La Sierra de la Morcuera es una alineación montañosa perteneciente a la vertiente sur de la Sierra de Guadarrama; tiene una longitud de unos 19 km y una orientación suroeste-noreste. En su extremo occidental se une a Cuerda Larga, otro cordal montañoso de Guadarrama, y en el extremo oriental se aproxima a la Sierra de la Cabrera.

Cuerda Larga, junto a la Sierra de la Morcuera, constituyen el límite sur del Valle del Lozoya, ya que ambas alineaciones montañosas tienen una orientación muy similar, siendo la que en esta página nos atañe, casi una extensión de la primera.

En «La Morcuera» hay dos conocidos puertos de montaña que comunican el Valle del Lozoya con la zona central de la Comunidad de Madrid. El más occidental de ellos es el Puerto de la Morcuera (1.796 m), y el más oriental es el Puerto de Canencia (1.524 m), el de menos altura y quizás menos transitado de la provincia, salvo por excursionistas los fines de semana.

Las cumbres que siguen la línea principal de esta sierra son:

  • La Torrecica (1.828 m.)
  • Pico Perdiguera o de Marraz (1.862 m.), el más alto del primer cordal
  • Cabeza de la Braña (1.774 m.)
  • La Albardilla (1.664 m.)
  • Mondalindo (1.833 m.), el más relevante del segundo cordal, con su propio vértice, que no el más alto
  • Peña Negra (1.834 m.)

En sus laderas abundan los bosques de pino silvestre y roble, y en dirección noroeste desde el segundo puerto, encontraremos el espectacular Abedular de Canencia donde, además de los consabidos abedules, también encontraremos acebos y tejos.

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Localización: Miraflores de la Sierra

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 19 kilómetros + 9 km. de regreso al primer coche

Duración: 8 a 9 horas (en total)

Época recomendada: Todo el año (aunque en invierno pueden necesitarse cadenas para el coche en los puertos)

Dificultad MIDE:   → mide_SierraDeLaMorcuera

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS:

Sierra de la Morcuera

Videotrack disponible:

Recomendaciones:

  • Hay agua potable en el Puerto de Canencia, pero, al ser la ruta un poquito larga al hacerla ida y vuelta es recomendable llevar al menos 2 l. de agua por cabeza y para cada cordal.
  • Si llevamos dos coches, dejando uno en el Puerto de Canencia (o incluso en Valdemanco) ganaremos tiempo al no tener que deshacer todo el camino andado para recoger un único vehículo de vuelta (lo cual sería una ruta demasiado larga para un solo día).
  • Quizás la mejor época del año para recorrer esta sierra sea el otoño, no hace tanto calor y podemos ver los hermosos colores del Abedular de Canencia en todo su esplendor. Podréis encontrar información sobre él en el Centro de Educación Ambiental El Hornillo, en el Km. 8 de la carretera que nos lleva al puerto.

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Hace una mañana fresca para caminar por la Sierra. Aunque el sol ya amenaza con un día de intenso calor según recorra el firmamento.

Nos encontramos en el Puerto de la Morcuera, paso tradicional entre Miraflores y Rascafría, después de haber dejado el coche de Gonzalo en el Puerto de Canencia, para realizar el recorrido integral de esta mítica parte del Guadarrama por primera vez tras su institución como Parque Nacional. La razón de haber dejado un coche a mitad de recorrido es para no tener que deshacer todo el camino andado para volver a por el que ahora dejamos aquí. Esta no es una ruta de gran dificultad técnica, pero si de gran longitud y, por tanto, exigente.

Ahora no somos conscientes de lo que este acto y un despiste nos va a suponer a media tarde…

El camino normal para ir de un puerto a otro es siguiendo el GR-10 que parte desde un kilómetro más abajo de nuestra posición (dejando atrás la Fuente Cossío, junto al Refugio de la Morcuera). Ese camino te lleva por el bosque que baña la ladera norte de este primer cordal, pasando por la preciosa Chorrera de Mojonavalle y el Centro de Educación Ambiental «El Hornillo».

Nosotros, sin embargo, saldremos desde este cruce de caminos (una morcuera era antiguamente un gran conjunto de piedras que, a modo de hito, marcaban estos lugares) cruzando por un pequeño cercado de madera destinado al ganado. Desde ahí, empezaremos a subir de inmediato para alcanzar lo alto del cordal lo antes posible.

Panoramica del Puerto de la Morcuera

Al principio nos parece encontrar una pequeña vereda que nos introduce en un mínimo bosque, pero viendo que la senda parece ir bordeando la montaña enseguida la abandonamos para alcanzar el primer cerro que indica el mapa que llevamos. Vemos las primeras rocas y no resulta difícil alzarnos sobre el paisaje que nos rodea.

Todo está en calma.

La brisa, aún fresca, nos azota el rostro.

Por delante, modestas alturas redondeadas y extensos páramos ganaderos que no implican nada más allá de un simple paseo y, al fondo, las antenas de radio que coronan el primer objetivo de importancia del día: el Pico Perdiguera, o de Marraz como se lo conocía antaño.

Días de desánimo, cansancio de monotonía.
Me voy de paseo, llego a la Morcuera.
Deliciosa soledad, praderas frías, sol tímido.
Silencio, silencio, ¡nadie!

Estas palabras pronunciadas hace casi un siglo por Manuel Azaña cobran sentido ahora mientras caminamos por los extensos prados de la Sierra de la Morcuera. Más abajo estamos seguros que los pueblos, antes dormidos, cobran vida y los lugares de ocio de la Sierra empiezan a llenarse de visitantes.

Ajetreo, ruido y, en ocasiones, falta de respeto. Cuan cómodos nos sentimos siempre aquí arriba, alejados del mundanal ruido.

Hacia La Torrecica

El camino por uno de los parajes con mayor número de turberas de toda la sierra resulta sumamente agradable, y casi sin querer sobrepasamos la primera de las cumbres secundarias del día: La Torrecica. El camino no es del todo evidente, pero si se intuye una pequeña trocha seguramente más pisada por el ganado que por la gente. Hasta casi el Perdiguera tendremos incluso que cruzar varias veces la valla de alambre de espino para mantenernos siempre sobre ella.

No hay mucho que contar sobre este caminar, salvo que charlamos sobre los próximos planes veraniegos y nuestras futuras montañas para el año que viene, e incluso más allá. Los Alpes, el Atlas africano, Pirineos, Sierra Nevada

Nuestros pensamientos van de un lado para otro cuando nos fijamos en las pequeñas (y no tan pequeñas) telas de araña con forma de embudo que salpican el suelo. Un saltamontes cae en una de ellas y logra escapar por poco tras unas cuantas «pataletas».

Araña Lobo

La araña sale de su cubículo y se queda parada, decepcionada por haber perdido a su presa.

Según Gonzalo, se trata de una pequeña «araña lobo». Preciosa. Nunca las había visto tan de cerca.

Me pregunto cómo es posible que la estupidez humana y los intereses personales sean tan mezquinos como para haber permitido que toda esta zona (así como algunas otras) no esté bajo la protección del Parque Nacional. La riqueza en fauna y flora es tanto o más grande como la de las cumbres y, aún así, se ha quedado como simple Zona Periférica de Protección (ZPP).

O sea: nada…

Dejamos a las arañas tranquilas y empezamos a subir hacia la Perdiguera dejando atrás el nacimiento del Arroyo del Portachuelo y atravesando un pequeño bosquete, hasta que al fin vemos la cima de esta modesta, pero bonita, montaña.

Cumbre del Pico Perdiguera

Nos detenemos unos minutos para contemplar las espectaculares vistas de la Cuerda Larga, elevándose por encima de nosotros, con el Macizo de El Nevero «a su lado», todavía (increíble para julio) con enormes placas de nieve.

Hacia el norte de nuestra posición, si bajáramos hacia el valle, llegaríamos a la Chorrera de Mojonavalle y, bajando un poco más: el Abedular de Canencia. Con sus abedules, robles, pinos y tejos. Muy recomendable para visitar en otoño.

Repito, ¿cómo es posible que los ineptos políticos no hayan sido capaces de incluir esta zona en el Parque Nacional?

Cuerda Larga desde La Perdiguera

Comemos un plátano, bebemos un poco de agua y nos ponemos de nuevo en marcha para salir hacia un extinto ventisquero (abundaban mucho por esta zona cuando aún nevaba decentemente se recogía la nieve para venderla en Madrid) y de ahí al inmenso cortafuegos que nos conducirá, casi, hasta el Puerto de Canencia. Unos trescientos metros más abajo.

Pasamos junto a unas enormes gencianas amarillas, de las que en otoño se fabrica licor y otros digestivos y vigorizantes más farmaceuticos. El camino se hace muy agradable ya que todavía no aprieta demasiado el calor y, en ocasiones, logramos recogernos a la sombra de algunos pinos.

Nos cruzamos con algunos rebaños de vacas que, según mi compi, le miran desafiantes y con cara de pocos amigos.

Sin embargo no hemos de lamentar ningún percance con ellas y seguimos descendiendo por el cortafuegos con la vista ya fija en nuestra siguiente cumbre del día, y que ya vemos delante nuestra: la Cabeza de la Braña.

Lo malo de realizar un cordal como este es la cantidad de veces que llegas a perder altura para luego tener que volver a ganarla. Eso desanima a cualquiera.

Fin del cortafuegos

El cortafuegos desaparece al cabo de un rato y seguimos una cerca de alambre de espino en donde localizamos un sendero marcado con hitos. Eso nos vuelve a indicar que vamos por el buen camino y, afortunadamente iremos a cubierto del sol durante un buen rato.

Nuestros pasos nos llevan así hasta el siguiente puerto donde encontramos descansando el coche de Gonzalo y a un montón de ciclistas y excursionistas a su alrededor, yendo y viniendo. Es lo que tiene un lugar tan accesible como este, con merenderos y praderas donde la gente puede explayarse a gusto por el campo.

Me parece bien para las familias con niños, y yo seguramente lo haré algún día, pero siempre desde el respeto. Antaño se les llamaba «Drogueros», que no «domingueros». Siempre me ha hecho gracia esa definición: […] llámense «drogueros», entre los habituales concurrentes a la sierra, a los excursionistas comodones o poco sensibles al paisaje, que complican sus siempre breves correrías con fuerte rocín que les soporte, quitasol que les proteja y pantagruélica provisión que les conforte. (Lucas Fernández Navarro, 1915)

En fin… Si no quisierais continuar, este es el punto medio del recorrido. Punto de retorno con el segundo coche. Llevaréis unos 9 ó 10 Km. de caminata.

Nosotros, sin embargo, decidimos continuar, en principio hasta el Mondalindo, que es la cumbre más relevante (el único que incluye un vértice geodésico) del segundo cordal de esta Sierra. Como apunte histórico, mencionar también que este monte era conocido antiguamente como Peña de Don Galindo (topónimo prácticamente olvidado), de la que se dice en el famoso Libro de la Montería de Alfonso XI (texto que continuaba con la tradición de recopilar datos sobre la caza de piezas mayores, iniciada durante el reinado de Alfonso X el Sabio, y que resulta ser la primera referencia escrita sobre la Sierra de Guadarrama): «[…] es la vozería por çima de la cumbre et es el armada a Naua la Fuente«.

No estamos aún demasiado cansados.

Reponemos agua en la fuente del puerto y lo dejamos atrás; caminando más modestamente que nuestros antepasados, sin caballos, perros de caza, sirvientes… con propósitos deportivos, aunque muy distintos que los de entonces. Bajamos así un poco por la carretera hasta llegar al cartel de piedra de Bustarviejo, donde volvemos a entrar en el campo.

Cartel de Bustarviejo

Desde este punto seguiremos por un sendero que penetra en el bosque junto a unas zonas de «merenderos».

Estamos, ahora si, en el GR-10. El camino que comunica la localidad de Puzol (Valencia) con Lisboa.

 Llegados a este punto, por un momento nos da la impresión que hemos errado la ruta a seguir porque nos da la impresión que estamos bajando en demasía y no vemos exactamente las marcas del GR (blancas y rojas) sino unos puntos azules. Eso nos lleva a retroceder ligeramente hasta que vemos las marcas del GR.

Con ellas y con la ayuda del mapa continuamos en descenso, por la vereda arenosa pero aún con dudas, hasta encontrar el muro de piedra que nos servirá de referencia para localizar el acceso a la Cabeza de la Braña.

Cabeza de la Braña

La subida se demuestra como el primer obstáculo serio de toda la jornada. Nada que no se pueda afrontar llegando descansados a Canencia y empezando desde allí. Pero que con algo más de 10 Km. en las piernas resulta algo durillo.

Subimos realizando «zetas» en una evidente trocha, por la llamada Cuesta de la Plata. Quizás llamada así por la cantidad de Jaras que florecen a la sombra de los pinos. Son flores preciosas pero muy delicadas, que no suelen permanecer abiertas más de quince o veinte días. Y menos a estas alturas de año, en donde la planta ya debería estar sin flores y muy aceitosa.

Pero en este fresco lugar, parecen aguantar lo suficiente como para regalarnos su olor y sus colores.

JarasLlegamos al fin hasta las rocas que marcan el final del primer tramo y nos adentramos en un nuevo cortafuegos que nos llevará prácticamente hasta la cumbre. Allá arriba vemos una pequeña caseta de vigilancia forestal hasta donde ha llegado una furgonetilla. A ambos nos sorprende que ese vehículo haya logrado llegar hasta aquí por la inestable pista.

Otra cosa que nos llamará la atención es la cantidad de pequeños saltamontes que salpican el suelo y las docenas de mariposas que parecen llevarnos en volandas para arriba. Qué buenas sensaciones y recuerdos me traen…

Ya en el primer cordal habíamos visto algunas, pero el incipiente calor las ha terminado de activar y resulta un espectáculo realmente alucinante de color y de vida; que se suma al intenso olor a tomillo que puebla toda esta sierra y que se desprende de las pequeñas plantas cuando las rozamos.

Creo haber expresado ya mis dudas e indignación sobre la no inclusión de esta zona en el Parque Nacional, ¿verdad?

Cumbre Cabeza de la Braña

Llegando a la Cabeza de la Braña, con el Mondalindo a su espalda, por fin notamos que las fuerzas flaquean.

El calor empieza a golpearnos duro y la subida ha resultado dura para tantos kilómetros acumulados.

Así, decidimos parar en el pinar, última sombra de aquí en adelante, para bajar un poco la temperatura corporal, reponer líquidos y comer algo.

Entramos por un cercado que da acceso a una pequeña estación meteorológica que está justo en la cumbre de la montaña y permanecemos un rato allí recobrando fuerzas. La verdad es que, hasta este momento, no habíamos parado casi en absoluto; y eso se nota.

El descanso nos viene de lujo y pronto bajamos hacia el Collado Abierto (o de Hernán García) donde un gran rebaño de vacas pasta tranquilo en unos inmensos prados que aún conservan su verdor con las lluvias caídas este año. La verdad es que todas las vacas que estamos viendo están más que lustrosas.

Vemos «chuletones con patas» más que «dulces vaquitas»…

Enseguida volvemos a ganar altura hacia la cumbre secundaria de La Albardilla para, de nuevo, perderla por unos cientos de metros antes de iniciar las ascensión final al Mondalindo.

Subir. Bajar. Subir. Bajar…

Resulta más duro de lo que pensáis.

Además, el calor efectivamente ha hecho mella. Y los kilómetros más aún, y aparece definitivamente el cansancio, algunos dolores…

No obstante a un ritmo lento pero constante, seguimos subiendo sin pausa.

Mondalindo

El camino es tendido y no tan empinado como el de «La Braña». Pero resulta largo. Incluso más de lo que imaginábamos a simple vista; lo cual resulta también fatigoso.

Poco a poco, paso a paso, alcanzamos a ver la cumbre. Lo que por el momento pensamos que será el final de nuestro periplo. Y metro tras metro ganado nos recuperamos en fuerzas y moral para coronar el Mondalindo, con el sol bien alto en el cielo.

A los pies del vértice, una placa recuerda a un viejo profesor que sin duda marcó la vida de su familia y sus alumnos. Quizás no tan conocido como el maestro Giner de los Ríos, pero sin duda alguien que merece ser recordado de este modo.

Dudo que mis alumnos lo hagan algún día. Quizás mi familia…

Cima del Mondalindo

Mondalindo, lindo, lindo,
quien te vea te desea;
quién cogiera la moneda
que debajo de ti queda…

Vemos relativamente cerca la última de las cumbres de la Sierra: la Peña Negra. Más alto que este en que estamos por tan solo un metro, pero no considerado de primer orden, aunque en su cumbre estén localizadas algunas estaciones de radio, como en el Pico Perdiguera. La idea original no era la de llegar hasta allí, pero en unas pocas palabras y miradas nos resumimos lo tontos que a veces podemos llegar a ser, y no permanecemos mucho en el Mondalindo para poner rumbo a esta última montaña que se ve ahora tan próxima.

No tenemos ni idea de los kilómetros que llevamos hasta aquí, pero realmente la siguiente cumbre se ve bien cerca y terminarla sería hacer una travesía integral de toda la sierra sin haber dejado nada pendiente.

Esos absurdos afanes deportivos que a veces te impones por muy cansado que estés…

Pero aún tenemos agua y fuerzas, así que: adelante.

El tramo resulta más bonito que los anteriores por ser relativamente rocoso. Voy dejando que Gonzalo se adelante mientras trato de responder a un mensaje de móvil que me acaba de entrar (no siempre puedes estar aislado en este mundo tecnológico en que vivimos) y, tras no más de veinte minutos, coronamos la última montaña del día.

Cima de Peña Negra

Tras de nosotros unos diecinueve kilómetros de Sierra. Más allá, la Al-Sarrat de los árabes: Cuerda Larga, El Nevero, Peñalara, el Valle del Lozoya, La Pedriza

Todo un espectáculo digno de ver.

Sin duda, a pesar del calor y el esfuerzo, ha merecido la pena llegar hasta aquí.

Por debajo nuestro, la modesta pero sin embargo hermosa: Sierra de la Cabrera.

Sierra de la Cabrera

Estamos satisfechos, aunque cansados.

Por nuestra cabeza solo pasa el hecho de que ahora hay que volverse.

Y eso, aunque no lo creáis… va a ser mayor aventura que todo lo narrado.

Tras reponernos un poco con el agua que nos queda, bajo una roca que nos da la única sombra de toda la cumbre, nos ponemos de nuevo en marcha dejando atrás la estación principal de radio que adorna el lugar, y las otras dos construcciones que creemos que son de la Cruz Roja.

La intención es llegar de nuevo hasta el Collado Abierto e intentar encontrar una vereda que, según nuestro mapa, rodea la Cabeza de la Braña hasta dar con el inicio de la Cuesta de la Plata; donde abandonamos el GR-10 para seguir el muro de piedra. Aunque si no la encontramos deberemos deshacer íntegramente todo el camino andado en vez de atajar.

Al final ese sería casi el menos de nuestros problemas.

Tras llegar algo machacados al collado, y casi sin agua debido al calor, Gonzalo se adelanta para intentar encontrar la vereda.

Desafortunadamente no la localiza y yo insisto en alzarnos de nuevo hasta «La Braña» para bajar por el camino. Pero he aquí cuando entra en juego la cabezonería que, unas veces a él y otras veces a mi, nos juega estas malas pasadas.

Yo estoy demasiado cansado para discutir y decido seguirle campo a través por un piornal que no debería, según él, presentar mucha dificultad.

Bosques & Piornales

El piornal, como era de esperar por la Ley de Murphy, no resulta nada fácil. Es un laberinto de arbustos que en ocasiones casi nos cubre la cabeza y que termina por convertirse en una pesadilla de arañazos, e incluso alguna picadura de tábano.

Cuando al fin alcanzamos el bosque, con las piernas y los brazos machacados, seguimos por un bosque que no está limpio. Lo cual significa que caminamos por un suelo inestable que hace caer en más de una ocasión a Gonzalo, que dice adolecer de «piernas flojas» a estas alturas. Increíblemente ese no es problema para mi, que me veo fuerte salvo en las rodillas. Mi problema es ya el cansancio general y la falta de agua.

Como le digo a mi compi al cabo de un rato: «en una ruta de tres o cuatro horas, esto puede ser divertido; pero no tras nueve«. La decisión propia del cansancio ya no es si debo «matarle» por traernos por aquí, sino donde debo «enterrarle»…

Perdemos más de una hora con este supuesto «atajo», pero al final llegamos de nuevo a Canencia donde la última sorpresa del día nos espera. A Gonzalo se le han olvidado las llaves de su coche en el mío. En el Puerto de la Morcuera.

Cubiertos de gloria…

Estoy demasiado cansado como para que se me venga el mundo encima o para discutir. El final del día no resulta como había planeado.

Afortunadamente tenemos suerte y logramos que una pareja nos baje hasta Miraflores (mejor nombre que el antiguo de Porquerizas) donde Gonzalo encontrará a un «paisano» que le subirá hasta la Morcuera a por mi coche. Yo necesito tumbarme.

Otra hora perdida.

Hoy no habrá cerveza. Nos la hemos ganado sin atisbo de duda; pero prefiero llegar a casa, acurrucarme con mi chica y descansar plácidamente.

Seguramente en unos días me reiré de la «aventura», pero ahora estoy demasiado hecho polvo…

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