El San Benito es un monte de 1.626 m de altura situado en la Sierra de Guadarrama Occidental (Sistema Central).

Se trata de una de las fronteras naturales entre Ávila y Madrid, y es la altura más elevada del municipio de Robledo de Chavela (famoso por ser la sede de una de las estaciones de seguimiento más importantes de la N.A.S.A.), y a sus pies se encuentra situado uno de los puntos de encuentro más reconocidos por los «moteros» madrileños: el Puerto de la Cruz Verde.

En las laderas del mismo, puede encontrarse una importante extensión de enebros, cuyos frutos os queremos recordar… no son comestibles.

Los datos…

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Localización: Puerto de la Cruz Verde (San Lorenzo de El Escorial)

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 5 kilómetros (aproximadamente)

Duración: unas 2 horas y media

Época recomendada: Todo el año

Dificultad MIDE:  → mide_PicoSanBenito

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS: San Benito

Recomendaciones:

  • Supuestamente hay agua potable en un par de puntos de la zona, pero hay ganado cerca y pueden estar contaminados. Al tratarse de una ruta corta, con una cantimplora nos será suficiente.
  • El acceso a la cima requiere de una pequeña trepada y caminar por la arista de la montaña. Con condiciones de viento, extremar las precauciones.
  • Debido a problemas con la batería, hay algun fallo en el track GPS. Sin embargo, si seguís los waypoints no tendréis problemas en alcanzar los objetivos.

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Mi última ascensión antes de la operación de rodilla.

Lo reconozco, a pesar de mi baja forma no aguantaba «el mono» de subir una vez más al monte… por lo que pueda pasar.

En esta ocasión he elegido un viejo conocido que hace un montón de años nos propusimos subir un grupo de amigos y yo. En aquella ocasión, como en tantas otras, el tiempo, la loca juventud y la falta real de ánimos nos hizo mantenernos de acampada cerca de sus laderas pasando un fin de semana de risas y juegos de cartas.

Hoy, aunque el clima es igual de desapacible que entonces, mi intención está mucho más determinada a coronar su cima.

He llegado al Puerto de la Cruz Verde, hoy casi vacío debido a las amenazas de lluvia. Si no fuera por ello, seguramente habría más de un «motero» jugándose el tipo a toda velocidad por estas carreteras.

Desde aquí veo lo que parece ser la cima.

He preguntado en el restaurante si existe algún sendero que conduzca hasta arriba pero me dicen que no. Que lo mejor es ir campo a través hasta la cumbre.

Como eso no me convence mucho (ya que tendría que saltar, muy a la vista, los cercados de una finca) decido caminar un poco por el arcén de la carretera hasta localizar un punto de acceso por la valla de alambre de espino; y así poder ascender de forma menos acusada. Si lo hago como planeo, a partir de un punto la montaña llanea y tendrá menos desnivel.

Dejo tras de mi una cruz que alguien ha elevado en este lugar como recordatorio de algún accidente. Pocos metros más adelante, veo que el alambre está defectuoso y voy a poder cruzar. Cruzo con cuidado la carretera y me lanzo al ataque.

Hay bastante humedad en el ambiente. Y el cielo amenaza con caer sobre mi cabeza. Sin embargo, y a pesar de las cuatro gotas que han caído sobre el coche mientras venía, decido seguir adelante. Puede que sea mi última oportunidad en mucho tiempo de hacer esto.

Cruzo un pequeño arroyo y parece que encuentro restos de senderos, seguramente hoyados por las vacas que pastan cerca de mi.

Me limito a subir por entre los túmulos de piedras, haciendo pequeñas «zetas» para no cansarme tanto. El desnivel es asequible y pronto llego hasta la que me imagino es una pista forestal.

Consulto mi GPS.

Parece que esta pista nace al este, más abajo, entre unas fincas amuralladas. Allí debe juntarse con otra que llega desde el puerto, y que anterioremente he visto acotada. No hubiera podido pasar por allí, así que no he elegido mal. Este camino muere un poco más al oeste de mi posición y, desde allí, podría subirse por la cresta de la montaña sin tanto desnivel.

No obstante, decido seguir mi ruta ascendente, y ahorrar tiempo. Veo la linea divisoria desde aquí, y no me va a costar mucho llegar campo a través.

Parece que el cielo quiere clarear, pero no son más que espejismos, y pronto se cubre aún más.

Al fin, llego a un muro de piedra que tan solo debo seguir para alcanzar la cima. Desde esta posición, además, parece que si hay un sendero claro que seguir.

El frío me atenaza. A esta altura, al no encontrarse con obstáculos, empieza a correr un viento gélido que no hace más que empujarme hacia abajo. A pesar de ello, continuo porque creo que el agua me va a respetar, ya que sopla de levante y empuja las nubes hacia Ávila; aunque el cielo negro que encierra a las altas cumbres de Guadarrama me dice que tampoco me duerma en los laureles.

Dejo a mi vera el muro de piedra y más abajo una especie de abrevadero para ganado. A mi izquierda veo el municipio de Zarzalejo y, sobre él: Las Machotas, que ascendí hace casi un año. Ahora parecen frías y distantes, pero pequeñas a su vez.

Ya estoy por encima de sus cimas…

Tras un rato de deambular entre piornales y algún enebro, la montaña empieza a relajar su pendiente y veo a lo lejos la hermosa pirámide (casi perfecta desde aquí) del Pico de la Almenara.

Frente a mi: cúmulos de rocas hasta la cima.

El viento me sacude cada vez con más fuerza. Tengo frío.

Sin embargo, mi corazón palpita con fuerza. Mi cara se ha iluminado. Todo mi cuerpo se llena de calor.

Seguramente otro día más despejado este lugar no me llamaría la atención, pero la niebla está empezando a cubrirme. Y quizás el hecho de saberme parado por tiempo indefinido tras la operación, el haberme encontrado con una cima tan rocosa, que incluso me hace lanzar las manos en más de una ocasión, me anima porque me creo estar en un pico perdido de la mano de Dios, y más comprometido de lo que esperaba más abajo.

Camino solo por entre las rocas de la cresta cimera, peleando contra el viento que me empuja y preguntándome si la rodilla me va a respetar. Espero no tener problemas. Desde siempre, la soledad en la naturaleza me ha acostumbrado ante todo a tomar solo mis propias decisiones, me ha enseñado a medirlas con mi metro y a pagarlas con mi piel…

La niebla a veces no me deja ver casi nada y le da al ambiente una aureola de misterio. Me da la impresión de que hay caídas a ambos lados que tienen cierto peligro. Veo algún nevero entre la bruma. Puede que algunas canales en invierno sean interesantes…

Llego a una pared que no me deja progresar. El ambiente se ha despejado un poco. Voy a tener que trepar por ahí. ¿Estoy en Gredos? ¿Picos de Europa? Seguro que no es para tanto, pero es divertido imaginar.

Dejo la mochila y el bastón entre las rocas y, de repente, me fijo que a mi derecha hay un buzón y una pequeña «caseta» de piedra o metal. Supongo que no han querido ponerlos más arriba para que la gente no tenga que arriesgarse a trepar el pequeño muro para verlos.

La «caseta» resulta ser un pequeño monumento dedicado al Santo Niño de los Pastores. Resulta muy bonito e inesperado encontrar esto aquí.

Tras hacer algunas fotos, me engancho con seguridad la cámara y trepo por la pequeña «chimenea» natural que forman las rocas. Espero que la dificultad no vaya en aumento allá arriba, porque no me fío de mi rodilla.

Lo soluciono fácilmente. Veo la cima delante de mi.

El vapor de agua de las nubes pasa a toda velocidad de este a oeste.

¡Qué divertido!

Ya no hay más problemas para llegar al vértice geodésico. Salto unas rocas, lanzo las manos una vez más y por fin estoy en la cumbre.

El cielo parece despejarse un poco para regalarme unas vistas del Puerto de la Paradilla (desde donde habría resultado más fácil subir) y algunas pedanías abulenses.

Lo que me parece un buitre me sobrevuela. El único animal, aparte de mi, que se ha atrevido a salir con este día.

Sin duda, el final de la ascensión ha sido mucho más interesante que el resto. No lo esperaba. Para ser «la última» ha sido un buen regalo y por ello doy las gracias.

En la bajada hago un pequeño desvío para no recorrer de nuevo la arista y así pisar, quizás, mi último nevero de este año. Más adelante, continúo la bajada por el mismo recorrido y parece que de nuevo vuelven a abrirse claros que me permiten poder ver algo del paisaje.

Ha estado bien.

Mientras conduzco de vuelta, con el pensamiento distraído en otras cosas, de improviso la cima del Abantos se despeja completamente y el sol lo ilumina dejándome ver la cúspide.

Lo aprecio como un saludo. Una especie de despedida para quien se ha portado bien con él.

Pero no es sino al llegar a la autovía cuando mis queridas montañas me hacen un último regalo, que me llega más aún al alma… las nubes se abren ligeramente en la lejanía sobre las altas cimas, ahora parcialmente nevadas. Bajo ellas, aunque no mucho dada la perspectiva, se eleva perfectamente iluminado (como si de una solitaria y mítica montaña se tratase) El Yelmo.

No puedo hacer una fotografía de semajante instante. Pero quedará grabado a fuego en mi mente durante mucho tiempo…

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No existen montañas propias. Sí existen, sin embargo, experiencias propias. A las montañas pueden subir muchos, pero ningún otro podrá jamás invadir experiencias que son nuestras y que como tales permanecerán…

· Walter Bonatti ·

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