El Castro Valnera (en pasiego y tradicionalmente: Castru Valnera; castru: pico peñascoso, pelado y abrupto) es un pico situado en el sector oriental de la Cordillera Cantábrica, entre los puertos de Portillo de Lunada y de Las Estacas de Trueba. Su lado sur pertenece a la comarca de Las Merindades, en la provincia de Burgos, Castilla y León, mientras que su lado norte pertenece a la Comarca de los Valles Pasiegos, en Cantabria.

Tiene una altitud de 1.718 m. En su ladera norte se evidencian los aparatos glaciares del Cuaternario reciente (Würm) situados a menor altitud de España. En su lado nororiental, en el Portillo de Lunada, nace el Río Miera; por su cara noroccidental el Río Pandillo, uno de los primeros afluentes del Pas, y por la cara suroeste del macizo nace el Río Trueba, uno de los afluentes del Nela.

Ambos lados han estado tradicionalmente ocupados por el grupo de ganaderos trashumantes conocido como «los pasiegos», sin embargo, la geometría de la montaña, con abruptos acantilados en su cara norte, hace que sólo su cara sur, de pendiente suave, haya estado aprovechada. Aunque es posible encontrar, tanto en su lado sur como norte, el paisaje típico pasiego, con cabañas a gran altura y muretes de piedra que los pastores usaban durante sus migraciones trashumantes estacionales entre los pastizales a diferentes altitudes.

Se trata de la mayor altura de los llamados Montes Pasiegos y la cota más alta que podemos encontrar entre los Pirineos y los Picos de Europa. En invierno es considerado (a pesar de su escasa altitud) como «alta montaña» y, por tanto, hay que extremar las precauciones ya que suele estar copado de nieve. Debido a esto último se le considera un verdadero paraíso para los amantes del esquí de travesía.

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Localización: San Roque de Riomiera (seguir por la CA-643 hacia «La Concha» y «Puerto de Lunada»)

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 11 kilómetros

Duración: 4 horas (aproximadamente)

Época recomendada: Verano (el resto del año podemos toparnos con nieblas y mucha nieve)

Dificultad MIDE:      →    mide_CastroValnera

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS: Castro Valnera

Videotrack disponible:

Recomendaciones:

  • No hay agua potable en el recorrido, así que es recomendable llevar agua en la mochila.
  • La ruta no es complicada, pero si larga. Hay que tener precaución con las ráfagas de viento en el cordal y con los bruscos cambios de tiempo de la zona debido a su cercanía al mar. Esto puede provocar que entre la niebla con asombrosa rapidez. Consultad: El Tiempo en Lunada.
  • Precaución en el Puerto de Lunada, no considerado como puerto de 1ª categoría. Debido a ello su carretera es estrecha y expuesta. En invierno el puerto suele estar cerrado toda la temporada (se dice que es el primero en España en cerrarse y el último en abrirse).

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Puso Dios en mis cántabras montañas auras de libertad,
tocas de nieve y la vena de hierro en sus entrañas.

Marcelino Menéndez Pelayo

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Tras recorrer al amanecer una de las carreteras más hermosas que he tenido el placer de conocer, me hallo por fin en el Portillo de Lunada; uno de los puertos más innaccesibles de España en la montaña oriental de Cantabria. En mi tierruca…

Portillo de Lunada

Frente a mi, el macizo del Castro Valnera, una de las más míticas montañas cántabras integrada en los hermosos Montes Pasiegos y deseada por mi hace ya algunos años. Ya sea por el clima, siempre inestable en este murallón, o por razones personales, no es sino hasta hoy que puedo intentarlo.

El nombre de esta montaña en latín habla de la abundancia de sus fuentes, pues no pocos son los ríos que de sus laderas nacen. Pero hasta ahora yo solo he visto una inquietante mole rocosa.

Laderas peladas. Desplomes verticales. Frío…

Probablemente estaré sobre unos diez grados positivos y aunque hacia el mediodía se alcanzará la veintena, me veo obligado a ponerme el forro polar (siendo agosto) antes de empezar a caminar.

Una vez lo tengo todo listo, me pongo en marcha ascendiendo por entre los brezos, pisando la hierba humedecida por lluvias pasadas, para salvar el primer muro rocoso: la Garma de Las Lastrías.

Aquí me llevo el primer susto ya que el terreno está muy húmedo y resbala con facilidad. Lo cual compruebo al caer mi trasero durante un par de metros ladera abajo.

Respuesto del asombro, y por fin despierto tras el madrugón, miro tras de mi y contemplo el espectacular macizo de los Collados del Asón, reliquia de la erosión glaciar. Lugares mágicos estos que, a pesar de no ser tan altos como otras montañas de España, merecen una especial atención por su belleza y su tremendo desnivel. Y no la tienen salvo por los que, de un modo u otro, somos de aquí.

Amanece sobre el Picon del Fraile

Mientras veo como los primeros rayos del sol iluminan poco a poco el enorme radar del grupo militar EVA-12, del Mando Aéreo de Combate, situado en la cima del Picón del Fraile (1.632 m.), retomo mi camino rumbo al Pico de la Brena (1.395 m.) por la divisoria de aguas.

Nunca me han gustado las construcciones en las cumbres de las montañas salvo que tengan algún significado histórico. Y menos si prohiben el acceso a las mismas.

Tras las primeras cuestas que ya me han hecho romper a sudar veo el primero de los objetivos del día, entre luces y sombras: el Pico de la Miel, de 1.573 m.

El viento sopla con fuerza y las cuestas parecen duras.

Va a costar…

Pico de la Miel

El paisaje es de una belleza abrumadora. Los valles apenas despiertan y aquí arriba, la vida ya ha comenzado.

Casi me atrevería a decir, aunque podría pecar de favoritismo por esta tierra que tanto amo, que pocas montañas he visto más hermosas que estas.

Sigo transitando por el sendero perfectamente delimitado, siempre hacia arriba.

Supero el Canto de Las Corvas (1.564 m.) dejando a mi izquierza los viejos remontes de la Estación de Esquí de Lunada, y las cuestas se vuelven de nuevo duras. A mi izquierda, lomas tendidas hacia Castilla y León. A mi derecha tremendos acantilados que serán la tónica general de mi ascensión.

Después del resbalón al principio de la ruta, camino absolutamente concentrado en la vereda. No quiero ningún sobresalto nuevo, ya que en ocasiones circulo muy cerca de la cresta y podría tener un disgusto muy grave.

Sendero entre flores

El camino está bellísimo plagado de flores. Creo recordar que solo en este lugar crece la gentiana boryi, que únicamente se puede encontrar también en Gredos.

Poco a poco me acerco a la cumbre y me encuentro con un pequeño canchal de rocas en donde tengo que echar las manos, más por confianza que por peligro.

Una vez me elevo sobre las últimas rocas veo el buzón de la cumbre y, tras él… el Castro Valnera. Impresionante. Pero durísimo, ya que en breve tendré que bajar casi doscientos metros de desnivel por el Alto de la Piluca (1.421 m.) para luego volver a subir.

Esto siempre resulta desmoralizante.

La cumbre en donde ahora me hallo está formada por una pequeña meseta rocosa llena de grietas y torcas que en invierno pueden resultar muy peligrosas si se cubren de nieve. Esta es una de las trampas de este macizo…

Buzon del Pico de la Miel

Tras algunos saltos sobre las grietas, llego al buzón de la cumbre, que está adornada con una figura muy chula de la famosa foto de Tenzing Norgay llegando a la cumbre del Everest en 1953.

Las vistas sobre el Valle del Miera y el resto de montes pasiegos es espectacular.

Tras de mi: la Peña Lusa, el Puerto de las Estacas de Trueba y las tierras de Castilla.

Panoramica desde el Pico de la Miel

Siempre me han cautivado estas comarcas.

Mar y montaña tal vez sean los dos términos que mejor identifican a Cantabria. Dos espacios contrapuestos, de vida y ritmo diferentes, pero que, unidos, componen un paisaje único. Por eso resulta especialmente bello el contraste que he contemplado habitualmente desde la Bahía de Santander: el azul intenso del Mar Cantábrico y la extensa gama de ocres, verdes o grises de las abruptas montañas que cierran el fondo con una quebrada silueta.

En apenas 40 Km. el desnivel alcanza, desde el nivel del mar, una altitud de unos dos mil metros. Con la llegada del invierno las altas cumbres y algunos valles se visten de blanco; en verano el verde domina el paisaje.

Siempre atractivo, sea cual sea la época.

Comienzo mi descenso hasta el collado con la vista fija en mi destino…

Castro Valnera

El viento sigue soplando con ganas y trato de no perder el equilibrio.

El descenso a través del murallón y el sendero, que en ocasiones parece querer perderse, resulta bastante tenso. Doy gracias por haber traído un bastón para apoyarme en algunos tramos empinados porque, con lo húmeda que está la hierba puedo irme directamente hasta el valle en un traspiés.

Me encuentro solo.

Hace tiempo que descubrí que esta manera de hacer montaña es mi preferida. Hecho mucho de menos en ocasiones a mis habituales compañeros, y en algún momento experimento ese miedo a la soledad. A la magnitud de la empresa en que me he embarcado, y a sus posibles consecuencias.

Pero a la vez me siento tremendamente tranquilo, pues soy responsable de mis actos sin depender de nadie ni obligar a nadie. Y esa tranquilidad me ha dado una nueva conciencia de mi mismo. De libertad consciente. Al final he vivido la soledad de las montañas, no como miedo, sino como fuerza.

Alto de la Piluca

Cuendo finalmente llego a una intersección de senderos, veo el camino que sale a mi izquierda y por donde tendré que volver al coche; ya que volver a subir por aquí puede resultar agotador.

A mi derecha el camino continúa hacia el Castro Valnera, uniéndose más abajo con otro que viene de la pista que llega a las Cabañas del Bernacho.

Continuo mi devenir, agradeciendo esta vez el viento que azota mi rostro ya que alivia el calor producido por el sudor de la tremenda bajada.

Abajo en el valle veo alguna cueva horadando la montaña.

Además de la reconocida gastronomía de sus valles, uno de los tesoros de esta tierra consiste en la fantasía de sus cuevas prehistóricas o para los amantes de la espeleología (debido al terreno kárstico, se han formado algunos sistemas kilométricos de cuevas que son reconocidos a nivel mundial).

Collado hacia Valnera

Cuando llego al collado paso junto a la Torca Verosa. Una dolina tan grande que se puede fotografíar desde los satélites que cartografían el planeta para ciertos navegadores de internet.

Comienzo la última subida y no puedo evitar echar un ojo hacia atrás para ver el camino recorrido y los tremendos agujeros en la tierra (recordad: peligrosos si venís en invierno).

Torcas & Dolinas

Desde el Pico de la Miel la subida hasta aquí parecía tremenda. Más aún si hay que imaginar que debes hacerlo siguiendo la perfecta línea de la cresta de la montaña. Pero según subo me doy cuenta de que es una ilusión.

Algo que suele pasar en la montaña.

Lo cercano parece lejano y viceversa. En esta ocasión, creo que no va a ser ya para tanto.

Panoramica desde el Collado de la Pirulera

Llego al collado del Alto de la Pirulera y veo por fin los escarpados despeñaderos de esta mole rocosa.

Otro posible nombre para el Vanera puede provenir de Balanus, en latín: bellotas. Referido a los bosques caducifolios de robles que poblaban sus laderas, pero que hoy están extintos ya que su madera se usó para abastecer las Reales Fabricas de Cañones de La Cavada.

Una verdadera pena, pero que no le resta ni un ápice de hermosura a este lugar.

Comienzo mis últimos pasos asciendo casi en vertical por una trocha serpenteada de rocas, en las cuales debo echar las manos en más de una ocasión. Nuevamente más por confianza que por seguridad, ya que el viento arrecia y tengo «miedo» de que me arranque de la cresta hacia los valles.

Cresta del Valnera

En algunos puntos me acerco peligrosamente al abismo, pero camino resuelto y confiado, porque ya veo mi cumbre.

Durante algunos instantes recuerdo a mis abuelos maternos, que en paz descansen. Recuerdo, mientras mi mirada se desvía fugazmente hacia la Vega del Pas, como descendíamos con su viejo Seat 850 por el Puerto del Escudo quemando frenos.

Recuerdo el olor a verde que me cautivó. Y el olor a excremento de vaca que casi se convirtió en agradable pues realmente olía a vida.

El aroma a sal. A mar… y a montaña.

Por un momento me emociono al recordarlo mientras echo las últimas manos para trepar hasta la cima, y supero el expuesto paso a la cima.

Llegando a la cumbre

He llegado. Y tan solo he gastado 90 minutos de mi tiempo.

Frente a mi, montañas soñadas que se extienden a mis pies hasta los Pirineos. Hacia el oeste: la Montaña Campurriana y Palentina. Más allá, entre la bruma, acierto a distinguir los Picos de Europa.

Respiro profundo y mi niñez entra en mi…

Panoramica desde el Castro Valnera

En la cumbre hay un pequeño buzón con un símbolo minero.

Me detengo a hacer fotos y a contemplar el espectacular paisaje. Más bonito de lo que habría imaginado.

Algunas nubes crecen como bolas de algodón por entre los montes y los pastos. Un frente parece querer entrar desde el este, pero las previsiones se han cumplido y el mal tiempo que tanto temía no llegará.

«Ahora si reconozco tus aguas, Castru«, me digo. Veo el nacimiento de los ríos Yera y Pas, centenares de metros bajo de mi, entre tremendas agujas de roca. E incluso, acierto a ver la radiante ciudad de Santander a lo lejos… salpicada por los destellos del Mar Cantábrico.

Se me ha hecho un regalo. Y disfruto de él mientras como algo.

 

 

© David Mieza, 2013

Castro Valnera: Arriba, más arriba. La pedriza y la arista de piel resbaladiza vencí descalzo. Salve Peña Labra. Picos de Europa, albricias, que allí ondea, blanca entre azul y azul – bendita sea -.

Gerardo diego

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No se cuanto tiempo permanezco en la cumbre. Pero llega un momento en que los cencerros de las cabras y las vacas que pastan en el lado castellano de la montaña me sacan de mi ensimismamiento y decido ponerme en marcha de nuevo.

El trayecto de vuelta lo realizo por el mismo sitio, teniendo nuevamente la precaución de no resbalar.

Sin embargo, como si lo hubiera domado al conseguir la cima, el viento parece haberse suavizado mucho y el paseo resulta mucho más placentero que a la subida.

Así, llego de nuevo al Alto de la Piluca y allí decido continuar por la ladera de la montaña, por la Peña del Estremecín, rumbo a un bosque de hayas que se encuentra cerca de la vieja Estación de Esquí de Lunada.

Hacia el Monte de las Hayas

Por el camino me encuentro algunas pequeñas recuas de caballos que pastan tranquilos en este vergel. Pero yo no los hago caso y continúo mi rumbo sin detenerme mucho.

Llevo las rodillas un poco cargadas debido al tremendo desnivel descendido en «tan pocos metros».

Supero el Monte de las Hayas y, tras atravesar un campo de brezos y piornales que me pinchan en las piernas, llego hasta una travesía mucho más evidente que me lleva directamente hasta la estación. Hacia el norte.

Estacion de Lunada

Veo frente a mi, en las alturas, la mole de la estación militar y la dirección que debo seguir para elevarme de nuevo hasta la Garma de las Lastrías. De ahí, poco hasta el coche.

La edificación está abandonada hace años, pero junto al bar deberíais poder encontrar una fuente si necesitáis renovar agua. Es el único punto en el camino donde podríais reponer.

Las últimas cuestas se convierten en un pequeño calvario ya que mis rodillas se han machacado bastante con el ritmo que he llevado.

Sin embargo estoy muy feliz.

El día ha sido increíble. He disfrutado de esta montaña mágica y sus caminos, y he recordado tiempos felices. Sin duda, el Castro Valnera quedará siempre en un lugar muy cerca de mi corazoncito… y prometo volver a visitarlo.

Solo espero que la estupidez humana no lleve a buen término ese atentado natural que, en nombre de un falso progreso, quiere llevar un teleférico a esta cumbre desde El Campillo, en Vega de Pas

Caminos de la montaña,
de memoria os aprendí
a ojos ciegos quise andaros
y en vosotros me perdí

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A mis abuelos maternos...
Gracias por mi alma que viene de aquí.
Por poder amar esta tierra más que aquella donde en verdad nací.

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Finalmente, en Septiembre de 2013 se abandonó el proyecto del Teleférico del Castro Valnera, cambiándolo a un proyecto más modesto que llevará a los turistas desde Vega de Pas hasta el Alto del Muro de Peñallana, recuperando el hermoso entorno del Tunel de la Engaña.