nuestra odisea solo espero que allá donde estén estos viejos antepasados, hayamos sido dignos de su reconocimiento…

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Día 4:

Todas las previsiones se han cumplido. El Macizo está cubierto por la niebla, y en los huesos se amenaza lluvia.

Teníamos previsto practicar técnicas de rápel antes de irnos a mediodía, pero no va a ser posible y nos iremos antes. Me temo que nos vamos a calar.

Sin embargo, resurge de repente una idea que habíamos tenido ayer. Sabemos que existe un servicio de 4×4 para clientes del Hotel-Refugio. Si te alojas aquí, te recogen y te llevan hasta el teleférico.

Lo que no sabemos es si nos cobrarán un plus por ello.

Afortunadamente, no es así…

Así que nuestros últimos minutos por los Picos de Europa son a bordo de un viejo Land Rover conducido entre la bruma por un simpático vejete de Santander que nos hace llevadero el camino. Reconozco que es toda una experiencia.

En pocos minutos llegamos a El Cable y nos despedimos del conductor rumbo a las cabinas.

Prácticamente no se ve por donde caminamos y enseguida nos adentramos en las nubes a bordo de una cabina semivacía.

Nuestra aventura ha terminado sin poder despedirnos de las cumbres que hemos disfrutado en estos días. Pero al menos nos vamos con un buen sabor de boca…

Una menos.

Aunque yo me prometo hacerme ver de una vez mi maldita rodilla para poder volver con seguridad y subir los picos que me han quedado pendientes.

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