La Peña de la Cabra es una montaña de 1831 msnm de altitud situada en el cordel central de la Sierra de Ayllón, en el Sistema Central (junto a la Sierra del Rincón), dentro del municipio de Puebla de la Sierra (Madrid).

A pesar de su escasa altitud, la Peña de la Cabra ofrece un aspecto abrupto y vistoso en su cima, no muy lejano a la idea de «alpino» que se tiene por estos lares, sobre todo si nos la encontramos bañada por la nieve.

Su ascensión más cómoda se realiza desde el Puerto de la Puebla, una ruta ideal para un día en el que no haya tiempo para mucho o en el que reservar parte del día para conocer más paisajes de este magnífico lugar que es la Sierra del Rincón, donde, entre otras cosas, hayaremos el maravilloso Hayedo de Montejo… uno de los más septentrionales de Europa.

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Localización: Puebla de la Sierra o Prádena del Rincón

Tipo de Ruta: Montañismo

Longitud: 9,5 kilómetros (aproximadamente)

Duración: 3 horas y media

Época recomendada: Todo el año

Dificultad MIDE:  → mide_PeñaDeLaCabra

Equipación mínima: Bastón, mochila, botas de trekking y agua. (más info…)

Ruta GPS:

Peña de la Cabra

Recomendaciones:

  • No hay agua potable en el recorrido, y aunque siempre es recomendable llevar al menos un litro en la mochila, casi no nos será necesaria.
  • El refugio indicado en la ruta es un puesto de vigilancia forestal, pero puede utilizarse como refugio libre si nos atrapa el mal tiempo.
  • Desde la cima, y su «hombro», pueden verse las espectaculares Canales de la Peña de la Cabra. Merece la pena acercarse hasta el final de la ruta y hacer unas buenas fotos.

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El viento teme, pues no quiere dañar
tanta pureza en un solo lugar.
Hasta las estrellas brillan con toda intensidad
pues a ella se quieren igualar.

La Sierra del Lobosillo, Sierra del Rincón, Reserva de la Biosfera… paraíso en Madrid… y, sin embargo, tan desconocido.

Hace una semana estuve visitando, por fin después de mucho tiempo intentando hacerlo, el famoso Hayedo de Montejo. Un paraje encantado que merece la pena visitarse en cualquier época del año. Y mientras volvía a Madrid me fijé en las montañas que lo rodeaban, preguntándome cuáles serían sus nombres y qué secretos esconderían.

Como siempre que te haces esas preguntas, una pequeña aventura comienza…

Entretanto Gonzalo, Amador y yo sacamos nuestras mochilas del coche, en el Puerto de la Puebla, empiezo a responder algunas de esas cuestiones mientras atisbo el horizonte con otros ojos. El paisaje parece cambiar constántemente al son del movimiento de las nubes y la bruma de los valles, al igual que mi vida últimamente…

Hemos elegido esta ruta por tratarse de una toma de contacto muy sencilla y que no nos llevará mucho tiempo en recorrer. Esta tarde tenemos compromisos, pero los retrasaremos un poquito según avance el día debido a algunas sorpresas que irán aconteciéndonos.

La senda sale del mismo aparcamiento, en dirección sur.

Tras superar los primeros metros, dejamos atrás un complejo de antenas de telefonía para llegar a una zona rocosa que cruzamos con cuidado al estar todavía bañada por el rocío de la mañana. No tardamos en ver la primera «altura» reconocida del cordal que recorreremos hoy: el Cerro Portezuela, de 1.747 m. Tras él, nuestro objetivo: la Peña de la Cabra.

Pensamos que en un par de horas podemos hacer la ruta completa. Quizás menos si nuestro paso  es tan «suelto» como siempre.

Según nos aproximamos al Cerro, comprobamos que no tiene una cima definida. Tan solo un conjunto de rocas dividas en tres túmulos.

Con el GPS localizo el punto más alto, lo señalizo y continuamos camino, dejando tras de nosotros el paisaje de las grandes alturas de Somosierra y Ayllón, que empiezan a cubrirse de nubes.

Desde aquí ya se ve completamente la «pirámide» cimera de la Peña de la Cabra, delante de nosotros. Según me he informado por ahí, el área de la cima es muy montañera, y casi sorprende su orogenia (podríamos definirla… casi alpina) comparado con el resto de la zona.

Cuantos ojos hay que no saben mirar
cuantas miradas hay que no saben soñar.
Déjame seguir mirándote para poder entrar
en ese mundo donde se puede volar…

Charlando sobre ello, llegamos al Refugio de la Tiesa: refugio de cazadores, puesto de vigilancia para los forestales y merendero para excursionistas. Es una cabaña muy chula, pero lo que más nos sorprende es encontrarnos con una pequeña caseta de obra, que hace las veces de baño público. ¡Y encima funciona! Jamás imaginamos encontrarnos algo así en medio de la montaña y no podemos evitar echarnos unas risas…

Más adelante cruzamos el Collado de la Tiesa, y es en este punto donde abandonamos la senda que nos ha traído hasta aquí para empezar a subir poco a poco hasta nuestra meta.

Nos llama mucho la atención el pedregoso paisaje de la zona. Como si pequeñas sierras, de afilados dientes de piedra, se elevaran desde el suelo hiriendo la tierra. No puedo evitar lanzar unas cuantas fotos intentando aprovechar la luz de esta mañana desapacible, que a veces parece querer cubrirse… y otras querer despejarse.

Vemos por fin las paredes que se alzan hasta el vértice donde todas las aristas marcan la cumbre. Ciertamente parecen canchales más propios de mayores alturas. Tras descansar un poco a los pies de la trepada final, comenzamos a subir por una canal de rocas que en algunos tramos se torna en piedras sueltas con las que hay que tener cuidado.

Me recuerda a los Picos de Europa

A pesar de ellas, no tardamos ni cinco minutos en llegar arriba y llevarnos la primera de las sorpresas del día.

El lado sur de la montaña, que todavía permanece a la sombra, resulta ser tremendamente escarpado. Enormes canales rocosas, pequeñas agujas y sierras se elevan desde el valle hasta nosotros y empezamos a imaginar como debe ser subir por ahí en invierno. Seguramente con hielo además de nieve.

Nuestra imaginación vuela y mi corazón late una vez más… feliz.

Cuando miras, todo se aquieta
todo calla y permanece en silencio.
Todo se torna misterio
y se debe contemplar…

Reponemos fuerzas con un poco de fruta antes de descender y seguir un poco más hacia el sur. Nos apetece llegar hasta el «hombro» de esta montaña, donde parecen morir casi todas las canales.

El camino entonces se torna algo más divertido, jugueteando entre las rocas, echando las manos y sin dejar de desviar la mirada hacia el valle y los abruptos caminos de roca que memorizamos para una próxima ocasión. Sin reparo, afirmamos caminar por un lugar hermoso, que ha valido la pena descubrir.

Con el GPS localizamos de nuevo los dos puntos más altos de  este «hombro» rocoso y hacemos unas cuantas fotos. Nos atrae profundamente recorrer toda la arista serrada hasta el valle, pero el escaso desnivel recorrido hasta ahora se tornaría en algo más desproporcionado y la jornada se empeñaría en una tarea demasiado larga.

Hoy no, pero quien sabe mañana…

Mientras contemplamos el paisaje, salpicado por las naranjas manchas del otoño que muda los valles y el turquesa del cercano Embalse del Atazar, sorprendo en esta ocasión a mis compañeros con algunos cambios en mi vida. La sorpresa inicial se torna en alegría e iniciamos el regreso comentando la «jugada».

Hoy está resultando un día realmente perfecto en la mejor de las compañías, y hasta el cielo parece querer unírsenos, abriendo definitivamente las nubes para dejarnos ver el cielo azul.

Al llegar nuevamente al Collado de la Tiesa, tomamos otro camino para llegar al coche, siguiendo la pista forestal que desciende hasta la carretera por nuestra izquierda. Tras de nosotros, la hermosa cumbre nos echa una última mirada.

Mi vida cambia cuando me miras
todo vuelve a vivir, todo vuelve a brillar.
Inspiran poesía y a veces pienso
que en ellos hay toda una inmensidad.

La senda pasa junto a la conocida como Peña del Cuervo (1.659 m.). Un mirador junto a unas ruinas que nos da una imponente vista de la Sierra del Rincón, los Montes Carpetanos y Somosierra.

Tras hacer una foto panorámica, nos adentramos un poco más en el bosque y la última sorpresa del día, como un postrero regalo que se me quiere hacer, se nos aparece: árboles de color anaranjado y frutos rojos (comestibles) contrastan el paisaje verde de los pinos. A cada paso, aumentan en número y tamaño y pronto Gonzalo se percata (gracias también a un excursionista que nos encontramos) que se trata de Serbales: arbustos de la familia de las rosáceas, y similar al Acebo, aunque no tan «tóxicos». En este lugar alcanzan su cota más alta, tanto en tamaño como en altitud.

Algunos de ellos son realmente espectaculares y hace más fantástico el final del viaje.

Ahora tan solo queda llegar al coche, bajar al pueblo a tomar unas cervezas para celebrar el día y mantenerlo en el recuerdo a la vez que miramos hacia adelante…

Por ahora me basta con saber
que estás muy cerca de mi…
y que ahí te vas a quedar…

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Für meine Kleine…

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