La Peña Berrocosa, de 1.961 m., es la primera de las cumbres principales de los Montes Carpetanos (y por ende de la llamada Sierra Norte de Madrid) que desciende de los 2.000 metros., tras dejar atrás el nucleo central de la Sierra de Guadarrama con sus grandes alturas.
Está ubicado en el término municipal de Braojos, cuyo nombre continúa siendo hoy un enigma, aunque algunos investigadores han señalado que podría derivar del prefijo céltico “bra”, aludiendo a la “broza de árboles”. Aunque no existen datos históricos fiables para Braojos con anterioridad a la Reconquista, podemos afirmar con seguridad que es uno de los pueblos más antiguos de la comarca, junto con Buitrago y Horcajo.
Las laderas del monte son de las más ricas en flora de la sierra, pobladas con fresnos, robles, sauces, avellanos, pinares e incluso tejos. Algunos de estos centenarios habitantes son considerados como árboles monumentales de la Comunidad de Madrid. Respecto a su fauna, en los últimos años se ha certificado que, además de algunos corzos y jabalíes, se han avistado lobos en la zona.
Llegando al Puerto de Peña Quemada, antiguo paso ganadero propio de la trashumancia que fue sustento del pueblo hace cientos de años, se alcanzan las praderas de la Fuente del Puerto, nacedero del arroyo de la Trocha del Cigüeñuela, lugar apropiado para tomar un respiro y saciar la sed con las frías aguas de este venero (manantial).
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Localización: Braojos
Tipo de Ruta: Senderismo
Longitud: 26 kilómetros (aproximadamente)
Duración: 6 horas
Época recomendada: Todo el año
Dificultad: Media (debido a su longitud)
Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)
Ruta GPS: Peña Berrocosa
Recomendaciones:
- Cerca del Refugio del Santuil podéis encontrar una fuente para aprovisionaros, asímismo próxima a la cumbre podéis encontrar también otra pequeña fuente de agua conocida como la Fuente Arenosa. Salvo en años de especial sequía podréis aprovisionaros aquí, aunque es recomendable llevar pastillas potabilizadoras o agua suficiente para no tener que reponer.
- Hay dos refugios en la zona: la Casa Forestal del Santuil, donde, aunque no esté guardado, podréis encontrar cobijo en caso de necesidad. Y junto a los antiguos viveros de ICONA existen las ruinas del Refugio de la Zorra, donde también podríais deteneros a resguardaros siempre y cuando tengais algo con qué guareceros, ya que no existe el techado.
- Prestad atención a la flora que os rodea. Encontraréis fresnos, robles y acebos al salir del pueblo y entrara en los valles (en la zona de Prados del Monte), extensos pinares en las laderas de la montaña y algún tejo llegando al Puerto de Peña Quemada.
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Braojos es uno de esos pueblos que los «Románticos» llamaban: lugares intermedios. Esos a los que ya no llegan las vías principales y que la gente olvida por no ser de paso obligado; sin embargo, son sitios preciosos aún por «descubrir» para la mayoría de la gente.
Alejada de ese río de asfalto llamado Autovía A-1, y sin parada de ferrocarril (aunque los hierros pasan cerca de la población), solo calzadas secundarias y un deseo explícito de conocerla, lleva al viajero a esta población.
Por ese mismo deseo, y por querer ascender a «su» montaña me hallo hoy aquí.
Echo un vistazo a las cumbres colindantes, más conocidas al estar marcadas en rutas principales, y ya visitadas por mi anteriormente. Hoy será un bonito día, porque hallaré aquí precisamente lo que busco: paz, tranquilidad y naturaleza.
Paso por debajo de las vías del tren del norte y llevo mis pasos siempre sobre la vía asfaltada que llaman Camino del Molino, dejando a mi derecha unas explotaciones ganaderas y, frente a mi, las cumbres aún nevadas de Los Reajos y el Macizo de Peñalara.
El tiempo me ha dado una tregua de unas pocas horas para poder llegar hasta aquí. Las Navidades han sido extrañas en cuanto al clima se refiere y el tiempo se me echa encima, ya que durante los próximos meses estaré demasiado ocupado para hollar montaña alguna. En pocas semanas estrenaré una nueva aventura, más grande aún que cualquier otra que haya afrontado hasta hoy: la paternidad.
No ocultaré mi ansiedad ocasional ante ese hecho, pero tampoco mi ilusión ni mis ganas de afrontarlo.
Pienso en todo ello mientras dejo a la izquierda el pequeño barranco que el Arroyo de la Trocha del Cigüeleña talla en la tierra y me adentro en su valle plagado de árboles. Vuela mi imaginación.
El último rastro de civilización habitada queda tras de mi en el Molino del Vadillo.
Apenas un centenar de metros más adelante el asfalto empieza a quebrarse y a desaparecer del suelo, sustituido por la familiar textura de la tierra arenosa. Ahora me siento más cómodo, aunque, si lo hubiera sabido, quizás habría traído el coche hasta aquí y me habría ahorrado un par de kilómetros tontos de camino por el monótono paisaje de las praderías.
No tardo en encontrar una barrera canadiense que marca el comienzo de la pista forestal donde solo los vehículos autorizados tienen autorizado el paso.
Sigo adelante dejándome llevar por el arrullo del río y el piar de los pájaros. El sol comienza a abrirse paso por entre las nubes que aún se resisten a abandonarme, pero la sombra del bosque cobija mi paso.
Por un momento me parece haber sido teletransportado a otro lugar…
Me sorprende encontrarme con semejante bosque en Madrid. Es más rico y hermoso de lo que había leído y, en un segundo, creo estar caminando por los bellos parajes del Odenwald, en Alemania. Esa tierra que se ha convertido en una segunda casa para mi.
La soledad es absoluta y, como casi siempre, me reconforta.
No hace frío, y casi parece que la primavera se haya adelantado al invierno.
Camino rápido, firme, fuerte gracias al entrenamiento que realicé para correr la San Silvestre que solo una gastroenteritis me impidió correr. Y mientras contemplo el oscuro bosque que me flanquea, una imagen me asalta en en este precioso lugar: el agua es el ama aquí, y el musgo su lacayo más fiel. Siento como si la temperatura descendiera un instante. Hay magia…
Encuentro una curva a la derecha que empieza a llevarme por fin de forma más pronunciada hacia arriba. Aquí encuentro la confirmación de que me hallo en el buen camino, pues hasta ahora no estaba del todo seguro.
Delante de mi observo las ruinas del pequeño Refugio de la Zorra, y los taludes que lo acompañan y donde antaño se plantaban diversos tipos de flora.
Me da lástima que estas cosas se hayan perdido y que no haya nadie que las recupere o conserve.
Perdemos nuestra herencia. La dejamos morir…
Hay que cambiar eso.
El camino continúa ascendiendo y voy dejando el gran arroyo cada vez más abajo. Pero muchos son las pequeñas fuentes de agua que lo alimentan y con las que me cruzo. Según avance la mañana, habré perdido la cuenta de los saltos de agua que habré cruzado.
Sigo adelante y me cruzo por primera vez con una gran pista forestal que contnúa hacia la izquierda, seguramente hacia el Cerro Santuil. Sin embargo, no es ese mi camino (o al menos eso creo en ese momento) y sigo hacia la derecha según indica mi mapa.
Aquí es donde se producirá el error del día. Pero un error producido por el abandono de los caminos.
En teoría poco más adelante sale otra pista que debe conducirme a la izquierda, directamente hacia el Puerto de Peña Quemada. Pero no lo veo y sigo por la vía principal.
No es si no al cabo de varios minutos cuando empiezo a percatarme de mi error y decido penetrar en el pinar para remontar la ladera, campo a través. No es la primera vez, ni será la última.
El suelo pierde su frescor, se ve más seco debido a la acidez que en él provoca el pinar.
Para ojos poco avezados, deambular fuera de traza no sería recomendable. Y no es que yo sea un sioux de las praderas, pero con los años se leer las trochas del ganado que otros ni siquiera verían; y, así, voy ascendiendo con tranquilidad hasta que llego a un cortafuegos desde donde tengo una visión periférica de donde me encuentro.
Aquí es donde descubro el tamaño de mi error. ¡Estoy casi debajo de Peña Quemada! En el Alto de la Dehesa.
Veo a lo lejos mi objetivo del día. Aún queda mucho. Pasa por mi mente el iniciar una retirada «honrosa».
Finalmente, al menos, decido intentar llegar al Puerto.
Tiro de mapa y llego al cortafuegos que asciende directamente a Peña Quemada, de él sale un camino que recorre la Ladera del Sapo hasta toparse con el camino original que perdí más abajo. Así me evitaré el subir más para nada.
Vuelvo a entrar en el bosque pero esta vez siguiendo un camino. Este por contra no hace lo que yo creo y empieza a descender. Hay docenas de senderos en el mapa, pero la mayoría están perdidos, así que vuelvo a adentrarme campo a través para circundar el monte siguiendo una línea imaginaria que doy por sentado me llevará hasta mi destino.
Cuando al fin hallo la senda principal, veo por qué es fácil de no encontrar. La vegetación la está ocupando poco a poco, e incluso algunos pinos la pueblan por completo en algunos puntos. Aún así, se que estoy en el camino correcto y lo confirmo al llegar por fin al puerto, en donde veo la pequeña cumbre de Las Canchas (o Cerro del Jabinar) de 1.859 m. y, tras ella: la Peña Berrocosa.
El desvío de varios kilómetros ha resultado duro y en total me hará perder aproximadamente una hora. Pero el paseo ha sido muy chulo y a ratos tengo la sensación incluso de ser observado. Recuerdo las noticias que he leído sobre los lobos que ahora habitan la zona, he visto también huellas de acomodos de jabalíes, y no me extrañaría además que algún corzo estuviera alerta por el tipo que se pasea por su casa con desparpajo.
Esta «soledad» es una gozada .
Ahora quizás vendrá lo más difícil: llegar a las cumbres por los largos y empinados cortafuegos de la llamada «Horizontal«, la línea casi recta que va desde el Puerto de Malagosto hasta el de Somosierra.
Empiezo a subir, notando definitivamente la fatiga en mis piernas.
Tardaré poco, pero se hará largo.
En Las Canchas el monte pelado comienza a recobrar la arboleda hasta la Berrocosa, en donde piso nieve por primera vez en 2014.
Esta, que se ha conservado a pesar del calor y las lluvias, es dura como el asfalto en algunos lugares, y blanda hasta hundirme en otros. Por ello la última cuesta resulta más fatigosa de lo esperado. Retengo a la sed, miro tras de mi y allá, tras los bellos bosques que ya he recorrido, veo en el horizonte el Macizo de La Cebollera, donde dejé tantas cosas. Las palabras me vienen a la memoria, como si aprovecharan el mejor momento para ser recordadas:
Veo a un hombre que huella con su plantalos cien caminos rojos del estío,
que arde de sed y sueña que es un río,
un muro ante el dolor que se agiganta.
Monumento al Forestal, Peña Cebollera
Tras detenerme otro par de veces a recobrar el aliento, alcanzó al fin la cumbre de esta montaña tachando una más de las montañas de Madrid.
Mi proyecto se acaba…
Algunos muros flanquean el enorme vértice geodésico que corona el monte. Me pregunto si serán restos de búnkeres como hallé en Los Reajos hace tiempo. No me extrañaría. Aunque tampoco le doy muchas vueltas hoy al tema mientras trepo por la escalerilla de metal hasta el punto más elevado.
Las vistas entre la calima son espectaculares. Con un ángulo casi más propicio para el deleite de toda la Sierra que en otras de estas cimas.
Como siempre: ha merecido la pena el esfuerzo.
Así que, aprovecho para poner en marcha mi nuevo proyecto y comienzo, desde la misma cumbre, a realizar la primera emisión en directo de Iberotrek TV, una puerta multimedia a nuestro mundo de la montaña. Desde aquí queremos acercar lo que hacemos a la gente que quiera vernos (en directo o diferido) y no solo disfrutar de los paisajes sino aprender, dentro de las humildes posibilidades que podamos aportarles.
Aunque reconozco que el cansancio hace que no tenga mucho fuelle para realizar un «speech» más adecuado como el estreno merece. No obstante, no me preocupa. Así es más natural, ¿no?
Tras cerrar la «prueba», comienzo a bajar para no retrasarme mucho en volver ya que se supone que el tiempo se irá estropeando según avance la tarde.
Para llegar a Braojos de forma más directa, decido descender por uno de los cortafuegos que descienden desde Las Canchas hasta la pista forestal que circula hacia el Santuil. Estas «cicatrices» en el monte no son cómodas de ascender o descender, pero en ocasiones es la mejor de las opciones posibles.
Consulto el mapa cada pocos minutos mientras transito por las vías principales que creo más correctas hasta llegar finalmente al Refugio Forestal del Santuil.
Parece en muy buenas condiciones y es una pena que no se habilite este lugar de otro modo, porque daría mucho juego para actividades de campo.
Repongo agua algo más abajo y continúo mi descenso adentrándome cada vez más y más en el oscuro bosque que dejaba a mi lado a primera hora de la mañana. Es al llegar al río cuando me encuentro con mi último obstáculo… ¿cómo cruzarlo? Pues nada, con un último esfuerzo: un salto entre rocas y tensando los músculos de los brazos para hacer lo que las botas mojadas no pueden hacer.
Por un momento me veo dándome un chapuzón. Si hubiera recordado que por esta ladera, algo más adelante, había un puente no habría hecho el bobo de esta manera. Pero todo es parte de la aventura, ¿no?
Estoy cansado, pero todo ha terminado. Me encamino tranquilamente hacia el pueblo mientras miro a las montañas de la Cuerda Larga.
Un ciclo va a terminar seguramente ete año. Y otro comienza en breve.
Siempre adelante, siempre hay nuevos retos…
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No había oído nunca eso de «sierra norte de Madrid» ni lo había visto en ningún mapa.
Amigo Raul… la «Sierra Norte» no es un concepto geográfico, por lo que no lo verás en ningún mapa del IGN. Es más bien un «concepto turístico», un término que se ha adoptado como marca por las administraciones locales para la promoción de la zona. La «Sierra Norte de Madrid» es una comarca informal (aunque se correspondería en parte con el término del partido judicial de Torrelaguna) definida en tiempos modernos a través de la Guía de Turismo Rural y Activo editada por la Dirección General de Turismo de la Comunidad de Madrid.
Aquí tienes su web oficial: https://www.sierranortemadrid.org/
No hay que confundir todo este territorio con el del Parque Natural «Sierra Norte de Guadarrama» (más propio de áreas segovianas) o el de «Sierra Norte de Guadalajara«. Y aunque son bien conocidas las polémicas existentes con respecto a la apropiación que desde la capital se ha hecho del topónimo general de «Sierra de Guadarrama» por «Sierra de Madrid» (cosa que nosotros nunca hemos hecho y no nos parece bien), en este caso nos referimos a una acepción cuyo uso está mejor reconocido; más aún si nuestra actividad parte de tierras madrileñas.