El Aitxuri, Atxuri o Aitz txuri es una montaña de 1.551 metros de altitud perteneciente a los montes vascos, situada concretamente en Guipúzcoa (España).
Situado en la sierra de Aizkorri (cumbre cuyo nombre se confunde en ocasiones con nuestro objetivo) es el pico más alto de la misma y también de todo el cordal vasco-cantábrico (en definitiva de todo el País Vasco), teniendo una prominencia de casi mil metros. A mediados de los años 80 del siglo XX estaba considerado como el techo de este macizo el vecino Aketegi, sin embargo las mediciones realizadas durante esa época dieron como resultado que el Aitxuri le ganaba por unos escasos 3 metros.
Se alza sobre las campas de Urbia, en su parte sur, y sobre el Goierri, por el norte; y etimológicamente Aitxuri quiere decir «roca blanca«: viene de la palabras vascas Aitz que quiere decir «roca» y txuri, «blanco».
A sus pies, donde comienza la ruta normal de ascensión, podemos encontrar el Santuario de Arantzazu, llamado así en referencia a la leyenda de su aparición… En sí, la palabra arantzazu viene a significar «tú en los espinos» y hace referencia a la existencia de abundantes arbustos espinosos en el lugar.
Aquí disponéis de todos los datos desde ese punto de partida…
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Localización: Arantzazu (Oñati)
Tipo de Ruta: Montañismo
Longitud: 14 kilómetros (aproximadamente)
Duración: 5 horas
Época recomendada: Todo el año (en invierno es recomendable el uso de crampones)
Equipación mínima: Bastón (crampones y piolet), mochila, botas de montaña, saco, comida y agua. (más info…)
Ruta GPS: Aitxuri & Aketegi
Videotrack disponible:
Recomendaciones:
- Existen algunas fuentes y puntos donde aprovisionarse durante el recorrido. Pero un par de litros de agua en verano nunca vienen mal.
- No se trata de una cumbre muy alta pero su desnivel desde el punto de partida es considerable, así como la longitud de la ruta. Hay que prever esto antes de comenzarla.
- En invierno la ruta puede volverse complicada. Aunque no sea estrictamente «alta montaña», es recomendable el uso de material de invierno y conocer técnicas de progresión (sobretodo para la cresta cimera).
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Cuando vayan mal las cosas como a veces suelen ir;
cuando ofrezca tu camino solo cuestas que subir;
cuando tengas poco haber, pero mucho que pagar
y precise sonreír aún teniendo que llorar;
cuando ya el dolor agobie y no puedas ya sufrir
descansar acaso debes;
pero nunca desistir.
El sol amanece por detrás del macizo del Aizkorri.
Nosotros preparamos nuestros bártulos a la sombra…
Las campanas del Santuario de Arantzazu repican con un hermoso sonsonete despidiéndonos mientras miramos al cielo, sorprendidos del día que nos está quedando. El verano está siendo tremendamente inestable. Lluvioso. Más adelante, nos encontraremos con un paisano que nos asegurará que es el primer día bueno en casi un mes por la zona.
Parece que la diosa vasca Maddi (Mari) ha decidido darnos una tregua para intentar ascender a una de sus moradas. Solo espero que no se enfade si intentamos encontrar las camas de oro que guarda en una cueva de la cara norte del Aketegi. Quizás «no se entere» si este es uno de esos años en que los pasa en su morada del vecino Amboto…
Mitologías aparte, para mi es una jornada especial porque por fin voy a poder poner a prueba de forma seria mi rodilla operada. Tras las primeras pruebas en Madrid, creo estar preparado para ir ensayando en una montaña de más categoría. Por mucho que digan, los montes vascos no alcanzan la categoría de «grandes montañas», pero, en honor a la verdad, sus desniveles son considerables y su orografía es muy atractiva para el entrenamiento de un montañero.
Han sido meses duros, llenos de incertidumbres, sin embargo afronto las primeras cuestas con optimismo.
Siempre arriba… Siempre adelante.
Dejando tras de nosotros el Restaurante Sindika nos adentramos en la pista forestal que nos lleva hasta un pequeño parking de arena donde encontramos una puerta metálica que impide el paso al tráfico rodado; mis compañeros (Juan Carlos y Gonzalo) y yo, la cruzamos para adentrarnos en el bosque. De repente, la luz disminuye considerablemente. Pinos, hayas, abetos y algunos otras especies fácilmente reconocibles conforman esta espectacular concentración de flora. Todos ellos se elevan sobre nuestras cabezas intentando arañar cualquier rayo de sol que los permita seguir creciendo, aunque esto implique dejar al suelo sin rastro de ellos hasta bien entrada la mañana…
De momento caminamos al fresco y sin muchas dificultades. El camino es amplio y está bien cuidado.
Nos sorprende incluso encontrar algunos excursionistas (varios de ellos con niños) ascendiendo por nuestra misma ruta. Pensábamos que caminaríamos en mayor soledad. Sin embargo, poco a poco no tardamos en dejarlos atrás y terminar por deambular acompañados tan solo de las mariposas y el musgo.
Tras cruzar un par de pequeños puentes de madera, el camino comienza a inclinarse y empezamos a vislumbrar la ausencia de vegetación a lo lejos. Nos acercamos al reino de la llamada «alta montaña». Por encima de los 1.800 o 1.900 metros los árboles comienzan a escasear hasta desaparecere por completo, aunque en estas zonas (o en los Montes Pasiegos, en Cantabria), la cota incluso suele disminuir algo más. De ahí, entre otras causas, que se los considere «alta montaña» a pesar de su baja altitud.
Tras realizar un par de «zetas» en el camino, la arboleda se abre todavía más dejándonos ver tras de nosotros al santuario en la ladera del macizo y a lo lejos parte de la cordillera que nos lleva la mirada hasta el Amboto. Reconocible gracias a su figura piramidal.
Por fin, al cabo de pocos minutos, llegamos al Collado de Elorra desde el cual podemos divisar por fin nuestra meta de hoy. El camino continúa, ahora en descenso, hasta las Campas de Urbía por un sendero flanqueado de árboles que deja a un lado la recoleta Ermita de Urbía. El lugar es bucólico: un pequeño valle escondido entre «alturas», de emplias praderas verdes llenas de rebaños y casitas al cobijo de unos pocos árboles. En nuestro camino, un grupo de ovejas latxas (de característico pelo largo) están cómodamente sentadas por todo él y nos obligan a seguir pateando al sol hasta llegar a una casona que hace las veces de taberna y donde «tomamos nota» del punto discordante al hermoso día…
Sin embargo, por no hacer menciones políticas aquí, me ahorraré más comentarios.
Desde aquí el camino que asciende hasta la cima es claro. Así que continuamos andando, cruzando un pequeño regato hacia la Majada de Arbelar donde vemos un grupo de chabolas típicas que se hayan al comienzo del sendero de subida. Las casitas son muy chulas y están bien cuidadas. Hay animales por todas partes, imaginamos que esperando a que lleguen sus dueños para darles de comer o llevarlos a los corrales.
En este punto acaba el amplio sendero que nos ha traído hasta aquí, y se torna en algo más propio de un camino de montaña que nos hará ganar altura con rapidez.
Miramos arriba, no tenemos claro cual de las cimas que vemos son las de nuestros objetivos. Es todo un desierto de rocas afiladas.
El calor comienza a apretar, alejados ya de cualquier tipo de cobertura.
La senda es clara y está marcada con señales amarillas, pero las rocas están muy lavadas debido al agua y al pisar de los montañeros. Esto me hace empezar a tomar más precauciones de las debidas, por miedo a que un mal paso haga que la rodilla gire en mala postura y la liemos. Desde este momento… empieza lo divertido.
Empieza la prueba…
Tras las sombras de la duda ya planteadas, ya sombrías
puede bien surgir el triunfo; no el fracaso que temías.
Y no es dable a tu ignorancia figurarse cuan cercano
puede estar el bien que anhelas y que juzgas tan lejano.
Lucha pues, por más que en la brega tengas que sufrir…
Cuando todo este peor,
más debemos insistir.
Mientras asciendo voy controlando mis pulsaciones, como parte del entrenamiento que me he marcado para mi «objetivo» del año que viene. Empiezan a dispararse, logicamente.
Empiezo a notar el sudor recorriendo mi piel. Sin embargo, no me noto cansado. Eso es bueno.
Tras serpentear por el camino, finalmente trotamos siguiendo la línea del cordal montañoso. A nuestra izquierda una enorme cueva. Por delante, el último árbol del camino y tras él una veleta que marca los puntos cardinales.
Es a partir de este momento cuando unos incómodos compañeros irán junto a nosotros hasta la cima. Docenas de hormigas voladoras tratan de clavarnos sus mandíbulas y la única manera de evitarlas es mantenernos en movimiento. Resulta muy desagradable y solo esperamos que llegados a la cima (que ya empezamos a identificar) el viento se las lleve bien lejos.
Pasamos junto a una dolina (una depresión en forma de embudo de hierba) y al fin llegamos a una especie de pequeño collado desde donde pueden verse el Aizkorri, el Aitzabal y el Aiztontor. En el primero, casi en su cima vemos una pequeña edificación que algunos mapas indican como un refugio y otros como la Ermita Santa Krutz. Me atrae acercarme para echarle un vistazo, sin embargo nuestro destino es otro y es desde este lugar desde el que tendremos que iniciar la última subida hasta la arista cimera que nos llevará a los dos techos de Euskadi.
Ya veo el vértice geodésico que marca la cima del Aketegi. La Dama del Aketegi me deja llegar hasta su casa…
Gonzalo camina por encima de mi, «cresteando» como tanto le gusta hacer.
Juan abre camino siguiendo las marcas del difuso sendero.
Y yo extremo las precauciones para no caer en el último momento. Me siento fuerte. Me siento feliz.
A mi izquierda las Campas de Urbía, a lo lejos los campos de cultivo de Vitoria. Echo mis manos para elevarme por unas últimas rocas y aquí estoy… En la cima del Aketegi. A mi derecha los verdes montes de Guipúzcoa y Vizcaya, con el mítico Txindoki alzándose entre ellos. Más allá… el mar cantábrico. Las vistas son realmente espectaculares y no me importa reconocer que me emociono. Hace unos meses tenía mis dudas de que pudiera llegar a volver a contemplar vistas semejantes…
Un pequeño buzón con forma de casita y una extraña cruz moderna decoran la cima. Pero mis ojos se desvían rápido a la siguiente cima: el Aitxuri. Sus tres metros de diferencia lo coronan como la cumbre más alta del Pais Vasco. Y hacia allí me encamino.
¿Huele a pan recién hecho?
En pocos minutos recorro los metros que separan a las dos cimas.
Continúo con precaución ya que en ocasiones debo acercarme mucho al barranco que se abre a mi izquierda. Si me falla la rodilla y doy un traspiés, el vuelo, al menos, será bonito…
Uso las manos para ayudarme en la última trepada y por fin alcanzo la segunda cima del día. Y con ella mi satisfacción se desborda pareciendo querer salir disparada por mis brazos alzados. A mis pies, una placa dedicada a San Bernardo y un pequeño tamboril plateado con tres txistus (flautines) que hace las veces de buzón. Mis compañeros no tardan en llegar tras de mi y nos abrazamos entre las piedras, mientras, por un instante, las hormigas nos dan un respiro, huyendo del centenar de chovas que llegan con hambre desde el oeste… como surgidas de las Tierras Brunas de los mitos de Tolkien.
Hago fotos, tomo un vídeo con un nuevo juguetito que me autoregalé por mi cumpleaños, e iniciamos el descenso. Ahora comprobaré si realmente la rodilla está tan bien como parece.
La bajada no la hacemos por el mismo camino de subida, al menos por el momento. Descendemos por la arista cimera directamente hacia la cueva y la veleta que vimos al subir. La pierna parece fuerte. El entrenamiento ha venido bien y, aunque todavía noto que no está al cien por cien, camina con paso seguro. Casi no necesito de ayudarme del bastón.
Aún así, trato de ir con cuidado para no pisar mal sobre alguna roca.
El camino que elegimos nos hace acortar unos cuantos minutos la ruta y, cuando por fin recuperamos la senda original, nos cruzamos con gente que asciende mientras nosotros continuamos a buen ritmo. De hecho, no tardamos mucho en llegar a las chabolas a pesar de tener algún pequeño susto con las piedras «lavadas» del camino.
Juan y Gonzalo quieren parar a comer algo en el Collado de Elorra, pero yo prefiero seguir marchando para que no se enfríe la rodilla. Noto molestias que a estas alturas son normales, pero soy consciente de que hace algunos meses las estaría pasando canutas. Estoy cada vez más contento y seguro, pero no quiero arriesgar.
Mis amigos no ponen pegas (lo cual agradezco) y seguimos bajando, volviendo a caminar pronto a la sombra de los árboles, que al fin nos dan un respiro de la solana que nos ha estado pegando desde hace unas horas. Desde aquí el camino ya no presentará ninguna dificultad. Tan solo nos irá desgastando las fuerzas y nos irá haciendo saborear las cervezas del restaurante en nuestra imaginación.
El descenso se hace largo. Muy largo. Es la única pega que tiene la ruta, que su aproximación es muy larga. Pero eso no nos impide disfrutar del paseo, ni de las buenas sensaciones que me ha dejado. Hoy es sin duda el auténtico comienzo de un viaje que espero que se haga realidad el año que viene. Se que me queda mucho camino por delante, pero si los planes marchan según lo previsto y el entrenamiento sigue tan bien como ahora, creo que ya puedo comentar que en estas fechas, dentro de un año, estaremos volviendo de cumplir un viejo sueño…
El Mont Blanc…
Pero por ahora, tan solo pienso en la cervecita fresca de la comida. Un buen baño reparador en las playas de Laredo… y luego una cena y un beso en Santander. Ciudad de mis amores.
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© David Mieza, 2011
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