Nos vais a permitir que por una vez publiquemos un artículo que no tenga relación directa (o si) con la montaña, el ocio activo o el ecoturismo; y todo lo que, de un modo u otro, pueda rodear a estas a estas actividades que tanto disfrutamos.
Tras un año y medio de pandemia de COVID-19 se han escrito multitud de disertaciones y reflexiones acerca de las causas de este duro golpe a nuestra sociedad. De si ha sido un efecto causado por nuestra relación con la Naturaleza, o de si nuestro mundo ha cambiado en verdad para siempre o no. Y la cuestión en verdad creemos que radica más bien en cuánto tiempo tardaremos en olvidarnos de todo lo aprendido, o de si sabremos transmitirlo correctamente.
En nuestra opinión, el mundo si que ha cambiado radicalmente en determinados pensamientos sociales… pero no así tanto en otros. Aunque lo que es indudable es que hemos perdido mucho con respecto a lo que teníamos hace tan solo 18 meses. Y no hablamos de lo material o de una forma de vida… sino acerca de uno de nuestros mayores valores, el cual en Occidente apenas sabemos apreciar.
Nuestros abuelos.
Personas muchas que supieron convivir con el planeta y que trataron de transmitirnos su sabiduría… sin lograr ser escuchados en la mayoría de los casos.
Es por ellos el objeto de estas líneas. Valgan todas estas palabras como recuerdo a ellos, y sirvan de acicate para apoyar y apoyarnos aún más en aquellos que todavía permanezcan a nuestro lado.
Tras esta pandemia puede decirse que se ha desvanecido prácticamente toda una generación, cuyos conocimientos aún nos enraizaban con el entorno de una forma que los jóvenes de hoy apenas pueden entender. Con ellos se ha ido de forma irrecuperable un cúmulo de conocimientos del que difícilmente seremos conscientes hasta dentro de algún tiempo; si es que no lo somos ya, únicamente reflexionando un poco. Y no ha sido sino hasta la llegada de una pandemia global provocada, probablemente, por la presión humana sobre el medio natural que muchos se han percatado de la desgracia que supone perder a nuestros mayores y sus conocimientos… siendo tantos otros, por desgracia, los que realmente este hecho les ha resultado indiferente mientras ellos hayan logrado permanecer en pie.
Y es que en nuestro mundo moderno hemos tendido siempre a apartarlos, a no hacerles caso hasta que ha resultado demasiado tarde.
En África dicen que cuando un anciano muere, se quema una biblioteca…
Esa memoria de los mayores que se nos han ido muriendo masivamente en este año y medio, por unas razones o por otras, ha sido una terrible pérdida añadida a su partida. Y su desaparición a roto el hilo que liga al nuestra egocéntrica comunidad humana actual con esos saberes ancestrales a los que poco espacio permite una sociedad acelerada, extremadamente tecnificada y excesivamente consumista.
Y es por todo ello que queremos desde estas líneas animar a que se produzca un cambio en nuestra manera de pensar. Una vuelta a nuestros orígenes, pero con otra mirada.
Mientras enormes multitudes pasan su tiempo libre en áreas recreativas masificadas, deslumbradas por un ocio vacío pero muy bien adornado, son muchos los que están descubriendo su procedencia rural de mano de quienes aún conservan los conocimientos necesarios. Recuperando así una sabiduría tradicional que es esencialmente comunitaria y que se basa en la experiencia; razones por las que se la considera un verdadero patrimonio, un legado, que se entiende ha de ser recogido para que no se extinga más allá de la supervivencia de dicha comunidad local.
Es por ello que han surgido proyectos como el trabajo La Voz de los Sabios de la periodista Elena García Quevedo, la recopilación cultural y patrimonial sobre la Puerta de Las Arribes salmantinas por parte del Técnico de Senderos y Guía de Naturaleza David Mieza Fernández o la Ley 42/2007, de 13 de diciembre, del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, la cual reconoce en su artículo 74 la necesidad de conocer, conservar y fomentar los conocimientos y prácticas tradicionales de interés para la biodiversidad. Gracias a ello, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación ha publicado 4 tomos del Inventario Español de Conocimientos Tradicionales relativos a la Biodiversidad, complementados por dos exposiciones divulgativas itinerantes que pueden ser prestadas a aquella institución que las solicite.
Y a pesar de todo… puede que no sea suficiente. Más aún si no hacemos un trabajo diario desde nuestra propia casa y con nuestros hijos.
A algunos quizás esto les parezca tan solo una absurda nostalgia o una ensoñación. Pero en realidad es una incitación a recobrar el origen de las cosas naturales que nuestros abuelos conocían bien, para que la conciencia ambiental que quiere hacer de este mundo algo mejor y más sostenible no se quede en mera pose o en palabrería. Recuperar la cultura asociada a antiguas veredas y caminos tradicionales, la gestión de ecosistemas, el uso de materiales naturales más efectivos que ciertas herramientas actuales, variedades y especies de animales o plantas y el cómo “usarlos” de forma sostenible y adecuada…
Quizás no seamos conscientes de cómo la ciudad nos ha alejado de la enorme diversidad e interrelación que conforma nuestro entorno natural próximo con todo el planeta; y de cómo esto nos ha hecho perder nociones intuitivas que sí tenían nuestros mayores. Los verdaderos amantes de la naturaleza nos hemos lamentado de ello muy a menudo, y esta pesadumbre ha aumentado aún más tras esta terrible pandemia y sus consecuencias.
A esa generación malograda a lo largo de estos meses y a sus ganas de aportar su experiencia a la comunidad se las ha ignorado y apartado en un rincón como si fuera una molestia. Una visión, parece ser, de lo que irremediablemente nos espera con el devenir de la misma existencia y cuya certeza queremos prorrogar e ignorar el mayor tiempo posible. Algo que, sin embargo, no sucede de igual modo en Asia o África donde se respeta más al ancestro; pero que, salvo raras excepciones, en el mal llamado “primer mundo” o “mundo civilizado” se ha ejecutado sin contemplaciones ni remordimientos, con la arrogancia propia de una equivocada autosuficiencia. Todo muy propio del actual, y cada vez más exagerado, sistema consumista: tanto tienes, tanto vales; tanto vales, tanto muestras.
Poco han podido hacer entonces los abuelos en un mundo que se ha movido a su alrededor sin tiempo (o ganas) para escucharles. La forma que desde antaño tenían sus antepasados de transmitir sus saberes tenía que ver con esos ratos muertos del día a día, con la transmisión oral. Así es como se fue esculpiendo su memoria, alargando el hilo. Y ahora, ni en los lugares más insospechados, los niños parecen tener tiempo para dedicar a quien tanto tiene que ofrecerles. Los momentos que había antes en los hogares en torno a una mesa o una cocina ya no existen; la escala de valores de la mayoría de los jóvenes es otra y los tiempos muertos se llenan con pantallas luminosas.
Y desde Iberotrek entendemos por supuesto que ese es el mundo en el que vivimos. No pretendemos abogar por un retorno a la prehistoria en donde no exista la tecnología; es más bien, una reflexión sobre cómo la utilizamos y qué es lo que podemos transmitir gracias a ella. A muchos chavales se les ha educado hasta hoy en unos valores para los cuales los abuelos no han contado, más allá de llevarles al parque porque los padres no encuentran el tiempo; y ha sido así en las últimas generaciones. Pero eso puede cambiar. Volviendo a la fuente, no dejándola a un lado; poniendo en valor a nuestros mayores, teniéndoles cerca y no apartados… pues no somos nada sin ellos. Escuchándoles, pues aún pueden indicarnos el camino a seguir en una relación más íntima con la tierra; ya que muchas de las necesidades que nos hemos creado se cubrirían así, porque la Naturaleza nos proporciona paz, alegría y energía. De eso hablaban los abuelos… de la conexión con la tierra.
El estrés y otras enfermedades modernas son la hecatombe que sobreviene al ser humano tras la ruptura del equilibrio con la Naturaleza. Estamos aún a tiempo de reconciliarnos con ella y con nosotros mismos; recuperando (o tratando de recuperar lo que se pueda) la sabiduría de las cosas sencillas, y a aquellos que todavía nos la facilitarán con todo su cariño.
Tal vez hoy tengamos un poco menos que ayer, pero sin duda seremos más mañana.
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