La Sierra del Hontanar, situado a poniente del pueblo de Canencia, constituye un cordal secundario que se desprende hacia el norte de la Sierra de la Morcuera, prolongación a su vez, de la magnífica línea montañosa formada por la Cuerda Larga guadarrameña.

Esta posición geográfica ha sido considerada casi siempre como marginal, y esto ha hecho de estas cimas unos objetivos habitualmente ignorados en pos de otras mas señeras y altas. Aunque lejos de ser un inconveniente, el aislamiento que les otorga su soledad es atractivo principal para quienes buscan esos paseos de íntimo contacto con la naturaleza y con la esencia del Guadarrama, aquí aun conservada casi sin alterar.

El ascenso suele realizarse desde Canencia, optando en primer lugar por subir al magnífico mirador que proporciona La Cachiporrila (1.620 m.). El camino que lleva hasta su cumbre recorre parajes con atractivos tan enormes como la Mata de los Ladrones, uno de los robledales mejor conservados de toda la Sierra del Guadarrama y que tiene en las semanas otoñales su mejor momento del año; a pesar de lo cual, las visitas a su cumbre pueden contarse con los dedos de una mano.

Dejando a parte algunos pequeños altos sin nombre que se encuentran entre las cumbres principales de esta serranía, el resto de estos lugares mencionables serían:

  • La Cachiporrilla – 1.620 m.
  • El Cerro del Águila – 1.660 m.
  • El Espartal – 1.733 m.
  • Peñas Viborizas – 1.788 m. (aunque esta loma está en discusión de si debe ser considerada como cumbre principal o es tan solo un hombro de la anterior)

A estos últimos se les conoce como «Altos del Hontanar» y, por ser además los más altos, de ahí surge que la acepción se extienda a todo el cordal.

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Localización: Km. 15.500 de la M-629 (Canencia)

Tipo de Ruta: Senderismo

Longitud: 17 kilómetros (aproximadamente)

Duración: 5 horas

Época recomendada: Todo el año (aunque en otoño es su momento de máximo espelendor)

Dificultad MIDE:  → 

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS: Sierra del Hontanar

Recomendaciones:

  • Podéis encontrar alguna fuente de agua potable en el recorrido, pero aún así, siempre es recomendable llevar agua en la mochila.
  • Para poder tocar las cumbres, en todos los casos tendremos que cruzar la valla que separa las dos vertientes de la sierra; ya que estas se encuentran en en lado de Lozoya y no de Canencia
  • Hay mucho ganado en la zona, y aunque no supone ningún riesgo, conviene prestar atención a las crías de las vacas que siempre serán defendidas vehementemente por sus madres.

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El ser padre puede resultar a veces duro.

Parece una obviedad… Pero no me refiero a las noches sin dormir o por las lógicas preocupaciones que puedas tener por tus hijos, sino también por el tiempo que te quitan para ti mismo. Siempre he creído que el tiempo personal debe contener una parte irrenunciable para uno mismo, de tal modo que puedas desarrollarte como persona y estar así después más dispuesto para los demás. No me entendáis mal: no cambiaría ninguna de las horas que paso con los críos por nada… salvo quizás, eso si, por recuperar un poquito de montaña para mi.

Desde que coroné el Zugspitze, el techo de Alemania, este verano, mi cabeza no ha podido olvidar esos paisajes ni esas experiencias. Me pasa siempre que voy a Alpes, y en menor medida a Pirineos o Picos. Y, desgraciadamente, no he tenido tiempo para poder acercarme siquiera a la Sierra para darme un paseo y reducir mi ansiedad por la montaña. Hoy al fin lo he logrado y, a pesar del frío y del modesto objetivo que me he marcado, disfruto de las sensaciones que estas soledades siempre me han proporcionado.

He dejado el coche junto a una pequeña explotación ganadera y me dispongo a remontar el PR-M 28 (del que no veré ningún tipo de señalización) para llegar al Alto de la Cachiporrilla. Una vez allí… ya veremos. Aún no tengo claro si recorrer todo el cordal o no.

La mañana es bastante fría. El invierno se aproxima y, aunque sus primeras nieves ya llegaron y se fueron con la misma rapidez hace unos días, el frío que pugna por calar mis huesos no deja lugar a dudas de su inminente llegada.

Mientras empiezo a andar recuerdo el pequeño accidente que tuve hace poco con una bicicleta y que me ha tenido, además, alejado de todo durante un par de meses por culpa de una fisura en el codo. Hoy, el uso del bastón y el frío serán un test perfecto para comprobar su total recuperación.

Camino siempre por la pista forestal que se dirige recta a lo alto de esta olvidada serranía. Aunque varios caminos a ambos lados abandonan el principal, los ignoro; y solo espero no encontrarme con nadie hoy. Ansío realmente estar solo. Necesito tiempo conmigo mismo para descargar preocupaciones y volver a casa nuevo.

No tardo en encontrarme, eso si, con varios rebaños pastando; e incluso tengo que atravesar uno de ellos entero que su dueño va a empezar a alimentar con los primeros rayos del sol. Reconozco que la mirada de las vacas y los toros, con sus cornamentas al cielo, suelen intimidar; pero no es esta clase de encuentro uno que me incomode. Así, saludo al granjero, vida dura, y dejo atrás al ganado que, creyendo que les daré algo, me sigue durante un rato.

La subida no es dura. El aire limpio y el sonido casi ausente del propio campo me acompañan. Soy feliz.

Cuando los últimos robles y su bello manto anaranjado sobre el sotobosque van desapareciendo, veo la Cachiporrilla frente a mi.

Me hace gracia este nombre. No puedo evitar recordar a Mortadelo y Filemón sacado sus porras («cachiporras») para enfrentarse a algún absurdo villano, y me pregunto el por qué de este topónimo tan curioso para este monte.

Aunque podría remontarlo una vez llego al collado próximo a La Hondilla, me decido a continuar por la pista hasta alcanzar la caseta de vigilancia forestal que se alza en su extremo Este. desde aquí podré contemplar las mejores vistas del día del Valle de Canencia, Lozoya y la Sierra Norte, con un mar de nubes entrando desde el puerto de Somosierra e intentando cubrir a la Peña Cebollera.

El viento azota con fuerza aquí arriba. Tanto que la sensación térmica disminuye considerablemente y no me detengo mucho a disfrutar del paisaje. Voy abrigado, pero a pesar de ello tampoco es plan de congelarse a las primeras de cambio.

A la media vuelta, remonto la última cuesta y alcanzo la cumbre adornada con una estación meteorológica. Desde aquí tengo clara la longitud completa de esta sierra, y contemplo como la nieve aún se agarra con fuerza a la Cuerda Larga y el Macizo de Peñalara.

La estampa es preciosa…

Tan diferente al final a esos Alpes que visité otra vez en verano, pero al tiempo con un encanto tan único. La Sierra de Guadarrama tiene algo especial. Lástima que se haya masificado tanto tras su nombramiento como Parque Nacional. Muchos de los visitantes que la pueblan ahora no la respetan, y uno tiene miedo que tanta presión humana acabe por provocar el efecto contrario que lo que su nueva figura de protección pretende conseguir.

Así, es a estos lugares donde al final más me gusta ir… alejado de las codiciadas cumbres principales.

Aquí aún se puede aspirar el verdadero y tradicional aroma de estas montañas.

Decido finalmente continuar mi camino por todo el cordal, dejando a mi derecha el Embalse de Lozoya y en rumbo directo a un afloramiento rocoso situado cerca de una zona nombrada en mi mapa como «El Gamonal«. Desde aquí veo la segunda cumbre con nombre de esta Sierra: el Cerro del Águila, y sigo directo hacia él.

No deja de llamarme la atención este nombre. Ya es la tercera cumbre que voy a pisar con esta acepción en todo el Guadarrama; las otras están situadas en la Loma del Noruego y otra muy cerca de La Peñota. Parece que nuestros antepasados no tuvieron mucha imaginación o les gustó especialmente este nombre.

Una vez que llego al Collado del Portachuelo, por donde en teoría debería descender más tarde hasta el coche, remontar esta cumbre se convertirá en el proceso más tedioso del día. En verano estaba más en forma, pero toda ella se ha perdido tras casi tres meses de inactividad forzosa.

No obstante, me lo tomo con calma y, pasito a pasito, voy para arriba.

La sorpresa llega cuando llego cerca de la cima. Ya en La Cachiporrilla he tenido que saltar el vallado para tocar el vértice geodésico y, aquí, por lo que veo, me va a suceder lo mismo. Tras buscar un punto débil en el vallado, me encaramo a la zona rocosa que mi GPS indica como techo de este monte, y me detengo unos minutos a contemplar el embalse situado bajo mi.

En nada tiene que envidiar a enormes lagos alpinos como el Alpsee, me digo con sorna. Pero, en realidad, el encanto de este lugar rivaliza ciertamente con ellos. Más aún si cabe porque no hay tanto turista en sus orillas.

Mi memoria vuela junto al viento por todas las montañas que he visitado últimamente; y guardo registro mental de todas ellas mientras inhalo el aire de esta fría mañana. Cargo pilas para los días que están por venir, y para aguantar a los lelos que, desgraciadamente, pueblan Madrid y muchos entornos laborales.

Cada día estoy más harto y más convencido del cambio que está por llegar… Pero no quiero pensar en ello ahora.

Mi idea inicial, medito ahora, era la de llegar hasta aquí y no seguir adelante por no gastar tanto tiempo y dejar a mi mujer sola demasiado tiempo con los críos. Pero veo al alcance de la mano el poder conseguir la última de las cumbres, El Espartal; y, después de todo, está la suegra en casa para echar una mano. Al tomar conciencia de este hecho («suegra en casa«) la decisión es clara: continúo.

Desde el Collado de las Fuentes, donde pueden verse varias charcas que abastecen al ganado en altura, el camino no es tan empinado como desde el Portachuelo. El problema aquí radica de nuevo en el vallado. En teoría la senda debe llegar a la cumbre pero no lo veo claro tras consultar otra vez el mapa y decido nuevamente cruzar la valla para alcanzar, tras sortear el piornal de sus laderas, la última cumbre del día.

No son los Alpes, no. Pero cada vez creo más, como insinué antes, que estas montañas nuestras contienen una esencia verdadera; y a veces permanecen más en mi memoria que una escalada en las grandes cumbres de Europa (por mucho que, insisto, no logre quitarme de la cabeza los parajes que recorrí este verano). La sorpresa del día llegará cuando, poco antes de alcanzar la cima, me sobresaltan tres perros de caza que están dando un paseo. Los simpáticos perretes me acompañan hasta arriba meneando la cola y esperando que les de algo de comer. Pero no llevo nada para ellos, una lástima, y tampoco me inquieta su presencia. Lo que si me preocupa es pensar en si me he metido en zona de caza en un día señalado para ello. No lo parece porque no he oído detonaciones en ningún momento de la mañana, pero nunca se sabe; así que me doy prisa en hacer las fotos y en bajar de aquí.

No me planteo seguir más adelante porque, vistas desde aquí, no creo que las Peñas Viborizas puedan ser consideradas una cumbre principal, así que, aquí termina la subida por hoy. La Sierra está completa.

Mis nuevos amigos quedan atrás entonces, y yo decido acortar la ruta iniciando el descenso poco antes del Collado de las Fuentes, y no desde el Portachuelo. Eso me llevará a transitar un poco campo a través, pero no me importa; ha habido aventuras similares mucho más engorrosas.

En mi punto de mira está siempre la pista del PR-M 28 que desciende hacia la carretera.

Tras pasar por algunos chozos medio derruidos, salvar el Arroyo de las Cebadillas y adentrarme de nuevo en el robledal, llego al camino principal y tan solo me resta ir descendiendo con calma hasta el coche; disfrutando del bosque y la soledad que, afortunadamente, me ha acompañado todo el camino.

Aún me restará un pequeño detalle que hacer antes del fin de la excursión. Llevo viendo una columna de humo durante todo mi descenso, que cada vez se torna más grande. Puede ser una quema controlada, pero no lo tengo claro, así que aviso al 112 (como todos deberíamos hacer ante la duda) y me confirman que, efectivamente, está todo bajo control.

Con la conciencia tranquila y el espíritu en paz, solo me resta bajar a Canencia a tomar un aperitivo para terminar de volver a casa con las pilas bien cargadas.

Las Navidades están a la vuelta de la esquina y ahí mis planes serán más ambiciosos…

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