¿Persigues sueños?
Solo tu fuerza de voluntad hará que los encuentres.
(David Mieza)

blanco

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Hoy es noche de luna llena
cielo estrellado y silencioso,
hoy es noche de luna bella,
cielo negro y misterioso.

He tenido un sueño. He visto mi amanecer. Pero, al despertar, solo encuentro el techo de la tienda.

Me desperezo tras una noche de «duermevela», como todas las vísperas de una gran cumbre. Hoy va ser el día. Mis ojos verán el amanecer soñado.

Mi cuerpo está poco descansado. El nerviosismo no te deja dormir. El «qué pasará».

Salgo de el cubículo que me ha servido de camastro en el último campo de altura, y mi cabeza da vueltas mientras termina de despertar pensando en lo que me espera, y en por qué hacemos estas cosas. Algunos lo califican de locura… «y vaya si tienen razón«, pienso en este momento.

Veo moverse a mis compañeros y uno de ellos levanta su dedo pulgar con una sonrisa en señal de buena suerte.

Me «enchufo» la sopa liofilizada, ya hidratada, como un yonki que necesita su dosis. Hoy necesitaré de todas la energías de las que pueda proveerme. Ya he hecho grandes montañas anteriormente, allá en casa, pero esta es muy distinta.

Recojo mi cámara de fotos de la mochila principal y guardo las baterías en un lugar seguro de un bolsillo del traje. Calentito, para evitar su descarga prematura. Como siempre, me toca ser el fotógrafo de la expedición y desde que llegamos al Campo Base me está dando la sensación de que estoy caminando más que los demás para conseguir buenas tomas. Arriba, abajo, arriba… otra vez para abajo. Y ni siquiera se si, con estas condiciones de luz, las tomas están quedando bien. Por ejemplo, la foto que hice del macizo según nos aproximábamos al Campo Base la primera noche parece tener un efecto flou que tampoco pretendía conseguir…

MacizoLeibnitz

De momento, en las siguientes horas, intentaré disparar con una alta sensibilidad para conseguir más luz en el CCD. Si no, hasta que salga el sol, no podré obtener ninguna foto decente.

Según me voy equipando, no puedo evitar pensar en las horas que nos quedan por delante. Y eso no me tranquiliza. Los dos pasos técnicos que debemos superar y que no serían difíciles a menor altitud, pero que a esta altura y en estas condiciones pueden ser una barrera infranqueable. Y sobretodo, mi mayor preocupación, si las cargas de oxigeno aguantarán el tiempo necesario.

En teoría está todo calculado, pero su ausencia sería la muerte segura.

Compruebo el pequeño ordenador que llevo en el reloj de la muñeca y que me indica todos los datos que necesito conocer. Altura, distancia, ritmo cardíaco, oxigeno… Todo bien.

Colocamos nuestros instrumentos de escalada en el arnés y cargamos con un par de cuerdas para los pasos que aún no hemos superado. Vamos a intentar salvarlos hoy mismo en un único ataque. No los hemos equipado previamente para no permanecer más tiempo del necesario por estos lares. Desgraciadamente, tras el accidente del primer día, tenemos el oxigeno contado para llegar a la cumbre y bajar. Así que: es una apuesta a una sola carta.

Salimos al exterior tras media hora de preparativos. Bastante rápido teniendo en cuenta las circunstancias.

Aún no ha amanecido. Todo está tranquilo.

Junto a nosotros, los Montes Doerfel

MontesDoerfel

Comenzamos a caminar bajo la luz de nuestros frontales a un paso lento pero constante.

La ligereza con la que deberíamos caminar en este lugar se ve contrarrestada por el peso que cargamos, que nos hace más torpones. Noto como el cuerpo se calienta dentro del traje con cada bocanada de aire que doy. Sin embargo, la máscara me resulta molesta. ¿Qué ha sido de esos días en que subía a las montañas casi con lo puesto; con un grupo de amigos, un bocadillo y una cantimplora de agua?

Tiempos sencillos. Tiempos felices.

Ganas experiencias, sufres decepciones. En definitiva: vives…

Devuelvo mi atención a la montaña con una sacudida de cabeza. ¡Concéntrate! Te la estás jugando, amigo.

Cada paso que doy levanta una fina capa de polvo, que parece revolotear alrededor de mis pies en un lapso mayor del normal. Como si el tiempo fuera más despacio aquí. Empiezo a notar como los músculos entran definitivamente en tensión.

Sobre nuestras cabezas, Los Dientes. El punto de referencia de nuestra ruta y que exploramos ligeramente ayer…

LosDientes

Poco a poco los vamos dejando a nuestra izquierda mientras nos acercamos a una zona que solo conocemos por los mapas. Más lejos de allí, todo será nuevo. No somos los primeros, pero para nuestro espíritu es como si lo fuera.

Un mapa, unas fotografías, jamás suplen la sensación que se vive al visitar un lugar tan inhóspito como este.

No hay ni un alma en cientos de kilómetros alrededor y, por mucho que las comunicaciones nos mantengan relativamente poco aislados, no es más que una ilusión. Cualquier error lo pagaremos con la vida.

«Caminante no hay caminos«, diría Machado, «se hace camino al andar«. Cuanta razón poseen aquí esas palabras.

Vamos realizando zetas, relevándonos, para hacer la ascensión menos penosa. Apartamos algunas piedras, brillantes como la nieve, con cuidado para no provocar una avalancha que nos lleve a alguno por delante. Somos obreros de la montaña…

Luna que brillas en la oscuridad
has desvelado mis sueños
luna que brillas en soledad
iluminando mis versos.

Crater

Superamos una pequeña canal parecida a un embudo y al fin nos encontramos con la Gran Depresión. Un enorme hoyo, un cráter, que adorna este lado de la montaña con un pozo negro como la misma noche. No es su verdadero apelativo, pero para el primero que pasó por aquí y vio lo que aún le quedaba por delante debió parecerle una buena denominación, dado su estado de ánimo.

Dejamos atrás el enorme agujero, refugio de sombras sin nombre, y continuamos ascendiendo.

En un relato las cosas siempre pueden parecer más cortas y menos duras, pero ni se el tiempo que llevamos caminando ya, con la única compañía del polvo y las estrellas.

Precisamente, cuando nos acercamos al Collado de Ipa, punto en donde tendremos que encordarnos definitivamente hasta casi la cumbre, decido parar para hacer una fotografía de larga duración que las muestre en todo su esplendor.

Coloco el disparador de tiempo de la cámara en modo manual, encuadro como puedo y lanzo la foto dejando la cámara quieta durante todo ese rato.

Acto seguido me dirijo junto a mis compañeros para desplegar una de las cuerdas.

ColladoEntreEstrellas

Desplegamos suficiente como para mantener unos veinte metros de distancia entre cada uno. Y replegamos casi la misma cantidad sobre nuestros trajes por si tenemos que hacer algún rescate debido a una caída.

Mientras lo hacemos, por un momento nos podemos permitir un respiro y disfrutar del impresionante paisaje.

 Recojo arenilla del suelo en una de mis manos. Pronto amanecerá. Pero en verdad, es otro amanecer el que a mi me interesa…

Hoy es noche de luna llena
luna, mi dulce luna
se por esta noche mi princesa.

Proseguimos el camino y sobrepasamos el collado para continuar ascendiendo por el lateral de la arista, nuestra primera gran dificultad, rumbo al Escalón Jäger.

Pasamos nuestro Friends y Fisureros al primero de la cordada para que asegure los pasos rocosos, creando un pasamanos que nos de seguridad. La operación de recorrer con precaución este colosal anfiteatro le lleva casi una hora. Cuando llega mi turno me anclo a la cuerda y empiezo a recorrer la pequeña fisura que hace de pasarela recorriendo la pared. Con el enorme traje y el equipo, la cosa no es tan fácil como pueda parecer. Me obligo a echar las manos a algunos asideros naturales en mas de una ocasión, pero, al final, lo supero con cierta comodidad.

GranArista

Tras de mi, mi otro compañero se expone más al vacío ya que tiene que ir recogiendo el material que queda en el murallón. No podemos permitirnos abandonar aquí una cuerda ni «los hierros».

Por fortuna, no noto ningún tirón de mi arnés antes de llegar a «puerto seguro», así que todo va bien.

En pocos minutos estamos los tres reunidos de nuevo y seguimos ascendiendo tras repartirnos de nuevo el equipo.

Cada gramo cuenta.

Así, subimos y subimos como autómatas. Cansados. Pero seguimos caminando aun cuando nos tiemblan las piernas. A estas alturas queremos seguir jugando aun cuando se nos termine el aire. Seguiremos luchando por volver aún cuando todo parezca estar perdido. Como si cada paso fuera el último. Convencidos de que la vida misma es un desafío.

No nos quejamos. Porque sabemos que el dolor pasa. El sudor se seca. El cansancio termina. Pero hay algo que nunca desaparecerá: «la satisfacción de haberlo logrado».

Mis pies se hunden en el suelo blanquecino. Las puntas que salen de mis botas me mantienen firme ante un resbalón. Miro atrás y veo la senda que hemos «construido» con tanto esfuerzo. Estoy empapado dentro del traje…

SenderoBlanco

Lo que nos hace diferentes es nuestro espíritu. La determinación de alcanzar una cima para ver qué hay más allá, y volver para contarlo. Una cima a la que no se llega superando a los demás…

Sino superándose a uno mismo.

Llegamos al pie de la última arista, el último contrafuerte del Leibnitz. Frente a nosotros, el Escalón Jäger. El escalón del cazador. El cazador de cumbres.

Estamos realmente cansados, pero ya nos queda poco. Los rayos del sol empiezan a desfilar por entre los picos, aristas y collados. Pronto tendré mi otro amanecer, hará más calor y nosotros lo habremos conseguido.

No se qué hora es ni me importa, la temperatura es de muchos grados bajo cero, y este muro tiene una altura de unos 30 metros, bastante verticales, de terreno mixto en roca y hielo. La verdad es que impresiona. Recuerda a los «escalones» del Everest, pero todos juntos. No tengo tiempo para miramientos, mis amigos solo esperan que lo suba rápidamente. Mi frontal ilumina una pared oscura, tenebrosa; a mis flancos solo veo el vacío.

Mientras escalo, a pesar de las condiciones propicias, voy jadeando a tope, tengo el corazón muy acelerado. No me parece difícil pero si aéreo y delicado. Tengo cuidado de no rasgar el traje…

A mitad de la pared se debe hacer una ligera travesía hacia la derecha, hacia el vacío, con una mano tirando de mi jumar y con la otra amarrándome a las presas que veo. Y, al fin, con un ultimo esfuerzo, me elevo y supero el primer tramo.

Escalon

En un pequeño nicho recupero el aliento y decido bajar el regulador de oxigeno a dos litros por minuto para no consumir más aire del necesario. Esto me va a restar algunas fuerzas pero lo considero inapelable.

Doy un trago de agua a través del tubito que pasa por mi máscara y afronto la parte final de la pared.

Hmmmm… Mejor aumento un poco la dosis de oxigeno…

Me agarro de nuevo a la pared; ya no tengo miedo, solo respeto. A mi izquierda tengo un muro de roca que me protege, es un diedro enorme.

Izo mi pie izquierdo e intento morder el hielo con los clavos de las botas. Lo consigo. Cargo mi peso sobre la pierna y me elevo, a la vez que con la mano derecha avanzo unos preciosos centímetros con mi jumar. Voy tanteando en la roca y, gracias a la luz de mi frontal, busco posibles “presas” para agarrarme. Las encuentro y me aseguro a ellas. No siento nada de frió en mis manos, pero lo que si que siento es que me va a estallar los pulmones, este esfuerzo es sobrehumano.

La cuerda esta medio encajonada en una fisura vertical, por la que yo avanzo lentamente; esta fisura marca el camino de subida. A mi izquierda hay otra grieta, un poco mas ancha, que me tienta, pero esta casi a un metro de distancia de la vía que yo sigo, y no me apetece salirme de la ruta.

Solo me quedan un par de metros. Un apoyo aquí, un tirón allá y por fin llego arriba.

Estoy prácticamente de pie sobre 2.o00 metros de caída, con un abismo negro a mi espalda, con el corazón galopando locamente en mi pecho y con unas ganas tremendas de sentarme a recuperarme.

UltimaCresta

Estando en la cresta del lomo, al girarme, por un momento me veo deslumbrado por los primeros rayos de sol que impactan en mi cara. El movimiento que hago me desequilibra una fracción de segundo y me hace dar un pequeño traspiés. Gracias al cielo no pasa de un pequeño susto porque ahora estoy en una zona relativamente plana donde sería complicado caer. Pero el corazón late otra vez desbocado.

El cristal que cubre mis ojos se adapta a la luz y se vuelve oscuro en pocos segundos.

Frente a nosotros la última cresta y la redondeada figura de la antecima. Detrás, oculta todavía, la meta.

No obstante no nos confiamos ya que el terreno es bastante inestable y no podemos evitar lanzar algunas rocas al vacío.

Más calmado, aumento el oxigeno a 3 litros por minuto.

La cuerda traza zig-zags por entre los cantos para proveernos de puntos de polea que nos aseguren. Más abajo un gigantesco canchal de rocas del tamaño de una casa nos atenazan los nervios como advirtiéndonos lo que nos puede pasar si caemos.

Se que allá abajo hay más de uno descansando eternamente.

Abandonamos el risco y comenzamos la pendiente. No son más de 40º de inclinación. Son metros de una ladera suave, que resulta no serlo tanto para nuestras agotadas piernas.

Estamos a más de ochomil metros de altura…

Veinte pasos, paramos. Veinte pasos, paramos.

Es todo tan irreal.

Sobrepasamos la antecima, y al fin vemos la cumbre. Mi corazón da un vuelco. Un ligero descenso y daremos nuestros últimos pasos hacia arriba. Me detengo para recuperar el aliento y ser consciente de lo que va a pasar. Voy a ver mi amanecer; uno que pocos han visto.

Mis compañeros se adelantan.

CumbreLeibnitz

Sale el sol. Qué grandeza visual. Toda la cordillera está a mis pies, no hay ninguna montaña por encima mío, solo la cima del Leibnitz que me espera. Pero de momento, fiel a mi promesa, no quiero pensar en la cumbre hasta que este cerca. Una decepción tan cerca de la cima, quizás no seria capaz de superarla.

Dos figuras alzan los brazos a pocos metros de mi. Me llegan sus felicitaciones y sus sollozos a través de la radio.

Veinte pasos más…

¡Cumbre!

Me abrazo a mis amigos. Mis ojos se nublan por las lágrimas, pero nada me impide ver la estampa que buscaba. Allí detrás de la cumbre del Jewahir, veo al fin… mi amanecer soñado.

Amanecer

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blanco

Mientras abandono la órbita mi mirada se desvía tan solo un instante por la ventanilla para contemplar el paisaje de montañas que salpican el horizonte lunar.

Nada me espera allá abajo. Todo ha salido bien.

He hecho de todo en mi vida, y a pesar de todas las montañas que he ascendido esta quedará siempre muy cerca de mi corazón. He estado más cerca de las estrellas que nunca. He cumplido un sueño.

Pero ahora me esperan en casa. Vuelvo al hogar. Donde realmente debo estar. Y allí, y solo entonces, habrá terminado finalmente mi viaje vital.

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VistaAerea

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© David Mieza Fernández

Este relato es una ficción registrada y protegida bajo las
leyes españolas de propiedad intelectual. Su infracción está tipificada
en los artículos 270, 271 y 272 del Código Penal,
castigándose con penas de prisión y multa.

Las imágenes son fotomontajes realizados a partir de
fotografías reales de montañas de la Tierra.

Queda prohibida toda reproducción total o parcial, o uso indebido, del contenido gráfico y escrito, por cualquier medio sea soporte
físico o virtual; salvo permiso escrito del autor.

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El Monte Leibnitz está considerado como la montaña más alta de la superficie lunar, con aproximadamente 8.200 metros de altura. Existen algunas fuentes extraoficiales que le otorgan alturas de entre 6.100 m. o 7.600 m. a 11.350 m., pero no aportan pruebas concluyentes que desmientan la mayoría de los datos que apuntan a la primera cifra mencionada.

Junto a este monte (en ocasiones considerado un conjunto de montañas), existen los Montes Doerfel y Jewahir que tienen una altura similar a la de nuestro protagonista.

La cordillera está emplazada en el Polo Sur Lunar, el cual, al ser menos conocido que el Norte, fue denominado como Luna Incógnita por los miembros de la ALPO (Asociación de Observadores Lunares y Planetarios) de Estados Unidos. Asímismo esta región es importante porque en ella se alzan las mayores alturas del satélite y por contener valles en los cuales, presumiblemente, la luz solar nunca llega a sus fondos; con la consiguiente posible existencia de gases y vapores todavía congelados y de agua en forma de hielo.

El bombardeo sistemático de bólidos ha afectado a ambos polos por igual, pudiéndose contar miles de impactos menores en cada casquete que, además de hundir el terreno, lo han elevado.

PoloSurLunar

Si por algo se distingue toda la zona montañosa mencionada es sin duda por encontrarse allí las mayores elevaciones de la Luna. Los «Montes Leibnitz» con alturas del orden de 8.200 metros obtendrían el 0,17% de la altura con respecto al diámetro lunar: el Everest con sus 8.848 metros sólo representa el 0,07 del diámetro terrestre.

Muchos se preguntarán, ¿respecto a qué medimos la altura en la Luna si no tenemos un océano de referencia? Pues, al igual que en Marte o el resto de mundos rocosos, la altura se mide con respecto al radio medio. Y ahora sabemos que, realmente, el punto más alto de la luna es una llanura que se eleva 10.786 m. sobre este radio (1.938 m. más alto que el Everest). Se encuentra en la cara oculta (latitud 5,4125°, longitud 201,3665°), cerca del cráter Engel’gardt, y su anómala elevación es debida a que la zona forma parte del borde exterior de la cuenca de impacto Polo Sur-Aitken, la mayor depresión de la Luna.

Si tomáramos estas referencias como base, a pesar de la creencia popular, el punto más alto del planeta Tierra no sería el Monte Everest, sino el Monte Chimborazo, ya que su altura sumada a la altitud de esa zona de Ecuador superan por 2.414 m. al gigante de los Himalayas.

 

Si queréis alguna información adicional más, echadle un ojo al artículo que os lleva este enlace.

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