La Peña Citores (2.181 m.) es un monte de la provincia de Segovia, adyacente al macizo de Peñalara. Aunque no está dentro de los márgenes del Parque Natural de Peñalara, extraoficialmente a algunas de sus laderas se las considera parte de él gracias a que comparten algo de su fauna y flora.

Se trata de un monte de líneas redondeadas que no reviste ninguna dificultad en su ascensión, pero que si nos proporciona unas magníficas vistas de Peñalara y Dos Hermanas, además de la planicie segoviana y los bosques de Valsaín.

Como curiosidad indicar que una de las sendas que sube hacia Peña Cítores es denominada del Batallón Alpino. Dicho batallón lo componían miembros de sociedades de montañismo y fue creado en septiembre de 1936 por el Partido Comunista para cubrir los 33 kilómetros que se abarcan y tener vigiladas a las fuerzas «nacionales» que se localizaban en La Granja de San Ildefonso.

Allí, entre Dos Hermanas y Peña Cítores, aparecen trincheras construidas hacia la vertiente segoviana y allí, si se tiene suerte, se puede encontrar una recóndita placa que alguien puso en honor a uno de esos hombres del bando republicano: el capitán José Pérez Leatherdale.

Hoy en día, la Peña Citores es además uno de los puntos de paso del Maratón Alpino Madrileño y, desde 2010, en sus laderas da comienzo una Carrera de Kilómetro Vertical hasta lo alto del techo de Madrid.

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Localización: Puerto de Cotos

Tipo de Ruta: Trekking

Longitud: 3 kilómetros (aproximadamente)

Duración: 60 a 90 minutos (aproximadamente)

Época recomendada: Todo el año

Dificultad MIDE:  → mide_PeñaCitores

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking, agua. (más info…)

Ruta GPS: Peña Citores

Recomendaciones:

  • Según la climatología, la ascensión puede realizarse en cualquier época del año incluso con nieve. En invierno no es necesario el uso de crampones ni piolet.
  • No hay agua potable en todo el recorrido. Proveeros en el Puerto de Cotos, en la Venta Marcelino.
  • Es muy interesante deambular por la zona en busca de las trincheras y búnkeres abandonados desde la Guerra Civil.

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Hoy va a ser una jornada atípica.

No es un día en que me vaya a encontrar mucha gente dadas las fechas y además, según me cuentan, la ruta que voy a seguir está muy poco transitada.

El pasado fin de semana estuve con un grupo de la FMM haciendo la Circular de Peñalara y el responsable nos hizo bajar por esta senda que yo desconocía. Por allí, la cima adyacente al Parque Natural me pareció atractiva de descubrir y es la razón de estar hoy aquí.

Dejo el coche en el parking de Cotos y me pongo en camino hacia el viejo refugio del Club Alpino Español. De uno de sus laterales parte una pequeña escalera de madera que deja tras de mi el Mirador de Lucio y casi acaba en una valla de madera que delimita el Parque.

Tras cruzarla, me interno en el bosque siguiendo una senda muy bien marcada mediante señales amarillas.

No escucho a nada ni a nadie a mi alrededor.

A veces el piar de algún gorrión me saca de mis pensamientos, pero mientras camino, trato tan solo de disfrutar de la soledad de estos parajes.

La primera cuesta es un poco empinada, pero pronto el camino empieza a «llanear». Esto va a ser una constante en todo el sendero hasta el collado que separa Dos Hermanas de Peña Citores.

Cuando vinimos el otro día, me pareció un camino muy sencillo y me lo tomo como tal. Un simple paseo por el monte.

Tan absorto voy en escuchar los ruidos del bosque y el murmullo de los árboles al bailar junto al viento, que por un momento me parece perder la senda, pero enseguida la recupero y continúo hacia arriba.

No tardo mucho en superar la cota de los 1.800 m. Se percibe claramente porque los pinos empiezan a desaparecer a mi alrededor y tan solo los más resistentes aguantan, como mucho, hasta los 1.900 m.

La vereda se despeja y ya veo mi objetivo.

Tal y como pensaba, el paseo no va a ser muy largo.

Sin embargo, aunque me las prometo muy felices hay un factor con el que no he contado y que me va a torturar hasta que regrese hasta este punto. Con el calor de los pasados días, los huevos de las moscas han eclosionado por todo el campo… y están hambrientas.

Hasta ahora he sufrido alguna pequeña molestia en el interior del bosque porque suelen frecuentar los pinares, donde probablemente tienen sus cobijos. Si bien, no permanecen mucho por allí ya que los pinos causan cierta acidez en el suelo y no hay mucho matorral bajo, ni flores, ni nada…

Pero a partir de este punto, los pinos desaparecen y son sustituídos por piornos en flor, brezos o enebros rastreros.

Todo un festín para ellas… conmigo de postre.

Dentro de un rato será un verdadero infierno.

Llego por fin, sin mucha novedad, al Collado de Citores. Las vistas de Cuerda Larga, La Bola del Mundo o Siete Picos desde aquí son impresionantes.

Ahora también diviso con claridad un grupo de piedras en la vertiente madrileña del monte, vigiladas por las ruinas de una construcción aún mayor de forma circular.

Se trata de ruinas de la Guerra Civil.

Cuando bajamos de Peñalara el fin de semana pasado cruzamos una gran trinchera de la época de la Guerra. Lo cual me sorprendió porque no esperaba encontrarla ahí.

Después, al ver de lejos estas ruinas, pensé que se trataban de corrales que los pastores podían usar por esta zona.

¡Qué tonto! Como no me dí cuenta.

Mientras me dirijo hacia el gran búnker en ruinas, mis pensamientos vuelven a volar hacia aquellos hombres que dieron sus vidas en una guerra fratricida.

¡Qué locura además matarse en estos olvidados pastos!

El interior de la inmensa construcción está plagado de arbustos y matorrales. Nada queda de las gentes que vivieron y lucharon aquí.

Tan solo su recuerdo…

Aún pueden distinguirse algunas ventanas. En el centro del «círculo» hay un crater enorme. No me atrevo a imaginar qué es…

No permanezco mucho en el lugar porque las moscas empiezan a ponerse pesadas, así que salto uno de los lados del muro y continúo mi camino a la cima.

Hay tanta vegetación que es imposible distinguir ninguna clase de sendero, con lo que me dirijo campo a través hacia el punto en donde creo que encontraré la cima (al tratarse de una montaña tan redondeada es difícil de encontrar el punto exacto si no está bien marcado).

Tras unos minutos, al fin distingo un grupo de rocas encima de las cuales hay un enorme hito marcando la cima.

«Otra más al bolsillo», me digo. Solo ha pasado una hora desde que dejé el coche.

Las vistas son espectaculares. Todo el campo está en flor y el cielo parece más azul hoy.

No puedo evitar pensar en el mítico suceso que aquí se supone aconteció, más allá de las historias menos amables de la Guerra Civil. Uno que menciona a dos pastoras, Raimunda y Leocadia, que resultan ser las «Dos Hermanas» que se elevan a mi derecha, camino de Peñalara. Según reza esa leyenda, la segunda hermana socorrió a cierto Rey en un accidente de caza quedando este prendado por su belleza y solicitándole una próxima cita en estas praderas (de ahí el nombre de la montaña: citó rex, donde se citó con el Rey). Al parecer, la joven acudió a la cita sin saber a quien había socorrido y cuando vio llegar al Rey ataviado con sus mejores galas, entró en pánico rogando ayuda divina para aquella situación que se le antojaba insoportable.

En última instancia, unos querubines descendieron de los cielos y sumieron a ambos en un profundo sueño. Cuando despertaron, ella se halló en la celda de un monasterio rodeada de flores y él en su palacio… ambos ya ancianos.

Me encantan este tipo de leyendas, tan arraigadas en el acerbo cultural de estas montañas… Pero no puedo detenerme por mucho rato a soñar historias y a disfrutar del espectáculo. Hago la foto pertinente de la cima entre una nube de moscas. ¡Me están comiendo vivo!

Nadie se puede imaginar la cantidad de insectos que me acosan. Me recuerda al comienzo del camino de ascensión al Pico Lobo. Era la misma época y entonces también nos atosigaron, pero no en tal cantidad…

Para librarme de ellas, me dirijo con rapidez a la cima secundaria del monte, donde me ha parecido divisar otras ruinas.

A mi derecha se alza el Pico de Peñalara, el techo de Madrid.

A mi izquierda acierto a descubrir un pequeño refugio que se alza al final de un espolón de la montaña. Se trata de una torre de vigilancia que no se si está abandonada o aún es usada por la gente de ICONA. Si no hubiera tanto insecto, quizás me aventurara a llegar hasta ella. Pero así es un suplicio.

Sigo adelante y no tardo en llegar a las rocas que se elevan entre unas nuevas ruinas.

No me queda claro si algunas han sido reutilizadas como vivac, pero no es hasta unos pasos más tarde cuando todo parece detenerse a mi alrededor.

La vegetación no abunda cerca de este lugar. No parecen querer crecer en esta tierra.

No atisbo a escuchar ningún sonido. Ni cercano ni lejano.

Incluso las moscas parecen no acercarse…

Tan solo estamos aquí el viento y yo.

He estado en lugares de la sierra donde puedes encontrar restos de la Guerra Civil, como el Pico del Nevero o el Reajo Alto. Incluso montes en donde se alzan fortificaciones muy bien conservadas como en Cabeza Líjar o el Cueva Valiente.

Pero por mucho que me hubieran llamado la atención esos sitios, ninguno de ellos me ha impactado tanto como este lugar.

La foto que ahora pongo en este blog no hace justicia a la visión perfecta de las trincheras y los puestos de observación y de tiro que recorren con estremecedora elegancia la linea de la montaña, dejando frente a sí la ciudad de Segovia y la Granja de San Ildefonso.

He retrocedido al pasado…

Me encuentro en el Frente de Guadarrama.

Casi puedo hacerme a la idea de lo que sintieron y pensaron los soldados republicanos mientras contemplaban como bajo ellos se agolpaban las tropas enemigas para iniciar el asalto desde La Granja.

Se me pone la piel de gallina mientras permanezco allí observando el paisaje desde el muro de piedra.

A mi derecha la línea de trincheras continúa su serpenteante camino hacia las laderas de Dos Hermanas, formando así una tétrica cicatriz en la tierra.

Cierro los ojos unos segundos y guardo unos pensamientos para mi.

Acto seguido, inicio el camino de vuelta hacia el collado.

No esperaba encontrarme nada de esto. Tan solo esperaba un agradable paseo y me voy de aquí sobrecogido por la impresión del fragmento de «historia» que he visto.

No obstante, aún me queda una última sorpresa por descubrir.

Tampoco confiaba en hallar la placa que un hijo puso aquí en honor a su padre. Pero la descubro casi sin darme cuenta cerca del cuartel en ruinas, en el Collado de Citores.

Me detengo otros tantos minutos allí y mi piel vuelve a erizarse sin control cuando leo las palabras que, junto a un casquillo vacío de bala, quedan grabadas para que el tiempo no las olvide.

Mientras desciendo de nuevo hacia Cotos, recordando en parte a mi abuelo Ignacio y sus historias de la guerra en el Frente del Norte, no cesan de venir a mi esas letras que ahora hago también de mi abuelo.

No hay poemas ni versos hermosos de mi parte en esta página…

Sobran las palabras…

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A mi abuelo Ignacio…

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