Se denomina así a los Puertos de Áliva y las minas del mismo nombre situadas en la parte macizo central de los Picos de Europa, en el termino municipal de Camaleño dentro de Cantabria.
Se puede acceder desde Espinama por una pista forestal, o desde el impresionante teleférico de Fuente Dé. Concretamente se trata de una zona de pastos comunales de alta montaña, que se viene aprovechando desde tiempos inmemoriables, y pertenecen principalmente al pueblo de Espinama, limitando con los llamados «Invernales de Sotres», parroquia asturiana limítrofe.
Desde su planicie pueden iniciarse numerosas rutas de alta montaña e incluso travesías que recorren caminos desde Cantabria hasta Asturias. Desde sus cumbres puedes divisar, en días claros, el resto del Parque Nacional de los Picos de Europa, el Naranjo de Bulnes (Urriellu) e, incluso, el mar…
Para disfrutar de todo ello puede tomarse como campamento base el increible Hotel-Refugio de Áliva.
He decidido colgar esta página, aunque no se trate ningún pico en concreto, porque creo que es un paraje que merece la pena conocer. Y que cualquiera puede recorrer, tenga o no experiencia. La ruta más sencilla y bonita de realizar es la que nosotros hicimos en su día y que se indica a continuación.
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Localización: Fuente Dé
Tipo de Ruta: Senderismo
Longitud: 7 a 8 kilómetros (añadir 3 km más si se ha de volver a Fuente Dé a por el coche)
Duración:
- 1 hora del teleférico al Refugio-Hotel
- 2 a 3 horas del Refugio-Hotel a Espinama
Época recomendada: Todo el año
Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de montaña, comida y agua. (más info…)
Ruta GPS: Puertos de Áliva
Recomendaciones:
- Si la climatología acompaña, la ruta puede realizarse en cualquier época del año. La única pega es que en invierno necesitaremos un buen calzado y ropa de montaña para poder superar la nieve del terreno.
- Es recomendable hacer la ruta desde el Teleférico (salvando casi 1000 m. de desnivel) hasta la población de Espinama. De ese modo, la ruta será siempre de bajada.
- No hay agua potable en todo el recorrido. Proveeros de ella en abundancia.
- Precaución con el ganado suelto, podéis encontrar perros guardianes con muy malas pulgas.
- El Hotel-Refugio de Áliva solo abre en los meses de verano, y el Teleférico, en invierno, no cumple los horarios íntegros. Informáos previamente en Cantur.
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Las nubes se nos echaron encima cuando llegamos al Hotel-Refugio a última hora de la tarde.
Habíamos dejado atrás el complejo de El Cable después de haber subido por el teleférico de Fuente Dé, salvando un desnivel de casi 1000 metros. Siempre me resulta abrumador subir en una de esas pequeñas cabinas porque tan solo creo que nos salva de una muerte segura, un fino cable de acero y unos frenos bien mantenidos.
Sin embargo, la experiencia siempre me deja alucinado. Sobretodo al llegar, cuando puedo contemplar el Valle del Naranjo y la carretera que une la pequeña estación turística con Espinama y el delicioso pueblo de Potes. Al fondo, Liébana me contempla. Desde Santo Toribio el Lignum Crucis, un supuesto pedazo de la cruz de Cristo, nos protege.
Hemos caminado por los senderos de montaña dejando a nuestra izquierda los Horcados Rojos, Peña Vieja y la Cabaña Verónica. Frente a nosotros: los Puertos de Áliva. Impresionantes, sin duda. De repente, me parece estar cruzando las Montañas Nubladas que citaba J.R.R. Tolkien en su Señor de los Anillos. A mi cabeza acuden las notas de la maravillosa banda sonora compuesta por Howard Shore para la película, mientras veo las nubes bajas arañar las paredes de los cordales.
Ahora… bajamos un poco.
Vemos como un mar de nubes pugna con nosotros por llegar el primero hasta nuestro destino. Pero somos más rápidos y el camino no presenta dificultades. Rodeamos los Cuetos de Juan Toribio, unos pequeños promontorios que protegen al refugio, y por fin llegamos.
«Esto no es un refugio», nos decimos, «¡es un hotel de lujo!» Nos sorprendemos mucho con las instalaciones y, tras pasear un poco por los alrededores, cenamos bien y nos vamos a la cama…
Hoy, afortunadamente, ha amanecido un día impresionante. Y la verdad es que casi no puedo creerlo. Es fantástico.
Varios de mis compañeros han partido hace un rato a intentar subir algún pico. Pero yo me he enamorado del paraje y de mi catre, para qué negarlo. Me apetece más recorrer a solas toda la planicie que intentar una ascensión. No estoy tan lejos de mi casa, así que puedo volver aquí cuando me apetezca.
Salgo del Refugio dejándo aún un compañero (mi amigo Ángel) durmiendo en su cama.
Sigo sin creer el día que hace. Comienzo a descender por la Llomba del Toro y dejo registradas todas las cumbres y los pastos con mi cámara de vídeo. Me he propuesto llegar hasta la Ermita de Nuestra Señora de las Nieves, y me lo tomo con calma. Tengo tiempo más que suficiente…
© David Mieza, 2004
Las montañas que ante mis ojos se elevan parecen haber sido levantadas por titanes antaño olvidados, para servirles de morada y defensa. Cuegles, Guajonas y Trasgus… Culebres, Trentis y colosales Ojancanos… Criaturas míticas de los cántabros.
Muchas sendas suben internándose en aquellas montañas, y sobre ellas muchos desfiladeros. Pero la mayoría de estas sendas son engañosas y decepcionantes, o no llevan a ningún lado, o acaban mal; y la mayoría de estos desfiladeros quizás están «infestados» de criaturas como aquellas que vienen a mi mente. Acechando al hombre moderno, para recordarles que aún existen.
A mis pensamientos acuden nítidas las palabras de Tolkien: «[…] y más allá había montañas de cuernos afilados que parecían horadar el reino de las estrellas…» «[…] eran las Hithaeglir, las Torres de la Niebla en los límites de Eriador, más altas y más terribles en aquellos días…»
Mis pasos me conducen por fin hasta la ermita. El viento me canta al cruzar las cumbres. Estoy en paz. Y mi corazón se queda para siempre en aquellas montañas.
Tras un rato en que mis pensamientos vuelan, me decido a regresar al Refugio. Quizás mis compañeros hayan vuelto y me estén esperando para iniciar el regreso a los coches.
Sólo el sonido de algunos pájaros y el ladrido de algún perro pastor rompe la quietud de los campos, mientras yo continúo mi devenir por sus praderas.
Por fin alcanzó la última subida. Vuelvo a patear la Llomba del Toro. Este último repecho reconozco que se me hace duro; no estoy en buena forma en estas fechas.
De repente, algo me hace hincar la rodilla en tierra y contener la respiración. Un inmenso buitre toma el sol frente a mi. Bloqueando el paso del camino. «Y yo he guardado la cámara», pienso, «¡maldita sea!».
Léntamente comienzo a sacarla, pero es demasiado tarde. La descomunal ave me observa y pronto decide emprender el vuelo. Es algo increíble verla volar. Creo que me sobrecoge verla elevarse a las alturas desde el suelo, dirigiéndose a alguna roca inaccesible desde la que seguir observándome.
Me chilla. Me llama. Ojalá tuviera alas para seguirla y volar juntos por el cielo…
Entonces alguien comienza a silbar a mi espalda; me giro y veo venir detrás de mi a Carlos y a Juan. Se dan prisa por alcanzarme y me cuentan que Gonzalo ha decidido hacer una cumbre de los Picos de Cámara por su cuenta, pero que ellos han bajado para recoger todas nuestras cosas del refugio para poder descender hasta el valle cuando nos alcance.
Menudas narices tiene…
Tras recogerlo todo, iniciamos la marcha y pronto nos reunimos con el compañero escalador, que necesita un descanso pues ha batido records de velocidad para darnos caza. Nos cuenta las bellezas que ha visto allí arriba y me arrepiento de no haber ido con él.
Las nubes empiezan a abatirse sobre las cumbres que él ha llegado a pisar. Desde el Valle del Duje, vuelven a adentrarse las neblinas que proceden del mar.
Nos ponemos sin más dilación en marcha. A nuestra derecha, algunas vacas pastan tranquilamente mientras nosotros abandonamos los Puertos de Áliva. Frente a nosotros una puerta de piedra nos aguarda. Varios tubos cubren el suelo para impedir que el ganado se escape. Me vuelvo a sentir fuera de época, como un viajero medieval.
Cruzamos la puerta y el paisaje cambia por completo. Abajo: Espinama y los Valles de Liébana. Verdor, árboles y agua. Los Invernales de Igüedri, hoy casi abandonados, son la primera etapa del último camino.
Y reconozco que este se hace bastante duro. Debe haber una pendiente del 25% según vemos en un cartel carcomido por el óxido. Y nuestra rodillas empiezan a sufrir por semejante desgaste. Descendemos efectuando «eses» para padecer menos, pero aún así tenemos que hacer un alto a mitad de camino porque nos estamos reventando.
Un poquito más de costumbre nos habría venido bien. Tomo nota para que no vuelva a pasarme.
Miro hacia atrás y contemplo por última vez los paredones que hemos cruzado desde Áliva. Dentro de poco el olor a leña y carne cocinada nos saludará desde el pueblo. Y no mucho más tarde un delicioso cocido lebaniego confortará mi estómago…
Pero yo solo puedo preguntarme cuando volveré a verte…
Espérame cielo azul… Esperadme montañas… No tardaré en volver a veros.
Una sonrisa se dibuja en mi rostro porque sé que lo harán. Aunque yo ya no esté y mis huesos estén hace mucho convertidos en polvo… ellas seguirán allí… esperando.
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Hice la ruta hace dos años con mi hija con problemas de movilidad: subímos en el teleférico y seguimos hasta el refugio de Áliva donde comímos y descansamos un rato para después seguir descendiendo hasta Espinama.
Fue una paliza para mi hija y no digo nada para mí que tuve que bajarla acuestas desde la portilla donde empieza el desnivel hasta el pueblo de Espinama.
Apesar del palizón, quedamos con ganas de volver (pero en coche), es un paisaje indescriptible, muy bonito.