Los Siete Picos es uno de los macizos montañosos más importantes y singulares de la Sierra de Guadarrama, en el Sistema Central. Tiene una altitud máxima de 2.138 metros y está situado en el límite entre la Comunidad de Madrid y la provincia de Segovia.
Su nombre proviene de su inconfundible silueta, ya que su cornisa está jalonada por siete pequeños picos de granito que se ven desde bastante lejos. La línea de cumbres describe una «C» orientada al sur, lugar que resulta ser la cabecera del valle de Siete Picos, donde nace uno de los arroyos que conforman el nacimiento del río Guadarrama, el Arroyo Pradillo.
Seis de estos pequeños picos están en la parte más alta y el séptimo, el más occidental, está un poco apartado (llamado Pico de Majalasna – 1933 m. -). El pico más alto de los siete (Siete Picos – 2138 m. -) es el que está situado más cerca del puerto de Navacerrada, es decir, el más oriental.
Las laderas de esta montaña están cubiertas por un espeso bosque de pino silvestre y en la cara sur hay pequeñas zonas donde hay roble.
Aquí teneis los datos de la ruta:
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Localización: Navacerrada
Tipo de Ruta: Montañismo
Longitud: 11 kilómetros (aproximadamente)
Duración: 3 a 4 horas
Época recomendada: Todo el año (en invierno puede resultar necesario el uso de crampones y piolet)
Equipación mínima: Bastón (crampones y piolet), mochila, botas de montaña, agua. (más info…)
Rutas GPS:
- Siete Picos (1)
- Siete Picos (2) (en videotrack)
Videotrack disponible:
- Según la climatología, la ascensión puede realizarse en cualquier época del año incluso con nieve. Pero según la temperatura podemos necesitar unos crampones y un piolet, por encontrarnos hielo en la vertiente segoviana.
- Si llevamos mapa, podremos localizar algunos puntos de agua potable cerca del Camino Schmidt, aunque siempre es conveniente llevar agua propia.
- Siete Picos puede realizarse de forma integral desde Navacerrada a Cercedilla (tal y como indica nuestra ruta GPS), pero si queremos algo más ligero, podemos ascender desde Navacerrada y volver allí por el Camino Schmidt.
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El sol aún no ha comenzado a calentar algunas laderas de las montañas.
Hemos madrugado bastante para no arriesgarnos a no poder acceder al puerto de Navacerrada como en otras ocasiones, por culpa de los esquiadores. Y ahora resulta que encontramos el parking casi vacío.
Los remontes aún no funcionan, no hay casi coches y nadie parece aventurarse en la montaña.
Solo nosotros.
Comenzamos a subir el remonte de la pista de esquí El Escaparate dejando las torres a nuestra derecha. La quietud del monte a estas horas de la mañana me asombra. La cuesta es algo dura, pero corta, y pronto llegamos al punto más alto.
Noto como el sol comienza a calentar mi espalda. La nieve caida comienza a brillar a mis pies. Me giro y contemplo el espectáculo del Alto de Guarramillas frente a mi. La nieve ya empieza a deshelarse, pero aún es una vista magnífica.
El sol comienza a elevarse desde el La Bola del Mundo y nosotros continuamos camino hacia el Alto del Telégrafo (antes conocido como el Cerro Redondillo). El primer alto en nuestro camino.
Allá arriba la Vírgen de las Nieves alza sus brazos como si nos saludara y nos deseara buen viaje. No tardamos en llegar a sus pies y allí me decido a subir hasta ella para poder hacerle una buena foto.
Al trepar, no me fijo en un saliente de roca y me golpeo la cabeza mientras me elevo. Pierdo el equilibrio y tan solo una rápida reacción evita que me despeñe unos metros abajo.
Maldito imbecil. Sería gracioso acabar así. De una manera tan estúpida.
Hago mi foto y seguimos camino. Me río con mi compañero Juan del pequeño «huevo» que me ha acaba de salir. Solo ha sido un susto, pero el dolor me recuerda que no debo descuidarme nunca.
Continuamos caminando entre pinos siguiendo las huellas dejada por algún montañero en días anteriores.
Sopla un viento frío, pero sol comienza a calentar y el paseo es agradable.
Por fin, vemos frente a nosotros la subida a Siete Picos, la antigua Peña Cauallera testigo de las vozerías que se situaban en estos parajes cercanos a Navacerrada, para ayudar en las monterías reales de la Edad Media que subían a la caza de osos. Hoy solo contemplamos una pronunciada ladera que parte de una amplia pradera y que resulta muy fácil de recorrer. Hasta ahora, la verdad, es que esto solo ha sido un paseo. Lo bueno empieza a partir de aquí.
Comenzamos a subir por la pendiente ganando altura a cada paso. A esta altitud todavía podemos encontrarnos rodeados de hermosos pinares, pero yo casi no les presto atención concentrado en ascender cada vez más.
Poco a poco, los árboles desaparecen a nuestro alrededor y tomamos conciencia de estar próximos a la cumbre.
Los últimos pasos son realmente hermosos. Decidimos abrir huella por una zona de nieve vírgen para practicar un poco la técnica de subida en nieve, y vamos haciendo zig zag hasta que alcanzamos la parte más elevada del monte.
La subida sin duda ha sido preciosa. Frente a nosotros la cima del pico más alto del cordal. Detrás: las montañas más altas de la sierra nos saludan.
Caminamos un poco más para acercarnos a la cima. Una mole de granito que parece tallada por el viento y la lluvia con numerosos escalones de piedra.
Pequeños hilos de agua caen desde arriba producto del deshielo que cada vez se hace más patente. Nosotros vamos rodeando lentamente el macizo estudiando algún punto de acceso a la cima que resulte asequible. Que sea roca o hielo. Pero no las dos cosas, pues puede resulta más peliagudo.
Yo juraría haber visto un acceso bastante fácil por la cara norte. Pero mientras damos la vuelta, Juan cree haber visto una pequeña «chimenea» en la cara sur. Quizás no sea el punto más fácil, pero si resulta el más divertido.
Trepamos usando las manos y asegurándonos bien con los pies, por una fisura en la que nuestro cuerpo cabe por poco. Le paso mi cámara a Juan, que ha ido primero, y lanzo la última trepada. Por fin estamos en la cima.
Compruebo mi recién adquirido altímetro y todo lo confirma. Aquí estamos.
La verdad es que después de la retirada de hace unas semanas desde la otra punta del cordal tenía la espinita clavada de no haber llegado hasta aquí. Hoy saco esta espina y la lanzo con todas mis fuerzas hasta el valle.
Permanecemos allí un rato contemplando el paisaje… respirando tranquilidad, antes de ponernos de nuevo en marcha. Aún nos queda un rato, y el tiempo acompaña.
Debemos bajar un poco antes de afrontar el siguiente pico y, mientras yo voy caminando por una pronunciada pendiente nevada, Juan decide ir saltando de roca en roca. Para cualquiera de los dos un resbalón puede ser bastante malo porque iríamos muchos metros cuesta abajo si no logramos frenar con los piolet.
En un punto, mi compi no puede continuar y tiene que saltar sobre la nieve para alcanzarme. No le queda más remedio, y estamos seguros de que va a resbalarse.
Efectivamente, su culo toca el suelo y se desliza varios metros ladera abajo hasta detenerse en un saliente. Todo estaba controlado, con lo que en ningún momento ha habido peligro. Me parto de risa. Sin duda ha sido una situación realmente cómica.
Tras recomponerse, continuamos bordeando el alto de granito y alcanzamos la parte principal del cordal por el que vamos a continuar nuestro camino.
Dejo volar mis pensamientos…
Caminamos por la espina dorsal del dragón…
Aún es invierno. El dragón duerme, cubierto por una espesa manta de nieve. Sin embargo eso no lo hace menos peligroso puesto que el viento nos empuja y nuestros pies han de mantenerse firmes para no resbalar.
Corazón de piedra. Secretos abandonados en la noche de los tiempos… Durante gran parte de la Edad Media, a la Sierra de Guadarrama se la conoció como La Sierra del Dragón por la silueta de estas montañas, que se asemejan al dorso dentado de estos seres mitológicos.
Yo camino por las laderas de sus «huesos» creyendo empezar a vivir parte de esa leyenda.
Vamos dejando detrás nuestro, uno a uno, cada uno de los picos que parecen aguijones desde los valles; y por fin llegamos al último de los picos del cordal. Debajo nuestro: el Pico Majalasna.
Hacemos un alto para descansar. Lo hemos conseguido.
La verdad es que la ruta desde Navacerrada es mucho más suave que la hicimos hace unas semanas desde la Calzada Romana. Si añadimos que tampoco hay mucho hielo, el paseo ha resultado bastante chulo.
Decidimos probarnos los crampones que habíamos traído por si acaso. Nunca los había usado hasta hoy, así que resulta divertido comprobar lo fácil que resulta moverse con ellos.
Poco nos queda ya que seguir haciendo aquí arriba, así que Juan me comenta que por qué no volvemos por la ruta del Camino Schmidt, que rodea los Siete Picos por su vertiente norte.
Llevo tiempo queriendo conocerlo, así que le digo que adelante y comenzamos el descenso.
Alcanzamos en pocos minutos el Collado Ventoso y, tras comer algo, empezamos a seguir las huellas que serpentean por el sendero, ahora totalmente nevado.
Hollamos un bosque ancestral, y mientras charlamos recordamos cierta película de espada y brujería que se rodó aquí en los años ochenta.
La nieve está demasiado blanda, y cada kilómetro que avanzamos se nos hace más pesado. Mi «coleguilla filósofo» me dice que… una vez que te metes en el laberinto tienes que salir de él. Y tiene razón. La verdad es que nos estamos dando una paliza, pero caminar por aquí merece sin duda la pena.
Encontramos gente por fin. Senderistas que vienen desde Navacerrada para cubrir todo el sendero hasta Cercedilla. Me gusta la tranquilidad de la montaña, no encontrarme con algunos «domingueros» que pretenden caminar por semejante espesor de nieve con bolsas de comida y sandalias de verano. Nos preguntan qué tal está el camino…
Varios de ellos nos causan risa.
El repicar de los pájaros carpinteros contrasta con el sonido del agua del deshielo. Comienza a oler a primavera. El bosque despierta después del largo letargo del invierno, que además ha sido especialmente duro.
Caminamos con dificultad hundiendo nuestros pies en la nieve, procurando no resbalar. A veces los árboles se abren a nuestro paso permitiéndonos ver un paisaje como pocos.
Frente a nosotros: el Pico de Peñalara. El techo de Madrid.
Cada vez encontramos más gente. Estamos seguros de estar cerca del puerto. Nuestras fuerzas flaquean. Estos últimos tramos están resultándonos especialmente duros.
Al fin, divisamos frente a nosotros el refugio del ejército que se eleva en un lateral del puerto de Navacerrada. Casi hemos llegado.
Cruzamos la pista de esquí de El Bosque y nos detenemos un segundo a ver como descienden algunos esquiadores. Pocos, la verdad.
Unos metros más y llegamos a la carretera. Delante de nosotros una deliciosa recompensa en forma de doble de cerveza y dentro de un rato… mi cama. Estoy agotado. Pero creo que ha merecido la pena.
Miro atrás y me siento satisfecho.
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….mejora el narrador …sí señor….jajaaa