La Peña Cebollera, Cebollera Vieja o Pico de las Tres Provincias es una cumbre montañosa de 2.129 m. de altitud situada en el extremo de los cordales principal y occidental de la sierra de Ayllón. Se trata del límite entre las provincias de Madrid, Guadalajara y Segovia, señalizado este hecho con un monolito en la cima.

Consta de un pico principal y de sus consecuentes subsidiarios, entre los que destacan la Peña de los Abantos (2.124 m.) y el Cerro del Recuenco (2.084 msnm). Esta montaña da nombre a la Sierra Cebollera, cordal que se extiende desde el pico hacia el sur hasta la Cebollera Nueva (1.834 m). La cima de Peña Cebollera es el punto más septentrional de la Comunidad de Madrid y en sus estribaciones nacen los ríos Jarama, al sur, y Duratón, al oeste.

Robles, encinas y pinos se encuentran en la zonas más bajas de sus faldas además de encontrarse, excepcionalmente, en la falda sur del cordal, Jarama abajo, el maravilloso Hayedo de Montejo y, en la falda oeste, el Abedular de Somosierra.

Hoy en día, toda su zona este hasta el Pico del Lobo, está declarada como Reserva Natural del Macizo del Lobo-Cebollera, siendo por tanto una zona natural prácticamente virgen.

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Localización: Somosierra

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 15 kilómetros (aproximadamente)

Duración: 5 horas

Época recomendada: Todo el año (aunque en invierno podemos calificarla de las más complicadas de la Comunidad de Madrid, debido a sus condiciones metereológicas)

Dificultad MIDE:  mide_PeñaCebollera

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS: Peña Cebollera

Recomendaciones:

  • No hay agua potable en el recorrido, así que es recomendable aprovisionarse en la gasolinera por la que entramos a la pista forestal que inicia la ruta
  • Casi al comienzo de la ruta podemos contemplar la Chorrera de los Litueros (que puede verse incluso desde la autovía), la mayor cascada de la Comunidad de Madrid. La mejor época para verla en su esplendor, sin duda, es la primavera.
  • Debido a lo expuesta que está, sea cual sea la época del año conviene llevar abrigo. Y, en invierno, hay que prestar mucha atención al parte metereológico, en previsión de posibles ventiscas.

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2 de Marzo de 2013

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Hay que mirar siempre a la luz, dicen…

Así no verás las sombras…

Ha sido una semana muy dura.  Una semana que no olvidaré en mi vida.

Y de nuevo me encuentro en Somosierra (el antiguo Fayy al-Sarrat o «desfiladero de la sierra» de los árabes, conocido como el paso de Fozarach por los antiguos cristianos) para subir a esta montaña, la más al norte que podáis encontrar en Madrid, y que ya en diciembre me mandó para abajo, junto a mi amigo Amador. En aquella ocasión fue una ventisca la que no nos dejó llegar hasta la cumbre. Pero hoy luce el sol y, aunque estoy solo, no espero contratiempos que me impidan llegar hasta lo más alto.

Antigua N-I

Sin embargo, no es la cima esta vez lo que anhelo. Tan solo subo, porque debo hacer algo allá arriba…

Doy mis primeros pasos dejando atrás la gasolinera del pueblo, adentrándome por la antigua N-I (cubierta hoy de enormes placas de hielo, con las que tengo cuidado para no empezar con mal pie) hacia el acceso a la Chorrera de los Litueros.

Miro hacia arriba y veo resplandecer la nieve caída estos días. Trato de imaginar en este paisaje como fue esa famosa batalla en la que el mismo Napoleón Bonaparte tomó el mando de sus tropas polacas para cruzar este puerto, y entrar así en Madrid.

El invierno sella el corazón de las montañas con su manto de hielo.

La noche se aproxima
con mi estrella del norte para guiar.
Contemplo aún lejana mi cima,
¿podrías por favor tu brillo en mis ojos prestar?

Oigo el Arroyo de las Pedrizas frente a mi, a tan solo unos pasos hoyados con raquetas de nieve por delante. Me limito a seguirlos y, tras cruzar el pequeño riachuelo, subo por un pequeño vericueto que sale a la derecha, directo hacia lo alto.

Mis pies se hunden en la nieve aunque, de momento, el paso no resulta incómodo.

Sin prisa me aproximo a unas rocas que forman un mirador a mi izquierda. Voy siguiendo las huellas de un animal, imagino que alguna vaca o alguna cabra. Pero me llaman la atención otras que circulan muy cerca de ellas, muy parecidas a las de un can. De momento, no le daré mucha importancia a ese hecho pero más tarde me darán qué pensar.

Chorrera de los Litueros

Llego por fin al pequeño balcón que forman las rocas sobre la cascada más grande de la Comunidad de Madrid y constato que está espectacular. La esperaba helada, pero ha caído tanta nieve que esta ha de descargar por algún sitio, y ahora mismo hay más caudal de agua que hace dos meses…

No me detengo mucho hoy. La roca está húmeda y puede resultar peligroso.

El pequeño sendero resultará imposible de seguir de ahora en adelante así que confío en la naturaleza y sigo las huellas de los animales que suben hasta más y más arriba. Al mirarlas sigo pensando y, ya que por esta ruta no suele subir nadie, las huellas que podían parecerme de perro cada vez me resultan más sospechosas. He leído estos días en la prensa que el lobo ibérico ha vuelto a criar en Madrid; y aquí hay ganado. ¿Podría ser que…?

Mis pasos me llevan poco a poco en dirección al pequeño bosque que se encuentra algo por encima de mi. Tras dejar atrás las huellas, recuerdo el camino que conduce a la pista forestal y en pocos minutos, no sin luchar con una nieve que cada vez se vuelve más profunda, alcanzo un remanso desde el que puedo observar todo el cordal de la Peña Cebollera frente a mi.

Panoramica del Cordal de la Peña Cebollera

Está realmente fastuoso. Por detrás, toda la Sierra de Guadarrama se eleva nívea entre las brumas que empiezan a formarse en el horizonte.

No obstante, hoy no aprecio belleza alguna en el paisaje.

Tan solo sigo subiendo.

Conduce mis pasos, mi lucero.
Alumbra mi sendero.
El que da luz a mi mirada,
mi lucero del corazón
que gratificas y le das son a mi razón
observando en lo alto, siguiendo mi pasión.

Esperaba el camino algo más cómodo desde este punto y, aunque a ratos lo es, el tener que sacar el pie de la nieve una y otra vez para dar un simple paso empieza a resultar frustrante.

Las grandes vaguadas desde la que nacen distintos arroyos, el de la Peña del Chorro, el del Reajo del Oso, Las Pedrizas… forman ollas que dan a este, en otras épocas, anodino paisaje, un aspecto casi alpino. Miles de pesqueños destellos tintinean en mis ojos. Los cristales de nieve aún permanecen intactos, como si fueran estrellas que bajan a la tierra para descansar. Llego a un primer cruce y sigo recto, por un atajo que descubrimos Amador y yo en diciembre.

Esta decisión resultará, a la postre, un error.

Poco a poco el hermoso camino se va transformando en un infierno helado.

Infierno helado

Este desierto frío trata de engullirme con su silencio y su metro de nieve polvo. Cada paso en que me hundo es una pelea contra mi voluntad de ceder y darme la vuelta. Diez, quince, veinte zancadas, y tres minutos de pausa para recobrar el aliento. ¿Estoy realmente en Somosierra o he viajado en el tiempo y el espacio a alguna de las montañas más altas de la tierra? No me lo puedo creer.

En una de esas pausas adquiero conciencia de lo que me rodea. De que no hay viento. Del silencio blanco que me rodea…

Estoy solo.

Cuando por fin logro ver donde se une este atajo con la pista original, decido atravesar unos piornos convertidos en raras imitaciones de algodón de azucar, para salir a un camino más fácilmente transitable.

Al llegar compruebo que aquí también me hundo, aunque no tanto.

Empiezo a darme cuenta de que quizás hoy no logre mi objetivo. Y eso, y no el renunciar de nuevo a la montaña, mina mi moral más que cualquier otro obstáculo que esta quiera imponerme.

Frente a mi observo el camino que tomamos Amador y yo entre la espesa niebla, antes de Navidad; y, al final de él, los últimos árboles que logramos alcanzar antes de que el frío y el viento nos obligaran a renunciar. Por él llegaría casi directamente a la Cabeza del Tempraniego (2.071 m.) y luego solo tendría que seguir con facilidad el cordal hacia el norte, hasta la cumbre de la Cebollera Vieja.

Camino de la Cabeza del Tempraniego

Aquí el suelo cruje bajo mis pies. Parece que se endurece. Es mi última esperanza. Empiezo a estar bastante cansado.

Estrella del norte,
tú que cautivas en tu natura,
escucha esta poesía
que se canta a tu presencia por vida
y explícame cómo hago
para que vaya a tu lado una última suplica…
Vela también por unas nuevas compañeras
que desde hoy se encuentran a tu lado.

¿Cuanto he logrado avanzar? ¿Cincuenta metros? ¿Cinco?

El cortafuegos no está endurecido. Me hundo hasta la cintura mientras mis músculos tratan de quemar toda la energía que pueden para intentar avanzar. Trato de abrir huella para mi mismo, pero parece un combate inutil. Pasa el tiempo, inexorable, mi mente se empeña en seguir adelante, busca fuerzas en donde no las hay. Rastrea los posibles pasos más cómodos para no tener que enfrentarse a los terraplenes de nieve polvo. No se podrá decir que no lo intento, pero ninguna opción es válida.

No hay placer en esta ascensión. Tan solo rabia. Incluso ira y odio.

Lágrimas de frustración se mezclan con los copos de nieve. Siento como si te decepcionara…

Pero no se puede luchar contra una montaña. La naturaleza no entiende las bromas; ella es siempre verdadera, siempre seria, siempre severa; ella es siempre correcta y los errores y fallos son siempre de los hombres. Al hombre incapaz de valorarla, lo desprecia; y sólo ante lo apropiado, lo puro y lo verdadero se rinde y revela sus secretos.

Tomo conciencia al fin que podría llegar arriba tras mucho sufrimiento, pero puede que no lograra bajar. Lo siento. Pero me esperan en casa.

Nacimiento del Arroyo de la Peña del Chorro

«Solo un último intento», me digo.

Camino siguiendo las huellas de un esquiador de fondo hacia el nacimiento del Arroyo de la Peña del Chorro. Pero allí todo está igual.

Veo de nuevo las pisadas de lo que para mi es ya indiscutiblemente un lobo… y en ese punto decido darme la vuelta. Agotado más allá de lo físico.

Sobre mi regreso no hablaré más. Tan solo reconocer que mi mente me pidió en varias ocasiones abandonarme a mi suerte. En un bosque que termino atravesando campo a través ayudado tan solo por mi instinto y mi sentido dHuellas de loboe la orientación. Con más dolores de los que creía recordar de otras ocasiones, pero insignificantes al lado de otros más profundos.

Sin embargo, era consciente de que debía regresar a casa. Es más importante lo que me espera siempre allí que lo que dejo hoy aquí. Y, además, aún no he cumplido mi objetivo; y nada, ni siquiera la más dura montaña me impedirá llevarlo a cabo…

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29 de Julio de 2013

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Es mi cumpleaños…

Aquí me esperas. Aquí sigues inmutable…

Las nubes amenazan lluvia y escupes frío contra mi. Te defiendes una vez más. Quizás porque sabes que hoy hollaré tu cumbre. Porque por ello heme aquí de nuevo: para subir a tu corona.

Ha pasado tiempo desde la última vez, no obstante. Y durante este periodo, de nuevo la Rueda de la Vida ha vuelto a girar. Está siendo un año terrible.

Miro de nuevo al cielo y me pongo otra vez, ahora, en «vuestras» manos. Retomo el camino que por cuatro veces he hoyado, ya que no hace mucho volviste a impedirme subir, gracias a una de tus familiares ventiscas. Sin embargo, hoy lograré llegar arriba y terminar lo que empecé al principio del pasado invierno. Cerrar este círculo. Han sido demasiados cambios, demasiadas perdidas… todas inesperadas…

Hoy asciendo más resuelto y rápido que en marzo o que en abril… mi último intento serio. Algo ha cambiado. Ya no porto una pesada carga en mis hombros. La vida sigue, y hemos salido reforzados.

No hay nieve en esta ocasión, pero cerca de las cimas la niebla amenaza con cerrarme el paso. «Siempre presentarás alguna dificultad, Vieja Cebollera», me digo. No obstante, mis «ángeles de la guarda» abren poco a poco el día para mi.

Panoramica de la Sierra de Ayllon desde el Cordal de la Sierra Cebollera

Al fin logro superar la cota que otras veces no he podido traspasar.

Una sensación de alivio se apodera de mi.

Esta vez… si.

A pesar del viento, el camino por la amplia arista se convierte de repente en un placer que las otras veces no sentí. He recuperado finalmente mi espiritu. Mi amor…

En la cumbre, unas flores adornan el vértice geodésico. No puedo evitar emocionarme y allí, cerca del monumento a los forestales, dedico unos minutos a cumplir una promesa cavando con mis propias manos. Mientras, la montaña domada aguarda en un momento de calma.

Walt Whitman dijo: » Hoy, antes del alba, subí a las montañas, miré los cielos llenos de luminarias y le dije a mi espíritu: ‘ Cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la sabiduría que contienen, ¿estaremos tranquilos y satisfechos? ‘ Y mi espíritu dijo: ‘ No, ganaremos esas alturas sólo para seguir adelante.’ «

Eso he vuelto a descubrir. Y me ha hecho más fuerte.

Ahora estoy en la ansiada cumbre… Miro al firmamento…

Y mientras desciendo recorriendo el resto del cordal: el Cerro del Recuenco, la Cabeza del Tempraniego, el Cuchar Quemado y el Alto de Corcos… asumo algo que me acompañará el resto de mi vida… que no estoy solo.

Nunca estaré solo.

Seguiré adelante.

Así, tranquilo pues quedo,
varias me guardáis desde arriba.
Ya que, junto a ti
hoy hay dos estrellas nuevas en el cielo…

Cumbre de la Peña Cebollera - Monumento a los Forestales

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Siempre…

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