El Porracolina (1.414 m.) es una de las cumbres más elevadas y características del Alto Asón y los Montes Pasiegos, y resulta por ello una de las más ascendidas (ya que es perfectamente visible desde Santander y resulta muy «apetecible»). Se localiza en la divisoria entre las cuencas de los ríos Miera y Asón que desde el Picón del Fraile (1.632 m.) se lanza hacia el norte interponiendo su descomunal masa entre los núcleos de Asón (250 m.) y San Roque de Riomiera (375 m.), poblaciones que se sitúan más de mil metros por debajo de la línea de cumbres, lo que nos permite hacernos una idea de la prodigiosidad del macizo.
Situado en el corazón del Parque Natural de los Collados del Asón, no debe confundirse a esta cumbre con la Porra de la Colina (o, simplemente, Colina) de 1.448 m. situado más al sureste. Esta otra es una cima muy característica aunque no tan conocida y ascendida. En la base de este pico, al Este, se encuentra la depresión del Hoyón de Saco u Hoyo Grande (1.127 m.), donde se encuentra un lapiaz plano arrasado por la erosión glaciar que ha esculpido una especie de campo de fútbol rocoso.
Precisamente, la característica más importante de toda la zona reside en el glaciarismo. Lo más significativo estriba en que su desarrollo alcanzó las cotas más bajas de toda la península ibérica, como muestra la morrena frontal de Bustalveinte, situada por debajo de los 600 m. En el Parque son bien visibles algunas de las formas de acumulación y erosión provocadas por el hielo destacando por su espectacularidad el Circo de Hondojón.
Indicar, además, que en las entrañas calizas de esta montaña (cerca de la llamada «Torca del Porrón«) se encuentra el Gran Pozo MTDE; el segundo pozo vertical más profundo del mundo con 435,92 m.
~
Localización: San Roque de Riomiera (seguir por la ctra. del Bº de Calseca y Valdicio hasta superar el Collado de la Espina)
Tipo de Ruta: Montañismo
Longitud: 7 kilómetros
Duración: 4 horas (aproximadamente)
Época recomendada: Verano (el resto del año podemos toparnos con nieblas y mucha nieve)
Equipación mínima: Bastones (2), mochila, botas de trekking y agua. (más info…)
Ruta GPS: Porracolina
Videotrack disponible:
- Puede llegar a encontrarse agua en el recorrido pero debido al ganado que abunda en la montaña o lleváis pastillas potabilizadoras o, mejor, llevais agua en la mochila.
- La ruta (por su vía normal) no es complicada, pero si larga. Hay que tener precaución con las ráfagas de viento que suelen azotar la cima y con los bruscos cambios de tiempo de toda la zona debido a su cercanía al mar. Esto puede provocar que entre la niebla con asombrosa rapidez. Consultad el tiempo antes de salir.
- Desde San Roque de Ríomiera hay una carretera/pista vecinal que os sube hasta el Collado de la Espina. Desde allí hay que continuar hasta dejar atrás el monumento a la vaca pasiega y llegar hasta unas casas (cuadras invernales) abandonadas justo en una curva que inicia el descenso hacia Bustablado.
~
Todos los paisajes de montaña contienen historias: las que leemos, las que soñamos y las que creamos.
Michael Kennedy
Mi relación con las montañas pasiegas es especial.
Llevo desde niño observándolas. Desde mis primeras vacaciones en Santander para visitar la casa de mis abuelos. En especial, los Picos de Busampiro de cuando íbamos a Liérganes a comer churros o la modesta Peña Cabarga que domina el paisaje de la hermosa bahía cántabra.
Sin embargo, algo más allá, otra montaña se elevaba siempre en mi imaginación por encima de las demás en días claros: Porracolina.
Una montaña altiva. Verde. Y con una característica prominencia que sobresale del resto de su cuerpo calizo.
Llevo mucho tiempo queriendo subir allí arriba y hacerlo de alguna forma poco habitual. Desde San Roque de Riomiera o la barriada de Calseca. Buscando algún camino oculto entre los prados o, a mal dadas, por la «ruta normal» desde Bustablado. Aunque la llamen «normal» he leído que es dura en extremo ya que superas un desnivel de 1.000 metros para llegar a la cumbre desde el pueblo. De ahí que se haya cultivado cierta fama alrededor de esta montaña y su «Kilómetro Vertical al Mosquiteru» (un pequeño saliente cercano a su cumbre).
Pero, no. Ese no debería ser mi camino.
Hoy no tengo tanto tanto tiempo para hacer tanto desnivel. Como ya he dicho otras veces, el ser padre implica ciertas responsabilidades.
Por eso quiero inventarme una ruta nueva. Hacer algo especial en esta montaña.
Quiero llegar al Collado de la Espina y tratar de subir de forma directa a través del Alto de Somo. Solo pude echarle un vistazo una vez cuando me trajo un amigo y, aunque con niebla, lo vi factible.
Craso error.
En aquella ocasión la niebla no me dejó ver bien los tubos calizos, las rocas afiladas que bloquean mi ruta. Me parecen sublimes. Y escalables. Pero no en solitario y menos sin cuerda.
Así que, aunque me pese, debo descartar la idea (aunque la almaceno en «futuribles») y dirigirme a tratar de encontrar el acceso a la «vía normal» de ascenso desde aquí. No tengo todo el día para inventarme otra cosa…
Tras echar un vistazo a mi mapa, encuentro con relativa facilidad el acceso entre la zona de la Garma del Ciervo y los Espinajones (una gran vereda de tierra protegida por dos árboles y que nace a la derecha de la carretera). Así comienzo a caminar hasta llegar a una vieja casa, un invernal de ganado a la sombra de un precioso árbol. Aquí el sendero parece difuminarse y es este punto donde no debéis equivocaros.
La «vía normal» remonta la montaña por la canal que se ve a lo lejos, a vuestra derecha.
Sin percatarme de mi error yo continúo recto, hacia los pastizales donde un rebaño de vacas tudancas degusta su sabroso desayuno.
Por unos minutos, el camino parece claro. Incluso con peldaños. Pero cuando sobrepaso las últimas rocas, llegado a los prados… la trocha desaparece.
No encuentro ninguna forma de seguir que no sea campo a través. He traído unos minicrampones por si me sucedía esto y mis pies debían agarrar mejor la hierba húmeda. Pero no creo que hoy me haga falta. Todo el suelo parece liso y continuo desde lejos, pero en realidad esta pisado por el ganado y se puede remontar, aunque no sin esfuerzo.
Veo a lo lejos unos enormes dientes calizos y los pongo como objetivo para sobrepasarlos por la izquierda. Creo que será la ruta más factible a seguir.
Comienzo a progresar y casi siempre debo usar (casi) técnicas de progresión en nieve. Con dos bastones para equilibrar y apoyar, y realizando amplias «zetas» ya que la pendiente es de unos 45º; un resbalón podría darme un susto importante.
Seguramente alguien habrá cometido la temeridad de subir por aquí, quizás incluso en invierno. Pero no puedo evitar la sensación de que, finalmente, estoy «inventando» una nueva vía. Encontrando esa aventura que tanto necesito. ¿Por qué me gusta subir aquí arriba?
Porque se ve, si. Pero no hablo del paisaje, sino de echar un vistazo en mi interior.
Remonto las praderas llamadas de La Len, por esta «norte directa», con buen ritmo. La verdad es que me veo en mejor forma que en mi última incursión en Pirineos, pero claro… me he ahorrado un buen desnivel al partir desde tan arriba.
Según subo el viento arrecia y me golpea en distintas ráfagas. Alguna incluso está a punto de desequilibrarme y me obliga a extremar las precauciones.
Sobrepaso una cueva de la que tomo nota para, quizás, explorarla algún día. Toda esta zona es un paraíso por descubrir si eres amante de la espeleología. Se sabe de sistemas de cuevas de kilómetros y kilómetros por debajo de estas montañas y hasta los cercanos Picos de Europa.
Sin duda, casi únicos en todo el continente.
Esa cueva y el meter un pie en un agujero hace que mis sentidos se pongan de nuevo alerta.
Me percato que toda la zona está llena de dolinas, y quien sabe si podría hundirme en algún terreno inestable u oculto por la alta hierba.
Con cuidado, continúo con paso firme y termino por alzarme justo en la cumbre de las Peñas Gordas (1.341 m.).
Ante mi, el paisaje monumental de los Collados del Asón, el Picón del Fraile con su estación militar en la cumbre y, más allá, el Castro Valnera… me sobrecogen; como tantas otras veces cuando admiro lugares así.
No obstante, las cumbres de estas montañas, el frescor de los pastos de altura, el ritmo del mar…, me hablan… Y mi corazón se eleva.
Disfruto por momentos de estas sensaciones. De estos lugares en los que además me encuentro absolutamente solo. Cosa que ya apenas consigo en Madrid, donde desgraciadamente debo residir.
A pesar de mis buenos amigos, nunca he encontrado un compañero tan sociable como la soledad. Espero que no se me ofendan, pero hay cosas que pueden experimentarse mejor rodeado de la soledad que únicamente aquí arriba se encuentra.
Por unos minutos sopeso la posibilidad de acercarme a coronar el pequeño Mosquiteru (1.214 m.) a traves de un campo de dolinas, dirección a Porra de Mortillano (1.441 m.), la cual veo recortada por el sol. Pero, aunque incluso me acerco algo a atisbar, lo encuentro demasiado lejos y desviado de mi objetivo principal. Voy bien de tiempo, pero puede que esto me retrase entonces demasiado. Así que doy media vuelta y me encamino directamente hacia la cumbre de Porracolina.
Camino refrescado por el viento y relajando mis piernas después del esfuerzo de subir por semejante paredón.
Encuentro alguna pequeña laguna y disfruto de cada metro que avanzo respirando profundamente cada pizca de este maravilloso aire norteño.
Llegando al Alto de Pipiones el ronco mugir de un rebaño de vacas me saluda.
Ya queda poco. Solo hay una manera de subir que no sea escalando alguna de las paredes que caen desde la cumbre, y parece fácil.
Esto está casi hecho.
Subo despacio, asombrándome de nuevo de la garganta que desciende hasta el pueblo de Asón. ¿Cómo puede a alguien no gustarle semejante espectáculo natural? Semejante muestra de insignificancia humana.
En la cumbre, el viento me golpea con fuerza. Tanta, que camino bajando mi centro de gravedad para no ser lanzado al vacío.
A pesar de todo, dejo una tarjeta en el pequeño buzón de cumbre y disfruto del momento comiendo algo a resguardo.
Estoy donde se juntan montaña y mar. Frente a mi, el oceano. Con la «novia del mar», Santander, a lo lejos.
Detrás: las grandes alturas, los colosales desniveles de los Montes Pasiegos.
Solo aquí he mirado las nubes desde ambos lados.
En ningún lugar como en Cantabria. Aquí quiero descansar para siempre…
Permanezco más de media hora en todo el lugar. Me acerco incluso al hombro de la cumbre principal desde donde puedo contemplar con mi pequeño catalejo el Valle del Río Miera. Más allá… Peña Sagra y los Picos de Europa.
Verde, verde, verde.
Es imposible expresar lo que veo, siento, y las fotos no le hacen justicia. He contemplado magnificencias en Pirineos, Alpes e incluso el Himalaya. Paisajes increíbles que son indiscutiblemente hermosos.
Pero mi corazón reside aquí. Y son estas las montañas que quiero subir una y otra vez, para ver el mar en lontananza.
Recojo mis cosas y con un gesto de cariño a esta tierra me pongo de nuevo en camino.
Ya he visto la ruta de descenso (la que debía haber tomado también para subir) y creo que llegaré sin muchos problemas hasta el coche.
Cuando paso de nuevo por el collado, rodeo una dolina en donde veo que se ha colocado un pequeño caño para que haga las veces de fuente.
No beberé de aquí puesto que hay muchas vacas arriba y pueden haber contaminado el agua. Pero es bueno saberlo para futuras escapadas, ya que me gustaría hacer alguna invernal por la zona y ver el grandioso espectaculo de estos montes teñidos de blanco.
Bajo rápidamente y me encuentro un par de veces con algunas trabas al camino. Algún vallado con alambre de espino que no solo impide el paso al ganado sino a cualquiera.
No me gusta que se pongan vallas al monte, pero si es necesario al menos debe facilitarse el paso a los humanos. Cosa que no ocurre aquí. No se respeta una servidumbre de paso.
Llego a la zona conocida como El Pozuco (por aquí creo que debe existir una entrada a un sistema de cuevas conocido como la Torca del Turbón) y me animo a hacer una cumbre más, aunque sea modesta. Ya que no fui al Mosquiteru, pues hoy me llevo tres cumbres a cambio. En este caso, la última es: la Porra de Hormigas de 1.222 m.
Aquí obtengo una panorámica completa del conjunto de Porracolina y Peñas Gordas. Y soy consciente de la estupenda ascensión que he escrito por las paredes que tengo ahora a mi izquierda.
Nuestro camino no es por fáciles prados de hierba, sino que es una vía de montaña escarpada y llena de dificultades. Pero siempre hacia adelante, hacia arriba, hacia el sol.
Ascender una montaña es un esfuerzo duro, y para muchas personas, incluso un esfuerzo inútil. Pero, y hoy es un claro ejemplo, yo siempre he salido ampliamente recompensado.
Desciendo ya por la encajonada canal que me llevará hasta los invernales cercanos al coche.
Aunque parezca fácil, pego algún resbalón porque el terreno está algo embarrado debido a las lluvias de hace un par de días.
No obstante, camino satisfecho y, a la vez, apesadumbrado. Es una pena no disponer de más tiempo para seguir pateando montes estos días. «Otra vez será», me digo. Aún me queda mucho tiempo por delante…
Y mientras continúo bajando, con la Bahía de Laredo frente a mi, en el horizonte, mis ojos ya solo ven las caras de mis niñas esperándome en casa para que les cuente qué tal fue la aventura…
~
~
Deja tu comentario