Los Cerros del Alto del León, como he dado en llamarles tras finalizar esta ruta, son una serie de prominencias que se extienden hacia el norte del Alto del León (entre Madrid y Segovia), también conocido como el Puerto de Guadarrama, con una altitud de entre 1500 y 1700 msnm.

De sur a norte, siguiendo el llamado Camino de los Lomitos, se tratan de:

  • Cerro de La Sevillana (1.561 m)
  • Peñas del Arcipreste de Hita (1.525 m)
  • Cerro de Matalafuente (1.674 m)
  • Peña del Cuervo (1.705 m)
  • Cerro del Mostajo (1.718 m)

Este es un recorrido por la frontera entre las dos Castillas siguiendo este pequeño cordal hasta llegar a la vía normal de ascensión a La Peñota (1.945 m), la primera de las grandes elevaciones de la Sierra de Guadarrama.

El acceso es fácil puesto que comenzamos desde el mismo puerto, junto a la N-VI, la antigua carretera de La Coruña. Es una ruta sencilla si se está bajo de entrenamiento, aunque de larga longitud. Si se está en forma, se puede iniciar la subida a la citada Peñota, en donde castigaremos a nuestras piernas ya en un considerable desnivel.

Estos son los datos…

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Localización: Alto del León (Guadarrama)

Tipo de Ruta: Trekking

Longitud: 11 kilómetros (aproximadamente)

Duración: 4 a 5 horas

Época recomendada: Todo el año

Dificultad MIDE:  → mide_CerrosAltoDelLeon

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS:

Cerros del Alto del León

Recomendaciones:

  • Hay algunas fuentes de agua potable en el recorrido, pero pueden ser difíciles de localizar sin un mapa. Como siempre, es recomendable llevar agua en la mochila que podéis aprovisionar en el restaurante del Alto del León.
  • Todo el recorrido está salpicado con ruinas de fortificaciones de la Guerra Civil Española. Lo que la hace interesante como recorrido histórico.
  • Hay que tener cuidado con no perder el pequeño sendero del GR-10 (mal indicado) y tomar por equivocación la Cañada Real que cruza la zona y que nos hará descender hasta Segovia.

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Mi mente te anhela
mi aliento te espera,
toda mi alma te sueña
por dentro y por fuera…

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Seis meses pasan despacio…

Hace demasiado tiempo que no puedo caminar por los altos de «mi» Sierra de Guadarrama debido a mis problemas de rodilla. Y eso me tiene frustado.

Esta semana que comienza espero que me den definitivamente una fecha para mi operación y quitarme así esta… sensación de «pérdida», de encima. Después quizás tenga que pasar algunos meses aún parado, pero por lo menos tendré un horizonte claro y podré dedicarme a entrenar sin en handicap de los dolores que no me dejan avanzar.

Ahora me encuentro prácticamente solo el el Puerto de Guadarrama, a punto de empezar una ruta que quizás se antoja un poco por encima de mis posibilidades actuales, pero que estoy dispuesto a afrontar para quitarme el «mono». ¿El objetivo original? Intentar ascender a La Peñota, o incluso a la Peña del Águila si me encuentro fuerte.

Si. Sin duda… muy osado por mi parte, como luego descubriré.

Casi no hay nadie por la zona y hace frío. Aún no ha acabado de salir el sol, aunque ya hay claridad.

Lo echaba de menos.

Cruzo la carretera, dejando tras de mi el asador del puerto, teniendo cuidado por si aparece un coche desde la vertiente segoviana del camino.

Veo que hay un par de amplios caminos que parten desde aquí. Uno que sube y otro que rodea la ladera, junto a un edificio abandonado. Por aquí pasa el GR-10, así que es evidente que debe haber un paso para los senderistas, pero tras un par de vueltas no lo encuentro (la poca luz me impide ver una pequeña abertura para caminantes en la verja) así que decido saltar una puerta de hierro a mi izquierda que me deja en una especie de pista forestal.

Hay bastante nieve e incluso algo de hielo, pero se camina cómodo.

Tomo el camino que asciende y pronto dejo de oir el leve murmullo de los pocos coches que pasan por el puerto, para adentrarme en el bosque del Alto de la Sevillana.

La nieve cruje bajo mis pies con un sonoro y hueco… «croc», «croc».

Me siento bien. Camino contento.

Al poco y debido a la cantidad de nieve que ha caído en los últimos días, el camino se pierde y llego a un cúmulo de rocas donde me sorprende encontrar las ruinas de unas antiguas fortificaciones. Se trata de puestos de la Guerra Civil.

«Claro», me digo, «si los hay hacia el sur, hacia Cabeza Líjar, es lógico que los haya hacia el norte.» Sin embargo, no los esperaba y nuevamente me sorprendo ante la dureza de los hombres que los levantaron y se cobijaron bajo estos parapetos.

El camino no parece claro. Consulto mi GPS y me indica que el camino circula por mi derecha, así que me interno más en el bosque, hacia una valla de alambre de espino y sigo caminando.

Mis pies se hunden a veces en la nieve polvo. Esta será una constante que machacará poco a poco mis piernas y hará difícil el progresar y mantener un rumbo claro.

Cruzo por un par de zonas abiertas del bosque en donde pasan cables de alta tensión que oigo zumbar en el silencio de mi soledad. Sigo mi camino un poco inquieto por no localizar un sendero claro, ni balizas o señales del GR-10.

Por fin, llego a un punto donde encuentro una cerca de metal por la que seguramente cruza el ganado. Desde allí se aprecia claramente una pista forestal que va más o menos en mi dirección.

Error…

La sigo y mis pasos me llevan por un sendero claro, pero que parece descender y que me lleva durante unos centenares de metros hacia la provincia de Segovia. Esto no está nada claro y mi falta de costumbre me hace ser descuidado. No consulto el GPS ni el mapa (aunque este no me proporcione una salida clara desde el Puerto, por lo que, de momento, trato de orientarme a medias con él), camino de más por una pista que no se a donde me conduce.

Aunque veo algunas balizas marcadas de color amarillo (en realidad, señas de la Cañada Real por la que circulo), eso no me convence. Me detengo tras unos minutos y consulto, ahora si, el mapa y el GPS. Y no… No puede ser que este sea el camino. Por tanto tomo la decisión de ascender lo máximo posible para tener referencias visuales de mi posición.

Curiosamente, veo un gran hito en el punto donde comienzo a subir. El primero en toda la marcha.

La subida «rompe» mis piernas poco acostumbradas hoy a estos trotes. Pero, por fin, tras el esfuerzo llego al collado de las Peñas del Arcipreste de Hita. He perdido un tiempo precioso que más tarde me arrepentiré de haber desperdiciado.

Se hace tarde. Se que por la zona hay un monumento dedicado al Arcipreste, pero quiero intentar llegar más lejos y pienso en que ya lo buscaré a la vuelta.

Inicio la ascensión al Cerro de Matalafuente. El mayor de los desniveles que salvaré hoy. Me cuesta caminar. A veces me hundo en la nieve y esto se convierte en un martirio.

Empiezan a asaltarme las primeras dudas. Aunque al ver a un tipo que viene en dirección contraria a mi, me hace confiar un poco más en que la ruta por la que transito ahora es la correcta.

Tras un rato llego a la cima. Un cúmulo de rocas que me proporciona unas vistas increíbles del Cabeza Líjar, el Cueva Valiente o el Monte Abantos… cubiertos de una fina capa de nieve.

Sigo adelante y cruzo por primera vez una valla giratoria bastante estrecha.

Desde aquí empiezo a descender hasta el siguiente collado y parece que recupero fuerzas.

Por el camino veo un pequeño torreón al que más tarde subiré y que identifico como un puesto de observación de la línea del frente de Guadarrama. Si presto un poco de atención, todo el sendero que voy recorriendo está salpicado por ruinas de diferentes tamaños.

Quien sabe cuántas habrá bajo la nieve.

Desde aquí puedo ver ya como se eleva La Peñota por encima de las demás alturas. Detrás de ella, aún más alta, la Peña del Águila. Empiezo a no verlo nada claro. Se ha hecho un poco tarde y noto que, claramente, estoy bajo de forma. Intentaré ver hasta donde llego… pero sin arriesgar.

Mis pasos me llevan a lo alto de la Peña del Cuervo y desde allí, tras bajar a un nuevo collado, que se que luego «pagaré» al tener que remontarlo, comienzo a subir hasta el Cerro Mostajo.

Mis pasos cada vez se hacen más lentos y pesados.

Como si de un extraño saludo del monte que lleva su nombre se tratase, escucho el graznido de unos cuervos sobre mi cabeza. Tan solo eso y la ténue brisa sobre mi cara.

Saboreo esta calma. Tan distante parece ahora la vorágine de la gran ciudad…

Al fin llego a lo alto del Mostajo. Desde allí, nada se interpone entre la cresta que asciende a La Peñota y yo. Tan solo mi cansancio y mi sensación de que no sería buena idea seguir. No me fío de la rodilla y de la paliza a la que la he sometido.

Al fin, llego a la última cumbre del día donde encuentro una nueva ruina, adornada con una extraña cruz de hierro. Quizás tan solo sea parte de un viejo cercado de alambre, pero la situación de esta «cruz» aquí la hace, al menos, impactante.

Decido reponer fuerzas en este lugar y meditar sobre las acciones a seguir.

A pesar del cansancio y los sentimientos que me provoca el tema de mi rodilla en estos parajes que tengo un poco abandonados… me siento bien. Muy distinto a como me encuentro allá abajo, en la meseta… en la ciudad. Rodeado de algunas situaciones y personas con la que cada vez me encuentro más ajeno. Gente de rutinas que se limita a ver pasar su vida mientras se cree que la está viviendo… y encima tratan, de algún modo, de influirte.

Cierro los ojos y me elevo con los pájaros. Vuelo libre por encima de esas rocas que hoy se me antojan tan lejanas.

He decidido darme la vuelta. Creo que podría llegar al menos hasta la cumbre de La Peñota, pero es mediodía y no se si podría volver con seguridad. Estoy solo y no quiero jugármela. Todavía tengo muy buenos motivos por los que quiero volver a casa…

Mientras deshago el camino andado, mis sensaciones están enfrentadas. Por un lado me voy contento de haber estado aquí, en una ruta que aún no conocía. Por otro, me voy fastidiado por no haber dado más de mi mismo si creo que puedo hacerlo.

Afortunadamente, aunque esa sensación no se me quitará en todo el día, tras llegar de nuevo a las Peñas del Arcipreste, tomo certeza de que la decisión ha sido la acertada. La rodilla vuelve a hacer de las suyas. Aún no duele mucho, pero ya está empezando a molestar. Más adelante, después de empezar a subir de nuevo (esta vez por el camino correcto) a La Sevillana, aparecen los pinchazos.

No me he acercado el Monumento al Arcipreste, porque el sendero de acceso a las rocas (donde hay un verso grabado en piedra) no está claro. Y yo no estoy en condiciones de andar «explorando» más posibilidades.

Mientras dejo tras de mi un pequeño búnker-almacén que aún se mantiene en pie entre los pinos, y descubro un enorme cuartel derruído justo en la cima, me digo a mi mismo que a veces hay que abandonar por un bien mayor. Que no me preocupe…

Que ese bien me espera en Madrid.

Y que estos viejos montes aún seguirán aquí cuando vuelva a visitarles.

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