El Cerro Morete (2.133 m) y el Cerro de los Neveros (2.139 m) son unas relativamente olvidadas montañas de la Sierra de Guadarrama, frontera entre Madrid y Segovia, situada entre los Montes Carpetanos y el Parque Natural de Peñalara.

De líneas más bien redondeadas, no serían puntos de especial interés si no fuera porque suponen uno de los flancos de unos de los pasos más conocidos de la Sierra: el Puerto del Reventón y el Collado de Quebrantaherraduras, que unían antigüamente las localidades de Rascafría y La Granja de San Ildefonso. Las vistas son realmente buenas desde su cima.

Sus laderas están salpicadas por restos de trincheras de la Guerra Civil, y que antaño defendieron los hombres del conocido como Batallón Alpino de Guadarrama. Una vez dejemos atrás el Risco de los Pájaros, entre Los Neveros y el Morete (pasando por el Alto Poyales) podremos ver numerosos restos propios de toda esta zona del macizo montañoso.

Su ascensión puede realizarse desde Rascafría por el bosque de robles de Los Horcajuelos hasta el puerto mencionado, o desde el Puerto de Cotos recorriendo todas las lagunas del Parque Natural. Esta última es una ruta sencilla (aunque larga) que nos ofrece unas magníficas vistas del valle del Lozoya sin agotarnos demasiado a un ritmo normal.

Yo decidí hacer esta última y dejar la subida desde Rascafría para otra ocasión, con intención entonces de ascender a los montes situados algo más al norte.

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Localización: Puerto de Cotos

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 13 kilómetros (aproximadamente)

Duración: 4 a 6 horas (aproximadamente según ritmo y paradas)

Época recomendada: Todo el año (en invierno puede resultar necesario el uso de crampones o raquetas de nieve)

Dificultad MIDE:  → mide_CerroMorete

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking o montaña, agua. (más info…)

Ruta GPS: Cerro Morete

Recomendaciones:

  • Podéis comer a la altura de la Laguna de los Pájaros, donde tendréis unas vistas magníficas del Valle del Lozoya y las cimas de Los Claveles y Peñalara.
  • Hay agua potable hasta la zona de la Laguna Grande, de ahí en adelante es más conveniente llevar agua propia (al menos 2l. en verano).
  • Si tenéis dos coches, la bajada puede realizarse por el Puerto del Reventón hasta Rascafría.

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Una vez más de vuelta… y en camino a una cumbre que tengo pendiente desde hace unos cuantos meses.

Antes de mi operación, cuando tenía el «mono» de la montaña y sabía que no sería capaz de hacer nada fuerte debido a mis dolores, intenté llegar a este monte. Pero no lo conseguí. Es más, me quedé casi al principio sabedor de que la ruta era larga y quizás no podría volver si llegaba a hacer cima…

Hoy las cosas espero que sean diferentes.

Dejo atrás el centro de interpretación del Parque Natural de Peñalara, desde donde he decidido empezar a caminar. Las primeras cuestas se me hacen intensas y noto rápidamente como me arden los pulmones. No será hasta que llegue las Senda de las Aguas, donde el terreno se allana un poco hasta llegar a la Laguna Grande, que empezaré a encontrarme mejor.

Soy consciente que todavía me falta entrenamiento para estar en mi mejor forma, y, aunque este verano he disfrutado de unas vacaciones animadas ascendiendo a los techos de Euskadi o recorriendo senderos por el Odenwald, en Alemania, sé que debo seguir trabajando en mi recuperación.

Camino a la sombra de los pinos, con su característico aroma en el aire, bordeando todo el macizo de Peñalara, rumbo a mi objetivo.

Cuando decidí esta ruta no lo hice por su dificultad técnica (ninguna) sino por su longitud. Así podría testear mejor la resistencia de mi rodilla, y mis pulmones…

Parece que hay agua en el recorrido, lo cual me sorprende dadas las fechas en que estamos. Seguro que dentro de un par de meses, si todo va bien, esto empieza a rebosar de vida.

Llego por fin a la bifurcación de la Laguna Grande y veo el sendero que asciende en camino a la Laguna de los Pájaros. Ese es mi camino.

La otra vez, llegado a la mitad de la cuesta me di la vuelta porque mi rodilla empezaba a molestarme y no quería arriesgar estando aún sin operar. Fue bastante frustrante, pero sabía que tarde o temprano volvería. Hoy, las sensaciones son distintas. Me noto fuerte después de entrar en calor con la primera parte de la ruta. La rodilla no molesta y llevo un ritmo bastante alto.

Creo que ahora si que lo voy a conseguir. Es más… lo sé.

Llego arriba y hago una foto panorámica desde las rocas que me permiten ver la laguna desde lo alto, con el Refugio de Zabala vigilante sobre una loma. Precioso. Después sigo andando por la senda RP4, perfectamente marcada.

No hay nadie en los alrededores. La soledad es agradable.

Mis pasos me llevan poco a poco hasta las primeras lagunas, donde se refleja el cielo haciendo que parezcan relucientes zafiros de origen glaciar.

Poco más adelante, vuelvo a subir por entre los primeros canchales de rocas, desprendidas hace tiempos inmemoriales desde las alturas de la montaña. Este es uno de los paisajes que más me gustan de la sierra de Madrid. Sin duda, de los más alpinos y merecedor de la categoría de Parque Natural.

Miro para arriba y veo la cima de Peñalara, que he subido ya por casi todas sus vertientes. El paisaje me recuerda mucho al de sus «primas»: las cumbres de Gredos. Los colores, los canchales…

Deambulo entre rocas, viendo algunas vacas pastar cerca de mi, dejando atrás las Cinco Lagunas (algunas de ellas secas, como queriendo desmentir mis palabras anteriores sobre que hay agua en la zona), y llego al fin a la espectacular Laguna de los Pájaros.

Vaya… un record… una hora y cuarto en llegar hasta aquí. Sin duda me encuentro bien.

Hay unas vacas bebiendo agua en sus orillas.

Por encima, el Pico de los Claveles, tan chulo de recorrer en cualquier época del año…

De aquí en adelante todo es nuevo. Empieza lo desconocido. Lo divertido.

Dejo atrás la laguna y sigo camino por una pequeña senda que se adentra por entre los piornales. Su característico olor me asalta y me siento como en casa. Veo un hito marcando el camino.

De aquí en adelante, aunque parezca que la ruta se pierde por momentos, no será así. La vereda puede casi desaparecer en algunos pequeños tramos, pero los hitos pueden localizarse con facilidad y, si los seguimos, no tendremos pérdida.

Delante de mi, los Montes Carpetanos: los Reajos, el Nevero, la Flecha… Pero antes, al fin, veo mis objetivos del día.

El primero: el Cerro de los Neveros.

Por momentos casi parece que voy corriendo. Desciendo al trote muy seguro de mis capacidades, aunque luego las vaya a pagar.

Al llegar al Collado de Quebrantaherraduras (o Puerto de los Neveros) veo un cartel de madera que indica varias de las rutas a seguir. Entre ellas la de descenso a la Silla del Rey (55 min. desde aquí) o la Granja de San Ildefonso. Pero yo ya he visto las primeras ruinas que recorren un amplio muro hasta la cima del primero de los cerros, y estoy dispuesto a seguirlas.

Una vez más me encuentro con vestigios de la Guerra.

En el lado madrileño: ruinas de fortificaciones, muros de protección, alguna trinchera…

Poco antes de llegar al conjunto rocoso que supongo es la cima, descubro un inmenso crater. Por mi cabeza pasa la obligada pregunta de qué ha causado o causó este crater. No quiero ni pensarlo. Pero al imaginarlo vuelvo a sentir ese familiar escalofrío de cada vez que encuentro estas cosas en la sierra y mi mente se va a la memoria de aquellos hombres…

Trepo por algunas rocas y al fin llego a la cima.

Está fortificada.

Casi es como si aquellos combatientes hubieran modificado el perfil de la montaña para su propio beneficio.

Penetro en el «mirador» y el viento cesa.

El tiempo se detiene…

Bajo de mi, en el muro, veo los pequeños ventanales que aún se conservan y por donde seguramente sacaban sus armas para defenderse. Más allá, Segovia… el puerto… caminos y senderos que una vez fueron doblegados por la locura…

Salgo de aquí para dirigirme a mi siguiente objetivo en silencio. Dejo atrás las ruinas de un acuartelamiento y desciendo con rapidez hacia el siguiente collado, el de Poyales.

Tras dejarlo atrás inicio mi última subida, rumbo al Alto de Poyales y allí me encuentro unas vacas que me cortan el paso. Como andan con becerros no quiero arriesgarme a que se pongan tontas y me desvío un poco antes de poner línea directa con la cumbre del Cerro Morete.

Paso junto a la cima del Poyales, que apenas merece mi atención y sigo adelante hasta alcanzar la última cuesta. Desde aquí veo más muros en su cima.

No tardo en llegar y descubrir nuevas ruinas de acuartelamientos.

Aquí estoy…

Las vistas son espectaculares. Puede verse todo el Valle del Lozoya a un lado y la llanura segoviana al otro. Sin embargo, no se trata de una cima bonita. Ni siquiera tiene una cumbre definida. Yo he considerado que la cima son estas ruinas pero, tras consultar mi GPS me doy cuenta de que está unos metros más atrás de esta posición.

Lo marco, y doy algunas vueltas por la zona identificando restos de trincheras…

A lo lejos una vista de Peñalara, Siete Picos o la Mujer Muerta que no había tenido aún. Son perfiles casi desconocidos hasta hoy.

Estoy contento. El ritmo ha sido fuerte pero lo he aguantado bien.

Unas tres horas, menos incluso, para llegar hasta aquí. Si tardo esto en volver, habré reducido en casi dos horas el tiempo que estimé en su momento.

Bebo un poco de agua y me pongo en camino. Aunque antes me dirijo a unas ruinas que están a la derecha de la cima, para ver qué son. Y, como la montaña siempre te regala algo (por eso la amo tanto), en esta ocasión me regala una vista que no había tenido hasta ahora.

La Granja de san Ildefonso. Tan cerca que casi puedo tocarla.

Realmente bonito identificar el Palacio Real, los jardines y las calles del pueblo.

Tras esto vuelvo aún más satisfecho.

Sin embargo, desandando el camino realizado y tras superar el Alto Poyales empiezo a pagar mis prisas. Las cuestas hasta volver a la Laguna de los Pájaros se convierten en un pequeño suplicio. Y encima, para más desgracias, me estoy quedando sin agua.

A pesar de las novedosas vistas que me proporciona el Pico de los Claveles, como si de un monstruo de piedra se tratase, alzándose por encima de todo lo demás, mi atención solo va centrada en llegar arriba. Cuando por fin llego a la laguna, me queda tan solo un sorbo de la cantimplora.

Decido guardarlo para la última de las cuestas que tendré que superar en el día de hoy, cuando deje atrás las pequeñas lagunas previas a la «Grande».

El camino se me hace más largo a la vuelta, pero, finalmente, y aunque a ratos parece que camine solo por inercia, logro llegar sin problemas hasta la fuente de la Senda de las Aguas, aprovisionarme y dirigirme hacia la Venta Marcelino para tomarme mi merecida recompensa cervecera.

Todo va bien, me digo… todo va muy bien…

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