La Peña Bercial, de 2.002 m., es una montaña de la Sierra de Guadarrama que sirve (junto a otras) de separación entre el Valle de la Fuenfría y la Garganta del Espinar.
Se trata de una montaña de perfil redondeado, salpicada apenas por un escaso conjunto de pinos, piornos y brezos, y que no resulta de paso obligado para los montañeros que quieran acceder al cordal montañoso que se dirige a La Peñota y el Puerto del León, o hacia el macizo de la Mujer Muerta (cuya ruta habitual es a través del vecino Cerro Minguete, de 2.026 m.).
Por debajo de su cumbre transcurre el GR-10, a través de la Ladera del Infante siguiendo la llamada Calle Alta; y esto hace aún más si cabe que sea una montaña casi olvidada a pesar de sus magníficas vistas sobre el resto de la Sierra.
El Cerro Ventoso, de 1.964 m., es otro lugar «olvidado» por la gente. Al estar enclavado entre hermanos mayores de dos mil metros, este precioso lugar es ignorado por senderistas y montañeros que prefieren usar los pasos naturales de la Fuenfría y el Collado Ventoso para dirigirse a destinos más elevados.
No obstante, esta montaña cuenta con unos hermosos pinares en todas sus laderas y unas vistas más que privilegiadas de todo el sector central de la Sierra de Guadarrama (en especial de la cara norte de Siete Picos), al estar enclavada estratégicamente en su centro geográfico.
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Localización: Cercedilla
Tipo de Ruta: Montañismo
Longitud: 11 kilómetros (aproximadamente)
Duración: 5 horas
Época recomendada: Todo el año (en invierno puede resultar necesario el uso de raquetas)
Equipación mínima: Bastón (raquetas), mochila, botas de trekking o montaña, agua.
(más info…)
Ruta GPS:
Recomendaciones:
- Hay unos pocos puntos con agua potable en el recorrido (la Fuente de Majavilán y la Fuente de Antón Ruiz Velasco) pero es recomendable llevar agua propia dada la longitud del mismo.
- En el tramo que va desde «la Peña» al Cerro Minguete podremos encontrar restos de trincheras de la Guerra Civil del afamado Batallón Alpino, siguiendo una línea imaginaria con las que podríamos ver entre el Montón de Trigo y La Pinareja.
- Poco antes de empezar el descenso al Collado Ventoso, podemos encontrar un conjunto de rocas sobre el Cerro del mismo nombre, donde es ideal parar para reponer fuerzas y tomar un refrigerio.
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Estamos en primavera, pero parece que el invierno se resiste a irse.
Mi plan inicial para hoy era el de ascender al Peñacabra, de 2.159 m. (no confundir con otra de nombre similar en la Sierra del Lobosillo), a través de sus Hoyos Glaciares, casi únicos en toda la Sierra después de los de Peñalara. Quería aprovechar que aún se conserva nieve en ellos para hacer una ascensión invernal.
Pero para mi desgracia, el día ha amanecido muy cerrado encima de todos los Montes Carpetanos, hasta Navacerrada. Y hay mucho viento en altura y un frío de mil demonios…
Tras pasar veinte minutos sopesando si intentarlo o no, ya que han dado noticias de mejoría hacia el mediodía, decido no arriesgarme ya que tampoco me fío del nuevo equipo que he traído hoy y las posibles bajísimas temperaturas que habrá allá arriba.
Así que cojo el coche y subo a toda velocidad hacia Navacerrada para encaminarme a Cercedilla. Uno de mis rincones favoritos de esta Sierra y en donde mucha gente de mi generación aprendió a «hacer» montaña.
Tengo un Plan «B».
Tras atravesar nubes y nieblas en los puertos, llego al Valle de la Fuenfría donde me sorprenden las obras que se han acometido como resultado de la creación del Parque Nacional. Paneles informativos, acotamiento de los aparcamientos… Me gusta como lo han dejado; aunque es una lástima que muchos madrileños no respeten estas cosas y ya empiece a ver pintadas donde no debería haber ninguna…
Las nubes me siguen dando mala espina aunque mi nueva apuesta es más factible ya que estas encontrarán varias barreras naturales antes de impedirme a mi el avance.
Por tanto me pongo en marcha, dejando tras de mi la Fuente de Majavilán en dirección al Collado de Marichiva.
Podría seguir la ruta de marcas rojas que el ayuntamiento de Cercedilla marcó en los años ochenta junto a otras rutas más, pero decido abandonar la pista principal para adentrarme casi campo a través remontando el Arroyo de Majavilán, todo recto hacia arriba.
Sigo una trocha pisada por el ganado, poco definida pero de dirección clara, hasta remontar el arroyo justo al punto de su nacimiento. En este lugar giro ligéramente hacia la derecha, ya claramente fuera de traza, hasta que encuentro una pista sin nombre que me llevará hasta la senda original de marcas rojas.
Este atajo me ha proporcionado un ahorro de tiempo considerable, pero si no queréis arriesgaros a perderos (aunque el track es claro) seguid el camino principal.
Yo, finalmente, veo mi objetivo.
Las nubes lo respetan, a pesar de estar queriendo arañarlo desde el norte a través de los collados.
Parece que al final si que voy a conseguir elevarme sobre ellas hoy…
Sueñan mis pies con los celestes senderos,
mi corazón descansa en las colinas.
No lamentaré lo que dejé por hacer.
Poseo las cimas,
y sueño los sueños que he ganado.
Mi apuesta ha salido bien.
Llego al Collado de Marichiva y veo pasar algunos ciclistas mientras yo me cobijo del viento al otro lado del muro.
Voy a iniciar mi ascensión, pero el viento golpea con fuerza y parece cortar con sus helados embates. Estoy sudado después de la subida express que he realizado, así que no sería muy inteligente llegar a cumbre en estas condiciones.
Por tanto, decido usar mi nueva adquisición, un pequeño «plumas» que hará las veces de cuarta capa.
No confiaba mucho en él ya que tampoco se trata de una prenda muy técnica, porque no está la economía para excelencias. Sin embargo, se revela como una magnífica compra que empieza a proporcionarme calor a los pocos minutos de habérmelo puesto. Tengo que acordarme de agradecérselo a mi amigo Juan Carlos.
Ahora quizás me arrepiento de no haber intentado el Peñacabra…
Empiezo a adentrarme lentamente por el piornal, sin prisas. No quiero agotarme demasiado ni sudar en exceso antes de probar la transpiranción del «plumas».
Poco a poco voy dejando atrás una pequeña construcción, que seguramente fue un puesto de observación y vigilancia de la guerra, y sigo unos hitos que me llevan más tendido hasta la cumbre.
Tras de mi, me observa calmada la cumbre de la Peña del Águila, que tanto ansié cuando me operaron de la rodilla…
Cuando al fin me elevo sobre las últimas piedras, una tremenda bofetada de aire casi me desequilibra. Pero nada le quita el encanto a esta hermosa cumbre ni al grito de júbilo que lanzo a los cuatro vientos. Frente a mi se alza la Peña del Oso y la Pinareja, con sus laderas ya peladas de nieve, pero hermosas no obstante.
A mis pies los arbustos conservan el hielo agarrado a sus ramas en figuras que a mi me gusta llamar: el coral blanco de las montañas.
Quería aprovechar la última oportunidad de tocar la nieve este año, en donde apenas he podido subir hasta aquí debido a mi reciente paternidad. Y aunque finalmente no podré, el invierno me da su despedida regalándome algunas pequeñas estampas para compensarme.
Según hago fotos veo que mis dedos comienzan a congelarse. Así que rápidamente me calzo los guantes y también mi nuevo pasamontañas técnico.
En tan solo un par de minutos, casi tengo calor a pesar del frío que hace «fuera».
Estoy contento por esto también.
Me dirigjo hacia las rocas más altas que son la cumbre y trepo para marcarla con mi GPS. Lo he conseguido.
Uno de los pocos dosmiles que me quedan por conquistar del Guadarrama… ha caído.
Las nubes se han retirado por completo y tras permanecer unos minutos aguantando los embates del viento, me pongo en camino de nuevo para llegar al Cerro Minguete, mi segunda cumbre de hoy. Desde aquí se la ve muy modesta también, pero veo como varias personas lo sobrepasan para dirigirse hacia el más codiciado: Montón de Trigo (2.161 m.).
Yo hice esa ruta hace algunos años con mi compañero Amador y la verdad es que estuvo muy bien, pero hoy bajaré un poco la cota hasta llegar a otra montaña más modesta aunque también linda, según mi impresión desde aquí.
Según bajo por el cómodo sendero veo a gente que se cruza conmigo no muy bien equipada. La gente a veces es una inconsciente… y recuerdo muy bien cuando yo lo era siendo chaval (aunque no con este frío).
Al acercarme al Puerto de la Fuenfría el jaleo aumenta y recibo la desagradable confirmación de un rumor que ya había oído anteriormente: el puerto está tomado por los ciclistas. «Domingueros» que antes no pisaban la Sierra y que ahora, por vete a saber qué razones, han puesto el tema de la bicicleta de moda.
El problema no sería tan grave si circularan por donde les obliga la Ley de Parques Nacionales. Pero el problema viene cuando se meten por senderos en donde no deben transitar y lo hacen sin respetar al tradicional usuario de los mismos: el senderista.
Esto me pone un poco de mal humor así que, dejo tras de mi el miliario de la Calzada Romana y me adentro en el bosque que puebla el Cerro Ventoso. A los pocos metros vuelvo a la soledad de mis montañas y mis cumbres y vuelvo a sentirme cómodo.
A pesar de llevar unos tres meses sin realizar actividades, me veo bien de forma. Si no fuera por mi habitual «fuelle», claro. Aún así, subiendo tranquilo por entre la pedrera y haciendo un par de paradas, llego enseguida a la cumbre y puedo observar una estampa de los Siete Picos como nunca antes he visto. Si le añado además la escarcha y los retazos de nieve que aún queda sobre sus rocas, de repente me parece estar en otro lugar. Mágico y lejano.
No sabría explicarlo mejor.
Estoy bastante contento. Y respiro profundo, dándome un tiempo del que no he tenido mucho últimamente.
Finalmente, mi plan era bajar a la Fuenfría y descender por la Calzada Romana. Pero cambio nuevamente de opinión y me encamino al Collado Ventoso para hacer una ruta más circular y realizar una travesía intengral de estas tres montañas y dos valles.
Tan solo me dentengo junto a unas rocas de la antecima, a resguardo del viento, para comer; y solo entonces me dispongo a bajar por el Camino Schmidt.
En mi descenso, los árboles se despiden de mi lanzándome las últimas briznas de nieve y hielo que conservan en su ramaje. Como si desearan regalarme un poco del invierno que ellos han vivido y yo no he podido degustar. Me pregunto en qué descerebrada cabeza ha podido caber la idea de no proteger estos pinares, que se extienden hasta La Granja de San Ildefonso dentro de los límites del Parque…
Mis pasos dejan atrás el collado (menos «usado» por ciclistas ya que no es facilón para ellos) y bajo raudo hasta la Fuente de Antón Ruiz Velasco en donde repongo agua y me quito por fin todas las capas de abrigo, dejándome tan solo puesto el forro polar.
Desde aquí tan solo hay que seguir siempre las marcas amarillas de Cercedilla o las blancas y amarillas del PR-M 5.
Nos cruzaremos un par de veces con la Calzada Romana y en una ocasión con la Carretera de la República. Pero, a partir de la Pradera de los Corralillos (donde se juntan los cuatro caminos históricos) abandonaremos esta última y descenderemos paralelos al río hasta el Puente Romano y Las Dehesas, donde yo encuentro mi coche aparcado donde lo dejé.
Hoy al final me he decidido por coronar cumbres «olvidadas». Me gusta darles el gusto de ser visitadas, como si estuvieran vivas, para que no se sientan abandonadas. Y mi excursión ha resultado finalmente un viaje muy hermoso por casi todos estos montes y valles.
Pienso esto mientras me tomo una cervecita bien fresca en Casa Cirilo, y esbozo una sonrisa pensando en las niñas que me esperan en casa (una de ellas, no tan niña), y que van a disfrutar este verano por aquí…
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