El Peñacabra (o Alto del Parrinoso, ya que algunos confunden la doble cumbre de la montaña) es una montaña de la Sierra de Guadarrama con 2.176 m de altitud. Situada en los Montes Carpetanos, los cuales siempre han quedado relegados a una menor popularidad frente a la más altiva Cuerda Larga, que a efectos hidrográficos sólo es una derivación de aquellos; es la segunda altura de los mismos tras su «hermano mayor» el Pico del Nevero, de 2.209 m.
Junto a los bosques de encinas, robles y pinares de sus laderas, por todo este conjunto montañoso (desde el Puerto de Malagosto hasta el de Navafría) pueden observarse restos del glaciarismo cuaternario, así como los procesos periglaciares actuales. Junto a los más conocidos Circos Glaciares de Peñalara, estos «hoyos» (u «hoyas«), como se las conoce en la serranía, conforman un conjunto geomorfológico gracias al cual los estudiosos han podido explicar numerosos procesos acontecidos en el Valle del Lozoya desde hace miles de años; y que en la actualidad se traducen en una gran diversidad de especies y hábitats, así como en una elevada calidad paisajística.
Estos lugares, algunos de ellos inapreciables, fueron reconocidos y descritos en 1.914 por el geólogo Lucas Fernández Navarro: Hoyocerrado, Hoyo Poyales, el Hoyo del Nevero, los pequeños hoyos de los arroyos Artiñuelo, de las Calderuelas, de la Sabuca de Alameda… y, por último, el Hoyo del Alto de Pinilla (con su pequeña laguna en el fondo del mismo) y el que en esta página os mostramos: el Hoyo Berrocoso.
El madrileño, que al fin y al cabo es un producto de la evolución cuaternaria, siente nostalgia de los glaciares. Vestigios de aquellas nieves impetuosas perduran, para consuelo del visitante, en estas cumbres del P.N. de Guadarrama… Aunque, a excepción de los vaqueros y algún caminante escotero, poca gente sabe que, allende los cálices peñalaros, varios otros «hoyos» socavan las laderas de solana de los Montes Carpetanos.
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Localización: Pinilla del Valle
Tipo de Ruta: Montañismo
Longitud: 15,5 km.
Duración: 6 h (aproximadamente)
Época recomendada: Todo el año
Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)
Ruta GPS: Peñacabra
Recomendaciones:
- Hay una única fuente en todo el recorrido y no es fácil de localizar. Por tanto es recomendable llevar agua en la mochila.
- Esta no es una ruta cómoda, tan solo la recomendamos para los amantes de la aventura y el «campo a través». Si no tienes conocimientos de orientación o GPS, mejor accede a esta cumbre a través del Pico del Nevero.
- Además de las ruinas de la Guerra civil que salpican la cima, es recomendable acercarse a contemplar los «hoyos» (u «hoyas») glaciares que salpican el entorno. Sobretodo el espectacular Hoyo Berrocoso.
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Hemingway escribió sobre la Sierra de Guadarrama: «Mi mayor alegría es la sierra de Guadarrama, la gran cordilera de montañas pardas hacia el norte y el oeste. El Sol se pone del otro lado con deslumbrante gloria. Nunca he visto crepúsculos parecidos; remueven el alma como un cocinero remueve una sopera de caldo pero, ¡con qué cuchara de oro! […]»
Interiorizo estas palabras cuando a punto de recorrer una de las últimas grandes cumbres que me quedan por pisar de estos magníficos parajes. La primavera florece a mi alrededor y el viento golpea mi rostro. Una vez más me siento libre… y un poco triste al mismo tiempo.
Queda poco por hacer, tan solo terminar el proyecto y pasar página a una nueva historia…
Ya intenté hace poco ascender hasta la cumbre del Peñacabra (no confundir con la Peña de la Cabra, situada en la cercana Sierra del Lobosillo, perteneciente a Ayllón) pero el mal tiempo y la falta de confianza en el equipo echaron por tierra mis aspiraciones. Tenía incluso previsto hacer esta ascensión en invierno para escalar por sus neveros helados, pero tendrá que ser para otra ocasión. Debo concluir mi vieja aspiración, y de este verano no va a pasar.
He aparcado junto a la Ermita de Santa Marta, en Pinilla del Valle, y cruzo un pequeño cercado de metal que impide el paso de tráfico hacia el camino que debo seguir. Si hubiera descendido al río, podría haber cruzado también, pero es un poco absurdo dar ese rodeo. Así que continuo mi camino mientras veo venir hacia mi un gran rebaño de vacas que descienden de los pastos de altura, para encontrarse más tarde con sus dueños.
Me consta que la ascensión de hoy va a ser un poco incierta porque no hay veredas claras en los mapas que me lleven hasta arriba. Sin embargo, he decidido hacer esta ruta para alejarme un poco de las vías normales que transcurren desde los Puertos de Navafría o de Malagosto y hacer una ascensión original y solitaria.
Busco, sin más… la aventura.
Montaña pura…
Tras de mi queda el bello Molino del Navazo, restaurado hace pocos años, cuando tomo la pista que continua por mi izquierda, sin desviarme de lo que parece el camino principal.
Tendré que tirar mucho de mapa a lo largo del día…
Para no estar intranquilos, os comento que esta pista está señalizada con marcas rojas y es llamada la Ruta del Pinar. Está englobada dentro de la conocida como Ruta de los Oficios que el Ayuntamiento de Pinilla señalizó hace algún tiempo. No obstante, la señalización es bastante defectuosa y casi no encontraréis referencias, por tanto, aunque de vez en cuando esta información pueda ayudaros, os recomiendo seguir siempre por la evidente pista de tierra para vehículos, sin desviaros de ella por otro camino.
La vía circula cómodamente por entre encinas y robles, salpicada en ocasiones por zarzales y jarales que hoy encuentro en flor.
Es un devenir cómodo sin mayores complicaciones que el desasosiego de pensar si podré llegar hasta mi objetivo final.
Llego hasta una gran pradera donde comienzo a escuchar el mugir de una vaca (o toro) que parece querer comunicarse rabiosamente con alguien.
El sonido me llega de arriba, y me hace estar atento. Normalmente las vacas suelen ser tranquilas, salvo que sientan a sus becerros en peligro, pero este eco que rompe la quietud del bosque es ciertamente tenso.
Sigo mi camino y veo un pequeño corral para ganado algo más arriba, en una nueva pradera, y allí encuentro al causante de los mugidos. Un toro negro parece haberse perdido y anda llamando a sus congéneres. Yo camino tranquilamente sin acercarme demasiado pero sin demostrar inquietud. Me sigue con la mirada pero cuando al fin una vaca contesta desde más abajo, toda la tensión parece desaparecer y cada uno de nosotros continúa su camino en paz.
Veo algunos pinos salpicar ya el bosque y acierto a pensar que llego al final de este camino.
A mi izquierda, un panel interpretativo me muestra el Valle del Lozoya en todo su esplendor, con la cumbre de Peñalara aún nevada, la Cuerda Larga agarrando las nubes y el pueblo de Rascafría a sus pies…
Es una preciosa estampa que merece la pena contemplar tras el paseo.
La pista forestal termina un poco más arriba donde ya los pinos se han hechos los amos del bosque; y del pequeño claro donde cualquier vehículo se daría la vuelta, sale otra más castigada en clara ascensión. La sigo, al runrún del Arroyo de Robleblanco, y a un centenar de metros esta termina también.
Aquí, al fin, encuentro mi dilema…
Como imaginaba no hay una vereda clara. Un pequeño sendero, casi más una trocha de ganado, sale enfrente mío y parece vadear el arroyo, pero creo que voy a tener que andar entre piornales a menos que encuentre un camino claro.
Por entre los matorrales y los acebos que se distingen a mi izquierda, veo otro par de vacas que pastan tranquilamente. Es entonces cuando me digo a mi mismo que si las vacas llegan hasta aquí es porque ellas mismas han debido abrir un camino para llegar hasta los pastos de altura.
Por tanto, sigo el camino y cruzo el arroyo.
Aún no sé cuanto me va a costar esa decisión…
No hay camino, y si lo hubiere está completamente cubierto por la vegetación.
Peleo por ganar cada metro; me agarro para no caer y espolvoreo miles de esporas al viento propagando estos campos de flores amarillas. Aún así, poco a poco y gracias a que los años me han dado cierta experiencia en leer el terreno y las huellas, voy abriéndome paso cansinamente hacia arriba… tratando de no perder la orientación para efectuar el regreso por otro lado (esto sería peligroso en bajada con alguna mala pisada).
Me detengo a mirar el valle que se abre a mis pies y respiro profundo, recuperando el aliento.
Sigue Hemingway… «Los paisajes más maravillosos surgen por todas partes. Desde las cumbres se ven las llanuras de Castilla La Vieja y Castilla La Nueva; hacia el norte de un color amarillo rojizo; hacia el sur de un amarillo color paja que acaba perdiéndose al pie de los montes, detrás de Toledo.«
Al fin veo el término de la cuesta. Confío en que no quede mucho para empezar la ascensión final, pero unos enormes paredones en la lejanía me ponen los pelos de punta por si tengo que llegar hasta ellos. Aunque ahora no lo se, son las paredes del Hoyo Berrocoso, que más tarde me enamorará para siempre…
La soledad es absoluta aquí.
Llego al fin a la zona de Peñas Blancas donde encuentro un pequeño vivac y las ruinas de una construcción que no acertaría a nombrar. Dudo que aquí abajo sean ruinas de la Guerra, como seguramente encontraré arriba, así que imagino que lo serán de algún chozo de pastores.
Al fondo, veo por fin mi objetivo. Ya queda poco. La nieve salpica aún los «hoyos», pero dudo que finalmente pueda acercarme siquiera a ellos. Mi ruta no va a dirigirse por allí.
El camino es inexistente en este área y progresar resulta bastante incómodo ya que hay que caminar prácticamente por encima de los arbustos, y la posición del pie no es nada confortable. Además, aunque hace viento, tampoco es especialmente fresco y no alivia mucho frente al sol que calienta hoy.
Cuando al final sobrepaso La Risca (1.829 m.) y llego al pequeño collado me tomo un momento para observar las posibilidades de regreso y solo entonces empiezo a afrontar la última subida del día. Parece corta, pero es engañosa.
Creo adivinar alguna traza en la ladera, y en ocasiones incluso la sigo, pero enseguida se pierde y tan solo subo por instinto. Siguiendo a veces una trocha y otras una torrentera…
Contemplo alguna rapaz levantar el vuelo desde más arriba. Supongo que se preguntan si este «animal» solitario que deambula por aquí puede ser una comida apetecible. Pero no les voy a dar el placer de averiguarlo.
A pesar del cansancio de atravesar arbustos y pequeños roquedos, me siento más fuerte de lo que imaginaba, y ya no dudo, a pesar de la distancia total de la ruta, que vaya a terminar todo bien.
Efectivamente, este último progreso es más largo de lo que imaginaba, y me está llevando casi una hora llegar al área de cumbre. Cuando al fin veo un muro de piedra que se alza frente a mi, mi corazón da un vuelco y termina por reconfortarse. Hemos llegado. Eso no es sino un muro defensivo como tantos otros que salpican estas cumbres desde los años 30 del siglo pasado.
La cumbre es una zona bastante redondeada como lo es allá arriba, en su hermano: El Nevero, que ahora contemplo tan cercano a mi derecha.
Hay varias ruinas por toda la zona y de repente, el viento se ha vuelto bastante frío. Y el piar de los pájaros… inexistente.
Definitivamente estoy en la cumbre… y las sensaciones que me asaltaron hace algunos años en El Nevero, regresan.
¿Cómo pudieron aquellos hombres aguantar aquí? En estas soledades…
Mientras recorro en silencio, completamente solo, toda esta extensión… dejo volar mis pensamientos mientras veo las cumbres que ya he pisado y las únicas que me quedan por pisar.
Desde la misma cumbre veo Peñalara al fondo, donde empezó este proyecto que está a punto de terminar…
Mis reflexiones esta vez quedan para mi. Quizás cuando recorra toda la Cuerda Larga y de todo por concluido, decida compartirlos.
Por delante de mi se extiende el Macizo de los Pelados, una gran llanura de varios kilómetros cuadrados de extensión entre donde me hallo, el Cerro Negro y el Cerro Pelado. Una «superficie de cumbre» donde la vida apenas se abre camino y que el gran Julio Vías dio por llamar una vez… el «Pequeño Tibet«. Mis pasos me llevan a través de estos pastizales hasta el siguiente «alto» para asomarme a uno de esos magníficos y desconocidos Hoyos Glaciares que dan fama a este lugar. Ya que no los he escalado, al menos quiero verlos.
Sin prisas llego hasta esta nueva cumbre por encima de los dos mil metros, concretamente a 2.169 m., y allí contemplo algo que casi no me esperaba. Un espectáculo como solo he visto en sitios más alpinos y en donde aquí tan solo Peñalara podría hacerle algo de sombra. A mis pies está el Hoyo Cerrado, que casi no distingo, y frente a mi se extiende el Hoyo Berrocoso con sus praderas y turberas recorridas por torrentes y arroyos que vierten sus aguas al Lozoya. Veo vacas pastando allá abajo, observadas por los neveros que aún se conservan, todavía en junio.
Aquí nace la vida del valle y mis ojos se emocionan al descubrir semejante vergel, cuya hermosura ninguna foto le hace justicia.
Mientras contemplo este magnífico espectáculo natural, tan desconocido para muchos, recuerdo al fin las palabras con las que concluye el gran escritor americano… «La nieve de los picos toma formas extraordinarias de plumas y cuchillos debido al viento; y cuando el cielo, de un azul intensísimo, y las rocas bordeadas de nieve brillan al sol, y cuando se puede ver desde Segovia hasta Toledo… ¿cómo extrañarse de que la misma musa enmudezca?…«
Permanezco allí un buen rato, haciendo incluso un pequeño vídeo para Iberotrek TV.
Deleitándome con el paisaje serrano.
Pensando.
Siempre estoy maquinando ideas… es la única manera de mantenerse joven. Me he acostumbrado a subir muchas montañas solo porque, a pesar de lo genial que es compartirlas, también esa soledad es parte de la vida misma: el reto, aislamiento frente a lo salvaje y frente a uno mismo.
Y finalmente, no es sino con pena que al final me decido a abandonar este lugar en donde gustoso me quedaría.
Mis pies me llevan de nuevo, poco a poco entre piornales, hasta el Collado de La Risca, donde decido cambiar de rumbo que tome para llegar a él, y caminar así más cómodamente entre el pinar. Aunque eso me obligue a buscar una nueva ruta.
Sin muchas dificultades, siguiendo de nuevo mi instinto, encuentro una trocha que parece abierta o mantenida por las vacas y decido seguirla hasta que encuentre algo mejor.
El vericueto parece perderse de nuevo y por un momento desespero pensando en tener que pelearme de nuevo con los arbustos para descender. Sin embargo, la suerte me sonríe y encuentro un sendero claramente definido que me lleva directamente hacia abajo. A la sombra de los pinos.
Me pregunto, ¿de donde saldrá este sendero y por qué no lo encontré para subir?
Pero jamás podré responder a esta pregunta porque al cabo de un rato la senda terminará por desaparecer una vez más.
No obstante, he ido comprobando metódicamente el GPS y se que el camino me ha conducido muy cerca del punto donde muere la pista forestal original. Así que tan solo continúo adelante, yendo ladera abajo, hasta que me encuentro con ella y mis pies pueden al fin descansar.
El regreso ya es cómodo. Tan solo decido desviarme por donde me llevan las marcas rojas junto a una Majada de Pastor (lugar donde, a mal dadas tendríamos refugio en invierno, ya que está bastante decente) para satisfacer mi curiosidad y terminar por descubrir una fuente donde repongo agua.
Lo dicho: la ruta está muy mal marcada…
Mi camino termina por hoy mientras llego a la Ermita de nuevo, y en donde me dispongo a comer al cobijo de unos árboles.
Un sentimiento extraño me invade mientras elevo mi mirada de nuevo a las cumbres.
Todo termina, y todo se renueva…
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