La Mesa de los Tres Reyes (en euskera Hiru Erregeen Mahaia, en aragonés Meseta d’os Tres Reis, en gascón Tabla d’eths Tros Rouyes, en francés Table des Trois Rois) es una montaña situada en la cordillera de los Pirineos y el Macizo de Larra.
Su cumbre de 2.446 m se encuentra situada en la intersección de la frontera de Francia con España y la línea limítrofe entre la Comunidad Foral de Navarra, de la cual es su techo más elevado, y la provincia de Huesca en la comunidad autónoma de Aragón.
De aquí su denominación, ya que fue la confluencia de los antiguos reinos de Navarra, Aragón y el Vizcondado de Bearne (Francia).
Esta montaña puede ser acometida desde diversos lugares como Linza (ruta normal hoy en día a pesar de situarse en Aragón), Belagua, Lescún… Aunque tradicionalmente, entre los antiguos montañeros navarros, la ascensión se efectuaba siempre desde el Rincón de Belagua, a través del Barranco Artaparreta.
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Localización: Refugio de Linza
Tipo de Ruta: Montañismo
Longitud: 17 kilómetros (aproximadamente)
Duración: 7 a 8 horas
Época recomendada: Primavera a otoño (en invierno se recomienda uso de crampones y piolet)
Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)
Ruta GPS:
Videotrack disponible:
- Se trata de un recorrido muy largo y en verano conviene llevar entre 3 y 4 l. de aga por persona. Aún así, hay agua potable en varios puntos del recorrido, pero ante la posibilidad de que estén secos, mejor prevenir…
- Existe una cabaña metálica que hace las veces de refugio de pastores, al poco de sobrepasar el Collado de Linza. Tenedlo previsto por si queréis hacer noche o parar a descansar.
- La ruta normal se efectúa desde Aragón, desde Linza. Se puede llegar en coche hasta el aparcamiento del refugio que, a día de hoy, no cobra por estacionar. Merece la pena perderse por las callejuelas de Ansó cuando regreséis a casa.
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A veces una pequeña decisión puede cambiar el rumbo de tu vida.
Un pequeño paso tras otro, pequeños objetivos,
te llevan a tu destino por mera fuerza de voluntad.
Ha sido un año extraño en lo que a montaña se refiere. Compromisos, climatología adversa en días claves y, en resumen… poco entrenamiento. Aún así, trato de cumplir lo que me había propuesto: tachar otras dos montañas de mi proyecto de las 17 Cumbres de España en esta temporada. En mayo hice el techo de Murcia, y ahora me encuentro en disposición de alcanzar el de Navarra, en Pirineos.
Pero en ambas ocasiones lo hago en solitario.
No es que me importe. Me encanta disfrutar de la montaña en soledad. Pero reconozco que, tras muchos años escapándome con viejos amigos en estas fechas, esta «salida» tiene un sabor agridulce…
He conducido unas seis horas (pasando por sitios espectaculares como la Foz de Biniés) hasta llegar al Refugio de Linza. Más un hotelito que un refugio.
El día acompaña. El cielo está despejado aunque hace ya mucho calor a pesar de las latitudes. Una ola de calor azota en estos momentos a toda la península.
Mi intención es avanzar hasta donde el calor y las fuerzas me lo permitan. Soy realista: sin mucho entrenamiento este año puede que no llegue muy lejos en una sola jornada. Y mi objetivo ni siquiera se ve todavía.
Me pongo en marcha a la vez que me como un bocadillo, para no perder más tiempo. Voy a estar en movimiento en las horas de más calor, y tampoco es que sea una de mis ideas más inteligentes. Sin embargo, dado que estoy solo y que se anuncian tormentas en 36 horas no me la voy a jugar con mis márgenes de tiempo.
Tomo el camino que asciende a la derecha del refugio con marcas de GR y me interno por praderas con cierta inclinación. Pronto empiezo a acusar el calor y el esfuerzo de estas primeras cuestas que no me han dado ninguna tregua.
A mi derecha va quedando cada vez más abajo el bosque de las Foyas del Ingeniero, con el Mallo de Acherito (2.378 m.) frente a mi. Uno de los posibles objetivos secundarios… si hubiera venido acompañado.
La vereda es más que clara y tras un par de curvas, desde donde contemplo varios tajos en la montaña por los que en primavera debe correr el agua, veo al fin una pequeña caseta (el Refugio-Vivac de Petrechema) por encima de la cual se vislumbra el Collado de Linza (1.935 m.).
Parece tan lejano todavía, y hace tanto calor…
Desde este punto empiezo a ganar altura con mayor rapidez, y las piernas lo notan.
Tenía la esperanza de encontrar varios cursos de agua en mi recorrido, pero toda la zona es un secarral. Y empiezo a darme cuenta que, o encuentro algún tipo de fuente, o no podré hacer cumbre. Estoy bebiendo a un ritmo alarmante debido al tremendo calor.
Son mis peores momentos en la montaña.
No tanto físicamente, aunque reconozco que noto mucho la falta de montañas este año, sino moralmente. Mentalmente. Casi el factor más importante aquí arriba.
Paso tras paso. Minuto tras minutos, que parecen eternos. Por momentos siento que mi cuerpo no va a dar para más. Me estoy quedando sin agua. Y me siento tremendamente solo. Últimamente noto que me cuesta más que en otras ocasiones alcanzar determinados objetivos. En un momento de flaqeza me pregunto sinceramente… ¿se estarán acabando mis días de montaña?
El calor es brutal, y hace mella en mi más de lo que podáis imaginar. Empiezo a ser consciente que tendré que darme la vuelta y volverme derrotado casi antes de haber empezado. Pero me propongo al menos llegar hasta el collado para ver qué hay más allá.
Es solo la fuerza de voluntad la que me permite alcanzar el collado. En ese instante creo que es el final del camino, pero allí encuentro a un grupo de boy scouts que me «obligan» a seguir un poco más adelante para rumiar mi derrota en soledad.
Veo la magnífica Hoya de la Solana (nombre muy apropiado con «la que está cayendo»), el Petrechema (2.371 m.), los picos del Budogia (2.368 m.) y la Mesa de los Tres Reyes… todavía muuuy lejos.
Al bajar un poquito, me pregunto: «¿Quizás podría llegar a la cabaña de pastores que he leído que hay más adelante? Supuestamente hay un arroyo por ahí. Si hubiera agua…«
Una simple decisión. Un detalle. Un cambio…
Veo la cabaña a lo lejos y la trocha de subida a «La Mesa». Los arroyos que cruzo están secos pero, de repente, me fijo en una pequeña fuente por el que corre un buen reguero de agua. ¡Mi salvación! Me hincho a beber y a rellenar las cantimploras.
La fuente de la vida existe y está aquí. Es difícil de explicar, pero todas mis dudas desaparecen. Mi cansancio, con ellas. Es como si el camino empezara de nuevo a pesar del calor y, así, sobrepaso el refugio de pastores y un poste que señaliza la dirección del GR-12 y la subida a «La Mesa» para cruzar la cercana zona de karst con fuerzas renovadas y sin ninguna molestia.
Dolinas, lapiaces, grietas, agujeros a mi alrededor… un laberinto que parece más propio de los Picos de Europa y que en invierno debe tener cierto riesgo al estar todo cubierto por delgadas capas de nieve.
La mayoría de la gente que ha hecho cumbre hoy está de bajada. Soy el único que sube.
Unos navarros me dicen que estoy a un par de horas del final. Unas mariposas revolotean a mi alrededor, recordándome a casa.
Mi moral está alta.
Abandono el laberinto de karst y veo el claro sendero que asciende hacia mi objetivo. No tan lejano, en apariencia, como creía hace un rato.
La montaña me regala la visión de unas marmotas que huyen nada más verme. No saben que no es mi intención molestarlas; quizás deberían estar más preocupadas por las rapaces que las rondan desde las alturas. Pero me anima ver a estos escurridizos animales y sigo para arriba mucho más fuerte que antes.
Es curioso lo que puede hacer una fuente de agua…
Desde este punto ya no sigo marcas de pintura, sino hitos. No obstante son numerosos y resulta difícil equivocarse aún cuando me adentro en un canchal de rocas desde el cual pueden verse ya los altos Pirineos tras la cumbre del Petrechema.
Aquí me encuentro con las últimas personas que veré hoy. Me dicen que me quedan aún cuarenta minutos, pero no me importa. Hace un par de horas no daba un duro por llegar hasta aquí, y ahora tengo la cumbre al alcance de la mano.
Nada me la va a quitar. Estoy cansado, pero mi fortaleza mental es ahora a prueba de bombas.
Cruzo unos neveros que aún resisten al calor y trepo por entre las rocas tocando de nuevo fresca hierba verde. Frente a mi: la piramide cimera.
Llego al collado que separa el Budogia de la Mesa de los Tres Reyes y me encamino a la derecha para alcanzar la cima.
El camino es cómodo atravesando una curiosa terraza de roca donde me libro al fin de mi mochila (en donde cargo las cosas necesarias para un posible vivac). Según asciendo, el camino se llena de piedra suelta que no resulta tan insegura como otras montañas en las que he estado. Por ejemplo, en Picos.
Trepo con cuidado por una chimenea que no es difícil salvo por algún traspiés que des a causa del cansancio.
Hago algunos zig-zags, llevo las manos sobre un par de rocas más y… ¡cumbre! ¡Sufrida y maravillosa cumbre!
Toco la cabeza de la estatua de San Fco. Javier (patrono de Navarra) a pesar de no ser especialmente religioso. Es como si quisiera agradecerle a algo más que a mi mismo el haber podido llegar hasta aquí. Realmente, estas cumbres tan trabajadas son las mejores.
En una absoluta soledad que ahora sí agradezco, no puedo evitar soltar un aullido de júbilo que el viento se lleva y solo acompañan las águilas.
Veo debajo de mi el bonito Lac de Lhurs, con el verde Valle de Lescún (Francia) tras él.
A mi izquierda, hacia España… el Pic d’Anie (2.505 m.), aún en Francia, y más allá el navarro Valle de Larra, el Pico Ori (que tantos buenos recuerdos me trae) y el Budogia.
A mi derecha, tras el Petrechema y las Agujas d’Ansabère, los altos Pirineos en donde creo reconocer el Midi d’Ossau.
He llegado a cumbre en poco más de cuatro horas. No es mal ritmo, teniendo en cuenta mis dudas y problemas iniciales. Con suerte estaré en el coche para poder vivaquear allá abajo, en poco más de tres horas. Si mis rodillas me lo permiten porque… he olvidado mis bastones abajo (¡idiota!).
Me relajo un par de minutos echando un vistazo a los bonitos detalles de la cumbre, como el santo que he mencionado, el buzón (adornado con un pañuelo traído de los recién terminados Sanfermines) o la curiosa réplica del Castillo de Javier. No es que sea aficionado a que se adornen las montañas, pero reconozco que estos detalles en particular… son bastante chulos.
No son aún las seis de la tarde. Mis mejores previsiones al final se han cumplido, pero aún debo bajar mientras haya luz. Así que, no pierdo mucho más el tiempo y me pongo en camino. Prefiero pernoctar abajo y regresar a casa mañana temprano.
Camino a buen ritmo y pronto llego a los neveros, viendo aún lejano el final de mi jornada.
No obstante, camino cómodo.
En la zona de karst noto como mis rodillas, a pesar del buen ritmo, empiezan a dar señales de dolor. Que bobo por olvidarme los bastones. Parece que también voy a tener que pelearme el regreso.
Repongo agua en la fuente que antes salvó mi día y descanso un poco mientras bebo.
No hay nadie en kilómetros a la redonda que pueda ayudarme, así que me pongo de nuevo en marcha despacito… y sin prisas. Aún así, en un tramo de bajada, no puedo evitar perder el pie en una pequeña zanja y caer de bruces sobre la hierba.
No cantes victoria antes de llegar abajo.
Qué ganas tengo de acabar…
De improviso, escucho el jaleo de un campamento de chavales en las últimas laderas antes del final.
Mis rodillas parecen estar cruzadas por clavos ardientes, pero debo continuar. Queda ya muy poco. Solo pienso en una jarra de cerveza bien fría y en poder descansar de tan dura excursión.
El refugio aparece al fin frente a mi y todo termina. Lo he conseguido. Y a pesar del cansancio, me siento tremendamente orgulloso. Lástima no haberlo podido compartir… pero otra vez será.
Esta cumbre, de momento… es solo mía. Y yo soy el rey de la mesa por hoy.
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